En ninguna parte
Por la mañana, al oeste de Tejas: estoy casi en Nuevo México y comienza un tramo de carretera con muchas curvas. Los últimos setenta kilómetros me han parecido interminables. Estoy bajando por una cuesta muy pronunciada y otros coches me meten prisa por detrás. Por lo demás, es como estar en el mismo punto desde hace horas.
La carretera sigue pasando. Me he acostumbrado a ir a ciento veinte. Llevo haciéndolo más tiempo de lo que me gustaría, pero por necesidad, y me doy cuenta de que la falta de estabilidad es ya generalizada y ha llegado a su límite. Algunos de los viajes por carretera eran por trabajo; otros, por razones personales, y otros eran, de lejos, la cosa más importante que hacía. Aunque no había mucho que hacer. El coche hace el trabajo y el único resultado son los kilómetros realizados en la carretera.
Al regresar, después de esas escapadas lejos de todo lo cotidiano y familiar, no tienes la sensación de haber terminado algo. En una actividad consciente las paradas que hay que hacer para comer, poner gasolina y descansar son especialmente difíciles de sobrellevar. Pero a menudo esas cosas se olvidan porque lo que hay que hacer es cubrir kilómetros…
Y ahora, cuando ha parado de llover y he recorrido los últimos trescientos kilómetros por una carretera empapada y casi inundada por la lluvia, me he dado cuenta de la futilidad de este movimiento. Aquí y ahora, no puedo saber lo que otro pueda pensar de mí, pero si yo lo sé es porque alguien es consciente de mi paso, porque los pensamientos de alguien están conmigo.
Es entonces cuando oigo desde fuera la manifestación de mi conciencia interior. Comienza al mismo tiempo por encima y entre el cruce en el que me encuentro. Es un estruendo que intercede en mi ruidoso ensueño de carretera. El silbido atraviesa la noche, se acerca, llega a su punto culminante y luego se aleja. El sonido es fuerte, agresivo y, con acorde celeridad, algo que se pierde en la distancia mientras me recuerda que no estoy en ninguna parte.
JOHN HOWZE
El Paso, Tejas