Habló de sus proyectos con el Señor Ternaux, el ilustre
fabricante de telas de Sedán y diputado de la extrema izquierda
liberal. No se podía encontrar nada mejor, en cuanto a industrial
ilustrado: Ferdinand Ternaux no se había conformado con hacer
resurgir la fábrica quebrada de su padre y con hacerla prosperar a
través de los desordenes de la Revolución y del Imperio. Quiso
hacer obra útil para la industria nacional en general, favoreciendo
la producción de cachemiras. Con este fin, reclutó a un
orientalista dé la Biblioteca nacional y lo envió al Tíbet a buscar
un rebaño de mil quinientas cabras para aclimatarlas en los
Pirineos. Ardiente amigo de la libertad y de la Ilustración, quiso
ver por sí mismo los resultados del método Jacotot. Convencido,
prometió su apoyo, y, con su ayuda, Durietz se hizo fuerte para
aniquilar a los «mercaderes de supinos y de gerundios» y demás
«sátrapas del monopolio universitario».
Ferdinand Ternaux no era el único fabricante que avanzaba de
este modo, sin reparar en los obstáculos. En Mulhouse, la Sociedad
Industrial, institución pionera debida al dinamismo filantrópico de
los hermanos Dollfus, confió a su joven animador, el Doctor Penot,
el cuidado de un curso de enseñanza universal para los obreros. En
París, un fabricante más modesto, el tintorero Beauvisage, oyó
hablar del método. Había sido obrero, se había formado
completamente solo, y ahora quería extender sus negocios fundando
una fábrica nueva en La Somme. Pero no quería separarse de sus
hermanos de origen. Republicano y francmasón, soñaba con convertir
a sus obreros en sus asociados. Este sueño, por desgracia,
encuentra una realidad mucho más desagradable. En su fábrica, como
en todas las otras, los obreros se envidian entre ellos y sólo se
ponen de acuerdo contra el amo. Él querría darles la instrucción
que destruyera en ellos al viejo hombre y permitiera así la
realización de su ideal. Para eso se dirigió a los hermanos Ratier,
discípulos entusiastas del método, uno de los cuales predica la
emancipación todos los domingos en el Mercado de las
Telas.
Junto a los industriales, también están los militares de
progreso, los oficiales ingenieros y, principalmente, los de
artillería, guardianes de la tradición revolucionaria y
politécnica. Es así como el teniente Schoelcher, hijo de un rico
fabricante de porcelana y funcionario de ingeniería en
Valenciennes, va regularmente a visitar a Joseph Jacotot que está
allí temporalmente retirado. Un día le trajo a su hermano Víctor,
que escribe en distintos Diarios, que ha visitado los Estados
Unidos y que ha regresado indignado de que aún exista en el siglo
xix esta negación de la humanidad que se llama
esclavitud.
Pero el arquetipo de todos estos progresivos es seguramente el Señor Conde de
Lasteyrie, septuagenario y Presidente, fundador o alma de la
Sociedad de Fomento para la Industria Nacional, de la Sociedad de
la Instrucción Elemental, de la Sociedad para la Enseñanza Mutua,
de la Sociedad Central de Agronomía, de la Sociedad Filantrópica,
de la Sociedad de los Métodos de Enseñanza, de la Sociedad de
Vacunaciones, de la Sociedad Asiática, del Diario de Educación y de Instrucción y del Diario de los Conocimientos Usuales. No nos riamos,
por favor, al imaginar a algún académico barrigudo, dormitando
pacíficamente en todos esos sillones presidenciales. Al contrario,
el Señor de Lasteyrie es conocido por no parar de moverse. En su
juventud ya había visitado Inglaterra, Italia y Suiza para mejorar
sus conocimientos en economía y mejorar la gestión de sus dominios.
Partidario inicialmente de la Revolución, como su cuñado el marqués
de La Fayette, tuvo sin embargo que esconderse en España hacia el
año iii. Allí había aprendido la lengua, lo suficiente para
traducir diversas obras anticlericales, había estudiado las ovejas
de raza merina, lo suficiente para publicar dos libros al respecto,
y había aprendido sus virtudes, lo suficiente para llevar a Francia
un rebaño. También había recorrido Holanda, Dinamarca, Suecia -de
donde se trajo el colinabo-, Noruega y Alemania. Se había ocupado
del engorde de los ganados, de las fosas apropiadas para la
conservación de los granos, del cultivo del algodonero, del glasto,
del añil y de otros vegetales indicados para producir el color
azul. En 1812 había conocido la invención de la litografía por
Senefelder. Inmediatamente se fue para Munich, aprendió el método y
creó en Francia la primera prensa litográfica.
Los poderes pedagógicos de esta nueva industria lo orientaron
hacia las cuestiones de la instrucción. Entonces militó para
conseguir la introducción de la enseñanza mutua a través del método
de Lancaster. Pero no era nada excluyente. Entre otras sociedades,
había fundado la Sociedad de los Métodos de Enseñanza para el
estudio de todas las innovaciones pedagógicas. Informado por el
rumor público de los milagros que se hacían en Bélgica, decidió ir
él mismo para ver las cosas in
situ.