Capitulo 30

Jueves, 19 de agosto de 1999, 2:08 AM

Bauer House

Ciudad de Nueva York

Era uno de los espectáculos más nauseabundos que Khalil había visto en su vida... y eso que, en Calcuta, había vadeado por un mar de mierda que le llegaba hasta la cintura. En realidad, siempre que se había acercado demasiado al Ganges había vadeado por un mar de mierda que le llegaba hasta la cintura. Había visto sangre, flemas y todo tipo de fluidos corporales expelidos y rociados en diversas situaciones, desde la decapitación hasta el orgasmo y el frenesí de alimentación vampírica.

Pero aquella insulsa habitación sin vida era uno de los peores escenarios en los que había estado. La perfección clínica de los arreglos florales, las colchas suaves y gélidas, las repisas de las ventanas sin una mota de polvo... todo ello formaba un entorno tan extraño para el shilmulo que éste empezó a temblar, sin poder apenas soportar la espera.

Sin embargo, esperó. Bauer House era la dirección que el Sabbat le había proporcionado para que disfrutara... y él había obligado a su etéreo amo a que le permitiera visitarla. Sucediera lo que sucediera en sus futuros tratos con Jean-Paul, se apoderaría de su premio de sangre en cuanto pudiera. Al fin y al cabo, era un Rom astuto que estaba acostumbrado a vivir gracias a su ingenio. De alguna forma, este cíngaro podría conseguir todo lo que quisiera. De alguna forma, sería capaz de engañar tanto al Sabbat como a su amo.

Khalil rió entre dientes cuando no oyó ninguna réplica procedente de la atmósfera india. A pesar de las últimas dificultades, había luchado contra aquella vieja cabra hasta conseguir un empate temporal.

Estos pensamientos consiguieron mantener la mente de Khalil alejada de su desagradable entorno durante unos instantes. A su alrededor estaba todo aquello por lo que los Estados Unidos eran odiados y ridiculizados en las naciones más pobres del mundo. Pero no se debía a que todo lo que había allí fuera excesivamente caro, ni a que una de las paredes estuviera decorada con atractivas fotografías de las celebridades de Hollywood y héroes deportivos, sino a que la inquilina de la habitación, y por lo tanto, los inquilinos de la casa (pues ellos habían educado a la zorra que había vivido en aquel lugar), estaban excesivamente alejados de las realidades de la vida. Las verdades reales, como la sangre, la mugre y el terror.

El mundo es así en todos los lugares, excepto en esta habitación, pensó el Ravnos.

Se sentó con brusquedad sobre la cama, arrugando a propósito la colcha. Después blasfemó, se levantó y la estiró. Prefería cogerla por sorpresa; abalanzarse sobre ella cuando ésta ignorara que él estaba a sus espaldas. Quería hacerlo así porque estaba seguro de que era una zorra demasiado confiada, una mujer que estaba segura de saber todo aquello que fuera importante, y eso significaba que estaría segura de saber qué debía hacer a continuación, porque el mundo había sido concebido pensando exclusivamente en ella. Diablos, el día de paga de sus años mortales llegó cuando fue escogida, entre miles de millones de mortales, para convertirse en inmortal. Era obvio que la vida de la Tierra giraba dando vueltas a su alrededor.

Khalil, molesto, cerró el puño con fuerza. A continuación empezó a reír. Puede que hubiera una razón diferente a la sangre por la que quisiera (necesitara) hacer esto. Pero también se rió de eso, porque él no solía pensar en las razones que había tras las cosas que hacía. Al fin y al cabo, todo era consecuencia de sus instintos.

Palmeó la cama una vez más y se dirigió al gran armario que había inspeccionado con anterioridad. Dejó atrás las paredes repletas de fotografías recortadas de revistas. Al principio se sintió confuso, pues entre las imágenes de cantantes, actores y deportistas que decoraban las paredes vio que una atractiva joven realizaba todas aquellas actividades con ellos. Tuvo que reconocer que esa mujer era bastante guapa: la piel de sus brazos y piernas era de color melocotón, bronceada por el sol. Llevaba su largo cabello atado o suelto y sus ojos azules miraban triunfantes en un campo de infinitos colores brillantes. Finalmente se dio cuenta de que aquella era la mujer a la que había venido a buscar esa noche, Tabitha Bauer. A pesar de vivir en Nueva York, era la típica rubia californiana estereotipada.

Se metió en el armario y cerró la puerta. Entrar en la casa le había resultado igual de sencillo. Había esperado a que los compañeros de la muchacha regresaran de cualquier acto de gala al que hubieran asistido como consecuencia de la desaparición de su niña un mes atrás. En el intervalo de los veintitantos segundos que habían tardado en desconectar la alarma, entrar en la casa y volver a conectar los aparatos de detección, el escurridizo shilmulo se había colado en su interior.

Un murmullo en la puerta de la habitación silenció los pensamientos de Khalil. Sus instintos se prepararon para actuar.

Era Tabitha, que había ido a visitar su antigua habitación, tal y como Jean-Paul le había indicado. La observó tenso mientras entraba en el cuarto y cerraba silenciosamente la puerta. Encendiendo una lamparilla de mesa, la muchacha se giró y abrió un cajón de una cómoda que había contra la pared. De ella sacó una camisola de flores. Dejándola sobre la almohada, Tabitha empezó a desvestirse. Sus largas y esbeltas piernas aparecieron desde los confines de sus sedosos pantalones. Acarició la colcha para alisarla después de dejar los pantalones sobre la cama, y alisó la manga de su blusa violeta mientras la doblaba y la dejaba sobre sus pantalones.

Khalil la observaba, pensando que éste era otro de los motivos por los que el mundo odiaba a los americanos: realmente era cierto que tenían a las mujeres más bellas del mundo. Casi podía oler la luz del sol que emanaba de la piel de Tabitha quien, a pesar de las semanas que llevaba viviendo entre los no muertos, conservaba un brillante bronceado.

Mientras se desabrochaba el sujetador, Tabitha se soltó el cabello. Era tan largo que cayó por su espalda y ocultó sus redondeados pechos y su flexible estómago.

Cuando se inclinó hacia delante para quitarse la ropa interior, Khalil salió de su escondite.

Tabitha se sobresaltó al oír la puerta del armario, pero se giró lentamente hacia su atacante, estrechando los ojos ante su engreída sonrisa.

—Ten cuidado, extraño. No sabes dónde te estás metiendo.

Era evidente que Tabitha no se había dado cuenta de que era un vampiro. Khalil tiró a la joven Ventrue al suelo, entre la cómoda y la cama. La muchacha gritó sorprendida, luchando contra aquella fuerza y velocidad sobrenaturales, pero él pudo amortiguar sus gritos con la camisola. Khalil la hizo caer de espaldas y se sentó sobre su suave y contorsionado estómago.

Ella murmuraba, suplicaba y blasfemaba, pero Khalil no pudo descifrar ninguna palabra, ni tampoco deseaba hacerlo. Mientras intentaba liberarse de él, Khalil chupó sus pechos y, a continuación, hundió sus ansiosos colmillos en la gran arteria de su axila izquierda, que había quedó expuesta cuando ella extendió el brazo.

Una dulzura increíble anegó su boca y empapó sus sentidos. Se echó hacia atrás tras dar dos grandes tragón la muchacha aún le golpeaba, pero ahora también temblaba. Khalil había asumido completamente el control.

—Gracias por afeitarte esta zona de tu cuerpo cariño —dijo Khalil—. Es otra de las buenas costumbres que tenéis los americanos.

Y entonces volvió a beber mientras su lengua exploraba las paredes de la arteria. A medida que la ambrosía de la vida entraba con fuerza en su interior, Khalil sintió que un hormigueo le recorría todo el cuerpo, desde la cabeza hasta los pies. Lamentó que los esfuerzos de la mujer fueran perdiendo energía a medida que él se hacía más fuerte, pues le gustaba aquella pelea.

Sin embargo, lo que más lamentaba de todo era que el flujo de su sangre se estuviera ralentizando. Los chorros se convirtieron en un goteo y lo que antes se había precipitado rápidamente hacia su boca, ahora tenía que succionarlo para que llegara.

En aquellos momentos, Tabitha estaba prácticamente inmóvil, de modo que se demoró en su carne como si fueran los restos de una colilla. Después, le apartó la camisola de la cara, pues aún le quedaba energía suficiente para mirar a su asesino.

—Simplemente se tiene que chupar, ¿verdad? —dijo Khalil con un gruñido, mientras volvía al ataque y extraía la última gota de su cuerpo, que fue la más brillante y sabrosa de todos los litros que había bebido. Aquella gota era la esencia de la luz del sol. Khalil sintió que el hormigueo de su cuerpo se convertía en calor, y entonces conoció los favores que se concedían a aquellos que devoraban a Vástagos de sangre más antigua. Diablerie.

Disfrutó de aquella sensación, pues transcurrió a cámara lenta. Y cuando se recuperó, lo único que quedaba de aquella muchacha genuinamente americana era una delicada silueta de cenizas tan suaves y sedosas como lo había sido su cabello.

Khalil se levantó, pero inmediatamente se detuvo y se acuclilló, bajando la cabeza hasta el suelo. Inhaló y sopló con fuerza para esparcir el polvo por toda la habitación. Su meticulosa madre nunca sabría la razón por la que la habitación estaba tan polvorienta aquel jueves por la mañana del mes de agosto.