
Capitulo 20
Domingo, 8 de agosto de 1999, 11:54 PM
Red Hook, Brooklyn
Ciudad de Nueva York
Khalil estaba nervioso, pasándose el teléfono móvil de una mano a otra. Se negaba a ser él quien llamara. Por cuadragésima vez lo dejó sobre la mesa, intentando calmarse. Malditos sean los Nosferatu, malditos sean los Gangrel, pensaba. ¡Y maldito seas tú!, gritó a la voz de su cabeza.
Aún es posible arreglar la situación. Tu rebelde incompetencia ha puesto en peligro mis planes. Recibirás un castigo por ello, te lo aseguro. Sin embargo, de momento, permíteme que te explique qué debes hacer si llaman los Nosferatu. La voz de la mente de Khalil canturreó árida. El Ravnos estiró el brazo y volvió a coger el teléfono. La luz estaba encendida, tenía batería. Apretó un botón para comprobar si había línea y lo apagó rápidamente, por miedo a que las ratas de alcantarilla llamaran justo en ese momento. A sus espaldas, Ramona paseaba nerviosa. Su humor impregnaba la habitación: estaba tensa, fiera, atrapada, obligada a la inactividad. Esto no hacía ningún bien a Khalil; sus suaves pasos se movían al mismo ritmo que la voz de su cabeza, y descubrió que también él había empezado a lanzar y recoger el teléfono al mismo ritmo. Tras decidir ignorar las instrucciones de su amo, se concentró en romper el modelo. Observó con atención la caja negra mate y se obligó a cambiar las cosas rápidamente, pero...
—¡Siéntate, por el amor de Dios! —gritó a su compañera. Los suaves pasos se detuvieron justo detrás de él, y supo que sus manos podían agarrarlo fácilmente del cuello. Transcurrió un largo segundo. Entonces, la vieja silla de oficina crujió mientras Ramona caía sobre ella. Khalil se sentó, dejó el teléfono y miró a su alrededor. Elizabeth, quieta y silenciosa sobre el sofá, le estaba observando. Él le devolvió la mirada con el rostro inexpresivo e intentó calmarse. Sólo habían pasado dos noches. ¿Qué significaban dos noches para los muertos?
Esta noche, tienes una oportunidad para...
Ramona empezó a mecerse en la vieja silla y el mecanismo chirrió al mismo ritmo que el cántico de la voz.
De repente, el teléfono sonó.