21
Greening Island
Febrero, 1928
Antes de volver a entrar en el hotel, me limpio la sangre de los dedos y miro a Hunter sin saber qué debo hacer. Lo lógico sería llamar a la policía y denunciar la desaparición de George. Confesar que he encontrado restos de sangre en la barca debido a un supuesto golpe que alguno de los tres empleados de Raventhorp le ha asestado, o callarme por mi propia seguridad. Si mis superiores se enteran del escándalo, es probable que haya consecuencias, me descubran, y termine muerto. No sería el primero ni el último en recibir un severo castigo por la más mínima sanción; todos sabemos dónde nos metemos cuando nos seleccionan para trabajar en el Departamento. Por otro lado, Collen, el propietario, pondría el grito en el cielo. Bien es sabido que los empresarios miran más por su negocio que por un desdichado empleado que ya debe estar enterrado en el bosque de esta isla que pasa desapercibida en el mapa. Greening Island es el lugar idóneo para cometer un asesinato y esconder un cadáver sin despertar sospechas. También cabe la posibilidad de que George esté inmerso en las profundidades del mar, por lo que su cuerpo puede aparecer en la orilla al cabo de unas semanas o desaparecer para siempre. El crimen perfecto. Me invade la terrible sensación de que me estoy convirtiendo en cómplice de asesinato porque, si de algo estoy seguro, es de que lo han hecho desaparecer por intereses que no alcanzo a comprender. ¿De qué le temía Madison? Si fue ella, y no considero la posibilidad de que haya sido Henry o Anne, ¿cómo pudo golpearlo y arrastrarlo hasta el lugar donde lo ha debido esconder?
No tiene ninguna lógica.
Nada más abrir la puerta, me enfrento a las miradas inquisidoras de Henry, Anne y Madison. Los observo uno a uno. Henry también podría ser sospechoso dada su altura y corpulencia. Tendría más sentido que hubiera sido él, pero si algo me ha demostrado a lo largo de este mes, es que es una buena persona que solo se atreve a machacar cebollas y patatas. De Anne tampoco puedo pensar nada malo; va a su aire, no parece que se haya metido nunca en problemas y trabaja como la que más. Pero ¿cómo ha podido ser Madison? Bajita, pequeña y de rostro angelical, no supera los treinta años y se ha pasado la tarde en recepción. Miro a Hunter pero él, obviamente, tampoco tiene la respuesta y, al dirigir la mirada al hueco de las escaleras donde están colgados los retratos, me doy cuenta de que no he caído en otra posibilidad. El retratista. ¿Y si George no ha llegado a llevarlo en barca hasta Harbor? ¿Y si Lathrop lo ha atacado, se ha deshecho del cuerpo y se oculta en la isla?
—Ni rastro de George —informo.
—¿Has ido al embarcadero? ¿Está la barca? —pregunta Anne, afligida, llevándose las manos al pecho.
—Igual ha salido a dar un paseo —estima Madison.
—¿A dar un paseo? —La miro interrogante. No quiero perderme ni uno solo de sus gestos y, por lo que veo, parece tensa. Oculta algo.
—¿Qué hacemos, Isaac? —pregunta Henry dando signos evidentes de alarma.
—Esperar a mañana a ver si aparece.
—El señor Collen no quiere problemas ni visitas de la policía —advierte Madison, como si me hubiera leído el pensamiento.
—Contaba con ello —le digo—. ¿Para el señor Collen, al que pareces conocer muy bien, Madison, es más importante su hotel que una vida humana?
—Es triste decirlo, pero sí, Isaac —reconoce con un hilo de voz—. Para él es más importante Raventhorp que ninguna otra cosa en el mundo y no permitiré que esto se llene de policías. Lo siento.
—Muy bien. —Respiro hondo tratando de mantener la compostura—. Nada de policías. No obstante, Madison, vas a descubrir ahora mismo si George llevó al señor Lathrop hasta Harbor, y si este lo vio regresar a la isla, ¿de acuerdo?
—El señor Lathrop no estará disponible hasta dentro de tres o cuatro días, cuando se encuentre en Nueva York —replica la recepcionista con una sonrisa que crispa mis nervios.
—¡Hazlo! —grito, enfurecido, subiendo a mi dormitorio con Hunter.
Cuando me encierro en la estancia golpeo la pared reventándome los nudillos por la impotencia que siento al no poder hacer nada más por el bueno de George.