De las ovejas y de los
hombres
El Señor Jacotot apreció el afán
del Señor Conde. Pero inmediatamente se vio obligado a denunciar su
distracción. Parecía algo extraño, en
efecto, para quien aplaudía la idea de la emancipación intelectual,
tener que ir a someterla a la aprobación de una Sociedad de los
Métodos. ¿Qué es en realidad una Sociedad de
los Métodos? Un areópago*
de los espíritus superiores que quieren la instrucción de las
familias y para ello pretenden seleccionar los mejores métodos.
Esto supone obviamente que las familias son incapaces de
seleccionarlos por sí mismas. Para ello sería necesario que ya
estuvieran instruidas. En cuyo caso, no tendrían necesidad alguna
de ser instruidas. En cuyo caso ya no haría falta la Sociedad, lo
que es contradictorio con la hipótesis. «Es una trampa muy vieja la
de estas sociedades sabias, de la que el mundo siempre fue y,
probablemente, siempre será víctima. Se avisa al público que no se
fatigue en analizar. La Revista se encarga
de ver, la Sociedad se compromete a juzgar; y para darse un aire de
importancia que impone respeto a los perezosos, no alaba ni censura
nunca, ni demasiado ni demasiado poco. Eso anuncia poco espíritu
para admirar con entusiasmo; pero, alabando o censurando con
medida, además de crearse una reputación de imparcialidad, se sitúa
sobre aquéllos a los que se juzga, se siente mejor que ellos, se ha
desenredado con sagacidad lo bueno de lo mediocre y de lo malo. Se
trata de una excelente explicación atontadora que no puede sino
hacer fortuna. Por otra parte se invocan algunos pequeños axiomas
con los cuales se llena de citas su discurso: no hay nada perfecto… Es necesario desconfiar de la
exageración… Es el momento para sancionar… (…) Uno de los
personajes toma la palabra y dice: Mis queridos amigos, hemos
convenido entre nosotros que todos los buenos métodos serían
puestos en nuestro crisol y que la nación francesa tendría
confianza en el resultado que saldría de nuestro análisis. El
pueblo de las provincias no puede tener sociedades como la nuestra
para dirigirlo en sus juicios. Hay, por aquí y por allí, en las
capitales de provincia, algunos pequeños crisoles; pero el mejor
crisol, el crisol por excelencia, sólo se encuentra en París. Todos
los buenos métodos se disputan el honor de haber sido depurados y
verificados en vuestro crisol. Tan sólo uno tiene derecho a
rebelarse; pero nosotros lo tenemos, el pasará por aquí como los
otros. La inteligencia de los miembros de la Sociedad es el vasto
laboratorio donde se hace el análisis legítimo de todos los
métodos. En vano el Universal se debate contra nuestros
reglamentos, nos dan el derecho a juzgarlo y lo
juzgaremos.»[96]
No creamos por eso que la Sociedad
de los Métodos haya juzgado el método Jacotot con malevolencia. La
Sociedad compartía las ideas progresivas de su Presidente y supo
reconocer todo lo que era bueno en este
método. Sin duda, algunas voces burlonas se elevaron en este
areópago de profesores para denunciar esta maravillosa
simplificación aportada al oficio de educador. Sin duda algunos
espíritus siguieron escépticos ante los «detalles curiosos» que su
«infatigable presidente» trajo de su viaje. También se hacían oír
otras voces, las que denunciaban la puesta en escena del charlatán,
las visitas cuidadosamente preparadas, las «improvisaciones»
aprendidas de memoria, las redacciones «inéditas» copiadas de las
obras del maestro, los libros que se abrían solos en el lugar
exacto. Se reían también de este ignorante maestro de guitarra con
el cual el alumno interpretó otra partitura distinta de la que él
tenía delante de los ojos.[97]
Pero los miembros de la Sociedad de los Métodos no eran hombres que
creyeran en ninguna palabra. El Señor Froussard, escéptico, fue a
comprobar la comunicación del Señor de Lasteyrie y volvió
convencido. El Señor Boutmy comprobó el entusiasmo del Señor
Froussard, luego el Señor Baudoin comprobó el del Señor Boutmy.
Todos volvieron convencidos. Pero precisamente volvieron igualmente
convencidos del progreso eminente que
representaba este nuevo método de
enseñanza. No se preocuparon de anunciarlo a los pobres, de
instruir a través de éste a sus hijos, ni de utilizarlo para
enseñar lo que ellos ignoraban. Solicitaron que la Sociedad lo
adoptara para la escuela ortomática que
organizaba con el fin de demostrar con los hechos la excelencia de
los nuevos métodos. La mayoría de la Sociedad y el mismo Señor de
Lasteyrie se opusieron: la Sociedad no podía adoptar un método «con la exclusión de aquellos que se
presentaban o se presentarían más tarde». Habría así «prescrito
límites a la perfección» y destruido lo que era su fe filosófica y
su razón de ser práctica: el perfeccionamiento progresivo de
todos los buenos métodos pasados, presentes
y futuros.[98] La Sociedad
rechazó esta exageración, pero,
imperturbablemente serena y objetiva ante las burlas del Universal,
asignó a la enseñanza del método Jacotot una sala de la escuela
ortomática.
Tal fue la incongruencia del Señor
de Lasteyrie: antes no había tenido la idea de convocar una
comisión sobre el valor de las ovejas merinas o de la litografía,
de hacer un informe sobre la necesidad de importar la una y las
otras. Las había importado él mismo para hacer la prueba por su
propio uso. Pero cuando se trataba de la importación de la
emancipación, lo había juzgado de forma diferente: para él era un
asunto público que había que tratar en sociedad. Esta infeliz
diferencia se basaba en una identificación desafortunada; había
confundido al pueblo que debía instruir con un rebaño de ovejas.
Los rebaños de ovejas no se conducen a sí mismos, y él pensó que
pasaba lo mismo con los hombres: sin duda era necesario
emanciparlos, pero esto correspondía hacerlo a los espíritus
ilustrados y, para eso, debían poner en común sus ideas para
encontrar los mejores métodos, los mejores instrumentos de
emancipación. Emancipar para él quería decir poner luz en la
oscuridad y pensó que el método Jacotot era un método de instrucción como los otros, un sistema de
alumbrado de los espíritus que debe compararse con los otros, una
invención ciertamente excelente pero de la
misma naturaleza que todas esas que proponían, semana tras
semana, un perfeccionamiento nuevo del perfeccionamiento de la
instrucción del pueblo: el panlexígrafo de Bricaillé, la citolegia
de Dupont, la estiquiotécnica de Montémont, la estereometría de
Ottin, la tipografía de Painparé y Lupin, la taquigrafía de
Coulon-Thévenot, la estenografía de Fayet, la caligrafía de
Carstairs, el método polaco de Jazwinski, el método Gallienne, el
método Lévi, los métodos de Sénocq, Coupe, Lacombe, Mesnager,
Schlott, Alexis de Noailles y cientos de otros métodos de los
cuales las obras y las memorias afluían a la oficina de la
Sociedad. Por lo tanto, todo estaba dicho: Sociedad, comisión,
examen, informe, Revista, existen de buenos y
de malos, es el momento de sancionar, nec probatis nec
improbatis* y así hasta la
consumación de los tiempos. Cuando se trataba de mejoras agrícolas
e industriales, el Señor de Lasteyrie actuó a la manera de la
enseñanza universal: vio, comparó, reflexionó,
imitó, probó, corrigió por sí mismo. Pero cuando se trataba de
anunciar la emancipación intelectual a los padrea de familia pobres
e ignorantes, estuvo distraído, lo olvidó
todo. Tradujo igualdad por PROGRESO y emancipación de los padres de
familia pobres por INSTRUCCIÓN DEL PUEBLO. Y para ocuparse de estos
seres de razón, de estas ontologías,
necesitaba otros seres de razón, las corporaciones. Un hombre puede
dirigir un rebaño de ovejas. Pero para el rebaño PUEBLO se necesita
a un rebaño llamado SOCIEDAD CIENTÍFICA, UNIVERSIDAD, COMISIÓN,
REVISTA, etc., en resumen, el atontamiento, la vieja regla de la
ficción social. La emancipación intelectual pretendía desviarla de
su propia vía. Entonces ella la volvía a encontrar en su propio
camino, erigida en tribunal encargado de escoger entre sus
principios y sus prácticas lo que convenía o no convenía a las
familias, y de juzgarlo en nombre del progreso, incluso en nombre
de la emancipación del pueblo.