51
Jessie y Tim se sentaron en la arena cada uno a un lado de Georgie, a la sombra de la camioneta. Bebían agua caliente e ignoraban el hecho de que su hermano estaba envuelto de la cabeza a los pies en una manta marrón oscura.
—Se me hace difícil, Jessie.
—Lo sé.
—Está mejor cuando todo está en calma.
—Entonces, ¿por qué lo trajiste a Egipto?
Tim desvió la mirada.
—Estaba preocupado. Yo tenía que venir, pero no podía dejarlo allí en la clínica.
—¿Por qué no?
—Por papá.
«Oh, papá, ¿qué le has hecho a mis hermanos?».
—¿Qué hizo?
—¿No te has dado cuenta de lo involucrado que está ahora no solo con el fascismo, sino también con la eugenesia? Él y el capitán Pitt Rivers, el antropólogo, han hecho piña con Oswald Mosley. Se alimentan los unos a los otros —dijo, negando consternado con la cabeza y esparciendo con el movimiento polvo de caliza—. Creen que la sociedad puede mejorarse mediante un control de natalidad impuesto y la selección artificial.
El bulto marrón entre ellos empezó a temblar.
—No confío en papá —dijo bajando la voz—. Solo haría falta una jeringa extra en manos del doctor Churchward. Sin preguntas.
—Por el amor de Dios, Tim. Papá no haría una cosa tan horrible.
—¿No? ¿Cuánto lo conoces en realidad?
A Jessie se le revolvió el estómago.
—No tanto como debería.
Observó detenidamente el maletín de cuero negro a los pies de Tim. Tenía las iniciales del doctor Scott en caracteres dorados.
—Me contaste que encontraste la dirección de la clínica en la caja fuerte de papá, pero ¿por qué no le habló el doctor Churchward a papá sobre tus visitas?
Tim rio de buena gana y dio un empujoncito a un escarabajo de la arena que chocó con su bota.
—Es fácil. Las primeras veces que visité a Georgie, Churchward estaba de vacaciones en Alemania, así que no tenía ni idea de que su personal me había dejado pasar. Cuando volvió, se enteró de que Georgie se estaba comportando muchísimo mejor —siguió, dando una palmadita al bulto marrón entre ellos—. Cada vez que Georgie se descontrolaba, los enfermeros lo amenazaban con cortar mis visitas, y eso lo mantenía bajo control. Así que Churchward decidió dejar que continuaran las visitas. Sin yo saberlo, era su arma secreta. Le hice la vida más fácil a Churchward pero él sabía que papá pondría fin a todo aquello si se enteraba, así que guardó el secreto. Probablemente pensó que me rendiría enseguida.
—Pero no lo hiciste.
—No, no lo hice.
—¿Cómo fue? No debió de ser fácil para un chico tan joven.
—No lo fue.
Un camello pasó junto a ellos, levantando arena con las patas a su paso, mientras los hombres cargaban las cajas en la camioneta.
—Entonces, ¿por qué no desististe? —preguntó Jessie dulcemente.
Tim vaciló. Dirigió la mirada a las colinas y entonces ella supo que estaba pensando en Fareed, que allí fuera, en algún lugar, los estaba buscando. A su lado estaba el revólver de Scott y Jessie quiso lanzarlo tras las rocas. Había hecho demasiado daño en un solo día.
—Me sentía responsable. Si nuestros padres no me hubieran encontrado, se habrían quedado a Georgie.
Jessie negó con la cabeza.
—Eso jamás habría pasado.
—Pero además —hizo una pausa, eligiendo bien las palabras—, sentía que Georgie y yo éramos, de alguna extraña manera, la misma persona. Yo ocupé su lugar, literalmente.
Ella miró la manta.
—Y sus pijamas, lo recuerdo.
—Sí, y todo lo que era suyo. Incluso nos parecíamos físicamente. Y tú lo querías tanto… Yo quería que me quisieras como a él.
—Oh, Tim, enseguida aprendí a quererte también.
—No podía separarme de Georgie. Habría sido como separarme de mí mismo —asintió mirando la manta—. Quiero mucho a ese maldito idiota.
—Y es obvio que él te quiere a ti —dijo Jessie, sintiendo cómo algo se desgarraba en su pecho—. Me alegro muchísimo de que te haya tenido haciéndole compañía todos estos años que yo no he estado ahí. No ha estado solo. Pero ¿por qué no me lo dijiste? Podría haber…
—Él no me dejaba. No quería que lo vieras tan… dañado.
—Oh, Georgie.
Durante un momento, nadie habló. Una repentina ráfaga de viento hizo que la arena se arremolinara y les diera en la cara. Se taparon los ojos. Eso facilitó a Jessie lo que tenía que decir.
—Tim, Anippe Kalim está aquí.
Él se giró a mirarla.
—¿Anippe? ¿En Lúxor? ¿La has visto?
—Sí, he hablado con ella.
—Aquí en Egipto. No me puedo creer que venga aquí también a buscarme. ¿Ha…?
—Tim, está con Fareed. Todo el tiempo estuvo trabajando para él y su causa, sacándote información.
Por la cara de Tim, parecía que lo acabaran de abofetear. Se recompuso con una expresión fija, como si le acabaran de sonsacar algo importante.
—Ya veo —dijo.
Nada más.
—Lo siento, Tim. A lo mejor cuando sepa que en realidad no trabajas con Scott…
Tim negó con la cabeza.
—No. Ahora todo tiene sentido. Fui un estúpido al creer que tenía una oportunidad.
Su mirada barrió las colinas, como si aún esperara divisar la figura oscura de Anippe en la distancia, pero entonces sacudió la cabeza y desvió la mirada. Bajó los párpados, casi cerrando los ojos, de una forma que a ella le era familiar; significaba que tenía algo que confesar.
—¿Qué pasa, Tim?
—Hay algo más.
Ella esperó. Sentía una molesta rabia bullendo en su interior, pero no sabía exactamente por qué o hacia quién.
—Debí decírtelo hace años —dijo Tim—. Cuando encontré en la caja fuerte los documentos sobre la clínica donde retenían a Georgie, había también otros documentos.
Ella se incorporó.
—¿Qué documentos?
—Los papeles de mi adopción.
—Oh, Tim, ¿qué…?
—Y los de Georgie.
—¿Qué?
—Georgie también es adoptado.
—¡No!
—Sí —dijo mirándola fijamente—. Y los tuyos.
Jessie se echó hacia atrás y apoyó la espalda en la chapa del vehículo. Cerró los ojos. Se le cerró la garganta y se le secó la boca.
—¿Estás seguro?
—Sí, parece que somos todos parte de un experimento. Rubios, de ojos azules, bien proporcionados y supongo que con la medida correcta de cabeza para encajar en las teorías de la mejora humana y la eugenesia. Todos de diferentes familias, por si se producía algún error.
Las palabras de Tim no sonaban amargas. A Jessie le maravilló que así fuera.
—Eso explica muchas cosas, Jessie —dijo cuidadosamente—. Y si lo piensas, demuestra que papá ha sido generoso al cuidar de Georgie todos estos años.
—¿Generoso? —Se puso de pie de un salto—. Georgie es su hijo, adoptado o no. No se encierra a un hijo en una jaula —dijo con fiereza.
Pero tenía razón; aquello explicaba muchas cosas. La expresión de decepción que siempre le había visto a su padre en la cara cuando la miraba, pero que nunca había entendido. Por primera vez, se dio cuenta de que también se había casado con el mismo molde de ser humano, y se preguntó si su madre sentía el mismo peso de la decepción sobre ella, por no ser nunca capaz de cumplir las expectativas.
Todos adoptados.
Aquello cambió algo fundamental dentro de ella y cuando miró a Tim, agachado de una forma tan protectora junto al bulto marrón que era Georgie en la arena, sintió que la conexión entre ella y sus hermanos se hacía más profunda hasta convertirse en algo distinto, algo más vinculante. Como si sus raíces se hubieran acoplado. De pronto los comprendía mejor. Sintió que las debilidades de ellos eran las suyas propias y sus virtudes, las de ella. En el futuro, tendría más cuidado al emitir juicios cuando…
«¿En el futuro? ¿Qué futuro?».
—Tim —dijo con urgencia—, ¿qué pasa conmigo? He estado haciendo las preguntas equivocadas. Debería estar machacándote por este campamento tuyo. Tú, de entre todas las personas del mundo, saqueando la historia de Egipto… —Su voz se elevó en el aire en calma—. Jamás habría esperado de ti algo así. Por eso he venido, para sacarte de líos porque creía en ti. ¿Y qué me encuentro? Que has estado organizando todo el plan con el doctor Scott.
—Jessie, yo…
—Tim, eres un desgraciado, un criminal.
La manta voló por la arena cuando Georgie se puso en pie, sacudiendo las extremidades en todas direcciones. Su boca se contorsionaba alarmantemente.
—¡No es un criminal! —gritó.
A Tim le produjo una gran satisfacción esta salida en su defensa. Jessie se lo vio en la cara.
—¡Díselo, Georgie!
Georgie se acercó a ella balanceándose.
—Tim no es un criminal porque no está cometiendo ningún crimen.
—Mira eso —dijo ella, gesticulando enfadada hacia las cajas.
—No, no, no. Está trabajando con la Policía.
—Eso es, pequeño Georgie —dijo Tim entre dientes—. Grítalo fuerte, ¿por qué no? Que se entere todo el mundo.