Maximiliano
Detesto el maldito tráfico, miro una vez más su mensaje y sonrío. No aguanto más y en cuanto me detengo en un semáforo le llamo.
Suena tres veces y me envía a buzón de voz, lo vuelvo a intentar y ocurre lo mismo.
—Seguro está dormida.
Acelero y luego de segundos me regresa la llamada.
—Ya voy en camino amor…
—Max... date prisa por favor.
Su voz es diferente, temblorosa e irreconocible. De inmediato me doy cuenta que algo no anda bien.
—Nena ¿qué ocurre?
—Unos hombres… entraron aquí y…
—¿Qué? Mierda, mantén la calma, amor estoy llegando.
—Qué maravilla, no sabes cuantas ganas tengo de verte.
Aquella voz, de inmediato pienso que la he escuchado en algún lugar pero no estoy seguro.
—¿Quién eres? Déjala tranquila, llévate todo lo que quieras pero no le hagas daño.
Carcajea y la piel se me eriza, si mis sospechas son ciertas jamás me perdonaré que le haga daño a Miranda.
—Esa es la idea.
Trago, me doy valor para hablar pero cuelga, vuelvo a marcar con las manos temblorosas pero ya no contestan.
—No, no puede ser.
Hay demasiado tráfico, dejo el auto en la mitad de la nada y corro, mi corazón se desboca.
No puede pagar por mis errores, ella no tiene la culpa de que yo sea un puto mujeriego.
Pienso en llamar a la policía y no sé por qué no lo hago, tal vez porque este tipo es un loco mafioso y tal vez no sirva de nada o porque tengo miedo de llegar demasiado tarde si me detengo en sacar mi celular.
Al final lo hago, lo busco en mí bolsillo del pantalón y golpeo con el pie la pared.
Lo he olvidado en el puto auto, corro al ascensor y está ocupado así que no me importa correr un poco más y subo por las escaleras.
Cuando llego a mi piso me viene una maldita tos por la falta de aire, trato de darle un poco a mis pulmones pero es casi imposible.
Abro la puerta y me detengo enseguida cuando la veo atada de pies y manos sobre una silla, ese infeliz está tras ella con una gran sonrisa.
—Al fin llegaste, que empiece la función.
—Déjala ir, cualquier cosa que quieras conmigo hazlo conmigo pero te lo suplico no le hagas nada.
—¡Max! —grita ella y solloza.
Mi niña, quiero acercarme pero los hombres que aquella vez me golpearon lo vuelven a hacer, golpe tras golpe, en el pecho, la espalda, el estómago y en mí cara.
Siento la sangre caer por mi cien y solo en mi mente puede vagar el llanto de Miranda.
—Basta, déjenlo.
Ordena, me levanto del suelo como puedo, la vista se me nubla pero me obligo a mantenerme en pie, necesito seguir de pie.
—¿Creíste que se quedaría así?
La verdad es que sí, pero no respondo.
Saca una pistola y apunta hacia la cabeza de Miranda, mi corazón se detiene.
—¡No, no lo hagas! Mátame a mí, soy yo el del problema no ella.
Desconozco mi voz, estoy angustiado y todo mi cuerpo tiembla, jamás había tenido tanto miedo como ahora.
—Que romántico y que valiente eres, como cuando saltaste por mi balcón. Me temo que esa valentía no te servirá de nada, aquí no puedes correr, bueno si puedes hacerlo. Anda, vete.
—No me voy a ir sin ella —digo con los dientes apretados.
—Bien, entonces la verás morir.
—No, señor no me haga daño se lo suplico, haré lo que usted me pida pero no me mate.
Suplica entre llanto, verla así, tan aterrada me parte el alma. Caigo de rodillas y con la cabeza abajo decido hacer cualquier cosa por salvar su vida, no me importa humillarme.
—Por lo que más quieras —susurro—. No la mates, déjala vivir ella no tiene la culpa de mis errores.
Le quita la venda de los ojos y de inmediato me localiza, sus ojos están rojos e hinchados.
—Tranquila mi amor, todo va a estar bien.
Trato de tranquilizarla aunque yo esté peor que ella.
—Desamárrenla.
Esa palabra me devuelve el alma al cuerpo, sus hombres la desamarran y en cuanto esta libre corre a mis brazos.
La abrazo fuerte contra mí, toco su espalda y su cara, quiero convencerme que está a salvo.
—Ya pasó nena, tranquila.
—¿Qué es todo esto?
Miro hacia atrás, el muy imbécil le sigo apuntando con el arma, sin esperar la pongo tras de mí pero me la arrebatan de las manos.
—¡Max! —grita y la jalan.
Me impiden ir tras ella, esto no ha terminado y siento como las lágrimas brotan de mis ojos y caen por mi cara como agua.
—¿Qué creíste? Quiero que te quede claro que conmigo no se juega, esto no termina aquí mi querido amigo, lo mío no se toca.
Lucho con todas mis fuerzas hasta que mis músculos duelen, no puedo hacer nada porque estos dos idiotas me tienen sostenido.
Miranda me ve, el terror se refleja en su mirada y susurra algo, no la escucho pero puedo leer sus labios.
«Te quiero…»
El disparo me dejó sordo por unos segundos, yo era feliz, los dos lo éramos y sin querer lo he arruinado todo, mi estúpido problema de siempre, no tener mi maldita entre pierna quieta.
Cae de rodillas y su mirada se pierde.
—¡No! —grito con todo el dolor de mi corazón.
Su cuerpo cae al piso y siento, en este momento que mi vida termina aquí.
El tipo se acerca a mí lentamente y con una sonrisa tonta mientras yo no dejo de llorar.
Me toma de la mandíbula y aprieta.
—Espero te acuerdes de mí, siempre.
Me dan un último golpe antes de salir, siento arcadas y vómito espeso, miro la mancha en el piso y en el resto de mi boca la sangre que he vomitado.
Me arrastro hacia Miranda y la acuesto en mí regazo.
—Amor, aguanta por favor no puedes dejarme cariño… abre los ojos pequeña, por favor.
Entre abre los ojos y tose, vomita sangre y se convulsiona en mis brazos.
Tengo terror, no quiero perderla de esta forma, ella no se merece esto, todo esto es mi culpa.
Debieron de haberme disparado a mí, pero no, querían hacerme sufrir y supieron bien cómo hacerlo.
Como puedo me levanto y llamo a una ambulancia, me harán preguntas lo sé, y no sé qué voy a decir sólo quiero que mi niña esté bien porque si muere jamás me lo perdonaré.
Cuando me regreso a su lado la abrazo y beso su frente.
—Tienes que sobrevivir amor, te lo suplico, tenemos mucho que vivir juntos, me devolviste a la vida y no puedes irte y dejarme.
Sollozo y rezo para que esté bien.
—Max… —susurra.
—No amor, no hables, tranquila cariño.
—Yo… te amo… mucho…
—Cállate, no te esfuerces y aguanta. Ya viene la ambulancia.
Miro como su pecho sube y baja rápidamente y trata de jalar aire pero no puede, le falta y se pone demasiado pálida. Sé que lucha por mantenerse despierta pero no puede y mi miedo aumenta, no podré seguir sin ella si me falta, no puede pasarme esto, no ahora que encontré la felicidad.
«Por favor dios, no me la quites»
Pone los ojos en blanco y se desmaya.
—Amor despierta por favor…
La policía y la ambulancia llegan, de inmediato la suben a una camilla y se la llevan. Tomo su mano y no la suelto en ningún momento a pesar del dolor interno de mi cuerpo.
—Vamos Miranda, lucha.
La suben a la ambulancia y le vienen convulsiones, entro en un colapso al verla casi morir frente a mí; por mí.
—Señor, tenemos que revisarlo usted también está herido.
Un paramédico me revisa pero me niego a que continúe, yo no dejo de observar cómo le meten a Miranda algo por la boca para que pueda respirar bien. Tiene los ojos entreabiertos y su piel está más blanca que de costumbre.
Debería ser yo quien está en esa cama y no ella; mi amor; mi vida. Me parte el alma esta situación.
Vuelve a convulsionar y todos se alarman.
—¿Qué pasa? —pregunto casi gritando.
—Entró en paro…
—¡No, Miranda escúchame tienes que vivir!
Abren su blusa y tratan de revivirla, su cuerpo brinca y beso sus nudillos.
—No puedes dejarme nena, no lo hagas por favor.