Así la enseñanza universal y la
palabra misma de emancipación intelectual podían estar al servicio
de los progresivos que trabajaban para el
mayor beneficio del Viejo. La división del trabajo se realizaba de
la siguiente manera: a los progresivos, los métodos y las patentes,
las revistas y los diarios, que mantenían el amor a las
explicaciones por el perfeccionamiento indefinido de su
perfeccionamiento. Al Viejo, las instituciones y los exámenes, la
gestión de los sólidos fundamentos de la institución explicativa, y
el poder de la sanción social. «Por eso todas esas patentes de
invenciones que se cruzan en el vacío del sistema explicador:
explicaciones de lectura, escritura metamorfoseada, lenguas puestas
al alcance de todos, cuadros sinópticos, métodos perfeccionados,
etc., y tantas otras cosas bellas, copiadas en libros nuevos que
contienen una nueva explicación de libros viejos; el todo
recomendado a los explicado-res perfeccionados de nuestra época,
quienes se burlan con razón los unos de los otros y de sus
augurios. Jamás como hoy merecen tanta lástima los dueños de
patentes. Son tan numerosos que apenas se puede encontrar a un
escolar que no tenga su pequeña explicación perfeccionada; de modo
que estarán muy pronto limitados a explicarse recíprocamente sus
explicaciones respectivas (…) el Viejo se ríe de sus disputas, las
provoca, nombra comisiones para juzgarlas; y, una vez las
comisiones han aprobando todos los perfeccionamientos, no cede su
viejo cetro a nadie. Divide y vencerás. El
Viejo se reserva para él los colegios,* las universidades y los
conservatorios; solamente otorga a los otros las patentes; les dice
que ya es mucho y le creen.
«El sistema explicativo, como el tiempo, se alimenta de sus
propios hijos, a los que devora a medida que los produce; nace una
explicación nueva, un perfeccionamiento nuevo, y muere
inmediatamente para dejar sitio a otros miles (…).
»Así se renovará el sistema
explicativo, así se mantendrán los colegios de latín y las
universidades de griego. Gritaremos, pero los colegios durarán. Nos
burlaremos, pero los doctísimos y los clarísimos seguirán
saludándose entre sí, sin reír, metidos en sus viejas ropas de
ceremonia; el joven método industrial insultará a los científicos
remilgados de su abuelo, y con todo los industriales emplearán
siempre sus reglas y sus compases perfeccionados para construir el
trono donde el viejo decadente reina sobre todos los talleres. En
una palabra, los industriales harán cátedras explicativas mientras
haya madera sobre la tierra.»[109]
Así la victoria en marcha de los
ilustrados sobre los oscurantistas trabajaba para renovar la más vieja
causa defendida por los oscurantistas: la desigualdad de las
inteligencias. De hecho, no había ninguna inconsistencia en esta
división de roles. Lo que fundaba la distracción de los progresivos es la pasión que
funda toda distracción, la opinión de la desigualdad. Un explicador
progresista es, en primer lugar, un explicador, es decir, un
defensor de la desigualdad. Es cierto que el orden social no obliga
a nadie a creer en la desigualdad, que no impide a nadie anunciar
la emancipación a los individuos y a las familias. Pero este simple
anuncio -que nunca habrá bastantes gendarmes para impedirlo- es
también el que encuentra la resistencia más impenetrable: la de la
jerarquía intelectual que no tiene otro poder que la
racionalización de la desigualdad. El progresismo es la forma
moderna de este poder, purificado de toda mezcla con las formas
materiales de la autoridad tradicional: los progresistas no tienen
otro poder que esta ignorancia, que esta
incapacidad del pueblo que funda su sacerdocio. ¿Cómo, sin abrir el
abismo bajo sus pies, podrían decir a los hombres del pueblo que no
los necesitan para ser hombres libres e instruidos de todo aquello
que conviene a su dignidad de hombres? «Cada uno de estos
pretendidos emancipadores tienen su rebaño de emancipados a los
cuales ensilla, embrida y espolea.»[110] También están todos unidos para
rechazar al único método malo, el método
funesto, es decir el método de la mala emancipación, el método -el antimétodo-
Jacotot.
Los que silencian este nombre
propio saben lo que hacen. Pues es este nombre propio el que
establece por sí solo toda la diferencia, el que pronuncia
igualdad de las inteligencias y cava el
abismo bajo los pasos de todos los dadores de instrucción y de
felicidad al pueblo. Es importante que el nombre sea silenciado,
que el anuncio no suceda. Y que al
charlatán se le diga: «Por mucho que grites por escrito, los que no
saben leer sólo pueden aprender de nosotros lo que tú has
publicado, y seríamos bien tontos anunciándoles que no tienen
necesidad de nuestras explicaciones. Si impartimos lecciones de
lectura a algunos continuaremos utilizando todos los buenos métodos, pero jamás los que pudieran dar la
idea de emancipación intelectual. Guardémonos de empezar por hacer
leer plegarias, el niño que las aprende podría creer que las
entendió por sí solo. Sobre todo, que no sepa nunca que el que sabe
leer las plegarias puede aprender solo a leer todo lo demás (…)
Guardémonos de pronunciar jamás estas palabras emancipadoras:
aprender y relacionar.»[111]
Sobre todo, lo que había que impedir era que los pobres
supieran que podían instruirse a través de sus propias capacidades,
que tenían capacidades -esas capacidades
que ahora reemplazaban, en el orden social y político, a los
antiguos títulos de nobleza-. Y lo mejor que se podía hacer para
eso era instruirlos, es decir, darles la medida de su incapacidad.
Por todas partes se abrían escuelas, en ninguna parte se quería
anunciar la posibilidad de aprender sin maestro explicador. La
emancipación intelectual había fundado su «política» sobre un
principio: no intentar penetrar en las instituciones sociales,
pasar por los individuos y las familias. Pero se estaba en un
momento en el que esta separación, que era la oportunidad de la
emancipación, iba a convertirse en caduca. Instituciones sociales,
corporaciones intelectuales y partidos políticos iban ahora a
llamar a las puertas de las familias y se dirigían a todos los
individuos para hacer su instrucción. Hasta ese momento, la
Universidad y su bachillerato no controlaban más que el acceso a
algunas profesiones: algunos millares de abogados, de médicos y de
universitarios. Todo el resto de las carreras sociales estaban
abiertas a los que se habían formado a su manera. Por ejemplo, no
era necesario haber hecho el bachillerato para ser politécnico.
Pero, con el sistema de explicaciones perfeccionadas, se instauraba
también el de los exámenes perfeccionados.
Desde entonces, el Viejo, con la ayuda de perfeccionadores,
censuraría cada vez más con sus exámenes la libertad de aprender de
una forma distinta que por sus explicaciones y por la noble
ascensión de sus grados. El examen perfeccionado, representación
ejemplar de la omnisciencia del maestro y de la incapacidad del
alumno para igualarlo, se desarrollaría en adelante como el poder
inevitable de la desigualdad de las inteligencias sobre la vía de
los que querrían caminar en la sociedad con su propio paso. La
emancipación intelectual veía así inexorablemente como la
perversión del antiguo orden se mantenía en los progresos de la
máquina explicativa.