Capitulo 18

Viernes, 6 de agosto de 1999; 9:12 PM

Turtle Bay, Manhattan

Ciudad de Nueva York

Ramona mantuvo la distancia con Khalil mientras se aproximaban al club. Vestía una camiseta gris carbón y unas mallas que había cogido prestadas del armario de la mujer silenciosa. Él se había comprado una brillante camisa de seda con un intrincado estampado en azul, blanco y dorado (muy cara y muy llamativa). Si Khalil quería una mano adicional, ella estaría preparada, pero si quería convertirse en un objetivo, ella estaría en cualquier otro lugar. Observó cómo se contoneaba delante de ella, meciendo la funda de cuero negro del teléfono móvil que pendía de su cinturón, y apartó la mirada. Al llegar a la puerta cerrada y oscura, llamó dos veces sin vacilar y la puerta se abrió inmediatamente. Apareció una camarera con la que Ramona recordaba haber hablado, que vestía ropa bastante corriente (la noche anterior llevaba unas mallas negras). Tras darles la bienvenida, la mujer los condujo a la galería.

Mientras el Ravnos y la Gangrel subían las escaleras, dos personas seguían sus pasos por las escaleras opuestas. La camarera llegó a la zona superior y se hizo a un lado unos instantes para que todos pudieran verse bien entre sí. Mike Tundlight comparó sus rostros con los que recordaba haber visto en el club, y Umberto con los de la fotografía de la niña desaparecida y la de un informe de vigilancia. Khalil reconoció a Mike y, tras observar a su acompañante, que estaba envuelto en diversas capas de tela de los pies a la cabeza, se dio cuenta de que tendría que tratar con un segundo Nosferatu obviamente inferior... pues era incapaz de ocultar sus deformidades mediante la magia. En cuanto la camarera estuvo segura de que no estallaría ninguna pelea, empezó a moverse de nuevo. La galería tenía cinco puertas, todas abiertas de par en par. Al pasar delante de la primera, Ramona miró hacia el interior y vio un espacio vacío: cuatro paredes de yeso, un techo blanco de yeso y un suelo blanco de vinilo. Cuando el grupo se detuvo ante la puerta del centro, la camarera recitó como un autómata:

—Todas las salas son iguales. Son libres de examinarlas si así lo desean. Escojan una con la que todos estén de acuerdo. Los cerrojos sólo pueden utilizarse desde el interior y yo no poseo ninguna llave. Tampoco permaneceré en el edificio. La administración no se hace responsable de la seguridad de sus huéspedes, simplemente asegura un terreno neutral en el que puedan reunirse. En caso de hostilidad, daños al club o daños al personal, la administración tomará medidas contra la parte o partes agraviantes, por el bien de su propia reputación.

Observó a Mike, que estaba a su lado.

—Abrimos a las diez treinta —añadió, mientras empezaba a alejarse—. El señor Vetealacama me ha pedido que intenten haber acabado para entonces.

—Bien —Mike sonrió—. ¿Escogemos una sala? No creo que tengamos ninguna preferencia.

Khalil se deslizó hacia la puerta del centro. Mike lo siguió, seguido por la persona envuelta, y Ramona fue la última en entrar.

En cuanto estuvo en el interior de la sala, la mujer agradeció la brillante ropa de su compañero, pues rompía la monotonía. La sala era idéntica a la primera y los muebles, ahora que podía verlos, no eran demasiado animados: unas sencillas sillas de plástico transparente y una sencilla mesa de plástico transparente. Lo único que había allí, aparte de ellos, que no fuera transparente o clínicamente blanco, era un espejo de medio metro de lado que había tras la puerta. Deseó haber pasado la noche bajo el suelo pues, al menos, así podría haber ensuciado aquel lugar. Sintiéndose incómoda, se sentó junto a Khalil.

Éste se sentó aparentemente tranquilo, aunque en su mente la voz mantenía un comentario continuo. Desde que se habían apeado del taxi de Mukherjee, apenas había tenido un momento de silencio para pensar.

Insiste en ver qué lleva el segundo hombre bajo la ropa. Aunque no lleva nada, demostrarás que estás tomando las precauciones necesarias.

—¿A su amigo le importaría quitarse algunas capas de ropa? —dijo Khalil a Mike, señalando al extraño—. Simplemente quiero asegurarme de que no lleva ninguna estaca escondida. Por supuesto, no es más que un simple formalidad.

—No hay ningún problema —Mike ayudó a su compañero a levantarse de nuevo y le privó de su abultada túnica exterior. Ramona, que no estaba preparada para lo que veía, se quedó boquiabierta.

—No llevo nada en las mangas —dijo Umberto, de modo reconfortante. Su voz era bastante normal, aunque resultaba difícil precisar dónde tenía los labios. Su piel se aferraba a los huesos en algunas zonas, se combaba en su esqueleto en otras y había muy poca carne entre ellas.

—¿Usted puede enseñarnos su bolsa? —sugirió educadamente; entonces, Ramona descubrió que su boca discurría en diagonal por una mejilla.

Khalil abrió la bolsa. Mike cogió el teléfono, lo hizo girar entre sus dedos y se lo devolvió.

—Me alegro de que haya seguido mi consejo. Ha facilitado en gran medida esta reunión, ¿verdad?

A trabajar. Empieza preguntando por Hesha. Negocia los detalles de...

—Bien, caballeros. ¿Podemos empezar? —preguntó Khalil mientras el segundo Nosferatu volvía a taparse el cuerpo—. ¿Han realizado algún progreso en la caza de serpientes?

—En este lugar podemos hablar con franqueza —respondió Mike—. Está buscando a Hesha Ruhadze, ¿verdad?

—Sí.

—Suponga que sabemos dónde está. ¿De qué le serviría?

Menciona el Ojo. Estarán preparados para...

Khalil ignoró la voz de su amo.

—Mike, me temo que le di una impresión equivocada la otra noche —dijo esto a modo de introducción y se dio cuenta de que le gustaba cómo había sonado—. Conozco respuestas y usted recopila respuestas. Necesito algunas cosas.

En el fondo de su mente, advirtió que la presencia hacía una pausa. No estaba segura de hacia dónde quería dirigirse Khalil, y éste también lo ignoraba.

—¿Qué tipo de cosas?

—En primer lugar, Hesha Ruhadze. Quiero encontrarlo —su amo se relajó—. Quiero saber todo lo posible sobre él; a cambio, compartiré todo lo que sé sobre el funcionamiento interno de su organización.

No, cállate inmediatamente.

—En segundo lugar, como voy a tener que quedarme aquí demasiado tiempo mientras sus chicos lo buscan, quiero terrenos de caza y la promesa de que el sheriff del Príncipe no se entrometerá. Además, necesito algo de dinero para los gastos. También quiero información sobre Nueva York, sobre los Setitas que hay en este lugar, sobre la estructura de la Camarilla y sobre qué es lo que el Sabbat considera su territorio. En tercer lugar, quiero información sobre un Toreador llamado... —se sobresaltó y tuvo que callarse.

No digas ese nombre. Ni se te ocurra.

—Quiero... —volvió a empezar.

Obedéceme, imbécil.

Ramona lo miró fijamente. La sangre goteaba por su nariz y sus ojos se desenfocaron.

—No importa. No importa. Sólo esas dos cosas —osciló débilmente una mano a modo de negación.

Mike y Umberto se intercambiaron una rápida mirada.

—¿Qué nos ofrecerá a cambio?

—Ustedes son quienes tienen... la emergencia —consiguió decir el Ravnos entre aquel dolor continuo y vengativo.

Voy a destruirte por tu insolencia, muchacho.

—Esto se ha convertido en un mercado de vendedores, donde la oferta es mayor que la demanda. Están bajo una sangrienta tormenta —se irguió en la silla—. Y yo soy el hombre que vende los paraguas.

Si intentas volver a enfrentarte a mí, te atraparé personalmente y reclamaré mi sangre... Te romperé los huesos con mis dientes y sorberé sus tuétanos mientras sigues con vida.

Khalil se levantó y la voz siguió gritando, furiosa.

Mike sacudió la cabeza.

—No estoy seguro de comprender de qué está hablando. Acaba de pedirnos diversas cosas pero no nos ofrece demasiadas razones para que se las demos. Khalil, mis amigos querrán saber qué puede hacer usted por nosotros.

Khalil rió en voz alta. Podría resistir. Le dolían los oídos por las advertencias y la furia; le costaba oír su voz y la de Mike, pero tenía la impresión de que una de ellas carecía totalmente de sentido. Sin embargo, el agarre del viejo bastardo era débil. Podría resistir.

Con el ceño fruncido y mirada profunda, Ramona miró hacia la mesa, abrió la boca y dijo bruscamente:

—Si encuentran a Hesha, les diremos cómo curar las heridas provocadas por el Ojo. Si ignoran qué es el Ojo, es que no saben nada —se puso en pie y cogió por el brazo a su tambaleante compañero.

—Explicaré su... afirmación a mi gente. Les llamaremos.

—Bien —respondió Ramona—. Háganlo rápido.

Ayudó a Khalil a cruzar la puerta, incapaz de oír las risotadas que resonaban en la cabeza de su compañero. Éste no opuso resistencia; se mantuvo en silencio, petrificado por la magnitud de su humillación, y dejó que la Gangrel lo guiara.

En cuanto estuvieron en la calle, se volvió hacia él.

—¿Qué diablos ha pasado? ¿Te has vuelto loco? No has hecho nada de lo que me dijiste anoche. Dijiste que hablarías de la forma de curar a Hesha. ¿Qué cojones te ha pasado? —sacó un arrugado pañuelo del bolsillo de sus pantalones y secó la sangre del rostro de Khalil. El Ravnos apenas se dio cuenta... entre las burlas de su amo y el sonido que inundaba su mente, la voz hablaba de nuevo.

Estúpido. Estúpido. Mil veces estúpido. Sufrirás mi ira hasta que tu corazón se fría por el esfuerzo. La pequeña chiquilla de nuestro enemigo... de la que te advertí que te alejaras... ha hecho mi voluntad sin que la instigara mínimamente. Triple bastardo de babuino. Y eso que te dije que podía traicionarte... Sus risas le impidieron finalizar la frase.

—Quería una oferta mejor —murmuró Khalil—. Sé demasiadas cosas valiosas, viejo bastardo.

Ramona dejó caer los brazos inmediatamente.

—¿Me estás llamando bastarda? ¡Serás hijo de puta!

Pero los ojos de Khalil no la miraban a ella, sino que se dirigían hacia Oriente, hacia Calcuta.

Adelante. Pelea con ella. Me gustaría verlo.

Sabía que en la agenda de su amo no había nada anotado para él, excepto, quizá, su supervivencia. Sin embargo, la criatura nunca le había hecho la menor promesa de ello. De alguna forma, tenía que conseguir alejarse de su poder. Se juró a sí mismo que lo haría e imploró a los dioses en los que no creía que le dijeran cómo se había sometido a ese monstruo.

Preocupada, Ramona le apremió.

—Venga, hombre. ¿Qué te pasa?

Khalil no respondió. Avanzaron por la acera juntos, alejándose del club. A su alrededor se arremolinaban grupos de personas que se reunían para cenar y bebedores tempraneros. La muchacha, que no comprendía nada, intentaba ayudarlo y en diversas ocasiones impidió que chocara contra las farolas. Los bloques avanzaban en un silencio sobrecogedor.

Finalmente, Khalil dejó de caminar y su cabeza se despejó de la voz... del dolor. Las calles estaban abarrotadas. Había mortales por todas partes, caminando, conduciendo, comiendo, bebiendo, riendo, peleando. Realmente, América era la tierra de las oportunidades. Tantas personas que podían ser privadas del dinero, los bienes o cualquier otra cosa que deseara. Este pensamiento le animó... el pensamiento y el hecho de haber desafiado a su amo. Más o menos. Khalil empezó a tener una cálida sensación en su interior.

Se detuvo. Ramona dio un par de pasos más antes de darse cuenta.

Khalil descubrió que aquella cálida sensación no era consecuencia de su orgullo recién encontrado ni de aquella calurosa y apacible noche, sino que procedía de su bolsillo.

Introdujo la mano y sintió el radiante calor de la gema (la piedra que inexplicablemente había absorbido su sangre unas noches antes). Empezó a correr.

—¿Qué diablos? —Ramona, que acababa de llegar a su altura, le siguió refunfuñando.

Khalil intentaba evitar con poco entusiasmo al resto de los peatones. Ignoró los comentarios de los neoyorquinos y se abalanzó hacia la siguiente esquina. La piedra cada vez estaba más caliente. Miró a su izquierda para cruzar la calle (más fría) y a continuación, a su derecha, a la acera (más caliente).

Corrió diversos edificios más... cada vez estaba más caliente. La piedra parecía guiarlo hacia delante. Se obligó a detenerse en las intersecciones y esquivar el tráfico. Más caliente. No estaba seguro de si había perdido a Ramona o si ésta, simplemente, había dejado de maldecirle.

La piedra estaba increíblemente caliente, pero el calor no quemaba.

Y entonces la vio: estaba al otro lado de la calle, llamando a un taxi. En medio de la multitud empapada en sudor, una mujer lo miraba fríamente, tan indiferente a la ola de calor como él. Sus labios carnosos y maquillados aún estaban fruncidos por llamar al taxi. Llevaba su largo y espeso cabello negro peinado hacia atrás y adornado con cuentas y trenzas. Vestía un traje de brillantes tonos rojos y púrpuras, algo entre un sencillo vestido de campesina y un traje de corte medieval, y llevaba una serie de pañoletas y bandas enrolladas alrededor de su cuerpo. Bajo toda aquella ropa, era oscura y genuinamente bella, aunque estaba bastante demacrada y amargamente triste.

—¿Khalil? —Ramona consiguió alcanzarle en el bordillo.

Casi se había olvidado de ella. Ramona lo miró desconcertada, levantando las cejas. Siguiendo su mirada, Khalil advirtió que la piedra emitía un color rojo crepúsculo a través de sus delgados pantalones.

—¿Te alegras de verme? —preguntó Ramona.

—Quédate aquí —susurró Khalil a la Gangrel—. Tengo que hablar con alguien.

Se dirigió a grandes pasos hacia la calle, sin acabar de creer que aquella mujer estuviera al otro lado. Cuando un taxi se detuvo delante de ella, se le hizo un nudo en el estómago, pero la mujer hizo gestos para que se alejara y esperó por él.

—¿Khalil?

Él asintió y avanzó ansiosamente hacia ella.

—Imaginé que eras tú. Qué sorpresa —exclamó en su idioma nativo. Extendió el brazo y acarició su bigote con una uña pintada.

Khalil empezó a sonreír... y entonces sintió una sacudida de pánico. Las últimas personas de la Tierra a las que deseaba ver en aquellos momentos era a las de su raza, pero él y Ghose no habían sentido la necesidad incontrolable de asesinarse mutuamente, así que, seguramente, Mary también estaría a salvo. Khalil la cogió de la mano y la abrazó a modo de bienvenida... para mantener sus uñas bien lejos de su rostro. Fue consciente de que Ramona les estaba observando desde el otro lado de la calle y de que la mujer Ravnos estaba observando a Ramona.

—Hola, Ravana. Hacía años que no te veía. La última vez fue en Delhi, ¿verdad?

—Hola Mary. Fue en Delhi —cogió su brazo. Mientras hablaban, pasearon dando la vuelta a la manzana—. ¿Qué estás haciendo en Nueva York?

Ella se encogió de hombros.

—Viajando. Déjame pensar... de Delhi a Londres, de Londres a Hong Kong... si quieres vivir mucho tiempo, mantente lejos de allí, amigo. De Hong Kong a California, de California, a Nueva York... más o menos. —Movió los brazos con un gesto grácil para despedirse del resto del siglo—. Ahora dime, ¿dónde estabas tú cuando acabó el mundo? Y no intentes decirme que estabas aquí.

Cambiando de tono, añadió:

—Porque yo estaba aquí.

—En la India —admitió Khalil.

Mary levantó las cejas.

—¿Sobreviviste en India? ¿Dónde? —preguntó, medio en broma.

—En un pequeño pueblo —respondió brevemente, con modestia.

—Oh, ya veo que, para salvar tu alma, no puedes decirme la verdad —le dio un codazo.

—No sabía que hubiera algo en juego, Mary.

Continuaron andando durante un rato sin hablar.

—¿Quién hubiera imaginado —dijo ella, finalmente— que Khalil Ravana sobreviviría a la India? Y por otra parte, ¿quién hubiera pensado que yo sobreviviría a Nueva York? —suspiró con fuerza—. Sin embargo, aquí estoy. La "Reina gitana"... la Romni más anciana de los Cinco Municipios.

Sujetó con más fuerza el brazo de Khalil y, cuando éste la miró, vio que una delgada lágrima de sangre se deslizaba por su mejilla. Le ofreció su pañuelo (recordaba vagamente que alguien lo había presionado contra su mano hacía un rato) y le limpió la cara.

—No hay nadie más —Mary sollozó silenciosamente—. Salí del trance el sábado por la noche, con la cabeza de Andreas en mis manos. Él era el último. Nunca imaginé que sería capaz de luchar de esa forma. —Volvió a secarse los ojos—. A todos ellos les hice un bello funeral... He pasado toda la semana cerca de sus hogares... —dieron la vuelta a la cuarta esquina y empezaron a avanzar por la calle en la que se habían encontrado. Cuando volvieron a ver a la Gangrel, Mary le preguntó:— ¿Quién es tu amiga gaji?

Introdujo el extremo manchado de sangre del pañuelo en su boca y lo chupó.

—Un pequeño gusano forastero. Una mujer agradable. Nadie le ha dicho ni una sola palabra sobre la contienda ni sobre nosotros. No le expliques nada —le advirtió. Brevemente consideró la opción de hablarle sobre el otro Ravnos que acababa de llegar a la ciudad, pero decidió que se guardaría la información para él, al menos de momento—. Lo único que le he dicho es que soy independiente.

—Muy bien. Si alguien lo supiera, podrían hacernos desaparecer en menos de una semana.

Khalil se aclaró la garganta.

—Han sido golpeados con bastante fuerza —hizo señas a su compañera y ésta se unió a ellos—. Ramona chiquilla de Tanner, esta es Mary... ¿Hoy tienes apellido, Mary?

—Tinker. Mary Tinker. Sin embargo, me temo que para los clientes soy Madame Alexandria. Ahora soy médium... me has pillado con el traje de trabajo. Hoy en día es un negocio muy próspero, e incluso legal. Si pasáis algún día por mi tienda, os adivinaré el futuro.

La Reina de Nueva York tendió una mano a la Gangrel y asintió educadamente.

—Creo que conozco a su sire, joven... un poco. ¿Qué tal está?

—Muerto —respondió Ramona misteriosamente.

Mary sonrió con dulzura y se levantó un poco las faldas para moverse.

—¿Acaso no lo estamos todos?