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Nueva York

Diciembre, 2018

CHLOE

Sé que hubo un tiempo antes de él, pero ya no lo recuerdo. Se me hace extraño imaginarlo. Una vida que ya no es la mía; una piel que tienes que mudar, como ese vestido al fondo del armario que un día fue tu favorito. Lo dejaste atrás. Me dolía el corazón. Me dolía de verdad; aún me duele a veces. ¿Por qué nadie te cuenta que la expresión «corazón roto» no es solo una metáfora?

Cae la nieve sobre las calles de Nueva York a las que ya no temo. Saldé mis cuentas pendientes; en realidad, me ayudaron a hacerlo. Poco a poco y con paciencia, he aprendido a desprenderme de las inseguridades de que cualquier paso en falso me llevaría a estar entre rejas. Me lancé al vacío de esta nueva vida tranquila y sencilla; me reencontré conmigo misma.

El dinero que tenía ahorrado gracias al trabajo en el hospital, simples visiones como todo lo que acontece a esta dimensión, la única real que existe en estos momentos, me permiten tomarme un tiempo de descanso y reflexión mientras decido qué hacer con mi vida. Por lo pronto, vivo sola con Hunter, cuya procedencia nadie conoce. Su regreso al siglo XXI sigue siendo un misterio. A veces, igual que yo, creo que echa de menos los atardeceres en la isla. Quiero creer que Hunter también recuerda nuestro viaje en el tiempo, el que nos dio la oportunidad de conocer a un hombre excepcional del pasado, cuya existencia no consta en ninguna parte.

—Cosas del Departamento… —murmuré, enfrascada en los archivos históricos de la biblioteca pública.

Jeff, a menudo, se me aparece en sueños. Sé que Hunter, cuando cierra los ojos, se ve a sí mismo corriendo por la playa con él. Dejan sus huellas sobre arena blanca hasta que el agua espumosa las arrasa cuando viene a la orilla a morir.

Hunter y yo solemos pasar los fines de semana en Nueva Jersey, en casa de mis padres. Juego al Scrabble con mi padre, nos emocionamos con cada capítulo de This is us, estamos enganchados a la tercera temporada de Outlander, y leemos libros: él, novela histórica; yo, como tía Lydia, thrillers. Mi madre me dice que deje de apretujar de esa forma a mi padre cada vez que entro en casa, que lo voy a asfixiar, pero no lo puedo evitar. Es la manera que tengo de disfrutar de mi familia y de apreciar cada momento junto a él, después de saber qué clase de vida hubiera tenido si lo hubiese perdido.

Jamás me echaron en cara que anulara la boda con Tim y que este, dolido, cogiera el primer ferry y regresara a Nueva York sin tan siquiera despedirse. Por lo visto, llevábamos cinco años de relación aparentemente idílica. Tal y como prometió, se encargó de anular la boda y abandonó el apartamento que compartíamos. Yo tampoco tardé en irme de allí. Aunque resultaba más acogedor y recogido (no parecía el mismo que había compartido con Alan en otra vida), me recordaba a la mujer que había elegido ser en un mundo inexistente.

—El trabajo os ha tenido siempre tan ocupados… —se lamentó mi madre.

—Has sabido ver a tiempo que Tim no estaba hecho para ti, Chloe —me felicitó mi padre, mirándome con orgullo. Él siempre me mira así, como si fuera su mejor elección.


Abandonamos Greening Island con la promesa de que volveríamos pronto. Han pasado ocho meses desde entonces, y he fantaseado muchas veces con regresar. En el ferry, con Hunter a mi lado, no perdí de vista Raventhorp hasta que se me hizo un hotel chiquitito en mitad de una isla lejana.

En ocasiones me quedo en Babia, sumida en mi propio mundo. Me imagino con Jeff en la playa, al atardecer, el mar en calma, la luna proyectando sobre nosotros su esplendorosa luz. Su brazo rodeándome la cintura, el paso lento, acompasado.

Solo son sueños.

Parpadeo un par de veces alejando las lágrimas y el recuerdo se desvanece sin más.

Ahora solo quedan los recuerdos.

Suelo acariciar la piedra de amatista como si todavía pudiera obrar el milagro de hacerme viajar en el tiempo, aun sabiendo que solo puede ocurrir en la isla. Todavía me cuesta asimilar que Jeff Hunter, nacido en 1893 y escondido tras diversas identidades a lo largo de su vida para llevar a cabo misiones secretas, ya no esté en este mundo y deba apartarlo de esta nueva dimensión en la que ni Dempsey ni él existieron, y tampoco coincidí con Alan y Steve, que deben andar por las calles de Nueva York con sus trapicheos. Por suerte, no he coincidido con ellos; cruzaría de acera, me iría bien lejos. Supongo que hay personas que no cambian porque, al fin y al cabo, son nuestras decisiones las que nos llevan por un camino u otro. Es la vida que elegimos sin permitir que sean otros los que nos desvíen de nuestro destino hasta el punto de mirarte en el espejo y no reconocerte. Ahora me miro con la seguridad de que sigo siendo yo y de que Jeff formó parte de esto.

JEFF

«—Hunter, lo necesitan en el Departamento del futuro —se apresuró a decir McCarthy antes de que me sedasen para proceder a la intervención quirúrgica y extraerme la bala del muslo».


Horas más tarde, cuando desperté, McCarthy seguía ahí, sentado al lado de mi cama envuelto en una nube de humo.

—Te echaré de menos, chico —confesó, tuteándome por primera vez en diez años—. Sé que no puedes hablar ni replicar, lo cual me viene muy bien para contarte que estarás recluido durante tres meses para estudiar la forma de vida del siglo XXI. No queremos que entres en shock cuando visites esos enormes rascacielos que aún están por construir. Debes saber quién gobierna América y en qué conflictos bélicos se enfrentan las gentes del futuro. Te aseguro que hay muchas complicaciones, chico. No solo la hambruna y la escasez de agua y de recursos matan a la gente, las bombas y el fanatismo están a la orden del día en algunos países. La guerra parece no tener fin.

»Viajarás desde Greening Island, el único lugar que conocemos, de momento, que transporta en el tiempo gracias al influjo de la amatista. Según nuestros cálculos y con la ayuda de la agente Ackerman, sabemos que llegarás en agosto de 2018. Tu contacto allí será William Scheider, un tipo raro que trabaja en el hotel, pero en el que Ackerman confía. En Harbor te esperará un agente del Departamento del siglo XXI. La contraseña es: 1-9-2-8. Él te llevará hasta Nueva York y te facilitará una nueva identidad. ¿Quieres quedarte con el nombre de Isaac? ¿Isaac Hamsun? Es bonito, ¿no te parece? Quizá Brad. Brad suena más del futuro.

»Habrás nacido en 1983. Te tienen preparado un apartamento y una nómina ficticia como programador informático. Ni preguntes, no tengo ni idea de qué demonios es eso. Advertí que no te asignaran un apartamento en un edificio alto; santo cielo, no quiero que te dé un infarto por la impresión. Ya me darás las gracias. La agente Ackerman me ha estado explicando intimidades y debes prometerme que no buscarás de inmediato a la mujer pelirroja. Te centrarás en asuntos más importantes como, por ejemplo, la primera misión que te encomendará tu superior del año 2018. Válgame Dios, estaré criando malvas —rio, negando para sí mismo—. ¿Crees que podrás vivir en un tiempo tan futuro? Reconozco que sería algo impensable para mí. Me han dicho que ni siquiera se puede fumar en los hospitales, ¿te lo puedes creer, muchacho? —Le dio una calada profunda al puro y, tras carraspear, prosiguió—: Te queda mucho que asimilar, pero creo que te espera la vida que mereces. La gente del Departamento habla y se prevé una crisis mundial para el año que viene. Te la vas a perder. Por lo visto, la llamarán: El crack del 29. Será, hasta el momento, la caída más devastadora del mercado de valores en la historia de la Bolsa de los Estados Unidos y predicen que ocurrirá el 29 de octubre, aunque se trata de información confidencial, Hunter, no te vayas de la lengua. 1929… —murmuró—. Relámpagos, la que se nos va a caer encima. Cada noche recorro las calles reclutando a jóvenes que me recuerdan a ti. En el fondo soy un sentimental, qué le voy a hacer. La fuerza bruta nunca fue tu fuerte, pero sí la compasión de la que carecen el resto de agentes y que es la que te va a llevar lejos, pero no aquí, sino en el siglo XXI. Sí… —suspiró—. Todo va a ir bien, muchacho. Es el destino.

Y luego, se levantó. Aún medio adormilado, tratando de asimilar su discurso, lo vi alejarse por el pasillo reluciente del hospital. El humo de su puro intacto le seguía como un perro fiel.


Las navidades del siglo XXI no son muy distintas a las de mi época, aunque el derroche de luz que irradia la ciudad a todas horas me tiene aturdido.

Camino por las calles adaptándome al barullo del gentío que parece haberse multiplicado por diez desde que abandoné 1928. El pasado era un remanso de paz en comparación con este presente consumista y tecnológico. El mundo parece haber enloquecido.

Mi nuevo jefe, Rafael López, procedente de México, me recuerda a McCarthy en algunos aspectos, pero no fuma ni bebe alcohol y se pasa el día con el teléfono móvil en la mano como si lo tuviera enganchado con pegamento. No creo que a McCarthy le hubiera gustado esta época, pienso, cada vez que contemplo con nostalgia su retrato en el despacho de López. Si le hubiesen dicho que está prohibido fumar en su despacho los habría enviado al infierno.

López es claro al dar las órdenes. La información aquí nos viene servida en bandeja sin necesidad de elucubrar como antaño y desconfiar de todo cuanto había a nuestro alrededor. Ahora quieren evitar riesgos, algo con lo que Ally no estaría de acuerdo. Ella siempre decía que lo inesperado produce una descarga de adrenalina primordial para ejercer este trabajo. Sé que Ally vino a verme al hospital, pero yo estaba dormido y no quiso despertarme. Cuando terminaron mis tres meses de reclutamiento en el que me prepararon para viajar al futuro, no albergaba esperanzas de que se presentara para despedirse de mí. Debía estar ocupada salvando al mundo de catástrofes inesperadas. No la volví a ver más. Sin embargo, me gustaría que sus ojos vieran lo que veo aquí, en la ciudad de Nueva York de 2018 y en el Departamento, donde los tiempos han cambiado y no se sentiría tan sola. Hay más mujeres como ella que no tienen la necesidad de ocultarse bajo seudónimos masculinos y que muchas son, con diferencia, mejores que algunos hombres. No obstante, conociendo a Ally, imagino que ya debía prever cómo sería la situación actual. Visitó el futuro durante tres años en bucle, con lo que vivió tres años más de prestado, pese a no tener oportunidad de ver más allá de Greening Island y Harbor en una época en la que, por lo visto, no se sentía del todo cómoda, por lo que me confesó McCarthy.

—Tú eres diferente, chico. Tu misión más importante se encuentra en el siglo XXI, pero, cuidado, el amor te debilita, Hunter.

Recuerdo las palabras de McCarthy cada vez que veo a Chloe pasear con Hunter. No les importa si llueve, hace frío o calor; Chloe y «nuestro» perro salen cada tarde a las cinco y yo los observo desde la discreción que me aportan los troncos grandes de los árboles de Central Park. Siempre estoy cerca de ella cuando no estoy fuera de Nueva York por una misión, pero no dejo que me vea. No ha llegado el momento y las promesas están para cumplirlas, aunque estoy deseándolo con ansias. Tal y como creía Ally, espero que Chloe siga recordándome de esa otra vida que en esta dimensión paralela no ha existido, de sus viajes temporales en la isla y de aquel instante fugaz en la biblioteca donde supimos que, sin apenas darnos cuenta, nos habíamos enamorado sin remedio.