24
Greening Island
Marzo, 1928
Solo se puede llegar a la luz cuando se aprende a ver en la oscuridad. Es algo que aprendí hace tres años en Roma, cuando los integrantes de una mafia italiana me raptaron durante dos semanas. Cuando creía que había llegado mi final, cansado de sobrevivir con un vaso de agua al día y trozos de carne podridos que me lanzaban cual perro callejero a través de los barrotes de la celda, me percaté que debajo de la madera del suelo había una rencilla por la que sobresalía una luz fulgurante. Siempre estuvo ahí, esperando a ser descubierta, pero la desesperación al verme encerrado me tenía cegado. Logré retirar las tablas y escapé por unos túneles subterráneos como un cobarde. Regresé a América hundido, sabedor de haber bajado puestos en el Departamento. No cumplí con la misión de desarticular la mafia que tenía amenazada a media Italia, pero me salvé, y eso, a veces, tal y como decía Ally, es lo que cuenta.
El mes de marzo ha cumplido con las expectativas de sol y temperatura agradable, cuando lo cierto es que Raventhorp se muestra más frío debido a la desaparición de George, de la que Madison, Henry y Anne evitan hablar, como si jamás hubiera ocurrido. Como si la existencia de George no hubiese sido real. Apenas les dirijo la palabra a esos traidores. Cuántos golpes en la mesa he reprimido para que no sospechen que detrás de la apariencia serena de este director de hotel se esconde el que hace años, antes de mi fracaso en Italia, era considerado uno de los mejores agentes del Departamento.
¿Qué me ha pasado?
—El amor te debilita, Jeff.
Por un momento me parece estar escuchando la voz de mi padre. Está aquí, en el despacho, de pie junto a mí, luciendo una frondosa barba cana, con la mano apoyada en mi hombro para reconfortarme. Sus ojos bondadosos me miran con infinito amor mientras habla:
—Los auténticos tesoros no están ocultos, sino a la vista, más cerca de lo que crees, pero suelen pasar desapercibidos porque nos empeñamos en buscarlos en lugares recónditos donde, equivocadamente, creemos que están. Mira bien a tu alrededor, hijo. Tal y como te enseñé, fíjate en los pequeños detalles. Los pequeños detalles te darán la pista para descubrir cuál es el auténtico tesoro de Raventhorp y de quién lo tienes que proteger.
Dos golpes en la puerta me devuelven a la realidad. Solo ha sido un sueño, muy nítido, pero sueño al fin y al cabo. Mi padre no ha estado aquí, conmigo; en algún momento he debido quedarme dormido.
—¿Estabas durmiendo, Isaac? —pregunta Madison desde el umbral de la puerta.
—Qué quieres.
—Tenemos un problema. ¿Recuerdas que los días 6, 7 y 8 de abril tenemos reservadas quince habitaciones para la convención literaria? —Asiento pensando en Chloe y en la última vez que la vi. Angustiada, me advirtió sobre el futuro asalto pirata la noche del día 7 y luego, a orillas del mar, volvió a desaparecer cuando no llevaba ni tres horas conmigo—. Bien, pues la familia Leman quiere, para ese mismo fin de semana, reservar diecisiete habitaciones. Son veinte huéspedes.
—Es tan simple como decirles que tiene que ser otro fin de semana —indico cansado—. ¿Lo has resuelto de esta forma?
—Sí, pero verás, los Leman me han amenazado con que van a quejarse a Collen. Son muy amigos. Si Collen se entera que les he dicho que no hay habitaciones para esos días, se molestará mucho.
—No hay habitaciones libres para esos días. Punto. Que los Leman vengan otro fin de semana a celebrar lo que sea que celebren.
—El cumpleaños del varón.
—El cumpleaños del varón —repito—. Déjame solo, por favor, Madison.
—Isaac, una cosa más. —Levanto la mirada. Solo quiero que se vaya, que cierre la puerta y me deje en paz—. Es sobre George. He hablado con Lathrop. Ha llegado sano y salvo a Nueva York y me dijo que George, efectivamente, lo llevó hasta Harbor sin ningún contratiempo y luego lo vio subir a la barca de regreso a la isla.
—Madison, sé sincera. Eres la primera interesada en que George no vuelva y que su muerte o desaparición se quede en un misterio sin resolver. Aunque ambos sabemos que está muerto, ¿cierto?
—¡No te imaginas cuánto aprecio a George, Isaac! —grita dolida. Esto sí que no me lo esperaba—. ¡No sé qué diablos le ha podido ocurrir pero, si sospechas que yo he tenido algo que ver con su desaparición, estás muy equivocado! ¡Mucho! No tienes ni idea de quién soy yo ni de quién es George. En ningún momento has demostrado un interés real en conocer a las personas que damos vida a Raventhorp desde hace años. ¡Creía que eras diferente, pero eres como todos los directores que han pasado por aquí! ¡Como todos! ¡No sabes quiénes somos y te crees con derecho a juzgarnos!
Todo su cuerpo empieza a temblar. Cuando parece que va a decir algo más, prefiere contenerse y quedarse callada con la mirada fija en el suelo. Atrás queda la mirada cándida e inocente; ahora deja entrever un odio y una rabia que no parecen pertenecerle. No es consciente de que George no le profesaba el mismo cariño; lo último que me dijo fue que no confiaba en ella pese a los años que hacía que se conocían.
Cuando Madison se va, cerrando la puerta con violencia, me recuesto en el sillón. A mi mente llegan imágenes de la celda en la que estuve prisionero catorce días y, sin que lo pueda evitar, la visión de aquel momento se mezcla con el espacio de la biblioteca de Raventhorp que visité hace unas semanas. Que no veas algo no significa que no exista, y la intuición me dice que Madison, que sigue subiendo a la biblioteca cada madrugada a causa del insomnio que padece, oculta algo ahí arriba.