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Greening Island
7 de abril, 1928
Chloe, aprisionada por el brazo de Dempsey, no podía creer lo que sus ojos estaban viendo. Frente a ella, la que reconoció del futuro como Laura, la recepcionista, apuntaba en dirección al propietario del hotel con la seguridad de una profesional. ¿Quién era Laura en realidad? Detrás de ella estaba Jeff, con el muslo vendado, sonriéndole para transmitirle la confianza de que todo iría bien. No obstante, Chloe, que a esas alturas ya intuía que ella era el tesoro de Raventhorp, la obsesión enfermiza de su propietario, solo tenía una imagen en la cabeza: los esqueletos que descubrirían noventa años más tarde en la biblioteca.
—¡¿Qué has hecho?! —preguntó Dempsey colérico, amarrando con más dureza a Chloe, dejándola sin respiración.
—Esta vez no tienes nada que hacer —lo amenazó Ally, sabiendo perfectamente cuál era el siguiente paso que dar—. ¡Chloe, cógelo!
Ally lanzó un colgante, el de Chloe, que, casi sin aire, tuvo la suerte de atrapar al vuelo. Los dedos de la joven aprisionada empezaron a desvanecerse dejando a Collen acorralando a la nada. Había emprendido un viaje en el tiempo que la salvaría de la muerte en 1928, gracias a la rápida acción de Ally.
—¿Por qué yo no…? —titubeó Collen, sin alcanzar a entender qué era lo que había cambiado del plan inicial. Por qué Henry no había aparecido prendiendo fuego al salón, atemorizando y matando a todos los presentes. Por qué la atormentada de Madison se había suicidado en ese mundo imprevisible y extraño. Por qué le parecía estar viendo la cabeza ensangrentada de Anne tendida en el suelo de la recepción y, sobre todo, por qué su versión más madura no había aparecido para salvarlo desde el siglo XXI.
—Se acabó —dictó la agente.
Ally disparó tres balas mortales que hallaron cobijo en la frente de su objetivo. Pero George, Dempsey y Collen, tres hombres en uno solo cuya invención respecto a su identidad no tenía límites desde que descubrió la magia de Greening Island, en lugar de caer desplomado al suelo como cualquier mortal, se desintegró, convirtiéndose en polvo perteneciente a la nada, que era el lugar que le correspondía desde hacía años. Después de haber vivido en distintos siglos, saltando de un tiempo a otro a su antojo, como si todo le perteneciera con la intención de obrar el mal, George Steffens, Frederick Dempsey y Arthur Collen, o, lo que es lo mismo, el misterioso constructor de Raventhorp en 1882, cuya partida de nacimiento real dictaminaba que había venido a este mundo en el año 1844, desapareció y cambió, a partir de ese momento, el transcurso de la historia de muchas vidas.
—Pulvis es et in pulverem reverteris[5] —sentenció Ally.
—¿Y Chloe? —acertó a preguntar Jeff, contemplando los cadáveres que había a su alrededor. Madison en el salón; Henry y Anne en la recepción custodiados por los ángeles dibujados en el techo.
—En el lugar que le pertenece. Tranquilo, está a salvo. Como si nada de esto hubiera ocurrido en la memoria del tiempo.