Capitulo 22

Martes, 10 de agosto de 1999, 2:16 AM

Restaurante Nawab de Bengala, Manhattan

Ciudad de Nueva York

Khalil maldijo en voz alta. En teoría, se suponía que las cosas no funcionaban de esa forma; el otro Ravnos y su familia eran quienes debían ayudarle a él, no a la inversa.

Una hora antes, de lo sísmica que había sido su reacción cuando por fin sonó el teléfono, había estado a punto de sacudir al vecindario. Pensó que, finalmente, las ratas de alcantarilla le proporcionarían cierta información. Sin embargo, era Sarat, el taxista, quien le había llamado. El hombre bengalí habló rápido y sus palabras fueron prácticamente incomprensibles por el miedo.

—Amigo mío, por favor, ha sucedido algo terrible. Nuestro hermano mayor se ha ido de nuestro lado. Sin su protección, estamos perdidos. Por favor, díganos qué debemos hacer.

—¿Se ha ido? ¿Qué significa eso?

—Tiraron la puerta abajo y lo apresaron... muchos, muchos diablos... y golpearon a nuestro hermano y desgarraron su carne, y ahora no nos habla. ¡Oh, no puede estar muerto! ¡Prometió que no nos abandonaría en esta tierra extraña! Los diablos danzaron y gritaron sobre la carne de nuestro Hermano Mayor y mi primo Prasad también está a punto de morir... y no sé qué debo hacer. Ahora somos su familia. Ayúdenos, por favor...

¿Diablos? ¿Ghose en letargo? De momento, Khalil era incapaz de imaginar qué había sucedido, pero su instinto le hizo pensar en las posibilidades que podía oír en las abyectas súplicas del mortal.

Estúpido inmundo, los "diablos" son, probablemente, los del Sabbat. No necesitas a esos humanos, y si me prestaras un poco de atención ya te habrías dado cuenta. Tampoco necesitas a ese imbécil llorica de Ghose. No pienses en esto ni un segundo más. Olvídate del mortal.

Sin embargo, Khalil ignoró sus palabras. Tras reconfortar a Sarat, se dirigió rápidamente al restaurante Nawab de Bengala. Dejó a Ramona en el apartamento con Liz, pues sólo hubiera sido un obstáculo para sus planes.

Cuando llegó a la puerta, pudo ver por la ventana que el restaurante estaba en orden: las sillas estaban dispuestas sobre las mesas, boca abajo, y no había ningún indicio de que hubiera habido una pelea en su interior. Quienesquiera que hubieran atacado a los Mukherjee habían dado rienda suelta a su ira en el piso de arriba, donde vivía la familia.

Khalil también descubrió que habían dejado abierta la puerta principal. Entró y, con cautela, avanzó por la inmaculada zona del comedor y la cocina. Las escaleras posteriores habían sido construidas con tablones gruesos, de modo que no crujían ni chirriaban. Sin embargo, eran poco profundos y muy estrechos, y se incrustaban en una diminuta porción de la estructura. Fueron construidos para los americanos antes de que engordaran demasiado, pensó Khalil. Perfectos para un tipo esquelético como yo. Silenciosamente, empezó a subir las escaleras.

Tras dos pequeños tramos, llegó a un descansillo y continuó subiendo. Dos tramos más arriba, las escaleras acababan. En este lugar ya había señales del ataque: la parte superior de la puerta estaba salvajemente astillada y completamente fuera de sus bisagras. Aunque habían vuelto a levantar la tabla de madera destrozada para bloquear la entrada, Khalil podía oír un gran alboroto al otro lado. Llamó una vez con suavidad y las voces que hablaban atropelladas en el interior se detuvieron al instante. El rostro aterrorizado de Sarat miró por un agujero de la puerta, situado aproximadamente a la altura de la rodilla.

—Amigo mío, ¿eres tú?

Khalil sonrió compasivo.

—Por supuesto que soy yo, los diablos no llaman a la puerta. ¿O ahora lo hacen?

Con algunos gruñidos y rascadas, movieron la puerta desde el interior y Khalil pudo contemplar los daños. Realmente era impresionante. El barato mobiliario de madera del apartamento había sido reducido a astillas. La sangre había salpicado la pared del fondo como si fuera un Jackson Pollock monocromático. En la habitación del fondo una mujer lo observaba, con los ojos negros abiertos de par en par, intentando en vano mantener a sus espaldas al niño que había dejado entrar a Khalil en el restaurante la primera vez. Otra mujer estaba acuclillada en el suelo, arrodillada en un charco de sangre que se extendía sobre las desnudas tablas de madera pulida. Gimiendo y suplicando, intentaba vendar un terrible corte que había rajado el abdomen de Prasad Mukherjee desde la ingle hasta el esternón. La sábana desgarrada que sostenía estaba totalmente empapada en sangre. Alrededor del muslo de Sarat habían enrollado un trozo de lo que parecía ser la misma sábana, también salpicado de sangre.

Sangre... Khalil olfateó el aire sintiendo un hambre inesperada. Sangre mortal, de las heridas que habían recibido Sarat y su primo. Sin embargo, también percibía algo mejor: sangre vieja, sangre de Ghose... Intentó controlarse con todas sus fuerzas. No podía atemorizar a aquellas personas. Todavía no, de ningún modo. Se obligó a hablar con delicadeza.

—Sarat, amigo. ¡Es terrible que te hayan herido! ¿Dónde está Ghose?

—Allí. Oh, Khalil. Solía decirnos que nunca moriría, pero me temo que los diablos han podido con él. Rápido, por favor, ayúdale... —Sarat se arrastró, con la cara pálida por la ansiedad y el miedo, y señaló otra puerta. Con dos pasos rápidos, Khalil llegó hasta ella y la abrió.

La masacre generalizada no había llegado a esa habitación. Ghose estaba tumbado, hecho un ovillo, sobre una alfombra que, aparentemente, había sido utilizada por Sarat o una de sus mujeres para arrastrar el cuerpo hasta allí. En verdad, incluso el niño podría haberlo hecho con bastante facilidad: aquel cuerpo destrozado y marchito no podía pesar más que una cesta grande de la lavandería. Khalil se inclinó sobre el miembro de su clan y lo tocó cuidadosamente, aunque ya sabía qué iba a encontrar.

—¿Está muerto, amigo Khalil? No respira, su corazón no late y está frío, pero ya sabes cómo miente... Decía que era inmortal y que no necesitaba de esas cosas, pero ahora tampoco se mueve ni habla. Estoy terriblemente asustado por todos nosotros.

Las ruedas de la mente del Ravnos dieron vueltas mientras buscaba qué podía decirles. Era obvio que Ghose no había iluminado a su familia con ciertas peculiaridades de su existencia vampírica... por no hablar de cómo había exagerado al hablar de su longevidad.

—No, Sarat, tu hermano mayor no está muerto, pero ha sufrido graves daños y los diablos lo han torturado con severidad, tanto física como espiritualmente. Está... durmiendo. Ahora, tú y tu familia tenéis que protegerlo tal y como él os protegió a vosotros durante tanto tiempo... hasta que pueda recuperar su alma de guerrero. Dime, ¿dónde descansa Ghose durante las horas del día? Tenemos que esconderlo de los demonios mientras esté debilitado.

Sarat se deslizó por la pared y cayó al suelo, extenuado y aliviado.

—Hay una trampilla debajo de la cama —dijo—. Allí abajo.

Khalil deslizó el armazón de la cama de hierro fundido hacia un lado. Tal y como le habían dicho, había una trampilla que accedía a un espacio aseado, en forma de ataúd, que había debajo del suelo. Ignorando la mirada vacía de los aletargados ojos del vampiro, enrolló la alfombra sobre el encogido esqueleto antes de depositar el bulto en el agujero y volver a cambiar el aspecto de la habitación. De momento, todo iba bastante bien.

—Aquí estará bien durante un tiempo. No tienes que preocuparte de nada. Yo cuidaré de él y de tu familia. Ven, voy a ocuparme de ti y de tu primo. Al fin y al cabo, ninguno de vosotros es inmortal.

Aquí hizo un poco de trampa. Confiaba en que Ghose no había explicado nada a los Mukherjee, aparte de la naturaleza del letargo. Si podía convencer a Sarat y Prasad para que tomaran algo de su propia sangre, estaba seguro de que sus heridas se curarían. Sin ella, probablemente Prasad moriría. De momento, no había ninguna necesidad de explicarles los efectos secundarios de convertirse en ghouls.

Khalil levantó al estremecido mortal por el brazo, sonriendo para reconfortarlo, y lo condujo cojeando a la habitación de enfrente. Sí, ahora todos tendrían un nuevo hermano mayor.