38

Greening Island

Abril, 1928

Los escritores nos miran con una mezcla de miedo y recelo desde el porche; para ellos somos unos asesinos. Solo tres han confiado en nosotros al comprobar que Henry portaba en el bolsillo de su delantal un explosivo con el que pretendía prender fuego al salón. Algunas mujeres, presas de un ataque de nervios, se han encerrado en sus dormitorios al no soportar ver los cadáveres de Henry, Anne y Madison.

—Todo esto parece irreal —reflexiono—. Madison no tendría que haber acabado así —me lamento, dirigiéndome a Ally, que está tras el mostrador de recepción ajena a los cuchicheos de los escritores—. ¿Qué haces?

—Escribiendo una carta para Chloe. Debe saber que todo ha sido real; especialmente por ti, Jeff.

—No la volveré a ver —suspiro, sintiendo cómo un nudo en la garganta me aprisiona y me deja sin aire.

—McCarthy y el resto no tienen ni idea de nada. Los viajes temporales no es un tema que controlen —se queja Ally sin dejar de escribir—. La primera vez que traté de evitar la tragedia no os pude salvar pero, por alguna extraña razón, tuvimos una segunda oportunidad. Sintiéndome impotente, tuve que ver, por no haber sabido actuar correctamente, cómo Raventhorp ardía en llamas con los escritores, el servicio y vosotros dos ahí dentro. El único que se salvó, por supuesto, fue Collen, que escondió vuestros cadáveres en la biblioteca y la tapió con sus propias manos. No sabía cómo se iba a desarrollar la noche, así que preferí no precipitarme ni arriesgar. Me quedé expectante en la segunda planta. Solo asomaba la cabeza para que no me vieran cuando oía algún ruido, pero no hice nada. Me equivoqué en todo.

»Inexplicablemente, cuando la tragedia se desató, en lugar de quedarme regresé a 2015, al punto de partida, para esperar otros tres años y acabar con Collen en 1928. Fue por el influjo de la amatista que me entregó McCarthy; esa piedra es más poderosa de lo que creía al principio. Seis años de mi vida inmersa en esta misión, Jeff. Fue como vivir en bucle sin cumplir años; en las dos ocasiones todo empezaba en 2015 y terminaba en 2018, año en el que, durante la segunda oportunidad que se me ha brindado, yo ya sabía que llegaría Chloe, el tesoro de Raventhorp. El tesoro de Collen. No había nada que me pillase por sorpresa. El tiempo ha pasado, así lo he percibido, igual que los demás, pero hay algo extraordinario en este lugar, en mi viaje y en la misión. Me han regalado tres años extra en el futuro en los que no he pasado de los treinta y cinco. Sé que para ti han transcurrido tres años desde que no nos vemos, pero para mí, créeme, ha sido toda una vida y he tenido tiempo de sobra para olvidarte.

—¿Qué ha cambiado esta vez? —pregunto, sin otorgarle importancia a lo último que ha confesado.

—Collen apareció en 2018 y se instaló en el Raventhorp del futuro, en la habitación número 20. Se trataba de una de sus versiones, una mayor que debía rondar los sesenta años. Esta vez sí lo reconocí. Me colé en su dormitorio y le robé la piedra de amatista, por lo que no pudo regresar al pasado y salvar a su versión joven, la que hemos convertido en polvo provocando su desaparición en este y en todos los mundos paralelos existentes evitando todo el mal que hizo durante siglos. No era nadie sin su piedra. Sin ella, no podía viajar. Esa fue mi estrategia para adelantarme y cambiar la historia. —Emite un suspiro y contempla durante unos segundos los cadáveres de Henry y Anne—. McCarthy apenas os dio información, ni a ti ni a tus antecesores, porque quien de verdad estaba trabajando en esta misión era yo, en este mismo lugar, aunque no me pudierais ver debido al paso del tiempo.

»En el futuro, después de conseguir un cargo respetable y poderoso que lo hiciera pasar desapercibido, Collen se implicó en mafias y organizaciones religiosas, trata de seres humanos, tráfico de armas, explosivos… por no mencionar su colaboración con Hitler durante la Segunda Guerra Mundial que dará comienzo en 1939. Su maldad no tenía límites, Hunter. Le gustaba sentirse parte de algo grande; quería ser responsable de las etapas más trágicas y mortíferas de la historia; convertirse en leyenda como pretenden, por ejemplo, algunos asesinos en serie. Se desdoblaba en el tiempo y viajaba de un siglo a otro raptando a mujeres con las que se obsesionaba; la primera de ellas fue Madison, pese a que solo era una niña. La última iba a ser Chloe. Pero eso no es todo —añade—. No sé cómo demonios lo consiguió, pero Arthur Collen fue uno de los dirigentes de una organización terrorista islámica del futuro, que hubiera matado a miles de personas la noche de fin de año de 2018 en Times Square y, créeme, ni toda la seguridad que emplean para ese día hubiera podido remediar la tragedia. Iba a ser el principal responsable de uno de los mayores atentados en los EE. UU. del siglo XXI pero, por suerte, ya no ocurrirá.

—La misión no era solo salvar a Chloe y a Raventhorp, sino también al futuro —asimilo, después de haber estado atento a toda la información.

—Chico listo, Hunter. Chloe es una mujer especial, era el tesoro de Collen, su obsesión y su delirio cuando, por casualidad, tropezó con ella en Nueva York. Dirigió su vida y provocó accidentes que la condujeron hasta él, aunque hemos conseguido cambiarlo y, en el futuro, es como si jamás la hubiera visto. En cierto modo, Chloe ha sido un cepo que nos ha venido bien para evitar desastres mayores. Sin embargo, no se trata de la presidenta de los EE. UU. ni es lo suficientemente importante en el destino del planeta como para que un Departamento del Gobierno se movilice por su seguridad y haya empleado por primera vez un descubrimiento que, a partir de este momento, cambiará la manera de trabajar y enfrentarnos a las misiones: viajes en el tiempo. Y, antes de que me lo preguntes, no, ninguna mujer ha llegado a ser presidenta de los EE. UU., aunque sí un hombre de raza negra llamado Barack Obama —concluye, doblando la carta e introduciéndola en un sobre en el que escribe:

PARA CHLOE

—Espérame aquí, Hunter.

Ally sube las escaleras con la misma rapidez con la que me ha dado toda la información que aún estoy digiriendo. Sé adónde se dirige. Pretende que Chloe, dentro de noventa años, encuentre en la biblioteca la carta que le acaba de escribir. No puedo negar que siento curiosidad por saber qué dice en ella.


Algunos escritores aún siguen aquí, moviéndose como autómatas por el porche y la recepción, atónitos ante todo lo que han visto sus ojos. Ahora me miran a mí como si tuviera la respuesta a sus preguntas. Me encojo de hombros sintiendo un dolor punzante en el muslo; la venda está ensangrentada.

Me siento a salvo cuando Ally aparece bajando las escaleras aprisa, y ordenándome de manera atropellada que ha llegado el momento de irnos.

—¿Cómo? ¿Nadando?

—No seas idiota, Hunter —replica, arrastrándome al exterior, libres de las miradas curiosas de los huéspedes que, de tan impactados que están, no intentan detenernos—. Hay una barca de repuesto en el cobertizo del bosque. No lo sabías, ¿verdad? Y, antes de que me interrumpas, aún me falta decirte algo que se ha convertido en una carga demasiado pesada para mí. Necesito soltarlo, así que ahí va. Nunca nos pertenecimos, Jeff. Seguramente hemos pensado el uno en el otro durante todo este tiempo —añade, sin mirarme ni detenerse—, pero me alegra que fueras tú el que se topara con la viajera en lugar de cualquier idiota del Departamento en estos últimos tres años. Tenía el presentimiento de que serías tú, así se lo dije a McCarthy antes de irme a 2015, y fue por eso, quizá, que te eligió para dirigir el hotel este año. 1928. Tenía que pasar, era el momento. El tesoro de Raventhorp era para ti. Os pertenecéis. Eso es amor.

—¿Y de qué me ha servido si no la volveré a ver? —insisto dolido.

Esta vez, Ally no contesta y sigue caminando hasta toparnos con el cobertizo en el que, efectivamente, hay una barca de madera esperándonos. De haberlo sabido, todo sería distinto y Chloe seguiría conmigo.

Arrastramos la barca hasta la orilla y, en silencio, nos despedimos para siempre de Raventhorp.

Ally murmura que va a echar de menos este lugar.

—¿Qué será del hotel? —le pregunto.

—Está destinado a caer en el olvido hasta 1992, cuando Tina Carpenter lo compre. Los escritores no hablarán muy bien del lugar después de todo lo que han vivido. Tres cadáveres y un desaparecido convertido en polvo; para ellos y para la historia futura de esta isla, somos unos asesinos a los que nunca encontrarán. Pero podría haber sido peor.

Nuestras miradas siguen fijas en la isla y en Raventhorp, reducido ahora por la lejanía a una minúscula luz en medio de la negrura.

Nos alejamos de la isla adentrándonos en las frías aguas como si fuéramos un par de maleantes huyendo bajo las estrellas titilantes de la noche. Sumidos en nuestros propios recuerdos sin necesidad de conversar para sanar viejas heridas, remamos como si nuestros brazos hubieran adquirido una fuerza infinita, aunque es Ally quien lleva el timón; la herida de bala arde en mi interior provocándome escalofríos.


Son casi las cuatro y media de la madrugada cuando llegamos a Harbor. El espacio se me hace inmenso y carente de interés; hace rato que he dejado de vislumbrar Greening Island y el hotel y, por lo tanto, acepto que las probabilidades de volverme a topar con Chloe son nulas. Se me rompe el corazón. La sensación de que la vida sin ella no tiene sentido aumenta a cada segundo que pasa. Duele más que la bala perforando mi muslo.

Apenas vemos nada en la oscuridad. Cojeando, sigo los pasos apresurados y seguros de Ally, que me conducen hasta donde se encuentra estacionado un automóvil con los faros encendidos. McCarthy aparece por la puerta trasera rodeado del humo que desprende el puro que sostiene entre los dedos. Nos mira con orgullo y asiente lentamente.

—Felicidades, agentes. Agente Ackerman, ¿lista para volver a vivir en 1928?

—¿Ackerman? —pregunto confuso, mirando fijamente a Ally, cuyo apellido, según creía yo, era Spencer.

—Es largo de explicar, Hunter… —se excusa, bajando la mirada.

—La agente Ackerman es pariente de la mujer pelirroja —revela McCarthy—. Concretamente, la hermana de su abuelo, de ahí a que fuera ella la principal agente en esta peliaguda misión, una de las más extrañas en lo que llevo de carrera ya que, como habrán comprobado, el tema espacio temporal aún se nos escapa de las manos. Con el paso del tiempo y mucho entrenamiento, dominaremos este insólito tema, estoy convencido de ello. El futuro necesita del pasado para sobrevivir.

—Entiendo —murmuro, recordando cuando Ally, sin entrar en muchos detalles debido al dolor que le causaba hablar del tema, me contó que tenía un hermano del que la separaron cuando murieron sus padres. Por lo visto, la casa en la que vivían se derribó a causa de una viga deteriorada. Ally tenía dieciséis años, consideraban que podía espabilarse sola, y su hermano solo cinco, por lo que fue adoptado por un matrimonio que no podía tener hijos. Desde entonces, no volvieron a verse, y dos años más tarde, con dieciocho, Ally entraría a formar parte del Departamento cuando McCarthy la encontró por las calles de Manhattan tratando de sobrevivir. Le dirijo una sonrisa conciliadora entendiendo que nuestras vidas están pobladas de secretos y mentiras por nuestra propia seguridad y la del Departamento—. Me cuesta asimilarlo, pero lo entiendo —añado pensando en Chloe.

—Mi hermano ya tiene veinticinco años y, aunque es probable que apenas recuerde a nuestros padres ni a mí, me emociona que haya conservado nuestro apellido. No sabes cómo me asombra que Ackerman perdure durante décadas —comenta orgullosa.

—Agente Hunter —interrumpe McCarthy—, súbase al coche, por favor. A pocos kilómetros le atenderá un doctor. Hay que extraer esa bala de inmediato y tengo algo importante que contarle respecto a su futuro en el Departamento.