67
A Jacopo se le acabó de pasar la neura a medida que deambulaban por la ciudad. El tráfico había disminuido considerablemente y el único obstáculo para la circulación eran los semáforos.
Sarah resultó ser una compañía agradable, dadas las circunstancias. Todas las esperanzas de un desenlace positivo estaban depositadas en Rafael. Jacopo no dudaba de su capacidad, pero esta vez se enfrentaban con un enemigo muy diferente a los que habían conocido.
Pasaron por Via de San Marco, sin rumbo, y torcieron a la derecha por Via San Venancio; rodearon Piazza Venecia y otra vez a la derecha por Via Cesare Battisti.
—Ese JC es verdaderamente intrigante —observó Jacopo apartando la vista de la calzada; se veía que no conducía habitualmente—. ¿Lo conoce hace mucho tiempo?
—Hará cuatro años —respondió ella, aferrada al cilindro de los pergaminos.
—Es una persona que no se debe tener como enemigo.
La periodista lo sabía bien. Ya era así cuando lo conoció. Todavía hoy seguía sin saber cómo habían cambiado tanto las cosas. Evitaba pensarlo.
—Para la Iglesia es un socio muy importante —declaró él—. Y además —apuntó al tubo de los pergaminos— es un aliado.
Sarah sabía que aquel submundo secreto estaba en cambio permanente. Todas las alianzas eran frágiles, nada era seguro, ninguna relación duradera, las palabras no valían nada. La honradez, la ética y la moral eran promesas ignoradas, solo importaban el poder y el dinero. Tal era el lenguaje de aquellos hombres para quienes Dios, patria, ley y vida no tenían ningún significado. Sarah lo sabía demasiado bien como para comprometerse e incluso como para creérselo.
—¿Conoce usted al padre Rafael desde hace mucho tiempo? —Era la pregunta que le quemaba en la lengua desde que había empezado el tour con Jacopo.
—¡Oh! Hace tantos años que ya no me acuerdo —respondió él en tono nostálgico.
—¿Fue alumno suyo? —La periodista intentaba obtener la respuesta de otra forma.
—Sí.
«Interesante», pensó Sarah. No podía imaginarse a Rafael estudiando.
—¿Conoció a sus padres?
—No. Su vida es un completo misterio y la Santa Sede se esfuerza en mantenerlo así. Nadie sabe de dónde viene, cuál es su familia… Surgió de la nada.
El misterio se hacía más oscuro. ¿Quién era Rafael en realidad? Tal vez le cobrase un favor a JC preguntándoselo a él. «Oh, cállate», se recriminó. Era una mujer comprometida y estaba embarazada, no tenía nada que ver con la vida privada de Rafael ni con sus orígenes.
Se aferró al cilindro y aprovechó para cambiar de tema. Rafael influía demasiado en ella.
—¿Cree que este pergamino lo escribió Jesús?
Jacopo no respondió inmediatamente. Era evidente que mantenía un conflicto interior sobre ese tema.
—Todo es posible.
—¡Me gustaría tanto que las cosas que la Iglesia nos enseña desde pequeños no fueran mentiras! —suspiró Sarah con expresión soñadora—. Pero cada vez me resulta más difícil creerme nada que salga de allí. —Y apuntó a la cúpula de la basílica de San Pedro, que se veía al fondo desde el lugar donde se encontraban.
—Y que lo diga —lamentó Jacopo—. Lo que nace torcido nunca se endereza.
—Y, sin embargo, llevan más de dos mil años —observó Sarah.
El historiador sonrió.
—Como usted misma dice, resulta difícil creer todo lo que sale de ahí. Se puede y se debe poner todo en tela de juicio, incluso la herencia que reclaman.
Sarah captó lo que Jacopo quería decir o, al menos, creyó captarlo.
—¿Esta diciendo que el papa Ratzinger no es el sucesor de Pedro y, por consiguiente, de Jesús?
—Estoy diciendo que puede no serlo —rectificó él—. Tenemos derecho a cuestionarlo todo, Sarah. Fíjese, lleva usted un evangelio que pone a la Iglesia en una situación difícil. Si fue realmente Jesús quien lo escribió, ¿cómo puede justificarse tal cosa? Por no hablar de la imposibilidad de vincular a Pedro con Lino, el segundo papa, y, en consecuencia, con los papas que le sucedieron.
—¿En serio? —Todavía había cosas que la dejaban perpleja—. Ese vínculo es la razón de ser de la Iglesia.
—Puede que sí, Sarah. Pero fue un invento. La Iglesia de los cónclaves es muy reciente. La palabra «papa» no empezó a emplearse hasta el siglo III, a pesar de ser una forma de designar a todos los obispos católicos. En el siglo VI pasó a utilizarse refiriéndose solo al obispo de Roma y no fue título oficial hasta el siglo IX.
—¿Qué quiere decir «papa»?
—Se piensa que tiene que ver con las dos primeras sílabas de pater y pastor. Pero solo es una teoría.
—Pero ¿cómo es que una historia que comienza tan lejos, en Israel, culmina aquí en Roma y se convierte en eje del mundo cristiano? —quiso saber ella. La pregunta era pertinente.
—Basta con razonar un poco, Sarah. Roma era la capital del imperio que dominaba Israel. Si sumas dos y dos…, Roma debía tener obligatoriamente un papel preponderante en la creación de una nueva religión para someter al pueblo.
—Dios mío.
—La verdad, Sarah, es que atribuimos a Dios lo inexplicable desde el principio de los tiempos y lo seguimos haciendo. Los dueños del poder lo sabían y lo utilizaron a su favor.
—Pero usted trabaja para una Iglesia que hace daño.
—Todos tenemos un precio, Sarah —advirtió el historiador—. Además, ¿qué mejor empleo para descubrir lo que es verdad o mentira?
—¿Y ha logrado descubrirlo?
—Lo único que he logrado han sido más dudas y preguntas —respondió con una sonrisa de frustración.
—¿Ha visto lo que hay aquí dentro? —Mostró el cilindro.
Jacobo negó con la cabeza.
—Aún no he tenido valor.
En ese momento vibró el móvil de Sarah anunciando la llegada de un mensaje de texto. Sintió el corazón lleno de ansiedad. Tal vez fuera Francesco avisando de que llegaba. Leyó el texto, pero no lo captó al momento, pese a ser bastante corto y claro.
—¿Novedades? —quiso saber Jacopo.
—Se acabó el paseo. Tenemos que ir ahora mismo a esta dirección. —Mostró al historiador la pantalla del móvil.
El hombre leyó el mensaje y se quedó de una pieza.
—¿Por qué no me he quedado en casa? —murmuró.
En la pantalla aparecía escrito: «Iglesia de San Ignacio de Loyola, 15 minutos».