La lección del ignorante
–¿El fundador sabía todo eso?
–En absoluto, pero nosotros se lo explicábamos y les
garantizo que aprovechó gratamente la Escuela
Normal.
–Pero me pierdo; entonces, ¿todos sabíais
química?
Existe un orden en la locura, como en todas las cosas.
Empecemos pues por el principio: Telémaco. Todo
está en todo, dice el loco. Y la malicia pública añade:
y todo está en Telémaco. Ya que al parecer
Telémaco es el libro para todo. ¿Quiere el
alumno aprender a leer? ¿Quiere aprender inglés o alemán, el arte
de pleitear o el de combatir? El loco le pondrá imperturbablemente
un Telémaco en las manos y el alumno
empezará a repetir Calipso, Calipso no, Calipso
no podía y así sucesivamente hasta que sepa el número prescrito
de libros del Telémaco y hasta que pueda
contar los otros. De todo lo que aprende -la forma de las letras,
el lugar o las terminaciones de las palabras, las imágenes, los
razonamientos, los sentimientos de los personajes, las lecciones de
moral-, se le pedirá que hable, que diga lo que
ve, lo que piensa, lo que hace. Se le pondrá solamente una
condición imperativa: todo lo que diga, deberá mostrarlo
materialmente en el libro. Se le pedirá que haga las redacciones y
las improvisaciones en las mismas condiciones: deberá utilizar las
palabras y los giros del libro para construir sus frases; deberá
mostrar en el libro los hechos a los que corresponde su
razonamiento. En definitiva, todo lo que diga, el maestro deberá
poderlo verificar en la materialidad del libro.