31
Greening Island
Abril, 1928
Desconozco cuánto tiempo llevamos encerrados en la biblioteca. Una semana, creo, desde que Anne apareció por sorpresa dejando inconsciente a Chloe, y Henry aprovechó mi descuido para golpearme en la cabeza por la espalda, el muy maldito cobarde, dejándome caer y arrastrando nuestros cuerpos hasta aquí. Al despertar, sedientos, hambrientos y con un fuerte dolor de cabeza, pensamos en Hunter. «¿Qué le han hecho al perro?», nos preguntamos angustiados, por si habían sido capaces de cometer un crimen contra el inocente animal.
Al cabo de un rato, Chloe, asustada, se percató de que la piedra de amatista, responsable de sus saltos temporales, había desaparecido.
—Me la han quitado.
Enseguida supimos que había perdido la oportunidad de escapar de aquí para regresar a su época. No nos hemos equivocado. Cinco, seis, siete días… demasiado tiempo en 1928 para la viajera.
—La convención literaria estará a punto de comenzar. Los huéspedes deben estar en camino —auguro.
—¿Qué día crees que es? —me pregunta.
—Puede que falte un día, un par a lo sumo —contesto desorientado.
* * *
Hace dos días que no nos traen comida aunque, por suerte, reservamos dos trozos de pan de la última bandeja que Madison dejó en el umbral de la puerta.
—En 2018 deben andar buscándome. El tiempo transcurre más o menos igual allí que aquí, y desaparecer unos minutos o unas horas no importaba, pero ya son muchos días… —me lamento, pensando en mi tía y buscando una escapatoria con menos ahínco que al principio.
A lo largo de estos días, hemos mirado en cada recoveco y ni siquiera rompiendo el cristal de la claraboya tendríamos opción alguna de escapar. Está demasiado alto, y trepar, pese a las habilidades físicas de Jeff, resulta imposible. Nos mataríamos en el intento.
—¿Crees que Laura, teniendo el colgante que decidisteis que ella se quedaría, puede viajar?
—¿Y qué va a hacer? Si encuentra a Henry o a Anne está perdida.
—Puede toparse con Madison.
—A Madison la tienen tan presa como a nosotros, Jeff.
Lo peor de todo es que, de puro aburrimiento, se nos amontonan multitud de preguntas sin respuesta. Si Collen, haciéndose pasar por George, sigue en 1928, ¿quién está en la habitación número 20 de 2018? ¿Collen con la identidad de Dempsey? ¿Cuál de sus versiones?
—¿Se puede existir en dos dimensiones? —le pregunto.
—Recuerda tu colgante. O los esqueletos. Conviviste en el mismo tiempo y espacio con tu esqueleto y se supone que llevaba allí noventa años al igual que el colgante, como si se hubiera desdoblado en el tiempo —reflexiona.
—Pero si no lo tengo aquí, ahora, y llega mi final, ¿cómo va a poder encontrarlo Laura noventa años más tarde? No entiendo nada. El destino parece estar escrito, aunque todavía nos empeñemos en creer lo contrario —me desespero.
* * *
—Habrá que tener paciencia —le digo a Chloe, aunque ya es la enésima vez que repito lo mismo a lo largo de esta semana en la que el paso del tiempo ha sido menos cruel gracias a su presencia. Sin ella, habría enloquecido. Me habría quedado sin fuerzas encerrado entre estas cuatro paredes repletas de libros. Solo con mirarla siento un ápice de esperanza pese a que ninguno de los dos ha provocado un acercamiento similar al de la noche en la que nos besamos, justo en el mismo espacio en el que nos hallamos prisioneros. No sé por qué. Sé que ambos no hemos olvidado aquel momento, pero puede que la magia se haya roto o que, dada la situación, no tengamos ganas de nada.
Dos toques suaves en la puerta interrumpen nuestras inútiles cavilaciones. Una voz susurrante al otro lado nos pide permiso para entrar.
—¡Madison!
—Shhh… no grites, Isaac, por favor —me ruega—. Os he traído agua y algo de comer aprovechando que Henry y Anne todavía duermen.
—¿Y Collen?
—No está. Ha viajado.
—¿Ha ido a 2018? —pregunta Chloe. Madison asiente, compungida, mirándome de soslayo con vergüenza—. Por favor, déjanos salir de aquí.
—Me matarían. No puedo, me ahogo, me…
—Siempre dices que te ahogas —replico—. ¿Por qué?
—Collen me ahoga —contesta acariciando su cuello enclenque, pálido como la nieve y con rasguños. Contemplo una marca que tiene sobre la clavícula en forma de corazón en la que nunca antes había reparado.
—Dime una cosa —la interrumpe Chloe, agarrándola del brazo con impotencia—. ¿Los habitantes de Raventhorp en mi época están en peligro?
—No. No creo, no sé. No —niega nerviosa—. Tengo que irme, la convención literaria está a punto de empezar. Los huéspedes llegarán de un momento a otro y Henry y Anne están a punto de despertarse.
Armándome de valor, cojo a Chloe de la mano y aparto a Madison de un manotazo, estampándola contra uno de los estantes. Es ahora o nunca.
—¿Qué haces?
—Tengo que hacerlo, Madison. Lo siento. Si salgo vivo de esta, volveré a por ti, pero tenemos que irnos.
—¡No podéis! ¡Os encontrará! Vayáis donde vayáis, os encontrará —predice llorando—. Déjame salir, por favor. No me dejes sola aquí.
—Es el lugar al que venías siempre de madrugada, por el insomnio —añado, impidiéndole el paso.
—Vámonos —susurra suplicante Chloe, dándome un toquecito en el brazo.
—Estaba preparando vuestra tumba. Collen me obligó.
—¿Qué tumba? —interviene Chloe.
Acto seguido, Madison señala el suelo, las tablas de madera que hay bajo la claraboya.
—No había ninguna tumba —la contradice Chloe—. Los esqueletos estaban a la vista, en el suelo.
—No sé, no sé, no sé —enloquece Madison, llevándose las manos a la cara. Está arrinconada en una esquina; ni siquiera se inmuta cuando un par de tomos pesados se le caen encima de la cabeza.
—Vámonos, Jeff —insiste Chloe, arrastrándome con ella hacia el exterior.
Cierro la puerta por fuera y guardo la llave, sabiendo que no pasarán más de tres horas hasta que Henry o Anne noten la ausencia de Madison y la rescaten. Siento las piernas entumecidas y creo que a Chloe le ocurre lo mismo; nos cuesta bajar los peldaños de las escaleras hasta llegar a la recepción.
Abrimos el pesado portón con cuidado y emprendemos una rápida huida en dirección al embarcadero, donde sigue sin haber ninguna barca que nos lleve hasta Harbor.
—Los huéspedes de la convención. ¿Llegarán en ferry?
—Es probable, sí.
—Podemos escondernos hasta que llegue y, cuando bajen los huéspedes, subimos al ferry de regreso a Harbor —plantea, creyendo que será fácil.
—Lo intentaremos. Aun así, todo esto me huele raro, Chloe.
—¿El qué? Hemos conseguido salir.
Miro a mi alrededor. Puede ser fruto de la paranoia, pero oigo ruidos, como si estuvieran instalados en mi cabeza, pese a ser consciente del silencio que invade la isla a estas horas de la mañana. Aquí, o en el interior de Raventhorp, encerrados en la biblioteca, somos rehenes. Estamos atrapados.
—Vamos al bosque. Nos esconderemos ahí —propongo, señalando el sendero y adueñándome de un tronco grande y pesado que encuentro en la arena.