Y yo también, ¡soy pintor!
De ahí el extraño método por el
cual el Fundador, entre otras locuras, obliga a aprender dibujo y
pintura. En primer lugar, le pide al alumno que hable de lo que va
a representar. Por ejemplo un dibujo para copiar. Será peligroso
dar al niño explicaciones sobre las medidas que debe adoptar antes
de empezar su obra. Ya se sabe la razón: el riesgo de que el niño
sienta por ahí su incapacidad. Se confiará pues en la voluntad que
tiene el niño de imitar. Pero esa voluntad se comprobará. Algunos días antes de darle un lápiz se
le dará el dibujo para que lo mire y se le pedirá que nos lo
explique. Quizá en un primer momento no dirá más que pocas cosas,
como por ejemplo: «Esta cabeza es bonita.» Pero repetiremos el
ejercicio, le presentaremos la misma cabeza y le pediremos que la
vuelva a observar y que hable de nuevo, sin que repita lo que ya
dijo. Así se volverá más atento, más consciente de su capacidad y
más capaz de imitar. Sabemos que la causa de este efecto es otra
muy distinta que la de la memorización visual y la del
adiestramiento gestual. Lo que el niño ha comprobado con este ejercicio es que la pintura es
un lenguaje, que el dibujo que le pedimos imitar le habla. Más tarde, le colocaremos delante de un
cuadro y le pediremos que improvise sobre la unidad de sentimiento presente por ejemplo en esa
pintura de Poussin que representa el entierro de Focion. El
experto, sin duda, se indignará. ¿Cómo pretenden saber qué es lo
que Poussin quiso poner en su cuadro? ¿Y qué relación tiene este
discurso hipotético con el arte pictórico de Poussin y con el que
el alumno debe adquirir?
Se responderá que no se pretende
saber lo que quiso hacer Poussin. Nos ejercitamos solamente en
imaginar lo que pudo querer hacer. Así se comprueba que todo
querer hacer es un querer decir y que este querer
decir se dirige a todo ser razonable. En definitiva, se
verifica que ese ut poesis pintura* que los artistas del Renacimiento
habían reivindicado invirtiendo el proverbio de Horacio, no es el
saber reservado únicamente a los artistas: la pintura, como la
escultura, el grabado o cualquier otro arte es un lenguaje que
puede ser entendido y hablado por cualquiera que tenga la
inteligencia de su propio lenguaje. En cuanto al arte, como se
sabe, «no puedo» se traduce de buen grado por «eso no me dice
nada». La comprobación de la «unidad del sentimiento», es decir,
del querer decir de la obra, será así el medio de la emancipación
para el que «no sabe» pintar, el equivalente exacto de la
comprobación sobre el libro de la igualdad de las
inteligencias.
Sin duda, eso esta lejos de hacer
obras maestras. Los visitantes que valoran las redacciones
literarias de los alumnos de Jacotot hacen a menudo muecas ante sus
dibujos y sus pinturas. Pero no se trata de hacer grandes pintores,
se trata de hacer emancipados, hombres capaces de decir yo
también soy pintor, fórmula donde no cabe
orgullo alguno sino todo lo contrario: el sentimiento justo del
poder de todo ser razonable. «No existe orgullo en decir bien alto:
¡Yo también soy pintor! El orgullo consiste en decir en voz baja de
los otros: Y ustedes tampoco, ustedes no son pintores.»[52] Yo también soy
pintor significa: yo también tengo un alma, tengo sentimientos
para comunicar a mis semejantes. El método de la enseñanza
universal es idéntico a su moral: «Se dice en la Enseñanza
universal que todo hombre que tenga un alma nació con el alma. Se
cree en la Enseñanza universal que el hombre siente el placer y el
dolor, y que sólo en sí mismo puede encontrar el cuándo, el cómo y
el porqué cúmulo de circunstancias ha experimentado ese dolor o ese
placer (…) Más aún, el hombre sabe que existen otros seres que se
le asemejan y a los cuales podrá comunicar los sentimientos que
experimenta con tal que los coloque en las mismas circunstancias a
las que él debe sus dolores y sus placeres. En cuanto conoce lo que
le ha conmovido a él, puede ejercitarse en conmover a los otros si
estudia la elección y el empleo de los medios de comunicación. Es
un lenguaje que debe aprender.»[53]