El capricho de Suzy
Mi primer trabajo después de acabar la universidad fue como redactora de anuncios para un editor de libros de texto de Boston. La oficina quedaba en la esquina de las calles Mt. Vernon y Joy, en Beacon Hill. Mi jefe tenía cincuenta y pocos años y yo veintidós. Enseguida me sentí atraída por él y aprovechaba cada oportunidad que se me presentaba para acercarme a él durante el trabajo.
Una tarde me inventé la excusa de que tenía que recoger un libro para regresar a la oficina cuando ya se había ido todo el mundo. Él seguía allí y nos marchamos juntos. Bajamos por Beacon Hill hasta el ayuntamiento y, cuando estábamos a punto de separarnos para seguir cada uno su ruta, me preguntó si quería que tomásemos una copa. A aquellas alturas yo ya sabía que su mujer estaba en Bélgica pasando el verano con su madre. Cenamos juntos y cuando me acompañó a casa yo ya le había entregado mi corazón por completo.
Después de eso empezó a enviarme notas y nos encontrábamos para almorzar una o dos veces por semana. Poco después la compañía se mudó a unas oficinas nuevas y más céntricas en la calle Tremont. Mi despacho estaba junto al suyo. En una revista encontré un anuncio de cintas de máquinas de escribir y lo recorté para pegarlo encima de mi mesa de trabajo. Era el dibujo de una chica en una oficina y el cartel decía «El capricho de Suzy».
Para entonces el lugar donde solíamos ir a almorzar era un restaurante italiano que quedaba a menos de cinco minutos andando desde la calle Tremont. Yo siempre salía primero y hacía el mismo camino, pasaba por Jordan Marsh y por Filene y después doblaba rápidamente a la izquierda y subía por una callecita empinada hasta el restaurante. Siempre iba a toda prisa para aprovechar al máximo nuestro precioso tiempo juntos.
Nunca sabré por qué, pero un día, al doblar la esquina hacia la calle Washington, me metí a toda prisa en el portal de una tienda para mirar un par de zapatos que me había llamado la atención. Cuando levanté la mirada vi, a través del escaparate, a una mujer que pasaba a paso acelerado. Por una foto que había visto antes, supe que aquella mujer era la esposa. Se dirigía al restaurante a plantarnos cara.
Después de unos minutos logré tranquilizarme lo suficiente como para comprarme un sándwich en cualquier sitio y regresar a la oficina. Nada más entrar en mi despacho me di cuenta inmediatamente de que «El capricho de Suzy» había desaparecido.
SUZANNE DRUEHL
Fort Wayne, Indiana