
Capitulo 34
Sábado, 28 de agosto de 1999, 11:09 PM
Red Hook, Brooklyn
Ciudad de Nueva York
El chasquido del cerrojo sonó tan fuerte como un trueno, y los crujidos de las bisagras fueron los más penetrantes que Ramona había oído en su vida. Se había ido cuando Khalil salió por la tarde para acudir a su cita en Tribeca, pero ella había regresado antes.
Cerró la puerta con llave y apoyó la espalda en ella. Elizabeth seguía sentada en el sofá y la estaba mirando. Sus cadenas estaban atadas alrededor y a través de un viejo radiador, además de a la columna.
—¿Quién eres? —preguntó tranquilamente Ramona.
Liz se sentó y continuó observando a la Gangrel durante medio minuto, antes de responder.
—Elizabeth Ariadne Dimitros.
Ramona sacudió la cabeza.
—Eso es simplemente un nombre... un nombre mortal. Ya no significa nada.
La mirada de Elizabeth se endureció, pero después suspiró y sus ojos se cerraron lentamente. Pareció desinflarse con el suspiro. Se había quedado sin todas las fuerzas para luchar, sin aquella rebeldía que era su armadura impenetrable contra Khalil.
—Tienes razón —contestó en voz baja.
La Gangrel se acercó un paso más.
—Yo soy Ramona chiquilla de Tanner. Yo... —se esforzó en buscar las palabras que la definían—. Yo vi cómo el Ojo destruía a mis compañeros de clan.
Elizabeth abrió los ojos de par en par, pero no dijo nada.
—¿Por qué estás aquí? ¿Cómo sucedió todo esto? —Ramona se acercó un poco más, se inclinó sobre ella y golpeó el suelo con la cadena.
La mirada de Elizabeth volvió a endurecerse. Empezó a decir algo, se detuvo y comenzó de nuevo.
—¿Por qué trabajas con Khalil?
—Esa cosa... el Ojo... está en la ciudad. Al menos lo estaba. Me dijo que podría encontrarlo.
—¿Y le creíste?
Ramona no respondió.
—Viste cómo destruía a tus compañeros de clan —dijo Elizabeth.
—Sí.
—¿Y no pudiste hacer nada para detenerlo?
—No —Ramona sacudió la cabeza. Estaba demasiado asustada, pensó.
—¿Y crees que Khalil puede hacer algo?
Ramona estaba erguida. Dio una patadita a la cadena con su pie deforme y se encogió de hombros.
—Quizá. Merece la pena intentarlo. No puedo darme la vuelta e irme —No por segunda vez, pensó mientras daba la espalda a Elizabeth y empezaba a rebuscar entre las diversas cosas que había sobre su banco de trabajo. Entre el desorden de rodillos de pintura y ropa había algunas joyas de oro que se le habían caído a Khalil.
—Te creo —dijo Liz después de unos instantes.
Ramona asintió.
—Bien —ni siquiera había pensado que pudiera cuestionar sus palabras—. Khalil me dijo que querías regresar con ese petimetre de Hesha.
Silencio. Ramona continuó inspeccionando el apartamento. Los minutos pasaron.
—No —respondió al fin—. Si tú y Khalil encontráis a Hesha, por favor, no le digáis nada de mí. Dejad que piense que estoy muerta. Realmente muerta.
Sin embargo, eran sus palabras las que estaban muertas. Sin vida.
Ramona reconocía ese aletargamiento... el muro que sostenía un dolor demasiado doloroso para poder afrontarlo. Un dolor más fuerte que el que Khalil le había causado.
—Me dejó expuesta al sol —continuó Liz—. Éstas son suyas.
Movió las esposas.
—¿Por qué?
—Para castigarme. Por rebelarme contra él. Iba a convertir a otra persona en lo que... en lo que somos nosotros. Y ese hombre, mi amigo, decidió que prefería morir antes que convertirse en esto. Por eso lo dejé. Y Hesha vino a buscarme. Está acostumbrado a tener todo lo que quiere. Me cambió y me dejó como un sacrificio a Ra... al sol. En realidad, Khalil me rescató —rió con amargura—. No estoy totalmente segura de que Khalil comprenda la situación. Creo que espera que Hesha le agradezca el hecho de haberme rescatado, o algo así.
—No creo que Khalil quiera hacer ningún trato con Hesha —respondió Ramona—. Lo único que desea es matarlo.
Liz rió entre dientes.
—¿Khalil? ¿Matar a Hesha? Eso no sucederá nunca. Hesha es demasiado astuto, demasiado organizado, demasiado... demasiado perfecto.
—Ha recurrido al Sabbat para hacerlo.
Estas palabras parecieron desconcertar a Liz. No sabía qué era el "Sabbat" y Ramona sintió una ligera satisfacción por haber encontrado, por fin, a alguien que parecía saber aún menos que ella sobre aquello en lo que se habían convertido. Liz volvió a sumirse en su silencio protector. Ramona continuó examinado el apartamento y por primera vez pudo hacerse una idea de cómo era antes de que la energía destructiva de Khalil lo hubiera convertido en una prisión. Antes había sido un hogar. El hogar de Elizabeth.
Regresó junto al sofá. Volvió a inclinarse y recorrió con los dedos las cadenas de Liz.
—Hay cizallas en la estantería de mi taller —dijo Liz en voz baja, casi susurrando.
—Lo sé —respondió Ramona—. Las he visto.
Se sentía incapaz de mirar sus ojos suplicantes, así que se levantó para acercarse al banco de trabajo. Contempló las cizallas y pensó en las cadenas que aprisionaban a Liz... y en el Ojo.
—Él sabrá que yo te ayudé a escapar —dijo Ramona. Podía sentir su culpabilidad, pero no era tan fuerte como la que sentía por las muertes de sus compañeros de clan—. Aún necesito saber todo lo que sabe.
—Lo que podría saber —dijo Liz, con mordacidad.
—Lo que podría saber. Lo siento.
Ramona empezó a rebuscar entre los objetos que había sobre el banco de trabajo. Ignoró las grandes cizallas, pero cogió otras herramientas más pequeñas de metal (unas eran parecidas a las ganzúas que utilizaban los dentistas y la otra era una especie de lima). Se las acercó a Liz.
—Estas herramientas estaban en el sofá, en los huecos que hay bajo los cojines, antes de que pasara todo esto, ¿de acuerdo?
Liz asintió, agradecida.
—Nunca fui una buena ama de casa.
Ramona deslizó las herramientas bajo un cojín. Liz cogió una de las ganzúas y empezó a ocuparse del agujero de la llave de la esposa que rodeaba su muñeca izquierda, mientras la Gangrel limaba un eslabón de la cadena que podrían ocultar en caso de que Khalil regresara.