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Greening Island

Marzo, 1928

Chloe, temblorosa, aparece en mi dormitorio como las otras veces, de improviso. En la mano lleva un papel amarillento y su tez está más pálida que nunca, como si acabara de ver un fantasma. Aún adormilado, impido que Hunter, feliz al verla, se le eche encima. Lentamente, me acerco para preguntarle qué ha pasado.

—Estás aquí —murmuro, dejando que ella, derrumbada e incapaz de pronunciar una sola palabra, hunda su cabeza en mi pecho desnudo—. ¿Qué hay en ese sobre? ¿Qué ha pasado?

—Me ha encontrado —balbucea—. Me ha encontrado.

—¿Quién?

—Dempsey. Está en el hotel, en 2018.

—Chloe, ¿cómo es? ¿Cómo es Dempsey? —pregunto alarmado, temiéndome lo peor después de la confesión de Madison.

—Grande. Es grande y fuerte. Cabello blanco, ojos grises… Tiene alrededor de cincuenta y cinco años.

—Es George —afirmo con seguridad.

—¿Qué?

—George es Collen y Collen es Dempsey, aunque por la edad que me has dicho, deben haber transcurrido varios años para él. El que yo creía que era George no alcanzaba los cuarenta.

—El tesoro.

—El tesoro eres tú, Chloe. Él quiere su tesoro. Siempre has sido tú. Dudo que McCarthy supiera a qué me enfrentaba yo o cualquiera de los agentes que vinieron aquí. Es probable que mi superior creyera en lo que cuenta tu tía sobre el tesoro robado y los maleantes que supuestamente acechan este lugar. Pero todo es más complejo que eso y lo que ocurra aquí la noche del 7 de abril es consecuencia del futuro. De lo que hiciste.

—Por el millón de dólares. Alan… —musita pensativa con la mirada fija en la pared.

—No es el dinero, Chloe, es la obsesión. Ese dinero fue una trampa para traerte hasta aquí; Madison me lo dijo. Es un tipo enfermo, maldito y obsesivo que vio en ti una posesión, algo que necesitaba tener. Su tesoro. —Al fin, las palabras de McCarthy cobran sentido: «Proteger el tesoro. Mantenerlo a salvo». De eso se trata. De mantener a Chloe a salvo—. Collen viaja en el tiempo desde que compró este lugar y ha estado jugando a ser un Dios que va del pasado al futuro a su antojo instalándose, por lo visto, en la ciudad de Nueva York de tu siglo y ejerciendo un cargo importante para encontrarte —prosigo, explicándole lo poco que sé—. Alan no fue más que un peón dentro de su juego, ¿no te das cuenta? Lo tenía todo planeado. Sabía que te conocería, colocó el millón como excusa para seguirte. Supo desde el principio qué iba a ocurrir.

—1-9-2-8… —recuerda sin pestañear—. Era la clave de la caja fuerte.

—Voy a sacarte de aquí. Cogeremos la barca y nos iremos aunque tengas que vivir en este tiempo para siempre. No voy a dejarte —concluyo decidido.

—No, Jeff. Vi nuestros esqueletos. Es nuestro destino; ocurrirá y no podemos hacer nada para evitarlo.

—Dijiste que lo podías cambiar. Lo podemos cambiar, Chloe, no te rindas ahora que tenemos la respuesta. Ahora no —ordeno, esperando unas palabras que no llegan. Parece una muñeca rota, la mujer desvalida e insegura que jamás creí que fuera. Necesito que entre en razón, pero no sé cómo diablos voy a hacerlo.

* * *

Me rindo. Me lo busqué y es lo que merezco. Alan y Steve están muertos; solo falto yo y, si eso es lo que quiere Dempsey o cómo demonios se llame, Jeff no tiene que sufrir las consecuencias de mis actos.

—No quiero que te veas arrastrado por mi culpa, así que vete solo. Vuelve a Nueva York y aborta la misión. Explícaselo a tu superior, seguro que lo entiende.

—Ally —dice de repente—. Ally puede ayudarnos, es la mejor. Pediré refuerzos para la noche del 7 de abril. Falta una semana, pueden llegar a tiempo.

—Si Dempsey, George, Collen o cualquiera que sea su identidad real es tan poderoso como para anticiparse a los acontecimientos, saber de mi existencia y de lo que ocurriría antes de conocerme o de que Alan lo planeara todo con unas intenciones distintas a toda esta locura, lo sabrá. Y ni esa tal Ally ni ningún refuerzo podrá salvarnos.

—Déjame intentarlo. No me voy a ir de aquí sin ti.

Sin poder mantenerle la mirada, la aparto, pero Jeff extiende una mano tomándome delicadamente por la barbilla para que vuelva la cara y nuestros ojos se encuentren de nuevo.

—Por favor —repite cansado.

Contemplo el relieve de sus cicatrices, las que están a la vista. Cada una de ellas tiene su propia historia y lo han dejado marcado de por vida.

—Vale —asiento, sin estar del todo convencida.

* * *

Hunter viene detrás de nosotros mientras corremos en dirección al embarcadero. Madison, en recepción, nos ha visto, por lo que le he tenido que contar a Chloe que, finalmente, pese a lo asombroso del asunto, es la única persona que ha resultado ser de confianza después de contarme quién es en realidad George.

Exhaustos, cuando llegamos al punto donde debería estar la barca, vemos a Henry en la orilla. Sonríe satisfecho. Sostiene una cuerda en sus manos. Me temo lo peor.

—¿Qué has hecho? —le pregunto, encarándome a él y tratando de proteger a Chloe que permanece detrás de mí. Siento su respiración acelerada en la nuca. La barca navega en el océano y, aunque nos lanzáramos a las frías aguas del mar, ya no nos daría tiempo a alcanzarla.

—Órdenes de arriba, señor.

—Órdenes de George —afirmo entre dientes, sintiendo cómo la rabia se apodera de mí al ver a Henry reír como una hiena.

* * *

Una mano aparece silenciosa detrás de mí. Es más fuerte que yo. Me oprime la boca con un esparadrapo sin que pueda hacer nada para defenderme, y me asesta un golpe en la cabeza. Mis aullidos alertan a Jeff, que se da la vuelta para ver qué pasa, antes de que mi visión se vuelva borrosa, mi cuerpo torpe, y me desplome en la arena.