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Greening Island

Enero, 1928

Por las noches, cuando me encierro en mi dormitorio, aguzo el oído, que quedo un rato atento a las voces de los empleados entrelazadas como un coro de grillos, suaves como dedos sobre mi cabello. Suelo quedarme dormido casi al instante, pero tengo el sueño ligero. En algún momento de la noche me desvelo, como si alguien susurrara palabras ininteligibles desde el pasillo.

Me despierto a las tres de la madrugada sobresaltado y sudando. Lanzo la manta al suelo, pero dentro de mi cabeza persiste la pesadilla. Gritos de cadáveres tendidos en el salón arrasado por las llamas de un fuego que ha aparecido de la nada. La mujer pelirroja de pie en el centro de la estancia; el fuego no la toca. Pero no ha sido más que eso, una pesadilla, un mal sueño del que, por suerte, he despertado.

—¿Isaac? —pregunta Madison dando golpes a mi puerta—. Isaac, ¿estás bien? —insiste.

Me levanto con dolor de cabeza, martillos taladrándome el cerebro, y le abro. Mala idea viendo que se ruboriza cuando me ve con el torso desnudo.

—Lo siento, no quería molestarte, Isaac. Padezco de insomnio, así que he subido hasta la biblioteca y te he oído gritar.

—¿He gritado? No me he dado cuenta, lo siento. Solo ha sido una pesadilla.

—Si necesitas cualquier cosa… —murmura, mirando al suelo y pestañeando repetidas veces en un alarde de lo que me parece un tímido coqueteo.

—Estoy bien, gracias. Descansa.

Cuando estoy a punto de cerrar la puerta, Madison me lo impide. Su actitud cambia repentinamente; pasa de la coquetería tímida e infantil a mostrarse segura de sí misma e intimidante. Me desafía con la mirada y, en un tono de voz sereno, añade:

—De veras, Isaac, para cualquier cosa que necesites, estoy aquí.

Asiento tragando saliva. La propuesta, en caso de estar en lo cierto, es una tentación, pero no estoy aquí para flirtear con una empleada por muy dulce y atractiva que me parezca. Estoy aquí para salvarla, a ella y al resto, de algo que, todavía, me resulta un misterio. Una de las claves para obtener un buen resultado en mi trabajo es evitar las tentaciones y centrarme en lo que de verdad importa.

Oigo cómo baja las escaleras y aprovecho para salir del dormitorio mirando a ambos lados del pasillo por si me encuentro con alguien más. Todos duermen en la planta de abajo y ya no hay huéspedes, por lo que, salvo Madison, no hay una sola alma despierta por aquí. No hay peligro. Subo en dirección a la tercera planta y corro hasta el final del pasillo hasta situarme frente a las escaleras de piedra que conducen a la biblioteca. Al entrar, una amplia sala con forma circular me recibe más fría que el resto de las estancias del hotel, como si nada de lo que hubiera aquí le perteneciese a la edificación. De suelo de madera pulida y quejumbrosa por el paso del tiempo, las paredes de piedra están ocultas tras las altas estanterías repletas de libros polvorientos, en su mayoría clásicos de la literatura de los siglos XVIII y XIX. Los ejemplares que están en lo alto del todo, llegando casi al techo, pueden alcanzarse gracias a una escalera de caracol protegida por una barandilla negra de hierro forjado afiligranada con rosas y motivos vegetales. La claraboya acristalada de forma piramidal se apodera del techo majestuoso con frescos similares a los de la recepción. La panorámica del cielo nocturno estrellado parece de cuento.

Me sitúo en el centro tratando de ver algo fuera de lo normal. Madison ha estado aquí, pero no parece haber tocado nada. Camino atento a mis pisadas por si algún tablón de madera está suelto y me puede indicar dónde está el tesoro que todos ansían, el secreto que ha permanecido oculto entre estas paredes desde su creación; sin embargo, la biblioteca, este lugar especial, silencioso y casi invisible, no parece que me vaya a dar ninguna pista sobre lo que de verdad estoy haciendo aquí. Por el momento, seguirá siendo un misterio.

Sin querer, sigo reteniendo en mi mente la pesadilla. Es tan nítida y real que casi da miedo por si se tratase de una premonición. No sería la primera vez. En cualquier caso, ¿qué hacía Chloe en ella? La misteriosa mujer se esfumó delante de mis ojos el día que llegué. ¿A dónde diablos fue? Antes de venir, mi superior me advirtió que este hotel era un tanto especial. Que se construyó sobre lugar sagrado, algo que sus primeros habitantes percibieron, y se asustaron tanto, solo Dios sabe el porqué, que decidieron abandonar la isla para siempre. Nunca dijeron qué fue lo que vieron para huir despavoridos dejando parte de sus pertenencias. Una isla desierta e idílica que oculta un tesoro custodiado por Raventhorp, edificación que pareció surgir de la nada, porque nadie sabe quién fue la persona que la construyó.

—Pero ¿qué hay? —insistí en la reunión previa a la misión.

Delante de mí se encontraba McCarthy, mi superior. La sede central del servicio secreto se encuentra en la biblioteca Widener, en Massachusetts. No obstante, los superiores suelen reunirse con sus subordinados en sótanos ocultos que utilizan clandestinamente en todo el país. Si mal no calculo, deben haber unos treinta. Esa tarde nos reunimos en su lúgubre despacho ubicado en un sótano de un edificio de oficinas de la administración pública al sur de Manhattan. Había un escritorio de nácar en el centro, con varios cartapacios de cuero bien ordenados, un cenicero, puros, un tintero, un candil y una araña de cristal como pisapapeles. Las cuatro paredes estaban iluminadas por candelabros y cubiertas por cortinaje y un frisón de madera tallada.

—Se llamará Isaac Hamsun. —McCarthy me tendió la documentación ignorando mi pregunta—. Siga entrenando; le necesitamos fuerte. Lleve el arma siempre con usted, no se separe de ella porque pueden aparecer en cualquier momento y debe prohibir que se lleven el tesoro de Raventhorp. Ese tesoro debe permanecer ahí —recalcó, misterioso, velado por halos de humo que se suspendían en el aire.

—¿Qué tesoro? ¿Quiénes pueden aparecer en cualquier momento? Al menos dígame a qué o a quiénes me enfrento.

Estoy acostumbrado a actuar y a que no me den detalles; necesito lo justo para pasar a la acción, pero la falta de información en esta misión se pasa de castaño oscuro. Lo único que me quedó claro fue que, si encontraba antes el susodicho tesoro, tenía que asegurarme de mantenerlo a salvo.

—El tesoro no puede salir de Raventhorp —ordenó—. Nos consta que ha habido cambios de última hora que hacen peligrar el plan inicial, por lo que es muy importante seguir las indicaciones. Yo mismo contactaré con usted en caso de necesidad, Hunter.

—Con todos mis respetos, señor McCarthy, si no sé qué estoy buscando o a quién me enfrento, ¿cómo voy a actuar?

—Solo deberá enfrentarse y detener a quien venga a por el tesoro. Saberlo reconocer y matarlo o matarlos en caso de necesidad. Con su experiencia no le será difícil, Hunter, confío en usted. Es el mejor para este trabajo. No pierda de vista a los empleados, puede que haya algún infiltrado entre ellos en busca del tesoro.

—¿Los empleados?

—Los empleados, un huésped… puede ser cualquiera.

—Por el tesoro.

—Por el tesoro —repitió cansado, cerrando los ojos un instante con gesto de desagrado.

—¿No necesitaré refuerzos?

McCarthy, tras aclararse la garganta remilgadamente, se echó a reír. Me miró fijamente demostrándome la seguridad que tenía en mí después de trabajar para él durante diez años. Diez años en los que me he enfrentado a hombres en apariencia mucho más fuertes; diez años en los que, tras una ardua preparación, he librado batallas que parecían imposibles de vencer, encontrándome cara a cara con los ojos de la muerte en las lúgubres calles de cualquier ciudad del mundo a la que me han enviado, para justiciar a quienes han pagado un alto precio por descubrir algo que no les era permitido. Secretos. Casi siempre se trata de mantener los secretos a salvo y la seguridad de quien tiene el poder; no dista mucho de esta nueva palabra empleada para salir victoriosos en la nueva misión: Tesoro. Al fin y al cabo, el Departamento se creó en el año 1865 con la finalidad de frenar la falsificación de dinero pero, con el tiempo, las misiones se han ido complicando y cada vez resultan más complejas y turbias. El enemigo, como suele decir McCarthy, siempre está al acecho.

«Los secretos pueden ser más peligrosos que los tesoros ocultos», me planteé en silencio, permitiendo que McCarthy continuase riéndose a mi costa. Segundos más tarde, volvió la formalidad, el olor a puro y a whisky, y me mostró la fotografía del hotel que debió estar hecha desde alguna embarcación en alta mar dada la distancia empleada. No le hacía justicia a lo que es en realidad. Fue lo primero que pensé al llegar aquí. Sus proporciones transmiten un equilibrio tan perfecto que la casa parece haber brotado aquí mismo, acunada por las montañas, con el mar desparramándose a sus pies, exuberante y gentil, erguida entre la explanada para los carruajes y las sinuosas curvas difuminadas del bosque, con sus tonalidades marrones y verdes, como un tesoro sostenido en una mano ahuecada.

—Puede estar en cualquier parte —conjeturé en aquel momento.

—Está dentro de la casa —respondió firmemente—. Para que Raventhorp siga en pie, el tesoro debe permanecer en su interior. Es inamovible. No puede, bajo ningún concepto, salir al exterior y, en cualquier caso, usted debe encargarse de protegerlo con su propia vida.

Nunca había oído hablar de Raventhorp; ni siquiera conocía la existencia de Greening Island. Brevemente y sin paciencia alguna, McCarthy me explicó la historia del lugar. En la actualidad, el hotel le pertenece a un tal señor Collen, un empresario hotelero, que es quien ha debido pagar para que un tipo como yo salvaguarde lo que parece ser tan importante para su negocio. Solo lo he supuesto; McCarthy no me lo ha dejado claro.

—Antes de usted estuvieron algunos compañeros suyos, pero no dieron con el tesoro ni tuvieron que enfrentarse a ninguna batalla como la que prevemos que va a ocurrir a lo largo de esta temporada —informó seriamente.

¿Qué cambia del año pasado a este? ¿Por qué ahora? ¿Por qué yo? Preguntas que no me atreví a formular y por las que gastar saliva hubiera sido inútil. McCarthy no hubiese contestado. Empiezo a sospechar que ni siquiera los de arriba saben qué acecha al hotel ni qué intereses hay puestos en él.

Han pasado tres semanas y sigo sin saber qué estoy buscando, a quién debo proteger, o quién puede suponer un peligro para el lugar que tanto empeño tienen en conservar. Los dos huéspedes que había ya han abandonado el hotel y no tenían pinta de ser unos malhechores en busca de ningún tesoro o secreto importante que aguarde esta edificación; solo eran dos hombres mayores e indefensos. Por otro lado, los empleados parecen ser buenas personas, trabajadoras y sin sombras que ocultar. No hay un alma a la que vigilar en todo Greening Island.

—No te dejes engañar por las apariencias —murmuro, imitando la voz socarrona de McCarthy, al mismo tiempo que visualizo los rostros de cada una de las personas que trabajan aquí y a los compañeros que, antes que yo, se hicieron pasar por directores de Raventhorp sin que eso supusiera peligro alguno para ellos.