Te preguntas por qué un aristócrata como Sade disfrutaba con aquellos juegos. Sin ser un experto en el personaje, te da la impresión de que, más allá de su personalidad convulsa, el marqués de alguna forma pretendía transformar la realidad con sus voluptuosas representaciones. El hecho de hacerse pasar por un criado en una orgía y permitir que su sirviente lo sodomizara, o dejarse azotar por una mujerzuela de baja estofa es bastante relevante para comprender que, en su juego, Sade altera el orden social de la época. Si bien es cierto que es, a la vez, el director de la escenografía, el que establece el guión y decide las pautas del juego, ¿no resulta sorprendente que un miembro de la nobleza, un señor provenzal de aristocrático linaje, se humille de tal forma?

Entonces piensas en el sadismo, la palabra acuñada en su honor y que vela un mundo de obscenidades. La dominación, el dolor, el látex, la humillación… Eres un completo ignorante, pero la mera palabra te produce escalofríos. Recuerdas haber leído en alguna revista de divulgación —no sabrías precisar dónde— que algunos clientes de la humillación sádica son hombres importantes, personas acostumbradas a ejercer el poder. Disfrutan del sexo —explicaba el articulista— esclavizados y dominados por un hombre o una mujer; se llaman «esclavos» en el juego erótico. Se someten a los escarnios más inverosímiles, como lamer los tacones de aguja de unas botas de su «ama» o recibir un escupitajo en el rostro o en los genitales.

«Amos» y «esclavos», el juego real de la vida. Sin embargo, en el sadismo, a menudo los papeles se intercambian. El amo en la vida real pasa a ser el esclavo en el trato erótico y al contrario, el esclavo en la vida real se convierte en amo en el juego. ¿No será que igual que se afirma que, en el hombre, conviven masculinidad y feminidad, también cohabitan el esclavo y el amo?

¡Deja las cábalas filosóficas para los que saben de eso, Jericó! Por más que te esfuerces no podrás entenderlo. ¡Tú no estás en esta especie de frecuencia libertina!

Sin embargo, formas parte del juego de Sade. Participaste en el Donatien, eres cómplice silencioso y cobarde del asesinato de Magda y ahora has descubierto que tu esposa también está involucrada en este vértigo de perversión. La tarjeta que has hallado lo confirma.

Con el corazón encogido por el recuerdo macabro del cadáver de Magda, vas hacia el mueble bar y te sirves un whisky. Te prometes que será el último del día. Paladeándolo, planificas la jornada de mañana. Visitarás el laboratorio de análisis que Eduard te ha recomendado, muy cerca de la Illa Diagonal, y después irás a dar una vuelta por el centro comercial. El martes que viene es el aniversario de Isaura y le escogerás algún detalle, aparte del que le compre Shaina.

Isaura se lo merece todo. ¡Cómo desearías que nunca se encontrara en un pozo de mierda como en el que tú te hallas! ¡Cómo anhelas que en la vida apueste por el camino del corazón, y no por la ostentación banal y la astenia sentimental!

¡Jericó, Jericó! ¿No querrás que tu hija se aferre al romanticismo? Sí, ¿lo deseas realmente? ¿Quieres hacer de tu propia hija una decadente que acabe anclada en la indigencia?

«¡No me atosigues y deja en paz a Isaura! No hay más decadencia que la que estoy viviendo. Ojalá no te hubiera escuchado. Ojalá ni tú ni Gabo os hubierais cruzado en mi camino. Quizá viviría en un lugar más humilde. Posiblemente no habría conocido los laureles del éxito, ¡pero ahora estaría durmiendo junto a una mujer a la que amara y no permanecería aquí, con el ánimo hecho añicos y bebiendo como una esponja!»

¿Sabes una cosa, Jericó? ¡Te estás dejando seducir por la nostalgia del fracaso!

«¿Y tú sabes otra cosa? ¡Eres un imbécil al que nunca debería haber hecho caso!»