Capitulo 31

Miércoles, 25 de agosto de 1999, 9:59 PM

Un sistema de túneles y cavernas

Ciudad de Nueva York

Hesha, desde su lecho de enfermo, medio olió y medio vio una figura que se había detenido en el umbral de la puerta de su oscura habitación. Sopesó la forma y el olor: no era el pequeño que olía a sarna, el que le había llevado las ratas cada noche; tampoco era el hombre ocupado y risueño que solía bromear con el chico; ni era el tipo alto con ordenador portátil que solía sentarse y teclear sus visitas; ni tampoco la mujer que había examinado su cuerpo cada noche y le había llevado aguja e hilo de seda para ayudarle a curarse. No era ninguno de ellos ni ningún otro que conociera, y eso que en aquellos momentos creía conocer a todas las personas de la madriguera por su olor, su voz o su complexión. Por lo tanto, se trataba de alguien nuevo... posiblemente "él", el jefe, al que todos los demás mencionaban de vez en cuando.

La figura rechoncha y encorvada encendió ligeramente las luces. Era un Cainita mucho más viejo que el resto: un antiguo Nosferatu que estaba envuelto, como una momia, por una capa con capucha... Parecía un leproso. En la actualidad, los jóvenes solían llevar abrigos y sudaderas, y cuarenta años antes recordaba haber visto sombreros y gabardinas. ¿Qué edad debía de tener éste?

La figura se aproximó un poco más, arrastrando los pies. Hesha consiguió ver un rostro deforme y unos ojos grandes y negros que ni eran idénticos ni ocupaban sus lugares correctos en sus cuencas, que eran demasiado redondas. Mientras unas órbitas de azabache se vertían sobre el rostro de Hesha, unos dedos nudosos, similares a garras, se acercaron y apartaron la manta. En ella había manchas de color rojo oscuro y marrón que seguían la forma del cuerpo del Setita. Hesha podía sentir que algunas de sus heridas aún no se habían cerrado; por ellas se filtraba toda la sangre que conseguía llegar hasta allí, que ahora se había endurecido en la tela. Atentamente, con el dorso de sus terribles garras, el antiguo examinó las terribles heridas y pareció decepcionado.

Se sentó en la silla que había a los pies de la cama del Setita y su ropa crujió. A continuación, miró (de forma no amenazadora) la cara de su paciente.

—Me han dicho que has recuperado la consciencia —era una voz ronca, probablemente de hombre.

Con cuidado, Hesha intentó hablar. De su boca salió un áspero y doloroso "Sí" que nunca hubiera reconocido como propio. Aunque no añadió nada más, el silencio se hizo interminable.

—Eres prudente. No has dicho el típico "¿Dónde estoy?" que, a mi entender, es la primera pregunta que suele hacer todo el mundo.

El Setita no respondió.

—¿Te importaría presentarte? —tras una breve pausa, el Nosferatu continuó—. De acuerdo, Hesha Cazador del Sol, Profeta de Henem.

—¿Quién... te ha dado ese nombre? —graznó el Setita enojado—. No lo profanes...

—Profeta del Tifón, si prefieres.

—Prefiero... y me gusta mucho más... Ruhadze —susurró Hesha.

—Como quieras. Puedes llamarme Calebros; todos mis jóvenes amigos me conocen por este nombre.

—Me honra —consiguió decir Hesha.

—¿Has oído hablar de mí? —el Nosferatu parecía alarmado.

—No —respondió el Setita, de forma significativa. Su anfitrión rió entre dientes.

—Ya veo que nos comprendes.

—Pensaba... que... sí.

—¿Qué dudas tienes ahora? Eras uno de nuestros aliados.

—Atlanta... —Hesha jadeó. Al hablar le dolía la parte superior del pecho y parecía tener problemas con sus pulmones—. La reunión de los Toreador... a la que me invitasteis a... asistir. —Esperó mientras intentaba coger más aire—. El Sabbat preparó una emboscada. Vegel fue asesinado por el Sabbat, o por vuestra... trampa. Fuera como fuera, eso hizo que se levantaran... sospechas.

—Ya veo —contestó Calebros—. ¿Y esas sospechas dieron lugar a algún tipo de desquite por tu parte?

—¿...disculpa?

—Desquite —repitió Calebros—. No contra nosotros, pues sospecho que eres demasiado astuto como para hacer algo tan directo y, francamente, pareces necesitar nuestra ayuda con cierta frecuencia.

Hesha no podía hablar; tenía la garganta y la boca como papel calcinado. Sin embargo, Calebros pudo ver consternación en el rostro de su paciente.

—Siempre he oído decir que tienes una mente detallista —dijo el Nosferatu, metiendo una mano en un pliegue de su capa y sacando lo que parecía un rollo de papel, como el de las cajas registradoras o las máquinas de sumar—. Permíteme que te refresque la memoria.

Calebros empezó a desenrollar el papel como si fuera un valioso pergamino y leyó en voz alta lo que decía la diminuta letra manuscrita en el anverso de los números púrpuras:

—Atlanta. Su socio, el señor Vegel, estaba presente. Cierto hechicero regente desapareció. Pareció haber implicaciones Assamitas. Resulta difícil confirmarlo, pues el Sabbat hizo que la capilla explotara poco después y el alto mando de los Tremere no suele devolvernos las llamadas... cuando sus asuntos internos están implicados. —El Nosferatu desenrolló el papel un poco más. Leía casi desinteresadamente, como si fueran los artículos de la lista de la compra—. Calcuta. Un hechicero con quien te pusiste en contacto fue atacado y asesinado cuando iba a reunirse contigo. El asesino era un Assamita. Está confirmado. También en Calcuta, Rani Surama, tras tu visita recibió un castigo bastante severo de su sire, el Príncipe Abernethie. Se nos ha informado de que Surama ya no está ni entre los vivos ni entre los no vivos. —Calebros desenrolló algo más de papel—. Quizá, la defunción de Surama es menos significativa, considerando que durante tu estancia en Calcuta, todos y cada uno de los Vástagos de la región de Bengala fueron misteriosamente aniquilados... con la única excepción de usted y un socio. Más cerca de casa, parece ser que dos Tremere, un regente y un representante del consejo, acabaron prematuramente sus servicios en Nueva York y Baltimore, respectivamente... dos de sus centros de operaciones. En ambos casos, se sospecha que hubo implicaciones Assamitas. Puede imaginarse mis dudas para reunirme con usted —añadió Calebros—. Tener una charla con Hesha Ruhadze parece estar reñido con la longevidad.

Hesha se aclaró con dolor la garganta y, educadamente, dio la espalda a su anfitrión para escupir una flema sangrienta y tejido de garganta carbonizado en otra dirección.

—Tres supervivientes... bengalíes.

Calebros comprobó de nuevo sus notas; a continuación, observó enigmáticamente a Hesha.

—Tres supervivientes —repitió Hesha, recuperando ligeramente la fuerza de su voz—. Un librero Nosferatu. Hablé con él antes y después... de lo que sucedió, fuera lo que fuera. Me prometió que se pondría en contacto con Bombay... sobre Atlanta.

—No hemos oído nada de eso —dijo Calebros.

Hesha dejó que su voz descansara. Ya no estaba en una posición que le permitiera explicar los errores de comunicación de los Nosferatu, así como tampoco lo estaba de comprender la gran agitación que había sacudido a Calcuta durante su estancia en aquel lugar. Además, no conocía ninguna razón que justificara las actividades Assamitas accidentales que parecían seguirle a él y a su personal como una sombra. ¿Podía ser que los hijos de Haqim también estuvieran buscando el Ojo? Fue un pensamiento inoportuno. Cuanto menos contacto tuviera con los Assamitas, mejor.

Fatigado, Hesha volvió a tumbarse en la cama. Estaba demasiado débil para poder defenderse. Los Nosferatu le habían cuidado hasta ahora, pero simplemente lo habían hecho para descubrir todo lo que sabía. Era evidente que Calebros se mostraba receloso... y Hesha no podía ofrecerle ninguna prueba que demostrara su inocencia. Si las ratas de cloaca sospechaban que tenía planes perversos, su convalecencia sería breve e infructuosa. No son amenazadores, pensó. Ésta era su única esperanza. Reconoció que había otros caminos que llevaban a la ruina... caminos de los que le resultaría más difícil desviarse si los seguía. Si los Nosferatu estaban interesados en él y la muerte de Vegel había sido una trampa, Hesha tampoco tendría ninguna oportunidad.

—La muerte de Erich Vegel —dijo Calebros rompiendo el profundo silencio, como si hubiera adivinado los pensamientos de Hesha—, creemos que fue accidental. No su muerte real, por supuesto... cualquier grupo del Sabbat con el que tropezara hizo lo que le hizo de forma totalmente intencionada... pero las circunstancias que le condujeron a la muerte no las planeamos nosotros. —Hizo una pausa—. ¿Vegel se puso en contacto después de entrar en el Gran Museo?

Hesha sacudió la cabeza. De hecho, él había intentado llamar a Vegel aquella noche pero, por alguna razón, sólo había conseguido que Victoria Ash cogiera el teléfono móvil de Vegel.

—Preparamos todo para que usted recibiera la invitación a la fiesta de la señora Ash —dijo Calebros—. Descubrimos el paradero de un objeto que usted llevaba varios años buscando y pensábamos devolvérselo. Aún no hemos olvidado el servicio que nos prestó en Bombay.

Hesha asintió, comprendiéndolo.

—El Elíseo del Príncipe Bennison parecía la oportunidad perfecta. Verá, el Ojo de Hazimel estaba escondido en una de las estatuas que la señora Ash había adquirido y que estaría expuesta en el museo.

Sólo con gran esfuerzo Hesha pudo mantener su aspecto cansado. El Ojo de Hazimel. Lo había tenido en sus manos... hacía varias noches, aunque no estaba seguro de cuántas habían sido. ¿Se lo habían dado a Vegel? Entonces Hesha no sólo lo había tenido una vez, sino dos.

—El Ojo fue entregado a Vegel —dijo Calebros— junto con una ruta de escape para que huyera del problema que estábamos esperando. Desgraciadamente, el problema que esperábamos no fue el que tuvimos.

El Nosferatu estrujó el rollo de papel que había estado leyendo y se lo metió en el bolsillo.

—O al menos, no fue el único que tuvimos. Esperábamos un asalto del Sabbat en el Gran Museo. Era la oportunidad perfecta para entregar el Ojo a su hombre. Sin embargo, lo que conseguimos fue un ataque total. Una guerra. Y que Vegel falleciera.

Hesha estaba tumbado sobre su espalda, escuchándolo impasible. Sin embargo, en su interior no estaba tan tranquilo. Se le estaba formando un nudo dentro del atrofiado órgano que, mucho tiempo atrás, había sido su estómago. El nudo había comenzado en el mismo momento en que supo que tanto él como Vegel habían tenido (y perdido) el Ojo... y cada vez se estaba haciendo más grande.

La noticia de la destrucción de Vegel (un acontecimiento que Hesha había asumido, aunque no confirmado, hacía diversas semanas) era simplemente la capa más externa de la información, la cáscara exterior de una cebolla. Hesha estaba acostumbrado a ir quitando capas. Si tenía que creerse el relato de Calebros, el hecho de que Vegel hubiera muerto se debía a que alguien, algún Nosferatu, se había equivocado en sus cálculos. Y mucho. Alguien había hecho suposiciones carentes de base y éstas habían pasado por la línea de comunicación. Aquellos que ocupaban una posición superior (quizá el propio Calebros) se habían equivocado o habían sido incapaces de detectar las suposiciones incorrectas. Para la mayoría de los clanes, habría sido una vergüenza. Para los Nosferatu, que intentaban ser útiles para otros clanes y por lo tanto sobrevivían reuniendo e intercambiando información, había sido un peligroso golpe para su credibilidad.

Quita una capa. ¿Dónde estaba el error? El ataque del Sabbat había sido, de hecho, un ataque frontal contra la Camarilla americana, de modo que los Nosferatu ahora tenían que preocuparse de algo más que del tema de la credibilidad. El grupo al que apoyaban estaba a punto de ser aniquilado en gran parte del continente. De repente, la supervivencia le pareció una razón menos abstracta: si alguno de los clanes de la Camarilla sobreviviera a la disolución del grupo, el que tendría mayores posibilidades de hacerlo sería el de las discretas ratas de cloaca.

Quita otra capa. Los Nosferatu habían pensado que el Sabbat atacaría el Elíseo del Príncipe Bennison y, sin embargo, no le habían dicho nada. Seguramente, la ventaja del caos para completar una transacción con el criado de Hesha no era una razón suficiente para asumir ese riesgo. Indudablemente, los Nosferatu tenían otros planes. Así que la pregunta era la siguiente: ¿qué planes? ¿Qué beneficio era tan importante como para poner en juego la enemistad de un príncipe y arriesgarse a ser acusados de traición por el resto de la Camarilla?

Quita otra capa. ¿Por qué debería un antiguo Nosferatu (un ser familiarizado con el poder de la inferencia y la deducción) compartir esta información con un Setita? En este punto, el estómago de Hesha empezó a coagularse. ¿Por qué? La razón más probable sería la de descubrir todo lo que supiera el Setita y, en este caso (en el que el Setita en cuestión apenas tenía la fuerza necesaria para sentarse, comer y, mucho menos, defenderse), le parecía bastante posible que el Setita no lograra abandonar nunca aquel lugar... y que, en breve, sus conocimientos murieran con él.

—Más tarde encontramos su ropa —informó Calebros.

La mente de Hesha volvió a centrarse en Vegel.

—Y después, su cadáver, a cierta distancia —continuó—. Un cadáver tuerto, vacío de sangre, que empezaba a convertirse en polvo. Estamos completamente seguros de que era su cuerpo.

Hesha sentía que cada nuevo detalle era como un escorpión que tiraban entre sus andrajosas sábanas, otro fragmento de información que jamás abandonaría aquella habitación. Si no, ¿por qué le estaba explicando tantas cosas? Entonces se le ocurrió otra respuesta posible. Calebros estaba intentado convencerlo, persuadirle de que las ratas de cloaca no habían jugado sucio. ¿Por qué el Nosferatu intentaba convencer a alguien a quien simplemente iba a destruir?

—Eso es lo que dice usted —dijo Hesha con dolor. Si en este punto aún importaba su buena voluntad, no estaría totalmente indefenso, aunque sólo podría defenderse con palabras. Forcejeó contra el deseo de sentarse y comprobar la expresión de Calebros. Pensó que, de todas formas, le resultaría difícil descifrar los deformes rasgos del Nosferatu. Se produjo una larga pausa.

—No se me ocurre ninguna forma de demostrárselo —dijo finalmente Calebros.

Hesha asintió y volvió a aclararse la garganta.

—En Calcuta... me reuní con Michel, el Tremere. Me debía un favor. Yo estaba buscando el Ojo... a alguien que había visto a través del Ojo. Un Assamita llegó hasta Michel antes de que yo supiera nada. Destruí al Assamita. ¿Su fuente no les comentó eso?

Calebros no respondió, sino que simplemente continuó mirándolo y escuchándolo.

—En lo que respecta a... la población de Vástagos de la región de Bengala —continuó Hesha, aunque su voz volvía a debilitarse—, me halaga que me culpe de ello... pero es algo que está mucho más allá de mis posibilidades.

Hesha sufrió un ataque de tos. Su garganta y su pecho ardían.

Tras unos instantes, el ataque pasó.

—No se me ocurre ninguna forma de demostrárselo —añadió, copiando las palabras de Calebros—. Conoce mi verdadero título. Los Assamitas representan una amenaza tan grande para mis responsabilidades como el Sabbat. Quizá incluso mayor.

Ambos antiguos, tanto el Setita como el Nosferatu, guardaron silencio durante largo rato. Contemplaron la oscuridad, sopesando sus recelos y los hechos. Para Hesha, la cuestión estaba sujeta a discusión. Aunque no creyera las palabras de Calebros (y todo lo que había dicho el Nosferatu parecía bastante coherente), estaba bajo la protección de las ratas de cloaca y su seguridad dependía de ellas.

Finalmente, Calebros habló.

—Parece que ambos tenemos nuestra propia historia. Además, los dos carecemos de medios para demostrar o desmentir nuestras palabras.

—Eso parece.

—También parece que el mejor interés de mi clan consiste en pasar el Ojo a un propietario menos, digamos, conspicuo que el que lo tiene en estos momentos. Hay pocas preguntas en lo que respecta a todo lo demás. ¿Aún sigue interesado en poseerlo?

—Sí.

Calebros se detuvo un momento.

—Entonces no veo ninguna razón por la que nuestra cooperación no pueda continuar.

—Tampoco yo.

—Y debo creerlo.

A través de la oscuridad, Hesha pensó que podía ver lo que parecía una sonrisa en el rostro del Nosferatu.

—Nosotros no olvidamos nuestras deudas, Hesha, Profeta del Tifón.

El Setita advirtió una señal de advertencia, pero decidió dirigirse a Calebros adoptando un tono de gratitud.

—Usted y su gente me han prestado un gran servicio.

—Confíe en mí —dijo Calebros, su voz no transmitía ningún tipo de ironía—. Preservar su mera existencia apenas se corresponde con la deuda de Bombay o el valor del Ojo. Sin embargo, me sentiría complacido si lo considerara como un pago parcial para compensar la pérdida de su amigo Vegel en Atlanta. Allí tuvimos la suerte en contra; también estuvo en su contra en la catedral de San Juan.

—Puede que pronto se ponga a nuestro favor —sugirió Hesha—. Gracias, lo mismo digo.

—Supongo que estará deseoso de ponerse en contacto con sus criados —de algún lugar de entre los pliegues de su capa, el Nosferatu sacó un teléfono móvil—. Su arma favorita, supongo. Seguro que, en ciertas manos, es más poderosa que la espada.

El teléfono era plano y demasiado grande; tenía inmensas teclas brillantes de color amarillo verdoso: era el tipo de aparato diseñado para los incapacitados... un término que podía aplicarse a Hesha en aquellos momentos.

—¿Puede ver el dial? —preguntó su anfitrión. El Setita observó atentamente el grupo de teclas, entre sus párpados destrozados, y siseó afirmativamente. Levantó las manos (sólo la izquierda le obedeció) y empezó a marcar uno de los teléfonos directos de Janet con un dedo.

—¿Le importa? —Calebros señaló otra extensión (un teléfono negro de dos piezas de baquelita) y levantó el auricular.

Hesha intentó sonreír.

—Me sentiría más ofendido, creo, si ya no valiera la pena espiarme...