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Greening Island

Febrero, 1928

Paseo bajo las sombras de los árboles del bosque, donde una dulce brisa agita las hojas con un suave susurro, y los rayos del sol se cuelan diluyendo la atmósfera tétrica que ocasiona la neblina a las seis de la mañana. El sol apenas es capaz de llegar hasta mí atravesando las ramas más altas, tejidas entre sí como una cúpula vegetal. A pesar del frío que flota en el aire del bosque, el sudor por la caminata hace que mi pelo se pegue a la frente. Acaricio la hiedra que sube por el tronco del único roble que queda en esta zona. Unas pequeñas flores silvestres de color azul crecen enredadas a la hiedra igual que un collar de perlas. Me descubro pensando de nuevo en ella. En la viajera, cómo no, cuando ahora en lo que de verdad tengo que estar centrado es en encontrar a George, aunque sea su cadáver. Observo la tierra húmeda, el musgo que cubre buena parte de los troncos de los árboles, cada remolino sospechoso o una piedra fuera de lugar. Atajo por un sendero que me lleva al otro extremo de la playa, me acuclillo recordando la sangre que había anoche en la barca y que esta mañana, cuando he regresado, ya no estaba. Alguien la ha hecho desaparecer, aunque no sé cómo ni cuándo. Raventhorp ha estado toda la noche en silencio, como si Madison, Henry y Anne, hubieran conciliado el sueño sin problemas. Yo, sin embargo, me he pasado la noche en vela dando vueltas en la cama, pendiente de la respiración agitada y los ronquidos de Hunter. El perro no se separa de mí ni un solo momento, como si percibiera el peligro y estuviera aquí para protegerme.

—Buen chico —lo elogio, agasajándolo. Le encanta que le rasquen detrás de las orejas y sentir caricias suaves sobre su hocico húmedo—. O George no está aquí, enterrado como pienso, u olvídate de convertirte en un perro rastreador.

Cuando he salido al exterior, hace ya un par de horas, las luces del alba irrumpían difusas y tímidas, iluminando el manto de niebla que cubría el paisaje helado. El bosque sigue cubierto de escarcha y el camino está tan endurecido por el frío que cruje a la más mínima pisada. Ni una sola brizna de viento rompe el silencio. Es un silencio profundo pero débil al mismo tiempo, susceptible de romperse con un ligero silbido, con un leve movimiento. Es como si el tiempo se hubiera detenido en su letargo.

Recorremos el camino que nos lleva a la playa. Vuelvo a ponerme en cuclillas al atisbar unas huellas de pisadas sobre la tierra mojada. Lo que considero una pista, deja de tener importancia cuando, al levantar la vista, me encuentro con la mirada de Chloe. Está tan cerca que casi puedo sentir su aliento y, de repente, sus ojos verdes hacen que me olvide de lo ocurrido con George y de por qué he salido del hotel tan temprano para adentrarme en las profundidades de la isla. Un miedo inesperado se apodera de la parte más débil que es ahora la que me posee; en cualquier momento podría hacer una tontería como acercarme un poco más a ella y besarla. Se encoge de hombros y sonríe, aunque percibo cierta tristeza en ese gesto.

—¿Ha pasado algo? —pregunta.

—Ha pasado el tiempo. Tres semanas.

—¿Qué día es?

—Martes, 28 de febrero.

—El mismo día que en 2018 —asiente extrañada—. Te he echado de menos, Hunter.

—¿Sí?

—No me refería a ti —ríe—, sino a él —añade, situándose a la altura del perro y profiriéndole todo tipo de caricias y carantoñas que él acepta feliz—. Qué grande está. Es enorme. Puede que aún tenga que crecer más —sonríe dulcemente.

—George ha desaparecido.

—Greening Island no es muy grande, puede que…

—Está muerto —añado convencido—. Anoche encontré sangre en la barca que usó para llevar hasta Harbor al retratista que nos inmortalizó. Regresó, pero alguien lo debió golpear por la espalda y ha hecho desaparecer la sangre que descubrí ayer.

—Y ese alguien solo pueden ser tres personas —deduce.

—En realidad solo una —contesto, descartando un nombre en mi lista de sospechosos, el de Lathrop, el retratista.

—Jeff, tengo que contarte algo rápidamente porque no sé si de un momento a otro voy a esfumarme. En mi siglo hay retratos de los empleados de Raventhorp que van desde el año 1910 a 1927 sin contar con los posteriores que no nos concierne ahora.

—Lathrop nos retrató ayer.

—Ese retrato no está en Raventhorp en 2018. No existe —insiste en dejar claro, pronunciando cada palabra como si se la estuviera diciendo a un niño—. Algo va a ocurrir. Algo espantoso que os va a matar a todos y no lo puedo permitir aunque suponga un peligro cambiar la historia de este hotel o el transcurso de vuestras vidas. Me da igual con tal de que estés a salvo.

—Te escucho.

Trago saliva. Noto la vibración de una cuerda en el estómago al tenerla delante, tan cerca, como si se tratase de una ensoñación. Es una nota baja, grave, que me hace percibir que entre ambos existe una unión especial como nunca antes me ha ocurrido con nadie.

—Mi tía me contó que hay un tesoro escondido en Raventhorp. Es algo que el constructor robó a unos piratas y escondió aquí. Tú me dijiste que habías venido a proteger este hotel. ¿Tiene sentido lo que te digo? ¿Estás aquí por ese tesoro?

Ahora habla atropellada, con prisas. Teme desaparecer. Asiento confundido.

—Mi superior mencionó un tesoro —confirmo—. Si lo encontraba, debía esconderlo, pero no sé qué es ni dónde está. Mi misión es mantenerlo a salvo y que no salga de Raventhorp —le explico.

—Lo que dices tiene sentido. La historia cuenta que los descendientes de los piratas a los que el constructor robó atacarán el hotel la noche del sábado 7 de abril, cuando unos escritores vengan a celebrar una convención literaria.

—¿Cómo sabes que tenemos esa reserva?

—Porque vengo del futuro. Porque ocurrió, ocurrirá, y hay que evitarlo. No quiero que mueras ahí.

—Suena absurdo. ¿Unos piratas? En esta zona no son muy frecuentes.

—Vendrán con antorchas. No dejarán salir a nadie, provocarán un incendio en el salón en el que estaréis todos sin posibilidad alguna de salir y, después de eso, Raventhorp quedará en el olvido durante años. Lo curioso es que, en mi año, unos escritores celebran una convención literaria justo los mismos días que en 1928. Viernes día 6, sábado 7 y domingo 8 de abril. Mi tía tiene un mal presentimiento al respecto. Cree que es un mal augurio y últimamente dice cosas muy raras.

—¿Y el tesoro?

—Se irán con las manos vacías, como si su prioridad, en lugar de ser el tesoro robado, fuera provocar una masacre —niega—. Sobre la recepcionista, Madison, ¿cuántos años lleva trabajando en este hotel?

—Desde que Collen lo adquirió en 1910. Madison solo tenía doce años cuando empezó a trabajar aquí. Por lo visto, es la protegida del dueño de Raventhorp.

—Tengo que verla, aunque sea de lejos. Necesito comprobar algo.

—¿El qué?

—¿Posó ayer en la fotografía o se escondió detrás? —indaga.

—Se escondió detrás, igual que George —recuerdo.

—George —murmura—. Siempre lo han hecho, no creo que sean de fiar. Necesito verla —repite con desesperación.

—Será mejor que no sepan de tu existencia. George, antes de desaparecer, te vio, y añadió que no se fiaba de Madison.

—Y ahora supones que está muerto. Quizá no está en el bosque, igual lo arrojaron al mar.

—He pensado en esa posibilidad y tendría más sentido —admito, mirando de reojo a Hunter, que es quien me ha traído hasta el bosque en lugar de olfatear por la playa aunque, en el caso de que lo lanzaran al mar, la corriente, durante la noche, se habrá llevado el cuerpo lejos de aquí.

—Llévame a Raventhorp —me suplica—. Espero no desaparecer por el camino —añade, quejumbrosa, acariciando su colgante y confiando en la protección que dice otorgarle la piedra de amatista con forma de lágrima.

—La última vez te quedaste algo más de veinticuatro horas; tus viajes parecen alargarse cada vez más y me gusta saber que siempre, por alguna razón a la que no encuentro lógica, apareces ante mí. Eso me da seguridad.

—Espero tener el tiempo suficiente para salvarte.

—Si ese es el destino, Chloe, nadie puede salvarnos.

—Podemos cambiarlo —asegura, inquieta, acercándose peligrosamente a mí—. Podemos irnos de aquí, cruzar el mar hasta Harbor y desaparecer de esta isla que es la que provoca que viaje en el tiempo. Si salgo de aquí, no volveré a viajar.

—Pero te quedarías en 1928 —conjeturo.

—Me da igual. No hay nada que me ate al siglo XXI.

—Tu madre, Chloe. Tu tía.

—Estarán mejor sin mí.

—No huyo. No huyo si no he cumplido con mi misión y no me dan miedo unos cuantos maleantes en barco y mucho menos el tesoro que Raventhorp oculta.

* * *

Lo único sereno que hay en el rostro de Jeff son sus ojos color miel, pues sus facciones se han vuelto tensas, como si una mano invisible las estuviera retorciendo y cada una de ellas se hubiera desplazado de su sitio para huir del dolor. Desde el principio he sabido que no se mostraría temeroso ni huiría, es un agente secreto, no un cobarde, pero tiene que saberlo todo y hacer lo posible por evitar la tragedia. Sabiéndolo, tiene más posibilidades. Necesito creer que algo se le ocurrirá.

Atravesamos el bosque sin separarnos de Hunter, que corre detrás de nosotros. Nos detenemos en la parte trasera del hotel. Hoy luce un sol pálido y velado en la isla de finales de febrero de 1928.

—Es muy temprano —susurra, acercándose a mí—, pero ya debe estar en recepción. Desde los ventanales del salón la veremos. Es importante que no te vea, puede ser peligrosa.

—¿Por qué la temes? —pregunto, con toda la templanza de la que soy capaz, sin apartar los ojos de los de él.

—Porque creo que si estoy aquí es por algo superior a esa mujer que, pese a su frágil apariencia, creo que ha matado a un hombre. Ven, por aquí. Asómate con cuidado. No te puede ver —me recuerda.

—Veo a una mujer rubia. Está de espaldas, no puedo verle la cara… —murmuro, apoyándome en el hombro de Jeff para no caerme, tan cerca que casi siento cómo se le acelera el pulso. Cuando por fin puedo ver la cara de la recepcionista, compruebo que he estado loca durante semanas por haberle dado vueltas a lo que obviamente era imposible. Laura no viene del pasado ni tiene los ojos tan grandes ni del color azul claro que percibo desde la lejanía en la mujer que se mueve detrás del mostrador. Tiene secretos, como todos, pero no es Madison.

—¿Has terminado?

No me atrevo a contarle a Jeff mi estúpida divagación por miedo a que se ría de mí.

—Sí.

—¿Qué era lo que tenías que comprobar? —quiere saber.

—Nada, olvídalo.

—Aquí no estamos seguros —comenta, mirando a su alrededor. Agradezco que no insista en querer saber qué he querido averiguar al empeñarme en ver a la recepcionista—. No suelen salir mucho del hotel, el que más lo hacía era George y ya no…

—¿Vas a llamar a la policía? —le pregunto. Por cómo me mira, acabo de decir una estupidez.

—No puedo y, por lo visto, Madison tampoco me dejaría. Su excusa es que Collen, como todo empresario que se precie, no quiere escándalos.

Acto seguido, Jeff me coge del brazo y, mirando hacia atrás, caminamos en dirección a la playa.

—Jeff, en abril… lo que te he dicho… —titubeo, mirando en dirección al mar, sin terminar de encontrar las palabras adecuadas—. Recuérdalo, ¿vale?

—No te preocupes por eso. Llevo mi pistola.

—Una pistola no te va a salvar.

—¿Y saberlo sí?

—¡Puedes huir! Podéis huir todos —me exaspero.

—Te lo he dicho. No se trata de huir, sino de enfrentarse a los problemas, Chloe. Nunca, jamás en mi vida, aunque me haya escondido por temas de seguridad bajo otras identidades, he huido. Tengo que descubrir qué le he pasado a George y saber por qué me han enviado hasta aquí. Los anteriores directores eran como yo, trabajaban para el Departamento y, sin embargo, mi superior me dijo que creían que algo iba a ocurrir durante mi mandato.

—¿Que iba a ocurrir el qué?

—¡No lo sé! —exclama impaciente—. No entiendo por qué no me dio la información si prevén un ataque. Puede que no lo supiera con exactitud; ya te dije que es una misión atípica, pero lo que sí me queda claro es que me han ocultado las deudas pendientes de Raventhorp. Todo, absolutamente todo en este trabajo, Chloe, se limita a cuentas pendientes con el pasado.

—En mi tiempo no existes.

—Cuando morimos nuestros nombres mueren con nosotros. Nos entrenan en secreto para estar al servicio de las altas esferas durante toda nuestra vida. Es imposible salir de aquí; únicamente la muerte nos salva de nuestro destino. Desaparecemos, como si no hubiéramos existido. Eso protege al Departamento que, estoy convencido, no existe en tu década. Es turbio, oscuro y peligroso, así que no creo que las gentes del futuro sean tan confiadas como nosotros, los de ahora, para meterse en embrollos de esta magnitud.

—¿Y si sabías todo eso, por qué entraste a trabajar ahí? —quiero saber.

—Porque no tuve otra opción. Esto —añade, señalando a su alrededor— es un remanso de paz comparado con el mundo al que me enfrentaba antes de formar parte del Departamento. Por eso no me voy a ir. Voy a encontrar a George y, cuando vengan esos maleantes, estaré preparado aunque el destino ya esté escrito. Nadie, aun sabiendo qué pasará, puede detener el camino que nos toca vivir.

—La pared —recuerdo esperanzada en mi empeño por disuadirlo—. Golpeaste la pared de la habitación y, como por arte de magia, cuando yo estaba dentro, lo escuché, y un trozo del papel floreado se desgarró. Hay un hueco en ese trozo de pared que, cuando llegué, no estaba. Lo cambiaste, Jeff.

—Fue anoche —confiesa, mostrándome con vergüenza la mano derecha amoratada y un poco hinchada—. Anoche golpeé la pared de pura impotencia.

—¿Lo ves? ¿Ves cómo podemos cambiar lo que ocurrirá? Si con ese golpe en la pared has hecho que en el futuro exista una quebradura que no estaba cuando llegué, e incluso oí cómo se producía en el mismo momento en que tú la provocabas noventa años atrás, podemos evitar la masacre.

—No sé qué decir, viajera. Este sitio me está volviendo loco —reconoce, avergonzado, hundiendo la cabeza entre sus manos y haciéndome sentir terriblemente culpable por formar, en cierto modo, parte de esta locura que lo desespera.

Me quedo mirándolo. Quieta, cabizbaja y sin saber qué hacer. Las palabras de mi tía nublan mi mente: «Abrázate a su tiempo», repito para mis adentros, con los ojos entornados mirando a Jeff, reprimiendo las ganas de hundir mi cara en su pecho y quedarme aquí para siempre, en un momento que quisiera hacer eterno aun encontrándome en una época a la que no estaba destinada cuando vine al mundo.

—Jeff…, estoy aquí. Soy tu camarada, ¿recuerdas? —le susurro al oído.