Miranda
—¡Llegué!
Grito, me siento en el sofá y enciendo él televisor.
No hay nada interesante así que de inmediato la apago.
La puerta se abre y entra Antonio con bolsas de platico.
—Traigo la cena.
Voy a ayudarle y beso sus mejillas.
—Muero de hambre.
—¿Y los otros holgazanes?
—No lo sé, acabo de llegar.
Suspiro y me siento en la barra.
—¿Cómo te fue?
—Mal.
Recargo la frente en la barra y hago puchero.
—¿Por qué? —. Entra a la cocina y prepara café.
—Le tiré encima él café hirviendo al que iba a ser mi jefe.
Derramo un par de lágrimas pero rápido las limpio. Antonio me abraza y besa mi cabeza.
—¿Y que estabas haciendo tú con un café?
Le explico lo que pasó, no me regaña a pesar de que es el mayor. Es muy comprensivo y amoroso y lo adoro.
—Ya, tranquila, conseguirás trabajo no te desanimes.
Sonrío y levanto la mirada, Ricardo llega y me pregunta lo mismo, él me grita y regaña por mi mal comportamiento.
Detesto ser la menor.
—¿Y ahora qué vas hacer? Con lo que gano en él taller apenas alcanza para los gastos de la casa.
—No te preocupes, veré cómo pero de que consigo trabajo lo consigo.
Asiente y suspira, no me gusta angustiar a mis hermanos, ellos son todo para mí.
En cuanto Sebastian llega nos disponemos a cenar.
—¿Y por qué no le dices a Ann que te consiga trabajo donde ella?
Ricardo golpea su cabeza y él se queja.
—¿Estás loco? Primero muerto antes que ver a mi hermanita pintada y vestida de...
—Hey, respeta que estás hablando de mi futura esposa, además no tiene nada de malo su trabajo.
Nos miramos entre si y guardamos silencio.
Es mejor no hablar de Ann porque todos coincidimos en que no es muy buena para Sebastian; todos menos él.
—Bueno, vamos a organizarnos. Con nuestros sueldos gastamos sólo lo indispensable y lo demás se va para los estudios de Miranda —dice Antonio.
—No, de verdad no se preocupen. Todavía falta tiempo para que se cierren las inscripciones así que puedo conseguir empleo.
—¿Por qué no te vienes al taller conmigo?
Le sonrío a Ricardo y tomo su mano.
Miro hacia la puerta cuando hace ruido, se abre y sonrío al ver a Sergio.
Juega con las llaves y se ve tan guapo con sus tejanos y camiseta blanca, sus fuertes brazos se marcan y en uno de ellos resalta su tatuaje con mi nombre.
—Cuñado, ven a cenar con nosotros.
Sebastian se levanta de su lugar y lo abraza, choca los puños con Ricardo y Antonio.
Besa mi frente y se sienta a mi lado.
—Recibí tu mensaje, lo siento mucho mi amor —le sonrío —, te traje tus rosquillas favoritas para que te levanten él ánimo.
Agarro la bolsa y beso su mejilla.
—Tu siempre sabes cómo hacerme sonreír, gracias.
Comienzo a platicar de nuevo sobre lo que pasó, Sergio ríe y me besa.
—Seguro era de esos tíos viejos y antipáticos, no te preocupes amor.
Río sin ganas y lo recuerdo, sus pequeños ojos grises y su cabello rubio.
El calor sube a mis mejillas al recordar cómo se sentía su abdomen, su voz era tan varonil y autoritaria y lo hacía verse tan apuesto.
Joder, que hombre.
Igual que los hombres de las películas que me gustan ver.
Maximiliano, Maximiliano, Maximiliano.
—Miranda ¿estás bien? —me pregunta Antonio.
Abro los ojos, todos me miran raro.
¿Que dije?
—Así que Maximiliano, tiene nombre de antipático y gruñón —dice Sergio y se sirve café.
—Sí, lo es.
—Ahora que me acuerdo ¿recuerdas a Becca la amiga de mi madre?
—¿Qué con ella?
—Es dueña de una cafetería y está solicitando empleados.
Sonrío y lo abrazo, al fin una buena noticia.
—Paso por ti a las ocho de la mañana ¿Está bien?
—Sí.
Después de cenar fregamos los platos y me despido de él, me meto a la cama y todavía afuera escucho sus risas.
Adoro que se lleve tan bien con mis hermanos, suspiro y cierro los ojos.
Sin embargo tardo en dormir pensando en Maximiliano.
—Que tonta, ni que él estuviera pensando en mí.
***
—Te dejo el auto, no te preocupes te ira bien sólo aléjate de la cafetera.
—Tonto.
—Es broma.
—Lo sé.
Besa mis labios y abro la puerta.
—Suerte, ese trabajo es tuyo campeona.
—Eso espero.
—Recuerda que no tengo luces traseras, ve con mucho cuidado.
—Sip.
Me despido con la mano y empujo la puerta.
Un chico rubio está en una de las mesas, lo saludo y me observa. Camina hasta mí y me lanza el mandil que traía puesto en la cara.
—¡El trabajo es tuyo! —grita y sale casi corriendo.
Me quito el mandil que me impide ver y me acerco a la barra, toco la pequeña campana y espero.
—Hola —me dice una chica de cabello rizado color zanahoria.
—Hola, vengo por lo del empleo. La señora Becca es conocida de mi novio y me recomendó para el trabajo.
—¿Miranda?
—Sí, soy yo.
—Yo soy Hanna, ven conmigo.
Abre la puerta de la barra y entro, me enseña la cocina y todo el lugar.
—Todo es muy fácil, aprenderás a hacer café muy rápido.
—Sí, parece fácil.
—Lo es.