No nos preguntamos si el señorito instruido sufre esta
mutilación. El talento del sistema está en transformar la pérdida
en beneficio. El señorito avanza. Se le
enseñó, por lo tanto aprendió, entonces puede olvidar. Detrás de él
se abre de nuevo el abismo de la ignorancia. Pero ahí está lo
maravilloso de la cosa: esta ignorancia a partir de ahora es la de
los otros. Lo que ha olvidado, lo ha superado. Ya no está para
deletrear y repetir como las inteligencias groseras y los alumnos
más pequeños de la clase infantil. En su escuela no se es un loro.
No se carga la memoria, se forma la inteligencia. He comprendido, dice el pequeño, no soy un loro. Cuanto más olvida, más evidente le
resulta que comprende. Cuanto más inteligente se vuelve, más puede
observar desde arriba a aquellos que ha sobrepasado, a aquéllos que
permanecen en la antecámara del conocimiento, delante del libro
mudo, a los que repiten porque no son bastante inteligentes para
comprender. He aquí el genio de los
explicadores; atan al ser que han inferiorizado al país del
atontamiento con el lazo más sólido: la conciencia de su
superioridad.
Esta conciencia, además, no destruye los buenos sentimientos.
El señorito instruido quizá se sentirá conmovido por la ignorancia
del pueblo y querrá trabajar en su instrucción. Sabrá que la cosa
es difícil con cerebros que la rutina ha endurecido o que la falta
de método ha extraviado. Pero, si se dedica, sabrá que hay un tipo
de explicaciones adaptado a cada categoría dentro de la jerarquía
de las inteligencias: se pondrá a su
alcance.
Ya llegará el momento de hablar de lo que habla el libro:
¿qué piensas de Calipso, del dolor, de una diosa, de una primavera
eterna? Muéstrame lo que te hace decir lo que
dices.
El libro es la fuga bloqueada. No se sabe qué rumbo tomará el
alumno. Pero se sabe de donde no saldrá, del ejercicio de su
libertad. Se sabe también que el maestro no tendrá derecho a estar
por todas partes, solamente en la puerta. El alumno debe verlo todo
por sí mismo, comparar sin cesar y responder siempre a la triple
pregunta: ¿Qué ves? ¿Qué piensas? ¿Qué haces? Y así hasta el
infinito.
Pero este infinito ya no es el secreto del maestro, es el
avance del alumno. El libro está acabado. Es un todo que el alumno
tiene en sus manos, que puede recorrer enteramente con la mirada.
No hay nada que el maestro le oculte y nada que él pueda ocultar a
la mirada del maestro. El círculo rechaza la trampa. Y en primer
lugar esta gran trampa de la incapacidad: yo no
puedo, no entiendo… No hay nada que comprender. Todo está en el
libro. Sólo hay que decir la forma de cada signo, las aventuras de
cada frase, la lección de cada libro. Hay que empezar a hablar. No
digas que no puedes. Sabes decir yo no
puedo. Di en su lugar Calipso no podía…
Y ya has empezado. Has comenzado un camino que ya conocías y que,
de ahora en adelante, deberás seguir sin parar. No digas: no puedo decir. O entonces, aprende a decirlo a la
manera de Calipso, a la de Telémaco, a la de Narbal o a la de
Idomenea. El otro círculo ha empezado, el de la potencia. No
terminarás de encontrar maneras de decir no
puedo y pronto podrás decirlo todo.
Viaje en un círculo. Se entiende que las aventuras de los
descendientes de Ulises sean el manual y Calipso la primera
palabra. Calipso, la oculta. Es necesario
precisamente descubrir que no hay nada oculto, no hay palabras bajo
las palabras, no hay lenguaje que diga la verdad del lenguaje. Se
aprenden signos y más signos, frases y más frases. Se repite:
frases hechas. Se aprende de memoria:
libros enteros. Y el Viejo se indigna: ya ven lo que quiere decir
para ustedes aprender alguna cosa. En
primer lugar, vuestros niños repiten como loros. Cultivan una única
facultad, la memoria, cuando nosotros ejercemos la inteligencia, el
gusto y la imaginación. Vuestros niños aprenden de memoria. Ahí está su primer error. Y veamos el
segundo: vuestros niños no aprenden de
memoria. Ustedes dicen que lo hacen, pero es imposible. Los
cerebros humanos en general y los infantiles en particular son
incapaces de tal esfuerzo de memoria.
Argumento vacío. Discurso de un círculo a otro círculo. Hay
que invertir las proposiciones. El Viejo dice que la memoria
infantil es incapaz de tales esfuerzos porque la impotencia en
general es su consigna. Afirma que la memoria es otra cosa que la
inteligencia o la imaginación porque usa el arma común de aquellos
que quieren reinar sobre la impotencia: la división. Cree que la
memoria es débil porque no cree en el poder de la inteligencia
humana. La cree inferior porque cree en los inferiores y en los
superiores. En suma, su doble argumento remite de nuevo a esto:
existen inferiores y superiores; los inferiores no pueden lo que
pueden los superiores.
El Viejo sólo conoce eso. Necesita del desigual, pero no de
este desigual que establece el decreto del príncipe, sino del
desigual evidente, que está en todas las cabezas y en todas las
frases. Para eso, tiene su arma blanda, la diferencia: esto no es aquello, hay distancia de esto a aquello, no
se puede comparar…, la memoria no es la inteligencia; repetir
no es saber; comparación no es razón; existe el fondo y la forma…
Cualquier harina es buena para moler en el molino de la distinción.
El argumento puede así modernizarse, tender a lo científico y a lo
humanitario: existen fases en el desarrollo de la inteligencia; una
inteligencia de niño no es una inteligencia de adulto; no hay que
cargar demasiado a la inteligencia del niño, pues se corre el
riesgo de comprometer su salud y la expansión de sus facultades…
Todo lo que pide el Viejo es que se le admitan sus negaciones y sus
diferencias: esto no es, esto es otra cosa, esto es más, esto es
menos. Y ya tiene bastante para erigir todos los tronos de la
jerarquía de las inteligencias.