Te dispones a recibir a Shaina. ¡Qué feliz serías sin ella! ¿No es eso lo que piensas? Te comprendo, amigo mío, te comprendo. No es fácil convivir con alguien a quien odias, pero las circunstancias se imponen y, de momento, no puedes iniciar un proceso de divorcio que empeoraría tu precaria situación económica.
Te sientas ante la encimera y la esperas, contando las pisadas de sus tacones en el parqué flotante. Ha venido directamente a la cocina con una bolsa de la compra en cada mano y la perrita detrás de ella.
—¡Buenos días, Jericó! Anoche llegaste tarde, ¿no?
Viste unas mallas negras y una camiseta de Pepa Bonett por fuera, cortada a la altura de un dedo por debajo del ombligo, exhibiendo el contorno de la cadera.
—¡Buenos días, Shaina!
No te mueves del asiento. En la mano aún tienes el plátano pelado a medio acabar. Ella ni te mira, se dirige hacia la nevera para guardar la compra, mientras Marilyn bebe de su recipiente.
—¿Dónde estuviste?
Lo ha preguntado sin mirarte, mientras libera unos yogures con bífidus del cartón que envuelve el pack.
—Estuve cenando con unos inversores noruegos. Al acabar, querían conocer la Barcelona noctámbula. Los paseé de aquí para allá.
—¿Unos inversores noruegos?
—Sí, me los contactó Niubó —dices, refiriéndote al jefe del bufete de abogados que trabaja en la liquidación de tu empresa—. Existe la posibilidad de que estén interesados en adquirir la promotora.
Shaina te mira fugazmente y sigue la ordenación de productos.
—¿Y unos noruegos se interesan por una empresa en quiebra?
—Les interesa el trabajo de restauración monumental. Y Jericó Builts —el nombre comercial de tu empresa— ha sido de vanguardia en este campo.
—¡Y ruinosa! —añade con malignidad.
La ofensa te espolea a pegar otra dentellada poderosa al plátano. ¡Si ella supiera que amputas el pene de su amante! ¡Bravo, Jericó! ¡Un mordisco bien fuerte!
—¡Si al final se deciden a adquirir la sociedad, nos evitarán muchos problemas!
La mirada que sigue a tu comentario ya es perversa y reprobatoria.
—¿Nos evitarán? Querrás decir «te evitarán», ¿no?
Así es ella. Desde que el barco naufraga se ha lavado las manos de todo. Te ha abandonado a tu suerte y se ha buscado un amante con quien echar los polvos.
¿Y eso te extraña, Jericó? ¿No te acuerdas lo que te confesó aquella noche en el café de la Ópera de París, después de dos copas de champán —ella que no bebe nunca, porque afirma que las encimas del alcohol engordan— con los ojos encendidos? Ya te lo recuerdo yo: «Las mujeres buscan la seguridad en un hombre, pero esta no siempre comporta la satisfacción sexual.» Deberías haber visto la cara que se te quedó. ¡Tú, que pensabas que la hacías disfrutar como nadie en la cama! ¡Ay, capullo! Y no acabó aquí. Desinhibida y con la lengua suelta, añadió: «Siempre me han puesto los chicos con cabellera morena, musculosos y muy altos.»
¿Cómo ves, ella ya te lo advirtió? Pero tú eras un narcisista en la cresta de la ola y creías que el mundo se rendía a tus pies. No hiciste ni caso de su confesión ebria, menospreciando el in vino veritas. Al día siguiente ni te acordabas del asunto, cuando aquello era una forma de sincerarse e informarte, veladamente, de que suspiraba por acostarse con un tipo así. Si no lo hizo antes, Jericó, es porque la tenías bien sujeta con las Visas y la pasta. Pero cuando la cadena de oro se fundió, la palomita se afanó por oler el plátano de un moreno, alto y musculoso.
Tu último mordisco es directamente proporcional a la ira que te invade. Quizá sea una forma pueril de venganza, pero lo que cuenta es que te ha hecho sentir bien, ¿no?
—Jericó, necesito quinientos euros para esta tarde.
Para pedirte la pasta te ha mirado de forma distinta, se diría que más dulce.
—¿Quinientos euros? Sácalos de la caja fuerte.
—Solo hay trescientos.
Está apoyada en la nevera con los brazos cruzados.
Te extraña que quede tan poco. «¿Ya se ha pulido los dos mil que dejé hace tres días?», refunfuñas en voz baja. La maldices, pero, ¿vale la pena discutir a estas alturas? Claro que no. Dentro de poco todo se habrá acabado, la empresa estará liquidada y tu matrimonio también. Suerte que ignora el colchón en dinero negro que has estado reservando para cuando llegara el momento. Desconoce la caja de alquiler que contrataste, hace ya dos años, en un banco con el cual no has trabajado para evitarle posibles pistas. No sabe que tienes algo de pasta en previsión para el día después del juicio final, sobre todo para que Isaura no sufra las consecuencias de vuestro despilfarro.
—Te los dejo sobre la mesilla de noche. ¿Puedo preguntarte para qué son?
¡Qué pregunta más imbécil! Apostarías el brazo derecho a que tu pasta cubrirá los gastos de una salida con el guaperas. Tratas de reprimirte, porque estás a punto de espetarle que ya podría disfrutar del plátano del dependiente de ropa en el miserable apartamento que él tiene alquilado en el Ensanche y no en un hotel caro de la ciudad. Que si lo que necesita es sexo, podrían encerrarse en el tugurio de Josep y pedir comida china. Que es una maldita furcia, porque no solo te está poniendo los cuernos, sino que, encima, los adorna con el cinismo de sufragarle el placer.
Shaina balbucea; suele hacerlo cuando miente:
—Tengo que hacer un par de compras. Quiero regalarle algo a Berta por su aniversario y también quiero mirar algo para Isaura. La semana que viene cumple catorce.
«¡Catorce años, ya!» Te habías olvidado. El martes que viene es su cumpleaños. Tu hija ya es toda una mujercita. Y tú, Jericó, un pobre diablo…