EPÍLOGO
Nueva York
Diciembre, 2018
Aquellos que creen en la magia están destinados a encontrarla.
Nada hacía presagiar que la tarde en la que Chloe Ackerman y Jeff Hunter estaban destinados a encontrarse de nuevo, fuera a ser especial. Era un día como cualquier otro. El cielo gris de Nueva York amenazaba con dejar caer una tormenta en las próximas horas, pero Chloe no temía empaparse bajo la lluvia. Hunter reclamaba su paseo por Central Park en el que había hecho buenas migas con otros perros, tan canallas y juguetones como él. Atrás había quedado el miedo a salir a la calle, a tropezarse con alguno de aquellos hombres ricos a los que dormía y robaba, a ser asaltada por algún sicario o retenida por policías vestidos de paisano que la pudieran estar esperando en cualquier esquina improvisada.
Chloe Ackerman podría haber sido cualquier cosa, pero tuvo suerte. Suerte de tener un ángel guardián en el pasado que luchó por cambiar el futuro, y cuyo árbol genealógico las unía sin que la viajera del tiempo lo supiera. No todavía.
* * *
Jeff Hunter, que se había negado a cambiar de nombre y apellido para que la protagonista de su próxima misión secreta no volviera a llamarlo mentiroso, esperaba frente a la portería, esta vez sin esconderse, y sin importarle el frío y la lluvia. Con las manos en los bolsillos, ansiaba volver a ver esos ojos verdes clavándose en los de él, tal y como ocurrió la primera vez, hace muchos años, el día que llegó a Raventhorp siendo Isaac Hamsun.
El ladrido de un perro lo puso en alerta.
«Hunter», pensó Jeff sonriendo.
Nada más abrir la puerta, sus miradas por fin se encontraron bajo la llovizna de un cielo velado. Una mezcla de incredulidad se apoderó de ella. En ese momento, le recorrió un frío similar a una descarga eléctrica; un extraño hormigueo en el estómago que no dejaba de sacudirse, encogerse y dar pequeños tirones. Los mensajes se sucedían en ambas direcciones a través de miradas infinitamente largas.
Era él.
¿De veras estaba ahí? ¿Era una espejismo? No podía ser él.
«Se parece mucho, pero no es él», deliberó Chloe, paralizada como la primera vez que viajó en el tiempo.
Jeff mostraba una barba incipiente que endurecía sus rasgos, y su cabello oscuro se había adaptado a la época en la que se encontraban. Los trajes de los años veinte se habían quedado en el pasado; Jeff iba vestido con unos tejanos y bajo el anorak se intuía una sudadera Nike de color gris. No solo sus labios le sonreían, también lo hacían sus ojos, que parecían rogarle que se acercara hasta él. Que no podía esperar más para tenerla a su lado. Que no era un sueño ni un salto temporal y que ya no tendrían que separarse salvo cuando tuviera que salir del país por trabajo.
Hunter, cuyas patas parecían haberse quedado ancladas en el asfalto nevado, miró a Chloe un segundo y seguidamente a Jeff, reconociéndolo y reaccionando antes que su dueña.
—¡Hunter! —gritó ella, cuando la correa se le escurrió de las manos por la fuerza del perro.
Hunter atravesó la avenida corriendo para ir en busca de su gran amigo que, sin dejar de mirar a Chloe, que también se acercaba a él con incertidumbre, se agachó para proferirle al perro todo tipo de halagos y caricias.
—Chico, ¿cómo estás? Te he echado de menos.
—Jeff…
La voz de Chloe se quebró. Había soñado infinidad de veces con ese momento y le parecía irreal que estuviera ocurriendo de verdad. Jeff alzó una mano y, en silencio, le acarició los labios con los dedos. Se moría por besarla, pero sabía que no podría parar si lo hacía, y tenía muchas cosas que contarle.
—Jeff, eres tú —repitió Chloe, esbozando una sonrisa. El pecho le subía y bajaba con rapidez y su rostro le brillaba bajo un reguero de lágrimas. Estaba demasiado aturdida para moverse. Temblaba de arriba abajo, tanto que era un milagro que las piernas la sostuvieran erguida.
Chloe ahogó sus palabras con un beso suave, apenas un roce. Jeff suspiró y, con los ojos entornados, la miró con adoración. Era una mirada que hablaba de momentos. De sus preciosos momentos en la isla. Jeff acortó la distancia que los separaba y pegó su cuerpo al de Chloe. Le deslizó una mano por el cuello hasta la nuca y la atrajo hacia su pecho. La envolvió con sus brazos, aferrándose a ella como si fuera un salvavidas en medio del océano, le tomó el rostro entre las manos y le acarició la mejilla lentamente llevándose consigo una lágrima. Despacio, como pidiéndole permiso, acercó sus labios a los de ella y la besó en la boca, anhelante, intenso y lleno de pasión.
—No miento —rio Jeff. El tono grave de su voz rodeó a Chloe como si de un abrazo se tratara, estremeciéndola—. Estoy aquí y quiero quedarme contigo —le pidió, abrazado a sus besos y empapándose en su tiempo, con las ganas de crear millones de instantes, de esos que duran toda la eternidad en la escurridiza memoria del tiempo.
He aquí mi secreto, que no puede ser más simple: solo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible a los ojos.
EL PRINCIPITO