Capitulo 38

Martes, 31 de agosto de 1999, 9:45 PM

Times Square

Ciudad de Nueva York

Khalil estaba de pie, mirando uno de los diversos escaparates destartalados que había a lo largo del lado oeste de Times Square. Los cabarets y los sucios y escandalosos sex shops tenían cierto interés, al igual que algunos de los artículos que se exhibían en los escaparates. Sin embargo, lo que realmente interesaba al Ravnos eran los brillantes destellos de su propio futuro.

Estaba seguro de que su contacto Nosferatu también se encontraba en algún lugar de los alrededores. Khalil había llegado con un poco de antelación para reconocer el terreno antes de reunirse con su contacto, y para demostrarle al Nosferatu lo tranquilo y calmado que estaba... Así se lo pensaría dos veces antes de intentar engañarlo.

Por esta razón, el shilmulo se había detenido ante el espectral neón rojo de un rótulo en el que simplemente se leía "Condones", y había empezado a alisarse sus negras cejas para que estuvieran perfectas. Despreocupado, continuó acicalándose hasta que su barba, su bigote y su cabello rizado ocuparon sus lugares correctos. A continuación se dispuso a alisar su nuevo traje negro (tan ultramoderno y tan espléndido), pero se detuvo una milésima de segundo... y continuó alegremente con su tarea.

A pesar de su aparente alegría, empezó a sudar a mares en su interior. En el cristal del escaparate que le hacía las veces de espejo se reflejaba la imagen de Jean-Paul, el vampiro del Sabbat. La tensa sonrisa que se dibujaba en su rostro era sumamente significativa...

Khalil estaba seguro de que habría problemas.

—Bueno, bueno. ¿A quién tenemos aquí? —Jean-Paul lo miró a través del cristal.

Quizá la multitud que había en aquel lugar le impidiera recurrir a la violencia... pero Khalil descartó la idea de inmediato: en primer lugar, aquello era Times Square; y en segundo lugar, Times Square se encontraba en Nueva York, una ciudad en la era posible que los curiosos vieran una violación y decidieran participar en ella.

No es que Calcuta fuera el mejor lugar del mundo pero...

Khalil intentó parecer relajado, despreocupado.

—Jean-Paul. ¿Te gusta venir a alimentarte a esta zona? ¿O acaso has venido por otros asuntos?

Jean-Paul se limitó a sonreír de nuevo, con frialdad.

—Por supuesto que he venido por otros asuntos, Ravnos —dijo.

Khalil continuó mirando fijamente al miembro del Sabbat. Sin mover los ojos, podía discernir algunos movimientos que se producían en su visión periférica, pero las noticias no eran nada buenas para él: acababa de aparecer el zoológico que había etiquetado aquella noche en el Gehena. El tiburón nadaba lentamente, pero era obvio que podía oler la sangre. El gato daba suaves pasos y tenía un brillo depredador en sus ojos. El mono estaba quieto, examinando a su víctima. Incluso el perrito estaba allí, aunque ya no tenía el rabo entre las piernas. No era una buena señal. En absoluto.

La sonrisa afectada de Jean-Paul se acentuó.

—Hemos venido a... ver el espectáculo. Parece que, últimamente, se ha abierto la veda de Ravnos.

Oh, oh, pensó Khalil. Estaba en apuros. Continuó arreglándose la ropa y enderezó el collar de ónice y plata para que destacara contra el negro de su traje.

—¿Qué quieres decir exactamente?

Jean-Paul adoptó una expresión de falsa preocupación y dijo:

—Eso es exactamente lo que quiero decir. Los otros dos Ravnos que han estado en esta ciudad han desaparecido... Desgraciadamente, la Camarilla se nos adelantó con aquella adivina gitana. Sin embargo, no ha sucedido nada de nada. Rien. No ha habido represalias. ¿No te parece extraño?

Por fin, Khalil se dio la vuelta.

—La verdad es que no, asquerosa sabandija —dijo, mirando directamente a los ojos de Jean-Paul, aunque sólo por un segundo. Entre Vástagos, resultaba peligroso que esas miradas se demoraran.

La expresión de Jean-Paul se ensombreció, pero Khalil continuó hablando.

—No, simplemente estamos esperando a saber quién piensa que puede aprovecharse de nosotros... y entonces tendremos un intercambio de palabras con cada uno de vosotros, gilipollas. Lo haremos de uno en uno y como queramos. Si deseas seguir adelante, ya sabes a qué te arriesgas, Jean-Paul. Y debo decirte que ésta es la única advertencia que tendrás. Sé que resulta bastante inusual recibir una advertencia, pero tú me indicaste dónde podía encontrar a aquel sabroso polluelo de Ventrue, de modo que debo tener cierta condescendencia contigo y tus sarnosos ayudantes.

Entonces, Khalil salió corriendo. Los animales prácticamente lo habían rodeado, pero el Ravnos se las arregló para crear una ligera ilusión de sí mismo, de pie, en el mismo lugar en el que realmente había estado, de modo que, cuando se movió, todos creyeron que se había quedado quieto. El truco visual no duró más que una milésima de segundo, pero fue suficiente para confundir a las bestias; Khalil consiguió lanzarse al suelo y rodar bajo las piernas del tiburón.

Ya se había levantado y se alejaba rápidamente cuando oyó la voz del gato.

—Ahí va.

—¿Por qué no lo estabais observando? ¡Id tras él, estúpidos! —ordenó Jean-Paul, que también empezó a perseguirlo.

Khalil era fuerte y rápido; además, en todos los años mortales e inmortales que había pasado entre las multitudes de Calcuta, había aprendido mucho sobre las aglomeraciones. De todas formas, éstas eran las únicas ventajas con las que contaba. No había tenido la oportunidad de examinar minuciosamente la zona y temía dirigirse hacia la dirección equivocada; además, no tenía demasiado margen para pensar, pues el gato y el perrito eran bastante rápidos y pronto empezaron a acortar la distancia que los separaba.

Tras dar unos cuantos giros y vueltas, Khalil se encontró en la calle y cruzó seis carriles, inmediatamente después de que la luz roja de los coches cambiara a verde. Se movió entre el tráfico todavía inmóvil que aguardaba a su lado de la calle y corrió hasta el otro lado antes de que aquellos vehículos se alejaran del cruce y lo alcanzaran. Lo cronometró correctamente, aunque diversos automóviles hicieron sonar el claxon cuando pasó por su lado. No miró hacia atrás para ver qué habían hecho los del Sabbat. Simplemente siguió corriendo, avanzando en zigzag por cada calle lateral o callejón que encontraba.

Pero su vertiginosa carrera lo condujo directamente hacia el problema: acababa de meterse en un callejón sin salida. Al menos, eso parecía. Vio una alambrada, de veinte metros de altura, con púas en la parte superior. El callejón continuaba al otro lado y se unía a una calle bulliciosa, donde centelleaban más semáforos y señales.

Empezó a escalar la valla, pero se dio cuenta de que no le daría tiempo; aunque fuera delante, los animales conseguirían atraparle. Justo entonces, oyó el eco de una serie de pasos a sus espaldas. No había tiempo para pensar.

Se colocó contra una pared y utilizó el velo de ilusión sobre sí mismo. Acuclillado, parecía ser un montón de basura putrefacta... y para darle mayor verosimilitud, añadió un conjuro de hedor a la ilusión.

Y entonces el Sabbat apareció en escena.

—Mierda —siseó el gato mientras se detenía junto a la verja.

—¿Ha saltado? —gruñó el tiburón.

El gato ya había escalado hasta la mitad de la alambrada.

—¿Qué ves?

En aquel momento apareció Jean-Paul.

—Todos arriba. ¡Ahora mismo! ¡Quiero su sangre!

Sus ayudantes empezaron a escalar para obedecerle. El gato se deslizó entre las púas, saltó y continuó con la persecución. Los demás lo siguieron con más precaución, aunque tanto el tiburón como el perro se cortaron con el alambre. El perro gimió de dolor, pero el tiburón aceptó estoico sus heridas.

—Comprobad todas las rejas y alcantarillas —gritó Jean-Paul a sus secuaces mientras descendían hacia el otro lado del callejón. A continuación, también él se dirigió a la alambrada, murmurando una maldición.

Tras echar un vistazo para asegurarse de que los miembros del Sabbat se habían ido, Khalil deshizo la ilusión y se abalanzó, por la espalda, sobre Jean-Paul. El Ravnos le golpeó la muñeca izquierda y su delgado cuchillo cayó sobre su palma. Con la otra mano, lo agarró por la garganta. Deslizó el estilete por la espalda de su víctima... clavándoselo una y otra vez.

Los ojos de Jean-Paul estaban abiertos de par en par por el dolor, el miedo y la furia. Intentó forcejear, pero el Ravnos lo estaba sujetando con todas sus fuerzas. Khalil empujó el rostro de su víctima contra la verja metálica y, en el punto en el que ésta se unía con la pared, le golpeó la cabeza contra los ladrillos. El sonido de los golpes inundó el callejón. Finalmente, el cráneo se partió y el Sabbat cayó al suelo.

Su cuerpo inerte apenas había rozado el pavimento antes de que Khalil volviera a saltar sobre él.

—No eres tan duro sin tu pequeño ejército, ¿verdad? —abrió la boca de par en par y clavó sus colmillos en el cuello de Jean-Paul. Entonces, saboreó una dulce corriente de sangre. Su cautivo forcejeaba instintivamente, intentado deshacerse de él, de modo que Khalil se detuvo y golpeó la cabeza del Sabbat contra el suelo unas veces más, hasta que éste se dejó de retorcer.

Entonces Khalil bebió... hasta que no quedó ni una gota.