Necesitas una copa. Vas hacia el mueble bar. «¡Hostia!» Acabas de pisar un cristal con el pie desnudo. Claro, ya ni te acordabas de la botella que se estrelló en el suelo. Cojeando, llegas al sofá, te arrancas el trozo de vidrio y lo dejas caer en un cenicero. «¡Joder, qué sangría!» Al menos el alcohol del whisky te desinfectará la herida, pero luego lo piensas mejor y renqueas hasta el baño para buscar el Betadine en el botiquín. Enseguida encuentras el botellín amarillo, lo coges y, con el pie dentro del bidé, procedes a desinfectarte. A continuación, das un zarpazo al rollo de papel higiénico, haciendo equilibrios, y te secas la herida. «¡Qué mala suerte!», te lamentas. Últimamente todo parece ir en tu contra, el universo entero conspira contra ti.

Justo en ese instante, llaman al teléfono fijo. «¡Como sea esa zorra de Anna!»

No, Jericó, no será ella. ¡Anna te ha llamado al móvil y el que está sonando es el fijo!

Te espabilas, saltando a la pata coja, para llegar a tiempo.

—¿Sí?

—Hola, papá, ¿cómo estás?

Es Isaura, tu hija. ¡Qué oportuna!

—¡Isaura! ¡Qué alegría! ¿Cómo va todo?

—Bien. Me lo estoy pasando de maravilla. ¡Tenías razón, Florencia es preciosa!

—Me alegra saberlo.

—Hemos visitado dos veces la galería de los Uffizi y un montón de cosas más, pero me encanta la plaza del Palazzo Vecchio.

—Lo sabía. Sabía que la Piazza della Signoria te gustaría mucho.

—Y vosotros, ¿cómo estáis?

Isaura ha cambiado el registro de voz en esta última pregunta. A pesar de su juventud, es plenamente consciente de que las cosas no marchan entre Shaina y tú. Sufre. La niña lo sufre en silencio. Lo sientes mucho, pero no puedes hacer mucho más de lo que ya haces: disimular.

—Muy bien. Mamá ha salido y yo estaba trabajando en el despacho.

—Llegaré el lunes a las ocho y media.

—¿Tengo que venir a buscarte al aeropuerto?

—Sí.

—De acuerdo, allí estaré.

—¡Adiós, papá! Dale un besito a mamá de mi parte.

—¡Lo haré, cariño, hasta el lunes!

Se te rompe el corazón cuando hablas con ella y ves que, con esa voz tan dulce, intenta remendar los descosidos de vuestro matrimonio. Es una niña muy inteligente y te ha pedido expresa y deliberadamente que des un besito a Shaina de su parte.

«Algún día, cuando seas mayor, cuando pueda hacerlo, te lo explicaré todo», le prometes para tus adentros.

De acuerdo, Jericó, ¡cuéntaselo todo con pelos y señales! No te olvides de nada, de ningún detalle, como que su padre se casó con su madre para presumir, que su vida ha sido una constante banalidad, que su padre juega al juego de Sade…

«¡Basta! He sido un buen padre. La quiero y lo sabes. Es lo único de este mundo que me mantiene lúcido y vivo. ¡O sea que no me mortifiques con reproches cínicos! ¡Déjala en paz!»

No te pongas así, Jericó. ¡Te recordaba algunas pequeñas mezquindades! Aunque tal vez seas un buen padre, de santo no tienes nada. Lo que yo me pregunto es: ¿qué diría ella si le confesaras que estás ocultando una información que puede ser crucial para aclarar un asesinato? ¿Estaría orgullosa de ti?

Estás hecho polvo. La delicada voz de Isaura te ha salpimentado la conciencia. Te encuentras hecho un lío. Y cansado, muy cansado.

Un ruido muy familiar te alerta: el chirrido de la puerta de casa al abrirse y el golpe al cerrarse. Miras el reloj. Las diez y media. ¡Es Shaina!

—¿Hola? —dices, levantando la voz.

—Soy yo, Jericó.

Tu esposa entra en el comedor y exclama:

—Pero, ¿qué ha pasado aquí?

Una pregunta lógica, porque tienes el pie sangrando y, a la altura del mueble bar, hay restos de una botella de whisky rota sobre el parquet y el contenido derramado por el suelo.

—No es nada —te afanas por asegurarle—, la botella me ha resbalado de las manos y, sin darme cuenta, he dado un mal paso y me he clavado un cristal en la planta del pie.

Ella contempla el panorama desde la distancia. Tiene la cabellera ligeramente desordenada y le descubres una expresión de satisfacción en el rostro.

«Te han follado bien, ¿eh?», le sueltas para tus adentros.

—Ahora lo recojo, no te preocupes —te excusas.

Te observa como si te estudiara, pero permanece en silencio. Seguramente debe de pensar que estás chalado.

—Bajo un momento a buscar a Marilyn a casa de Joan. Si quieres, déjalo, ya lo recogeré yo.

—No, Shaina, no te molestes. Ahora lo hago. Por cierto, ¡ha llamado Isaura!

—¿Y cómo está?

—Muy bien, le ha gustado mucho la ciudad. Se lo está pasando muy bien. Me ha preguntado por ti y te envía un besito.

Se hace un silencio incómodo. Isaura es hija de ambos, lo único que compartís con afecto.

—Ahora subo, Jericó, voy a buscar a la perrita.

La miras mientras se aleja. La odias, pero es la madre de tu hija. ¡Algo es algo!

Al oír el portazo es como si te despertaras. Te pones las pilas y comienzas a moverte. Lo primero es ocultar el relato del juego de Sade, la tarjeta y el sobre en tu despacho. Segundo, debes vendarte la herida del pie. Tercero, tienes que limpiar el estropicio del suelo del mueble bar.

¿Has visto la cara de satisfacción de tu mujer, Jericó? ¡El dependiente de ropa ha hecho un buen trabajo esta tarde! Me pregunto cuántos orgasmos habrá tenido Shaina. ¿Cuatro? ¿Cinco? ¿Quizá más? Se la veía satisfecha. ¿Y tú? ¡Tú, Jericó, das lástima!