
Capitulo 23
Miércoles, 11 de agosto de 1999, 8:42 PM
Red Hook, Brooklyn
Ciudad de Nueva York
Khalil descansaba lánguido en una vieja butaca. Había cerrado los ojos e intentaba ignorar las quejas que canturreaba su malhumorado amo. En ocasiones éste se detenía... y el joven Ravnos abría los ojos ligeramente esperanzado... pero entonces la lengua de aquella voz, afilada por miles de años de inactividad, empezaba a martillearle de nuevo.
Ramona se había ido. Lo hizo a primera hora del martes, pues se sentía incapaz de permanecer inactiva. Había intentado convencer a su compañero y sacarlo de aquella atmósfera oscura y extraña que le había invadido... pero no había insistido demasiado. Tampoco había regresado aún. Puede que esté muerta, pensó Khalil, sin preocuparse demasiado. Quizá Mary la atrapó y se la comió. Y puede que Mary también me atrapé a mí y me coma. En conjunto, parecía una idea excelente. Ahora Mary tenía poder. Poder de verdad. No había ningún viejo y malvado bastardo que mirara continuamente sobre sus hombros y gritara dentro de su cabeza. Probablemente en su cuerpo había suficiente sangre fuerte, y el diablo era incapaz de arrastrarse por su mente. Dios, daría todo lo que fuera por volver a gozar de esa libertad...
Un sonido apenas perceptible llamó su atención. Sus ojos sin brillo se desviaron hacia el sofá en el que estaba sentada su silenciosa prisionera, absorta en sus libros y papeles. Cuando dio la vuelta a una página descubrió que aquel era el sonido que oía. Khalil volvió a sumergirse en su desdicha. Por pura inercia, continuó observándola y un nuevo tren de pensamientos se puso en marcha, lentamente.
Hesha Ruzhade es una serpiente muy poderosa, pensó. En Calcuta, yo era mugre bajo sus pies. Prácticamente no era nada para él, como tampoco soy nada para este jodido bastardo. ¿Y cuál es la diferencia que hay entre nosotros? Yo soy un tipo astuto, pero él es un antiguo o algo muy similar: Y entre Ravana y yo hay unos ocho o nueve ancestros, y para qué hablar de los que hay hasta el Rey de los Diablos o Caín.
Hesha siempre ha tenido ventaja porque su sangre es más densa que la mía. Khalil se levantó y su mirada apagada permaneció fija en Elizabeth. Elizabeth... una generación más joven que Hesha, aunque sólo el Diablo sabría cuántas generaciones más vieja que Khalil, por muy pocas noches que hubiera vivido. Lentamente, avanzó por la habitación dirigiéndose a ella, mientras abría inconscientemente la boca, mojaba sus labios y deslizaba su cuerpo contra el sofá al acercarse. Saltó como un gato y se sentó, con las piernas cruzadas, sobre el estrecho brazo del sofá.
El Ravnos miró fijamente a la Setita, como un buitre. Por primera vez, pensó en ella como si fuera un escalón en el camino hacia el éxito, no una carta de cambio. Le gustó la idea. Pensó en encontrar a Hesha con sus dientes aún manchados por la sangre de su chiquilla. De repente, se dio cuenta de que tenía la boca abierta y que prácticamente babeaba. La cerró de golpe.
No tomarás su sangre, cachorro rebelde. Te lo prohíbo.
¡Vete! Puede que seas un antiguo, pero sigues pegado al barro de Calcuta... no permitiré que sigas convirtiéndome en tu esclavo. Soy un Rom libre y puedo hacer lo que me plazca.
Unos instantes después, Elizabeth giró la cabeza y lo miró con frialdad. Khalil se mordió la lengua, molesto por el hecho de que pudiera seguir ignorándolo incluso cuando él estaba pensando en destruirla... que pudiera estar calmada mientras él ansiaba su sangre. Ella no le temía... en absoluto. Sus manos se convirtieron en puños. Los ojos de la mujer miraron hacia abajo, advirtieron sus nudillos tensos y entonces volvió a mirarle a la cara. Las uñas afiladas de Khalil se clavaron en la tapicería. Elizabeth levantó una ceja.
—Maldita seas, zorra. Di algo —siseó.
El rostro de Elizabeth era completamente inexpresivo.
—¿Por qué no me dices nada? Súplica por tu libertad. Pídeme que te deje ir. Pregúntame qué pretendo hacer contigo.
Pero ella seguía callada.
Khalil la golpeó.
—¡Di algo!
Volvió a golpearla.
—Suplícame clemencia. Suplícame.
La golpeó con fuerza suficiente como para romper una mandíbula humana. En sus ojos asomaron chispas, pero mantuvo la cabeza erguida y continuó callada.
Khalil flexionó los dedos hacia atrás y obligó a sus garras (de dos centímetros y medio, sucias y oscuras) a salir de sus vainas, a quince centímetros de los ojos de Liz. Puso una mano en su garganta y la otra en su cara.
—Suplica piedad.
Elizabeth lo miró sin expresar ningún tipo de emoción.
—¿Acaso tienes?
No tienes ni piedad ni sentido común, esclavo.
Finalmente, los ojos de Elizabeth se abrieron de par en par, mientras Khalil empezaba a retorcerse de dolor y se alejaba rápidamente del sofá y del súbito y estruendoso fuego de su mente.
* * *
Transcurrieron diversas horas en calma antes de que tuviera lugar la siguiente explosión.
Khalil paseaba, masajeándose su dolorida cabeza y mirando a su prisionera, al mismo tiempo que intentaba ignorar la voz... Dios, desearía estar loco para que hubiera voces y algo de variedad, pero solo oía rugir a aquella cosa de Calcuta.
¡ESCÚCHAME!
Sintió cómo sus entrañas saltaban alrededor de su corazón para estrangularlo. Gritó. Notó que la Setita observaba cómo se humillaba, pero no le importó... corrió hacia la pared, atrapado como una rata, y golpeó la cabeza contra ella.
—¡Ya basta! —gritó Khalil; se arañó las manos con los ladrillos. El verdadero dolor de sus palmas, su cabeza, sus nudillos... apenas pudo eliminar la tortura de sus entrañas. No es real, juraba desesperado, no es real, noesrealnoesrealnoesreal. En su furia y su miedo, el mantra resbaló de su boca hacia la sala.
—¿Qué no es real? —preguntó Elizabeth bruscamente.
Esto es real.
Khalil gritó y se dirigió, tambaleándose, hacia la cocina. Agarrado a la encimera, observó sus puños que trazaban profundos surcos en la fórmica. Sus ojos se apresuraron a encontrarse con los de su prisionera. Estaba en pie, acercándose a él tanto como sus cadenas se lo permitían. Compasión... ¿por parte de ella? En un destello, sintió que lo comprendía. Estaba asustada. Había estado asustada todo el tiempo. Ocultaba el miedo que sentía del mismo modo que él le ocultaba a ella el control de su amo... ¿pero qué bien les hacía a cualquiera de los dos? A Liz le traicionaba su débil corazón, y a Khalil su débil voluntad.
Soy real, gritó la presencia en su cabeza. Khalil permitió que la tormenta de aquella voz aullara por toda la habitación, que la pudieran oír sus oídos y los de la Setita, las ratas, los ratones y las cucarachas. ¡TE DESTRUIRÉ SI CONTINÚAS DESOBEDECIÉNDOME!
—Por Dios —susurró Elizabeth—. ¿Quién...?
¡ESTÚPIDO MISERABLE!
El hecho de que las ventanas no se rompieran les pareció un milagro. El retumbante ruido continuó construyendo palabras, pero ninguna vibraba en sus timbres.
¿CÓMO TE ATREVES? Khalil cayó al suelo; las odiosas palabras salían por su boca y tuvo la impresión de que desgarrarían su cuerpo con su violencia. ¡ELLA NO DEBE OÍRME! LAS SERPIENTES NO DEBEN CONOCER MI EXISTENCIA... ¡VAS A CONSEGUIR QUE NOS QUEMEN A TODOS! SIENTO TU MENTE, BASTARDO, SIENTO QUE ESTÁS LUCHANDO CONTRA MÍ.
Con movimientos lentos, pesados y dolorosos, Khalil se arrastró hacia Elizabeth. Aunque ésta no podía comprender qué estaba sucediendo, le ayudó a subir al sofá y le cogió de los hombros, intentando calmar sus contorsiones.
¿ÉSTA ES LA IDEA QUE TIENES DEL VALOR? ¿TU NOCIÓN DE DESAFÍO? ¡QUÉ HUMILDE ERES! ¡ERES UN PERRO, UNA PULGA, UN GUSANO!
Y el cíngaro se retorció y gimió como un animal herido. La cruel voz empezó a hablar en un idioma que Liz desconocía.
—¿Khalil? ¿Khalil? —la Setita palmeó con las manos las orejas del shilmulo, pero éste la apartó. Liz intentó, sin tener ninguna idea en mente, correr hacia el taller... pero los hierros de sus piernas la sacudieron con fuerza hacia atrás. Cayó y su espalda golpeó la mesa de cristal, que volcó. Papeles y libros cayeron a su alrededor. El mando a distancia también debió de estrellarse contra el suelo, pues, de repente, una música suave los envolvió. Buscó a tientas el mando para apagar la música, pero se detuvo al ver el cambio que había experimentado su carcelero. Sus ojos se habían abierto, aunque sólo ligeramente. Subió el volumen y Khalil asintió, desesperado. Se levantó de un salto y le arrebató el mando de las manos. Violines y estrofas inundaron la sala. El idioma extraño estaba prácticamente amortiguado por el sonido.
—Haz algo que pueda ver —pidió Khalil, jadeando.
Elizabeth escogió una baraja de cartas de entre los pocos entretenimientos que Ramona le había proporcionado. Se pasó la goma por la muñeca y dio la vuelta a la carta superior...
—Jota de diamantes —gritó Khalil.
—Cuatro de espadas —aulló Liz en respuesta. Giró la segunda carta.
—¡Jota de diamantes!
—Diez de tréboles.
—Jota de diamantes.
—Reina de espadas.
Continuaron. Elizabeth barajó y cortó una y otra vez, pero Khalil siguió viendo la carta equivocada cincuenta y tres veces de cincuenta y cuatro. La música y (cuando pensaba en ello) la televisión bramaban a su alrededor, pero la mayor parte del tiempo no parecía haber ninguna diferencia. Khalil se encogió al final de una vuelta, destrozado por los dolores imaginarios, pero Elizabeth le apremió a continuar. Sus esfuerzos por ver la carta real bajo la imaginaria consiguieron alejarlo un poco más de los castigos de su amo. Intentó con todas sus fuerzas escuchar o leer los labios de Elizabeth... y logró establecer otro nivel entre sus sentidos y la mentira. Se concentró en ignorar el dolor interno (no es real, se recordaba a sí mismo una y otra vez) y la voz (era real, pero cuando se concentraba de verdad, era menos real que los informativos, la música o las rápidas respuestas de la Setita). Por fin consiguió no pensar en nada más que en los relucientes puntos rojos y negros que había enfrente de él.
—Jota de diamantes.
—No.
—Jota de... —era una figura... era un... rey. Finalmente, preguntó:— ¿Rey de tréboles?
La siguiente carta volvía a ser la enjoyada jota, pero ahora sabía que podía invertir el truco. Una hora más tarde, había conseguido recuperar el control de sus ojos. Apagó la televisión y descubrió que las voces se habían detenido un poco antes. Desconectó el equipo de música y descubrió que su cuerpo sólo le dolía allí donde el muro y los ladrillos habían dejado sus marcas.
—Ahora, viejo tirano... —dijo al aire vacío.
¿Has acabado?
—Sí, y tú también.
—Muerte a los tiranos —murmuró Elizabeth, que volvía a estar cómodamente sentada en el sofá, escuchando la mitad de la conversación.
¿Cuál era el propósito de este jueguecito?
—No soy tu esclavo. Si me tratas con algo de respeto, seguiré trabajando para ti, como un Rom libre. Si me das lo que quiero, te daré lo que quieres.
¿Has hecho alguna vez algo para ganarte mi respeto, escarabajo pelotero engreído?, dijo la voz. Tu obstinación me ha hecho perder la paciencia. Quizá debería dejarte solo con tus lastimosos medios.
Khalil parpadeó y se humedeció los labios. A continuación, se dirigió a la librería y pasó la mano por las cubiertas de los libros.
—Hay una copia de la Declaración de Independencia en el diccionario —sugirió Elizabeth con lucidez—. Y también del Manifiesto de Emancipación.
El Ravnos la miró con recelo. Le estaba ayudando y ahora tenía algo por lo que mantenerse unida a él. Por muy dulce que fuera aquella noche, Liz era una Setita y, con el tiempo, se aprovecharía de él. No podría evitar revelar el secreto que envolvía a Khalil... y además, como era la chiquilla y la esclava de Hesha, se lo explicaría todo. Ahora no habría forma alguna de que pudiera utilizarla para rastrear a Hesha y hacer que ambos se reunieran, a no ser que se asegurara de matar a uno de ellos "accidentalmente" cuando se encontraran. ¿Debía seguir adelante y beber su sangre? No, podría ser útil en caso de que el estúpido antiguo decidiera volver a molestarle. ¿Cómo tenía que ser de fuerte su sangre para poder expulsar al monstruo? Por otra parte, estaba seguro de que la voz que había en su cabeza deseaba matar a Liz, ahora que estaba al corriente de su existencia. Pero no quería darle esa satisfacción. Mierda.
Los Nosferatu no habían llamado. Aquella puerta estaba cerrada. Encontró lo que estaba buscando y lo cogió: un listín telefónico. Encontraré a esa serpiente sin la ayuda de nadie. Hojeó las Páginas Amarillas, buscando adivinos. Mary podría explicarle quién era cada persona de la ciudad. Si tenía la Visión (algo poco probable aunque siempre posible en un shilmulo) podría señalarlo con un dedo desde donde estuviera sentada.
Buscó "Adivinos y médiums" en el primer volumen de las Páginas Amarillas y lo tiró al suelo mientras cogía el segundo (que iba de la M a la Z). Encontró a Madame Alexandria en un anuncio que ocupaba una cuarta parte de la página, y en el que ofrecía todo tipo de servicios, desde "Astrología" hasta "I Ching". Su dirección, su teléfono y su página web aparecían en negro sobre un fondo azul cielo, y la lista de servicios llenaba tres columnas en verde, entre las que se había dibujado una rueda de dieciséis radios. Khalil rió entre dientes. Durante décadas, Mary había capeado las leyes de adivinación anti-cíngaras por todo el Imperio Británico. Y ahora atraía a sus clientes con un anuncio diseñado sobre la bandera de los Rom. No tenía ni idea de que se hubiera vuelto tan internacional...
Arrancó la página y volvió a dejar el volumen en su estantería. A continuación, se agachó para coger el primer tomo (de la A a la L) y dejarlo en su sitio. Vio que el otro libro había quedado abierto por las páginas de locales nocturnos: "Los Caballeros de Gala, Club de Bailes Exóticos", "El Asador de Gary" y "Gehena".
Gehena. Khalil volvió a mirar. Estaba escrito en letras mayúsculas, inmensas pero delgadas. El fin del mundo, el ascenso de los Antediluvianos, era el nombre de un bar. Resulta divertido. Khalil siguió leyendo. "Deja atrás al rebaño". "No se permiten cámaras ni vídeos". El Ravnos parpadeó; era una forma extraña de decirlo, y también resultaba extraño que gastaran espacio para decir eso en las Páginas Amarillas. Las frases "Entretenimiento para adultos en vivo" y "Buffet libre cubierto" estaban tan juntas que resultaba difícil decir dónde acababa la primera y empezaba la siguiente; ambas líneas podrían leerse como "Buffet libre de adultos en vivo" y "Entretenimiento cubierto". "Abierto desde la puesta del sol hasta el amanecer, siete noches a la semana". Khalil se quedó con la boca abierta. Nadie podía ser tan descarado... "Club 666; Fiesta con DJ La Bestia cada viernes". Miró el número de teléfono que había al final del anuncio: 718—722—2288. Cogió su móvil y, frunciendo el ceño, pronunció la palabra. 718—SABBATT.
—Mierda —dijo Khalil, y empezó a reír en voz alta—. Mierda...
Resultaba divertidísimo. Era terriblemente obvio. Era sumamente estúpido. Era brillante: el Sabbat había abofeteado en la cara al príncipe de la Camarilla con su presencia, estableciendo un punto de contacto sin el aburrido Elíseo y las normas... Iría aquella noche para ver si era cierto o no. No podía serlo, pero tenía que...
Los cerrojos de la puerta empezaron a abrirse. Los gritos y las risas de Khalil se detuvieron de golpe.
Ramona entró, sucia de polvo y mugre. Empezó a cerrar la puerta de nuevo, lanzando una mirada a su compañero.
—¿Alguna noticia? —preguntó, con un tono que reflejaba que no esperaba ninguna.
—Sí —respondió Khalil casi a gritos—. ¡No!
Sonrió de oreja a oreja.
—No, el Nosferatu no ha llamado para celebrar otra reunión. Pero sí, tengo noticias. Vamos a salir. Vamos a ver a la competencia y a empezar un pequeño juego.