Esta dificultad tomó
circunstancialmente la forma de la consigna dada por Jacotot. Y de
ello resultaba una consecuencia capital, no ya para los alumnos
sino para el maestro. Los alumnos aprendieron sin maestro
explicador, pero no por ello sin maestro. Antes no sabían, y ahora
sabían. Luego Jacotot les enseñó algo. Sin embargo, no les comunicó
nada de su ciencia. Por lo tanto no era la ciencia del maestro lo
que el alumno aprendía. Él había sido maestro por la orden que
había encerrado a sus alumnos en el círculo de dónde podían salir
por sí mismos, retirando su inteligencia del juego para dejar que
sus inteligencias se enfrentasen con la del libro. De este modo se
habían disociado las dos funciones que une la práctica del maestro
explicador, la del sabio y la del maestro. Asimismo, se habían
separado, liberadas la una en relación con la otra, las dos
facultades que se ponen en juego en el acto de aprender: la
inteligencia y la voluntad. Entre el maestro y el alumno se había
establecido una pura relación de voluntad a voluntad: una relación
de dominación del maestro que había tenido como consecuencia una
relación completamente libre de la inteligencia del alumno con la
inteligencia del libro -esta inteligencia del libro que era también
la cosa común, el vínculo intelectual igualitario entre el maestro
y el alumno-. Este dispositivo permitía desenredar las categorías
mezcladas del acto pedagógico y definir exactamente el atontamiento
explicativo. Existe atontamiento allí donde una inteligencia está
subordinada a otra inteligencia El hombre -y el niño en particular-
puede necesitar un maestro cuando su voluntad no es lo bastante
fuerte para ponerlo y mantenerlo en su trayecto. Pero esta sujeción
es puramente de voluntad a voluntad. Y se vuelve atontadora cuando
vincula una inteligencia con otra inteligencia. En el acto de
enseñar y aprender hay dos voluntades y dos inteligencias. Se
llamará atontamiento a su coincidencia. En
la situación experimental creada por Jacotot, el alumno estaba
vinculado a una voluntad, la de Jacotot, y a una inteligencia, la
del libro, enteramente distintas. Se llamará emancipación a la diferencia conocida y mantenida de
las dos relaciones, al acto de una inteligencia que sólo obedece a
sí misma, aunque la voluntad obedezca a otra voluntad.
Esta experiencia pedagógica llevaba así a una ruptura con la
lógica de todas las pedagogías. La práctica de los pedagogos se
sustenta sobre la oposición entre la ciencia y la ignorancia. Los
pedagogos se distinguen por los medios elegidos para convertir en
sabio al ignorante: métodos duros o blandos, tradicionales o
modernos, pasivos o activos, de los cuales se puede comparar el
rendimiento. Desde este punto de vista, se podría, en un primer
enfoque, comparar la rapidez de los alumnos de Jacotot con la
lentitud de los métodos tradicionales. Pero, en realidad, no había
nada que comparar. La confrontación de los métodos supone un
acuerdo mínimo sobre los fines del acto pedagógico: transmitir los
conocimientos del maestro al alumno. Ahora bien Jacotot no había
transmitido nada. No había utilizado ningún método. El método era
puramente el del alumno. Y aprender más o menos rápido el francés
es, en sí mismo, una cosa de poca transcendencia. La comparación no
se establecía ya entre métodos sino entre dos usos de la
inteligencia y entre dos concepciones del orden intelectual. La
vía rápida no era la de una pedagogía
mejor. Era otra vía, la de la libertad, esta vía que Jacotot había
experimentado en los ejércitos del año 11, en la fabricación de las
pólvoras o en la instalación de la Escuela Politécnica: la vía de
la libertad respondiendo a la urgencia de un peligro, pero también
la vía de la confianza en la capacidad intelectual de todo ser
humano. Bajo la relación pedagógica de la ignorancia a la ciencia
había que reconocer la relación filosófica más fundamental del
atontamiento a la emancipación. Había así no dos sino cuatro
términos en juego. El acto de enseñar podía producirse según cuatro
determinaciones diversamente combinadas: por un maestro emancipador
o por un maestro atontador; por un maestro sabio o por un maestro
ignorante.
La última proposición era la más
dura de aceptar. Pues aún se puede entender que un sabio deba
prescindir de explicar su ciencia. ¿Pero cómo admitir que un
ignorante pueda ser para otro ignorante causa de ciencia? La
experiencia misma de Jacotot era ambigua por su calidad como
profesor de francés. Pero puesto que había mostrado al menos que no
era el conocimiento del maestro lo que instruía al alumno, nada
impedía al maestro enseñar otra cosa que su saber, enseñar lo que
ignoraba. Entonces Joseph Jacotot se dedicó a variar las
experiencias para repetir, intencionalmente, lo que la casualidad
había producido una vez. De este modo, se puso a enseñar dos
materias en las cuales su incompetencia era probada, la pintura y
el piano. Los estudiantes de derecho hubiesen querido que se le
diera una cátedra vacante en su Facultad. Pero la Universidad de
Lovaina ya se inquietaba por este lector extravagante por quien se
abandonaban los cursos magistrales, y por quien se iban a
apretujarse por la noche en una sala demasiado pequeña con tan solo
la luz de dos velas, para oírle decir: «Es necesario que les enseñe
que no tengo nada que enseñarles.»[2] Por consiguiente, la autoridad
consultada respondió que no veía título alguno para esta enseñanza.
Precisamente él se ocupaba entonces en experimentar la divergencia
entre el título y el acto. Entonces, en lugar de hacer en francés
un curso de derecho, enseñó a los estudiantes a pleitear en
holandés. Y pleitearon muy bien, pero él seguía ignorando el
holandés.