Los apoderados de Herr Krause ya se han presentado. El proceso va rápido y antes de lo previsto os encontráis todos estrechándoos las manos en una de las salas de la notaría. Bern Foster, hombre de confianza de Herr Wilhelm, un bávaro de tu edad, el doble de corpulencia y el cabello rojo como los nórdicos primigenios, te toma del brazo y te aleja del grupo.
—¿Ha recogido el sobre? —te pregunta en un catalán impecable.
—Sí. ¿De qué se trata?
Su mirada es severa, pero transmite nobleza.
—Herr Krause me ha pedido que le dijera lo siguiente: «Le ofrezco la libertad, le compro la libertad para cumplir una misión que encontrará en el sobre. Por favor, sea merecedor de este gesto. Confíe en mí.»
Te quedas desconcertado.
—¡No lo entiendo!
—Ya abrirá el sobre cuando esté solo. ¡Enhorabuena y mucha suerte!
Os despedís todos y tú llevas a Niubó con tu coche hasta su despacho. Está satisfecho y tú, a pesar de todo, también.
—¿Feliz, Jericó?
—¡Sí!
—No sé por qué, pero no acaba de parecérmelo. Te noto preocupado.
—Se trata del hecho de haber vendido la empresa que había levantado con tanta ilusión.
No es cierto, Jericó, es otra mentira de las tuyas. Lo que te desasosiega es haber perdido la pasta de la caja fuerte, tu colchón secreto.
—Te reinventarás, amigo; además de tener talento, dispones de los fondos necesarios para pensarlo tranquilamente.
—¿No necesitarás por casualidad un colaborador como yo en tu despacho? Mi experiencia en el mundo de la construcción puede resultarte útil.
—¿Bromeas?
—No.
Niubó te mira con seriedad.
—Me lo pensaré, pero debes saber que como jefe soy intratable.
—No me lo creo.
Sonríe.
—Las personas engañamos.
—Como los vinos —añades pensando en Paula—: detrás de un aroma embrujador se puede disfrazar un sabor deficiente.
—¡Exacto! Muy buena, me la apunto.
Lo dejas en la esquina de su despacho y os despedís.
—¡Gracias por todo, Jaume!
—De nada, no me lo agradecerás cuando te llegue la factu- ra con los honorarios. Y cuidado con ese sobre. ¡A ver si en lugar de las medias de la Dietrich encuentras los calzoncillos de Herr Krause!
Buen tipo, Niubó. Y honesto. Avanzas unos metros con el coche sin apartar los ojos del misterioso sobre. La curiosidad te devora. Estacionas delante del escaparate de un anticuario y abres el sobre. Dentro hay un curioso anillo dorado con la inicial «J» en relieve sobre la esfera orlada por unas finísimas alas. Este era el objeto que daba relieve al envoltorio. También encuentras un sobre blanco que, al abrirlo, revela una especie de carta dentro escrita a pluma, con caligrafía afilada e inclinada. La lees…
Estimado Jericó:
La liberación de sus deudas no ha sido casual. Nada lo es, créame. Me parece que, como víctima de las trampas del malvado Gabriel, usted ha conocido de sobra el infierno. Ahora que es libre y le han crecido las alas, quisiera que surgiera el ser de luz que dormita en su interior, el arcángel Jofiel, a quien Lucifer, el demonio de la soberbia, ha mantenido sometido durante todo este tiempo.
Por este motivo le hago entrega de este anillo, el anillo del arcángel Jofiel, guardián de la sabiduría y del árbol del bien y el mal. Póngaselo en el anular y déjese guiar por la luz para encontrar al ser que lo complementa como Jofiel. Creo que si escucha el latido de su corazón sabrá deducir dónde encontrarla. ¿Un encuentro en apariencia casual los ha puesto en contacto recientemente?
Abandónese a la luz, tome el camino del corazón. Ella lo instruirá sobre cómo hacerlo y cuál es nuestra misión actual, la de los Siete Arcángeles permanentemente enfrentados a los siete súcubos de los siete tabernáculos del infierno. Sea usted digno de los que le han precedido en la posesión de este anillo. Espero volver a encontrarme con usted muy pronto entre los siete rayos de luz.
Wilhelm Krause Binsfeld
Arcángel Miguel
¡Resoplas! ¿De qué va todo esto, Jericó? ¿El viejo Krause te está diciendo que ha comprado tu empresa en quiebra para que lleves a cabo una misión? Miras de reojo el escaparate del anticuario. Tus ojos se clavan en los de una muñeca antigua de porcelana, inertes, ausentes e impactantes a la vez.
Estás perplejo, no sabes qué significa todo esto de los siete arcángeles, qué alcance tiene y mucho menos aún qué implica este extraño anillo.
En fin, Jericó, si soñabas con ser libre ya lo ves: era una pretensión demasiado atrevida. ¿Libre? ¡No seas ridículo! Nunca somos libres, y mucho menos cuando te proponen caminar desde los eriales del odio hasta las llanuras del amor. En ambos casos siempre hay esclavitud, Jericó, ¡recuérdalo! Las pasiones nos proporcionan verdades efímeras, como los perfumes evaporándose en la suave piel de una mujer. El tiempo huye y en él se mecen hasta quedar reducidas a la nada las palabras incandescentes de pasiones, amores, traiciones y odios.
Te preguntas dónde están las manos creadoras de estos ojos de la muñeca de porcelana del escaparate que te han llamado la atención. Dónde estarán en estos momentos esas manos delicadas, capaces de inmortalizar el sentimiento efímero de la vida en unos ojos. No sabes cómo, la mirada de la muñeca de piedra te ha conducido hasta la casa de Capçanes, junto a la silla de Paula, relegado al mutismo inerte de una maldición decadente…
Arrancas el coche y apartas la mirada del escaparate con el sentimiento confuso de que aún hay dados que ruedan sobre el tablero de juego mientras tú vas descubriendo la propia precariedad vital.
Mientras conduces, suspiras profundamente y, mirando al cielo, legañoso y tímidamente grisáceo, te encomiendas a lo que la vida te depare. Sea lo que fuere, Jericó, recuerda que el destino tiene sus propios caprichos. Todo lo que has vivido últimamente ha sido un ejemplo de ello. A pesar de ti. A pesar de las luces soñolientas de un mediodía.