
Capitulo 26
Sábado, 14 de agosto de 1999, 10:30 PM
Brooklyn Heights, Brooklyn
Ciudad de Nueva York
—Ramona —dijo Khalil, mientras avanzaban por el pavimento, buscando alguna presa.
—¿Sí? —la Gangrel mantuvo la mirada en la calle; estaba hambrienta.
—Búscame un perista, uno con clase.
—¿A qué diablos te refieres cuando dices "con clase"?
El Ravnos bajó la voz.
—Estoy planeando algo grande —delante de ellos, una mujer se dirigía sola hacia... ¿podía ser un bar?—. No puedo seguir yendo a aquella vulgar tienda de empeños. Necesito un hombre que pueda manejar artículos de calidad.
Hizo una curva en su camino para acercarse al bar. Ramona se detuvo de golpe, mirándolo de una forma que ahora ya le resultaba familiar. ¿Qué diablos habré dicho esta vez?, se preguntó Khalil.
—¿Por qué crees que sé algo sobre esa mierda? Procedo de una buena familia, hijo de puta. No soy una ladrona... no voy por ahí robando mierda a no ser que sea absolutamente necesario...
—Pero conoces Nueva York mucho mejor que yo —respondió. Se encontraban delante de la puerta del bar y pudo ver, desde allí, que la mujer se había sentado sola—. Ya he encontrado a mi presa. Ve a buscar la tuya y reúnete conmigo en la oficina de correos a medianoche; si no vienes, iré sólo a la reunión.
* * *
El taxi se detuvo enfrente de un pequeño restaurante de Manhattan vistosamente decorado. Sarat Mukherjee acercó el coche al aparcamiento, apagó el motor, salió y le abrió la puerta a Khalil... una cortesía que Ramona no le había visto hacer antes. Al ver que el indio no volvía a entrar en el taxi, Ramona lo miró extrañada.
—¿Va a venir con nosotros? —susurró a Khalil.
El hombre se dirigió rápidamente al establecimiento, prometiéndoles que estaba todo preparado y que esperaran un minuto, por favor.
—Por supuesto. ¿Por qué no? El restaurante es de su primo.
—¿Vas a meter en esto a tus amigos? No puedo creerte. No puedes permitir que se enfrenten a este tipo de peligro...
—¿Qué peligro, querida?
Articuló la palabra sobre el capó del coche:
—El Sabbat.
—Ya están en peligro, cariño. Están vivos. Me conocen —sonrió con maldad y pasó bajo el arco de la entrada.
La Gangrel lo siguió sintiéndose culpable. Una camarera vestida con un sari apareció para darles la bienvenida y un niño pequeño que estaba bajando las sillas para la cena le dedicó una sonrisa curiosa y resplandeciente. Sarat, Khalil, un hombre vestido con un traje y otro que llevaba un delantal blanco hablaban cerca del centro de la sala. Ramona no podía entender el idioma (ni siquiera podía adivinar de cuál se trataba), de modo que se sentó pesadamente junto a una mesa cercana a la puerta. El niño se acercó a ella y limpió la mesa, con una sonrisa radiante que mostraba sus dientes (dos de adulto, uno de leche y un agujero en el que sólo asomaba una fina línea del esmalte). Ramona pensó en un ciclista (un miembro del Sabbat al que había visto por última vez con la mandíbula medio salida de la cara), pensó en el Gehena, en la esquelética chica de la entrada, en el chico con el que Khalil había intercambiado palabras, en Yve y en el estirado Jean-Paul... y volvió a levantarse.
—Khalil, tenemos que hablar —los cuatro hombres se volvieron para mirarla.
—Eso mismo es lo que he venido a hacer, querida —echó una ojeada al reloj—. Eso es lo que estaba haciendo. Los emisarios del Sabbat llegarán en un minuto y los Mukherjee y yo tenemos que ultimar los preparativos.
Dijo otra frase en aquel extraño idioma y el cocinero, la camarera y el niño empezaron a mover los muebles.
—¡Khalil! Tienes que sacarlos de aquí antes de que lleguen los malditos "comisarios".
Su compañero se giró lentamente para mirarla.
—¿Tienes escrúpulos, cariño? —echó un vistazo a su alrededor: había una mesa y dos sillas en medio de la sala y dos grandes mesas redondas a ambos lados de la puerta, rodeadas cada una por seis sillas—. Van a sentarse contigo mientras yo hablo con el pez gordo. Aunque se vayan, el pez gordo sabrá que han sido ellos quienes nos han preparado esta cena. ¿Realmente quieres sentarte sola enfrente de uno de los tipos que conocimos la otra noche?
Ramona cerró los puños en una agonía de miedo y autocontrol. Con gran esfuerzo, logró decir:
—Envíalos a casa.
Khalil se acercó más a ella, riendo.
—Viven aquí. Sarat y su familia viven en el tercer piso y el dueño del restaurante en el segundo. Sacaré al niño de la vista, si eso es lo que te inquieta.
Ramona espetó algunas frases selectas que había aprendido en el barrio de Los Ángeles en el que se había criado.
—Mientras eso signifique que sí, de acuerdo. Ahora siéntate, cariño —volvió a dirigirse al hombre del traje y las luces del restaurante perdieron intensidad. La familia Mukherjee (sólo los adultos) ocupó sus asientos junto a Ramona y Khalil se sentó en una de las sillas que había en la mesa central.
Poco después, la puerta se abrió y las campanillas que pendían en lo alto repicaron débiles.
Khalil observó, tan fríamente como le fue posible, mientras el tiburón y el gato entraban en la sala. Tras comprobar la disposición de las mesas, llamaron por señas a un pequeño rostro que había junto a la entrada. Entonces entró el mono y el perro sostuvo la puerta para el resto del grupo: la tortuga y el gallo y, finalmente, detrás de todos ellos, Jean-Paul.
Su gélida mirada se detuvo en Ramona, los ayudantes de Khalil, la mesa para seis vacía y el asiento que había quedado libre para él en la mesa central. Olfateó el aire con evidente disgusto. Chasqueando los dedos, ordenó al grupo que ocupara sus asientos. Tras observar cuidadosamente su silla, se sentó y empezó a hablar sin saludar ni hacer ninguna introducción.
—Respecto a Hesha, estamos deseosos de realizar ese encargo, pero el hombre ha desaparecido. Incluso existe la sospecha de que, si no hemos podido encontrar su pista... es simplemente porque ya no existe.
Khalil frunció el ceño ligeramente.
—No lo creo. Si así fuera, lo sabría.
Jean-Paul pareció sorprendido.
—¿De verdad?
Sólo lo sabrías si yo te lo dijera, sapo inmundo. Y tendrás que mendigar antes de que lo haga.
Khalil ignoró la voz; este asunto sólo le incumbía a él.
Estás más que bienvenido a tu "asunto", chiquillo. Espera y verás.
El Sabbat levantó una ceja y continuó hablando.
—Por supuesto, si lo encontramos, cumpliremos nuestra parte... pero para protegernos de un trabajo infructuoso, debo preguntarle si, en caso de que ese hombre haya encontrado su segunda y definitiva muerte, respetará el precio que hayamos fijado, sea el que sea.
—Sí, siempre y cuando lo demuestren.
—Por supuesto.
Jean-Paul sacó un pequeño cuaderno de cuero y un bolígrafo de oro.
—¿Puede decirnos algo sobre las últimas actividades de Ruhadze? ¿Algo que pueda ayudarnos en nuestra búsqueda?
—¿Quieren que les proporcione información?
—Queremos saber quienes son sus enemigos Setitas, sus amigos, socios, hábitos, cacerías... Cualquier cosa que pueda ayudarnos.
La expresión del Ravnos se agrió.
—Para eso, tendría que dejar algo definitivo sobre la mesa. Puede que no lo encuentren y entonces, ¿qué conseguiría yo si les proporcionara esa información a cambio de nada? Ya sabe que se trata de una serpiente que goza de una posición privilegiada. Desde dentro.
La boca del aristócrata se torció. Arrancó una hoja de su libreta y escribió un nombre, una descripción y una dirección. Jean-Paul deslizó el papel sobre la mesa y dijo amablemente:
—Ésta es la última niña del príncipe. Echa de menos a su mamá y a su papá, pobrecita. Duerme en el refugio de Michaela, por supuesto, pero la mayoría de las noches visita su antiguo hogar, después de que se apaguen las luces. Si va a este lugar, la verá. ¿Es suficiente?
Khalil leyó la nota, sonrió y asintió. Dobló el papel y lo guardó en su bolsa. A continuación, con cuidado, ignorando los airados rugidos de la voz de su cabeza, explicó todo lo que sabía sobre Hesha Ruhadze. El Sabbat (es un Ventrue renegado, decidió Khalil. Este petimetre no puede ser nada más que eso) apuntó todo lo que le decía. Hizo algunas preguntas y el Ravnos respondió a casi todas con sinceridad. Evitó, cautelosamente, todos y cada uno de los puntos relacionados con Elizabeth y el interés que tenía Hesha en ella... no quería que aquellos animales hicieran una visita al apartamento que había convertido en su refugio.
—Excelente —dijo Jean-Paul—. Ahora, hablemos del Ojo. No estamos preparados para discutir el pago de su oferta. Supongo que imagina lo difícil que resulta juzgar la magnitud de la deuda en la que podemos incurrir.
Khalil sonrió. ¿Qué precio tenía el Ojo de un vampiro Antediluviano? O de un Matusalén, dependiendo de la historia que creyeras.
Voy a avisarte por última vez. Eres joven y estúpido y pretendes entrometerte en los asuntos de tus antiguos. Si negocias esas cosas sin que yo dé el visto bueno, lo lamentarás.
—Existen ciertas lagunas en nuestros conocimientos. Ya sabe lo difícil que puede ser discernir entre la verdad y la fantasía con estos objetos fabulosos. Esperamos que pueda explicarnos algo más sobre el Ojo. Para despertar el apetito de mis socios, necesito un poco menos de leyenda y un poco más de realidad. No estoy seguro de que ellos sean conscientes de la importancia de ese objeto —Jean-Paul suspiró y sonrió ligeramente, con afectación. Daba la impresión de que se estaba tomando el Ojo con seriedad, a pesar de las remilgadas dudas de sus superiores.
Khalil se dio cuenta de que no se estaba burlando de él. Los ojos del Ravnos parpadearon una vez y miraron a Jean-Paul con sorpresa, pero aparte de eso no mostró más signos del miedo que sentía, y que prácticamente lo había dejado paralizado. Al fin y al cabo, no saben qué es el Ojo. Esto no puede estar sucediendo. No me lo creo.
—Realidad... leyenda; es difícil establecer la diferencia, ¿verdad? Puedo decirle de qué han hablado mis compañeros... —Khalil empezó a narrar la leyenda que afirmaba que el Ojo de Hazimel se había convertido en el Mal de Ojo del folklore mortal. Mientras hablaba, pensaba en el paso en falso que había dado. Había asumido que el Sabbat estaba al tanto de la existencia de aquel objeto, que era consciente de todo lo que estaba haciendo y de los estragos que había causado el monstruo que lo poseía. Sin embargo, lo desconocían por completo; si no, la criatura francesa de rostro amarillento no estaría dando vueltas al tema de esa forma.
Khalil empezó a explicarle cómo Hazimel había sacado su propio Ojo de su tumba. Todo lo que sepan sobre él será lo que les haya explicado yo. ¿Por qué habían creído en el peligro que suponía cuando les contó la verdad sobre él? ¿Por qué le iban a dar todo lo que pidiera si no daban ninguna credibilidad a su información? O peor aún, puede que le dieran todo lo que había pedido, pero que rechazaran su forma de pago. Lo único que tenía Khalil era información. Se asustó al pensar qué más podrían considerar esas criaturas un pago en especie. Si el Sabbat no apreciaba su valor real en relación con el Ojo... su sólida posición de negociación se vería restringida por la ignorancia de su enemigo. Su seguridad radicaba en su valor... y este valor, a parte del Ojo, se encontraba en su clan (que había desaparecido), su información sobre Hesha (que ya había revelado) y su sangre, que era un bien que prefería que siguiera perteneciéndole.
En lo más profundo de su consciencia, podía oír aquella risa odiosa y burlesca extendiéndose por áridas distancias.
¡Cállate, viejo monstruo venenoso!
Jean-Paul acabó de escribir, miró la hoja y volvió a deslizar el bolígrafo en su manga.
—Creo que a partir de ahora todo irá muy bien —se levantó—. Nos pondremos en contacto con usted en cuanto haya algún avance en el tema de Hesha o en el del... Mal de Ojo. Debo decirle que ha sido un placer trabajar con usted. Debo confesarle que tenía ciertos reparos en hacer negocios con un cíngaro... Rom, ¿así es cómo se llaman entre ustedes, verdad?
Khalil se levantó.
—Algunos de nosotros.
—¡Cómo cambian los tiempos! Un Ravnos y una Gangrel trabajando juntos... un hombre como usted recurriendo a mi organización en busca de ayuda... ¿Está teniendo algún problema para encontrar a sus compañeros de clan en Nueva York?
—No —respondió el Ravnos con brusquedad.
—Es extraño —murmuró el Ventrue, haciendo unas señas a sus guardias—. Muy extraño. Buenas noches, monsieur Khalil.
* * *
Más tarde, después de que el taxi de Sarat los hubiera dejado en la calle, delante del almacén, Ramona miró de reojo a su compañero. Era moreno, holgazán, ladrón...
—Gitano --dijo en voz alta.
Khalil dejó de buscar las llaves y la miró con resentimiento.
—¿Por qué no puedes buscar a tu propio perista, cíngaro? Pensaba que tu gente lo había convertido en un arte.
—"¿Tu gente?" —sonrió con tristeza—. No me gusta nada destruir tu sentido del romance, querida, pero "mi gente" es tan honrada como cualquier persona sudaca, hispana o negra.
Los ojos de la mujer llameaban.
—Tú también tienes sangre mestiza, ¿verdad, cariño? ¿Conoces a tu padre?
Vio que había dado en el blanco, pues las garras de Ramona se afilaron ligeramente. Él recapituló, adoptando un tono menos acusador para proporcionarle una respuesta.
—A no ser que haya un golpe de suerte fabuloso, no voy a encontrar ningún perista retorcido en ninguna de las tribus en las que estoy, ni siquiera en una de las ciudades más grandes del mundo. Y si ella o él fueran reales, nos hubieran catalogado de shilmulo en el mismo momento en que entramos por la puerta. "Mi gente" ve pequeñas cosas como esa. "Mi gente" también goza de cierta fama por ello —hizo una pausa—. Y el hecho de que sea un ladrón no significa que mi familia o mi tribu lo sean... Ellos eran hojalateros. Hojalateros pobres e insultados.
—Lo siento —murmuró Ramona.
—Sólo porque un shilmulo no pueda evitar dar un poco de brillo a la verdad, o coger algo que nadie estaba usando...
—He dicho que lo siento.
Ya basta de debilidades familiares, corneja. No estarías metido en este lío si no hubieras estado tan ocupado alardeando de tu estupidez y hubieses hecho algo más de caso a tus antiguos. Abre la puerta y cállate.