27

Greening Island

Marzo, 2018

La extraña sensación de expectación flota en la biblioteca en la que ahora me encuentro sola. La quietud efervescente, los secretos desperdigados, mi memoria saltando unos minutos atrás en el tiempo hasta que oigo una voz hostil a mi espalda.

—¿Chloe?

Con movimientos lentos y la cabeza dándome vueltas, sintiendo todavía en mis labios el cálido beso de Jeff como si estuviera conmigo, elevo la vista hacia la claraboya. Me recibe luminosa con los rayos del sol traspasando el cristal. Temerosa, me doy la vuelta y veo a Laura apoyada en el quicio de la puerta esperando una explicación que no sé cómo le voy a dar.

—Hola, Laura. ¿Has visto cuántos libros? —improviso.

—¿De dónde vienes?

—Lo siento, no sé a qué te refieres —disimulo, dirigiéndome hacia la puerta—. Tengo que irme.

—No, espera —me detiene, prohibiéndome el paso y situándose frente a mí—. No eres la única, Chloe. Hace tiempo vi a un hombre en las mismas condiciones en las que te acabo de ver aparecer a ti. Fue en la playa, de noche.

—¿Un hombre? —La primera persona en la que pienso es Jeff, pero ¿cómo?—. ¿Recuerdas cuándo?

—En marzo de 2015; llevaba dos semanas trabajando aquí y no dije nada porque no quería que tu tía pensara que estaba loca.

—¿Hablaste con él? ¿Cómo era? —pregunto, al borde de la desesperación.

—Alto y grande, pero solo alcancé a ver su silueta. Lo vi de lejos, desde el porche, entre los arbustos, y no llegué a hablar con él. Tal y como vino, desapareció, como tú has aparecido ahora, pero no he podido sacarme de la cabeza su imagen. ¿De dónde vienes? —vuelve a preguntar—. O, mejor dicho, ¿adónde has ido?

—Laura, no…

—No confías en mí.

—Es muy difícil de explicar.

—Lo sé. Viajes en el tiempo —murmura sonriente—. Aquí todos creemos en algo, sobre todo si concierne a Raventhorp, Chloe. Vi cómo miraste los esqueletos, como si a una parte de ti no le sorprendiera. ¿Por qué?

—No puedo responderte a eso —niego.

—La clave está en el pasado —apunta, buscando mi confianza—. Todos conocemos la leyenda de este lugar, tu tía está obsesionada con ella, especialmente desde que tenemos la reserva de la convención literaria dentro de un mes. El tesoro, los piratas, el incendio… ¿Sabes lo que creo? Que aquí no vinieron piratas ni hay escondido ningún tesoro. Que sí hubo un incendio porque las reformas del salón así lo confirman, pero hay algo que se nos escapa. Esos esqueletos que escondieron tapiando la biblioteca, murieron quemados. No hay ni rastro de sus ropas, ni un solo pelo; el tiempo los consumió. ¿Los has visto en el pasado? ¿A qué año viajas, Chloe?

—Laura, esto es una locura.

La seguridad con la que me mira me sobrecoge. Dirige la mirada a mi colgante y asiente, con el convencimiento de que la piedra de amatista tiene algo que ver.

—No pierdas esa piedra. Si la pierdes en el pasado, estás acabada.

—Hablas con tanta seguridad…

—Llevo viviendo en Raventhorp tres años, aunque a veces me da la sensación de que ha sido el doble de tiempo —me recuerda misteriosamente.

—Y tú…

—No, yo no —niega de inmediato a la defensiva—. Ni tu tía ni ninguno de los empleados del hotel han viajado en el tiempo. Algún huésped ha vivido situaciones extrañas: decían que se les aparecía una mujer gritando en mitad de la noche. Era pelirroja, por cierto. Y no me preguntes el porqué, pero desde que te vi, con esa melena del mismo color del que hablaban los huéspedes, pude imaginarte como esa visión.

Respiro hondo. Después de todo, no me parece una idea tan descabellada. Quién sabe si, a lo largo de todos estos años, no he convivido con mi propio fantasma, perdido en alguna dimensión desconocida junto a Jeff.

—¿Crees que el pasado se puede cambiar? —le pregunto, confiando en que tendrá la respuesta.

—Espero que sí. —Se encoge de hombros y me sorprende ver cómo los ojos se le han llenado de lágrimas—. Eso mismo llevo preguntándome yo desde que mis padres fallecieron. ¿Podría volver al pasado y evitar el accidente? ¿Es peligroso cambiar el trascurso de la historia? ¿Volveré a ver a mi hermano algún día? La vida está repleta de incógnitas.

—Lo siento. Créeme que a mí también me gustaría viajar a un punto concreto del pasado y cambiar mi historia —le cuento, pensando en mi padre.

—Solo esta isla te da la posibilidad de viajar en el tiempo y, si no me equivoco, a un punto concreto de Raventhorp, ¿cierto? —Asiento tragando saliva—. Quién sabe para qué. Puede que todo esté escrito en las estrellas, Chloe, pero tienes la posibilidad de cambiar el destino.

—No sé ni por dónde empezar —me sincero.

Visualizo los esqueletos. Rememoro el beso de Jeff hace escasos minutos, cuando la realidad es que han transcurrido noventa años. Pienso en un fantasma, el de una mujer pelirroja que aparece en mitad de la noche gritando y asustando a los huéspedes.

¿Es posible cambiar un final que ya ha ocurrido? ¿Crear una especie de mundo paralelo aparte del que conocemos? Puede que, en mi empeño por quedarme y salvar a Jeff, lo esté poniendo en peligro y, por primera vez, con la mente más lúcida, pienso en la posibilidad de regresar a Nueva York con la creencia y la esperanza de que pueden existir diversos planos en los que una sola decisión cambie el transcurso de todos los acontecimientos.


Entro en el despacho de tía Lydia para decirle que vuelvo a Nueva York. Me recibe contemplando el monótono paisaje desde la ventana y me doy cuenta de que, pese a nuestras diferencias, la voy a echar de menos. Voy a echar de menos Raventhorp y a sus habitantes con los que apenas he querido mantener relación. Pero, sobre todo, me va a hacer falta un hombre del pasado que, a estas alturas, ya es imposible olvidar. Por él huyo, por si, en otro mundo diferente a este, mi cabezonería lo mató.

—¿Cómo estás?

—Pues ya ves, hija, pensando en cancelar la reserva de la convención literaria.

—¿Aún sigues con eso?

—La pareja de la biblioteca que tapiaron para ocultarlos durante años murieron en el incendio. Y noventa años más tarde, cuando ese mismo día 7 de abril también cae en sábado, hay una reserva de quince escritores para una convención literaria como la del pasado. ¿No te parece raro? Es de locos —farfulla—. Un mal augurio.

—En Raventhorp pasan muchas cosas raras, ya lo sabes —me arriesgo a decir—. Pero no creo que ocurra nada malo ni tenga que ver con el pasado. Seguramente ese tesoro no es más que una leyenda y las historias de piratas han dejado de existir desde hace décadas.

—¿Te puedo ayudar en algo? —pregunta, incómoda, sin ganas de seguir hablando del tema que la angustia.

—Quiero volver a Nueva York.

—¿Por qué?

—Porque tengo cosas que hacer.

—Vale. Le diré a Will que te lleve al aeropuerto. Hoy hace buen día para ir en la lancha.


Alguien toca a la puerta de mi dormitorio cuando estoy preparando mi escaso equipaje para huir de este lugar.

—Chloe, perdona que te moleste. Ya sé que te vas, pero me gustaría darte algo que quizá te haga cambiar de opinión.

—Nada ni nadie me va a hacer cambiar de opinión, Laura.

La recepcionista baja la mirada y, esbozando una sonrisa, se lleva la mano al bolsillo del pantalón.

—Cuando se llevaron los esqueletos lo encontré oculto bajo una rendija de las tablas de madera de la biblioteca.

Impactada, escudriño el colgante que sostiene, el mismo que el mío; sin embargo, la cadena de oro blanco parece haber sufrido el percance de un incendio. Extrañamente, la piedra de amatista se ha conservado en perfecto estado.

—Es igual que el tuyo —revela, aunque ya me haya dado cuenta—. ¿Tiene sentido para ti? —pregunta, entregándomelo con delicadeza.

Laura, hace unas horas, tenía razón. La clave está en el pasado. En el año al que he viajado y en un punto concreto de la historia del que no puedo escapar. No ahora.

—El tesoro —murmuro—. Es el tesoro de Raventhorp.

—Creo que sé cómo cambiar la historia, Chloe.