Capitulo 41

Miércoles, 1 de septiembre, 12: 59 AM

Red Hook, Brooklyn

Ciudad de Nueva York

—¡Que te jodan! —gritó Khalil a Liz, aunque ella no le pudo oír. El Ravnos balanceó las pesadas cadenas que había sujetado a un lado del monstruoso y monstruosamente feo escritorio que llenaba la habitación. De sus ojos saltaban chispas; con voz ronca murmuró:— Bien, está bien. Beberé la sangre de su calvo padre negro, y entonces ella estará bajo mi control. ¡Puta serpiente!

Volvió a golpear el escritorio con las cadenas.

A continuación, dio unos pasos y se sentó en el sofá. Las cadenas y esposas que solían aprisionar a Elizabeth A. Dimitros colgaban junto a sus pies. Intentó calmarse, pero tenía un apetito desmedido y desafiante, tenía un monstruo en el estómago que estaba furioso, pues le había sido negada la vieja sangre que Khalil había venido a reclamar.

Así que, finalmente, tendría que recurrir a la sangre de Hesha para culminar la fase de emancipación. Juró por las pelotas del Rey Rakshasa que ese momento no tardaría en llegar.

Había regresado unos momentos antes para descubrir que Liz se había ido. Tampoco estaba Ramona. La Gangrel no había estado con él cuando había podido serle útil, cuando el Sabbat iba tras él. De todos modos, al final tampoco la había necesitado.

—¡Que le jodan también a ella! ¡A partir de ahora, que se busque la vida!

Debería haber devorado a aquella jodida serpiente noches o semanas antes, pero había pensado que disponía de tiempo suficiente para conseguir más poder y buscar a Hesha.

Y ahora Khalil se había quedado sin tiempo. Hesha tendría que esperar una noche más, pero en cuanto tuviera la sangre de esa vieja serpiente, Liz tendría que hacer todo lo que él le pidiera. Puede que incluso fuera mejor de esta forma. Podría entretenerse con ella más adelante.

Khalil se sentó echando humo por las orejas, pero lentamente empezó a advertir algo... algo extraño, algo que no era correcto. Se quedó inmóvil e intentó determinar qué era, exactamente, lo que había llamado su atención. No había nada... pero entonces volvió a notarlo.

Había algo en las sombras... alguien en las sombras... escondido. ¿O no estaba escondido? Poco a poco, Khalil se fue concentrando y pudo ver una silueta pequeña y lastimosa agazapada en la oscuridad, en la esquina de la puerta principal. La criatura era más parecida a una rata sarnosa que a un humano. Su cuerpo estaba formado por arrugados trozos de carne y un hocico alargado que, aparentemente, sólo contenía dos colmillos similares a los dientes de un conejo.

—¿Acaso tus feos amigos han decidido que quieren que les devuelva el dinero? —preguntó Khalil, en tono amenazador.

El Nosferatu (era demasiado grotesco para ser otra cosa) salió bruscamente de su escondite cuando Khalil habló. Empezó a temblar y entonces pudo verlo bien. Y empezó a comprender. En ocasiones (antes de que fuera tan viejo y sabio), había estado demasiado distraído o asustado para realizar trucos como el que le había salvado el pellejo la noche anterior. Aquella pequeña rata de cloaca, al ver su furia salvaje, había tenido un problema similar... un ataque de nervios... y no había sido capaz de esconderse bien.

—Has calculado mal el tiempo —dijo Khalil.

La criatura, que se había quedado petrificada, se tomó esas palabras como una señal para huir, pero Khalil se puso en pie tan rápidamente como él. Cogió la cadena y, bloqueándole el paso, la golpeó. El pesado extremo de las esposas cayó con fuerza sobre la criatura y cortó su piel, haciendo que brotara sangre. Khalil saboreó sus gritos de dolor. Dirigió contra el intruso toda la rabia frustrada que había reservado para Liz.

—¿Dejaste a mi serpiente en libertad? —gruñó Khalil, mientras su furia resurgía. Volvió a balancear la cadena; esta vez, los grilletes chocaron contra una de las muñecas del Vástago y desgarraron la mano con la que se estaba protegiendo el rostro mientras se encogía acobardado y gritaba. Volvió a oscilar la cadena. Khalil estaba bastante seguro de que aquel animal no tenía nada que ver con Liz, pero eso no cambiaba las cosas: Liz se había ido, Ramona se había ido y Hesha no estaba allí... así que el Nosferatu tendría que cargar con toda la fuerza del disgusto de Khalil. Totalmente fuera de control, el Ravnos lo azotó con la cadena una y otra vez, hasta que la bestia, retorciéndose de dolor, quedó tendida sobre un charco de sangre. Aunque sus grandes ojos estaban medio cerrados por la hinchazón, miraban fijamente a Khalil.

Éste dio unos pasos en su dirección.

—Estabas en el lugar equivocado, en el momento equivocado —dijo, sacudiendo la cabeza. A continuación, se aproximó un poco más.

* * *

Poco después, el mutilado Nosferatu no era más que un montón de polvo y recuerdos. Khalil, tirado en el suelo, saboreaba la placentera sensación que había inundado su cuerpo. Se había alimentado de tres Vástagos en las dos últimas semanas... y dos habían sido aquella misma noche. Todos ellos lo habían infravalorado: la Ventrue chiquilla del privilegio, Jean-Monsieur-Gilipollas-Paul, y la rata. Aquello había aliviado ligeramente el dolor de la huida de Liz.

—Zorra ingrata —murmuró Khalil, estirándose sobre la alfombra y frotándose el vientre—. Después de todo lo que hice por ella...

Sin embargo, lo mejor aún estaba por llegar. Seguramente no ocurriría inmediatamente. Khalil ya había visto bastantes cosas de Nueva York y estaba listo para dirigirse a otras praderas más verdes y tranquilas. Praderas en las que no todo el mundo quisiera su pellejo. Pero sabía que alguna noche lograría atrapar a Hesha Ruhadze, y entonces... entonces Khalil probaría, por fin, la sangre del Setita.

¿Tienes la intención de quedarte ahí tumbado hasta que todos los Nosferatu de la ciudad sepan lo que has hecho con esta patética criatura?

Poco a poco, Khalil se incorporó ligeramente hasta quedar apoyado sobre los codos. Sonrió, casi ebrio, y movió el dedo en el aire.

—No me digas nunca más lo que tengo que hacer —su sonrisa desapareció y empezó a acariciarse el bigote, pensativo—. Pero tienes algo de razón.

Se puso en pie.

—No hay ninguna necesidad de quedarse aquí más tiempo.

El maletín (y todo el dinero) estaba a salvo, pero Khalil no pudo evitar recoger los anillos y piedras preciosas que había tirado varias noches atrás en un arrebato de cólera. Mientras introducía estos diminutos tesoros en sus bolsillos, le empezó a preocupar el gran montón de polvo en forma de cuerpo que había en el suelo. Si deseaba alejarse estratégicamente de la ciudad, tendría que barrer los restos de la rata y dejarlos debajo de la alfombra para disponer de unas horas más.

Tras perder unos minutos buscando una escoba, Khalil tuvo que conformarse con un aspirador y se puso manos a la obra. Apenas llevaba aspirada una pierna cuando se dio cuenta de que la puerta del apartamento estaba abierta... y de que había alguien en el umbral. Un alguien muy alto.

Khalil dio media vuelta, blandiendo el aspirador como si fuera un cuchillo. El recién llegado (si es que era un varón) estaba envuelto de la cabeza a los pies en harapos y ropa raída. Y olía a rata de alcantarilla. A pesar de ese pequeño recuerdo de Calcuta, a Khalil no le gustó nada recibir aquella visita... especialmente si quien le visitaba era un Nosferatu.

—Permíteme adivinarlo —dijo el shilmulo, con una sonrisa tan encantadora como poco sincera—. Olvidé un punto.

Cuidadosamente, dejó el aspirador en el suelo.

El recién llegado, con el mismo cuidado, empezó a deshacerse de los harapos que cubrían su cabeza y su rostro. Tras quitarse un par de capas, Khalil se dio cuenta de que no era un Nosferatu.

—Hesha.

Los ojos del Setita oscilaron entre el montón de polvo incriminatorio y los grilletes vacíos del sofá, para volver a posarse en Khalil.

—Si le has hecho daño a Elizabeth...

Hesha no tuvo que acabar la frase, pues a Khalil le resultó bastante sencillo leer la expresión del rostro de su acusador. En unos segundos, su mente ya había preparado una docena de mentiras; sin embargo, en aquella ocasión, por irónico que resultara, consideró que la verdad sería su mejor carta.

—¿Esto? —Khalil señaló los restos que había a sus pies—. Esto no tiene nada que ver con tu novia. Nada de nada. No tienes que preocuparte.

Mientras hablaba, Khalil avanzó despreocupado hacia el gigantesco escritorio que ocupaba gran parte de la pared más cercana. Distraídamente, advirtió el mortecino aroma de Liz, pero en esos instantes se sentía menos preocupado por el hecho de que la Setita hubiera desaparecido que por el hombre que tenía delante.

—Lizzie y yo estábamos unidos... estamos unidos —Khalil levantó dos dedos cruzados—. Ya sabes, como garam masala.

Hesha no parecía especialmente reconfortado por la broma. Aunque Khalil tenía un cuchillo escondido en la chaqueta, ahora que se encontraba delante de Hesha tenía serias dudas sobre si debía recurrir a la violencia física o no. No importaba el color de las mejillas de Khalil ni el rubor vigoroso que le había proporcionado la vitae de los Vástagos, porque el Setita, en persona, era muy... imponente.

Sin embargo, momentos después, Khalil recuperó los ánimos: Ramona entró por la puerta y se detuvo detrás de Hesha. Khalil dejó a un lado su talante adulador, sonrió con desdén y se irguió por completo.

—Ramona... —dijo triunfal el shilmulo. Indicó con un dedo su garganta.

Ramona se apoyó en el marco de la puerta y le devolvió la mirada.

La sonrisa de Khalil desapareció por completo.

—Ramona, ¿qué parte de esto —volvió a señalar la garganta con el dedo— es la que no comprendes?

—Ella comprende muchas cosas —respondió Hesha, avanzando ominoso.

Eso era todo lo que Khalil necesitaba ver.

Con un rugido desafiante, el Ravnos dio media vuelta y cogió el gran escritorio. Lo levantó del suelo y lo arrojó contra el cristal más cercano. La ventana pintada de negro se rompió en pedazos y Khalil se abalanzó hacia ella.

Hesha se acercó para intervenir, pero como sus movimientos estaban obstaculizados por todas las capas de ropa que llevaba, Khalil pudo dejarlo atrás rápidamente.

Sin embargo, Ramona no tenía ese problema. Moviéndose antes de que el escritorio cayera por la ventana, se abalanzó hasta el otro lado de la habitación y aterrizó sobre Khalil... y pasó completamente a través de él. Su falta de resistencia le costó el equilibrio y cayó al suelo. Se puso en pie en menos de un segundo y se preparó para volver a abalanzarse... ¿pero sobre qué? El gran ventanal estaba intacto y el escritorio seguía descansado contra la pared.

Khalil había desaparecido.

* * *

—No es ella —dijo Hesha, observando el polvo que había en el suelo—. Era un chico de Calebros. Un ratón. Les dije que no se preocuparan por el dinero.

—Te tomo la palabra.

Hesha parecía apagado. Quizá se debía al dolor que le causaba moverse. Se había quitado más capas de ropa y Ramona pudo ver que sus hombros seguían vendados y que algunas partes de las vendas estaban oscurecidas por aquello que exudaba de su cuerpo, fuera lo que fuera. La Gangrel había sido incapaz de mirar cuando Pauline presionó la raíz de azafrán ardiente contra algunas de sus heridas, pues sentía que ya había hecho bastante explicándoles cómo curar las heridas del Ojo. Además, su experiencia con el azafrán ya había sido bastante horrible. Ni siquiera quería pensar en el dolor que debía provocar aquel mismo tratamiento aplicado por todo el rostro de Hesha, su cabeza y la mayor parte del cuerpo. Se estremeció.

Hesha se dirigió a una silla y se sentó pesadamente. Fuera cual fuera el tratamiento al que se había sometido, lo había dejado debilitado. Unos ligeros temblores sacudían su cuerpo cada pocos minutos.

—¿Dónde está? —preguntó Hesha. Durante un par de segundos, Ramona pensó que su expresión de dolor podía deberse a algo más profundo que al dolor físico, pero entonces volvió a adoptar su gélida fachada.

—No lo sé —respondió. En parte era cierto, pues Ramona no lo sabía, no lo había querido saber. El trato consistía en que Hesha se aseguraría de que Liz estuviera libre. Había entregado a Ramona la llave en señal de su buena fe.

—Al menos —había dicho él— podrás liberarla tú misma.

Aparentemente, Hesha no esperaba que Ramona aceptara la oferta. Sin embargo, Liz le había dejado bien claro que no quería tener nada más que ver con Hesha... aunque lo había dicho con algo de melancolía. Ramona no confiaba tanto en Hesha como para arriesgarse a que le hiciera algo a Liz. Aquella pobre muchacha ya había tenido que soportar bastante... demasiado. De todas formas, Ramona había confiado en Hesha mucho más de lo que había confiado en Khalil, incluso en su primer encuentro, así que había regresado para llevar a cabo la segunda parte de su pacto con el Setita.

—Supongo que ahora estarás de acuerdo —dijo Hesha, aunque no fue totalmente capaz de borrar el tono de remordimiento de su voz— en que Khalil no es un aliado de confianza.

Ramona se encogió de hombros.

—No me coge demasiado por sorpresa —había observado de cerca cómo Khalil había mentido a los Nosferatu sobre la forma de curar las heridas causadas por el Ojo. Aunque éstos le habían dado el dinero... el dinero de Hesha... Khalil había mentido.

—Es una valiosa lección —dijo Hesha.

—¿Tan valiosa como doscientos cincuenta mil dólares?

Por primera vez, Ramona vio cómo se dibujaba una sonrisa en el rostro de Hesha.

—Si me ayudas a encontrar el Ojo, será mil veces más valiosa.

Ramona volvió a encogerse de hombros.

—Es tu dinero.