Miranda

—¡Mama, estoy en casa!

Camino por el pasillo de la casa de mi madre, la encuentro sentada viendo hacia la mesa con el ceño fruncido.

—¿Mamá?

Levanta la vista y me sonríe sin embargo la noto extraña.

—Mi niña, me alegra mucho verte.

Me abraza efusiva  y con mucho cariño, la adoro demasiado.

Me siento y veo las cartas regadas en la mesa, pongo los ojos en blanco.

—¿Qué estás haciendo?

—Acabo de echarte las cartas, cariño ¿conociste a alguien?

—Ya te he dicho que no me gusta que hagas esas cosas conmigo.

—Responde a mi pregunta.

Respiro profundo, no sé si contarle sobre Max aunque sé que me apoyaría en cualquier decisión no estoy segura.

—¿Por qué? —evadir respuestas, siempre ha sido mi fuerte.

—Las cartas me dicen que conocerás o conociste a alguien.

No me gusta darle la razón en cuanto a esto, o será que tal vez me da miedo aceptar que de verdad puede leer el futuro o este tipo de cosas.

—Pero no digas nada.

—Lo prometo —levanta la mano derecha y la lleva a su pecho. Suspiro y me remuevo en la silla.

—Hace unos días lo  conocí. ¿Recuerdas la entrevista de trabajo que tenía?

Asiente y me observa con los ojos bien abiertos y muy atenta, como si al parpadear perdiera algún detalle.

—Él es… alto y muy fuerte, guapísimo y dulce, es todo un dios griego y no puedo olvidarlo. Ayer por la tarde saliendo del trabajo un gilipollas me chocó el auto de Sergio, confieso que yo tuve la culpa pero ese no es el punto, se portó tan lindo conmigo y me ayudó y…

—Joder cariño, no entiendo ¿qué estaba haciendo él en el lugar del choque?

—Yo tampoco simplemente llegó y le pagó al capullo que no dejaba de ladrar. Estoy muy en deuda con él.

—Mi niña las cartas han hablado.

—Ya sabes que no creo en eso.

—Pues debes hacerlo, ellas no mienten.

—Bueno ya, dime que es lo que dicen las dichosas cartas.

Aprieta los labios y suspira.

—Vas a sufrir, veo muchas lágrimas y… sangre.

—¿Sangre? ¿Lo ves? Nada tiene que ver, yo sigo con Sergio y Max está muy lejos de mí alcance. Claro que es el tipo de chico con el que siempre he soñado, pero tengo los pies en la tierra mamá, además no creo que corra peligro en el café donde trabajo, a menos que me corte el dedo con un bollo.

—Tómalo con seriedad niña.

Me guardo mi chiste y hago puchero. Tomo su mano y sonrío para darle seguridad y contagiarle mi optimismo.

—No va a pasar nada, ya lo verás.

—Llámame todos los días.

—Ya lo hago, todos los días y todas las noches. Ahora invítame a comer porque muero de hambre.

* * *

De regreso a casa decido pasar a la concesionaria a ver a Sergio, lo quiero demasiado y detesto saber que está enojado conmigo.

—Miranda, es un milagro tenerte por aquí.

Ben el jefe de Sergio me saluda, tan amable y atento siempre conmigo.

—Hola, vengo a ver a Sergio ¿está libre?

—Está por salir a comer, hoy hemos tenido mucho trabajo pero pasa ¿quieres un café?

—No, gracias. Prefiero esperarlo.

—De acuerdo, ya le digo que estás aquí.

—Muchas gracias.

Me cruzo de brazos y espero, miro todos los autos lujosos y en la esquina uno parecido al de Max.

Instantáneamente sonrío y pienso en las palabras de mi madre, tengo perfectamente claras cuáles son las cosas pero si por algún momento llegara a suceder algo entre Max y yo no lo aceptaría aunque me muriera de ganas.

Somos de mundos muy distintos y sería un desastre.

—Me alegra verte.

Doy un salto y media vuelta, Sergio me saca de mis pensamientos tontos.

Mete las manos en sus bolsillos y aprieta los labios.

Sigue enfadado.

—A mí también, no me has llamado.

—Pensé que estarías ocupada en tu trabajo.

—No, hoy no trabajo.

—Oh.

Doy un paso hacia él, la grava cruje bajo mis botas. Lo abrazo y tarda en responder.

—No sigas enfadado, yo no tuve la culpa de nada.

—Te pusiste de su parte, Miri ¿cómo quieres que me ponga?

—Ese es el problema de todo esto, no estoy de su parte, mierda, no me gusta que estés así y vine aquí para arreglar las cosas pero solo seguimos discutiendo, será mejor que me vaya.

Me doy la vuelta y me dirijo hacia la salida, sin embargo me detiene y rodea mi cintura.

—No, no te vayas. Perdóname flaquita, me sentí muy celoso, no me gusta que te miren como ese imbécil lo hizo.

—Solo me ayudó Sergio ¿por qué siempre tienes que ver el lado negativo en las cosas?

—Solo quiero entender por qué lo defiendes tanto —me toma de la cadera y gira mi cuerpo—. ¿Te gusta ese idiota? Dímelo Miranda.

Sus pupilas se dilatan y recuerdo cuanto me gustaba desde que era una puberta, lo mucho que lo añoraba y lo loca que estaba por él.

Simplemente era la envidia de todas, y ahora no sé qué me pasa.

—No, no te entiendo. Estoy contigo, llevamos más de dos años de relación y nunca habíamos discutido por celos, siempre fuiste muy seguro ¿qué te pasa?

—No quiero perderte —susurra desesperado.

Levanta el brazo y me muestra las letras negras marcadas en él que forman mi nombre, ese tatuaje me lo sé de memoria y también, pasa por mi mente aquella tarde cuando casi me vuelvo loca al ver aquella locura.

Sin duda fui muy feliz.

—Te llevo tatuada en mi piel, y si te pierdo no seré nadie, me convertiré en un guiñapo sin nada.

Acaricio su rostro y el lunar en su barbilla que tantas veces he besado.

—No vas a perderme.

Toma mi mano y me besa la palma, suspira y sus músculos se relajan y yo también.

—¿Ya comiste?

—Ya, vengo de ver a mi mamá y sabes que de su casa salgo rodando.

Medio sonríe y siento que me vuelvo a enamorar de él, así es, con solo una sonrisa me puede hacer olvidar hasta el más terrible día.

—Te quiero —sale así de mis labios.

—Y yo a ti, ya quiero que seas mi mujer, detesto estar lejos de ti.

—En un par de años así será, si te portas bien.

—Todos los días señorita.

Besa mi nariz y río.

—Te dejo para que comas.

—Siempre puedo comerte a ti.

—Sergio…

Me abraza y me levanta del suelo, golpeo sus hombros y mis risas seguro se escuchan hasta la casa de mamá.

—Así es como me gusta estar contigo.

—A mí también, y ya ve a comer, no quiero tener a un novio flaco y sin condición.

—¿Me estás diciendo que solo estás conmigo por mi cuerpo? Haz roto mi corazón y mis sentimientos en mil pedazos.

—Confórmate con saber que te amo, vende muchos autos campeón.

Chocamos los puños y luego nos besamos.

—Te veo en la noche.

—Seguro.

Meto las manos en las bolsas traseras de mí pantalón y camino de vuelta a casa, siempre me ha encantado caminar, no importa cuántos kilómetros recorra.

Me ayuda a relajarme y a pensar, ahora me siento más tranquila y en calma al haber arreglado las cosas con Sergio, está loco, es por eso que me enamoré de él.

Saco mi móvil cuando este empieza a sonar, casi me voy de bruces al ver el nombre de Max en la pantalla.

Sin pensar dos veces contesto con el corazón a punto de estallar.

—¿Sí?

—Tenemos un café pendiente ¿estás libre?

—S-sí —balbuceo, no entiendo mi nerviosismo.

Contrólate Miranda.

—Paso por ti a tu casa.

—¡No! Te veo en la esquina de allí porque voy hacia allá.

—De acuerdo.

Cuelgo y respiro profundo un par de veces, estoy a punto de salir con él, bueno, no es que tengamos una cita pero…

De inmediato veo mi estúpido atuendo del día de hoy y golpeo mi frente; tejanos,  botas  y una estúpida playera amarilla con un gordo oso panda.

Más tonta no puedo verme.

¿Y mi cabello?

No puede ser, se ha despeinado tanto que parece más rebelde que yo a los 15 años.

Soy un desastre.

Rasco mi cuero cabelludo y pienso en correr, pero si no me da tiempo entonces correré y voy a sudar y será peor.

Paso por una panadería y aprovecho para peinarme usando el cristal como espejo.

De mi bolsa saco un brillo de labios y me limpio el sudor de las manos.

Genial, pude haberle dicho que no, que en este momento estoy ocupada.

Pero mis putas ganas de verlo son mayores.

Muerdo mi uña del meñique, doy vuelta a la esquina y lo veo ahí, parado con una chaqueta de cuero, jeans, botas y mirando hacia su celular.

Siento derretirme conforme voy caminando, cruzo la calle y me percibe. Sonríe y guarda el móvil, al querer subir el escalón de la acera tropiezo y caigo de bruces frente a él.

Genial, soñé con este momento toda mi vida pero no así: tenía que haber entrado a la oficina del puto Christian Grey y entonces en mis sueños no era tan vergonzoso.

—¿Estás bien? —me levanta de los codos y quedamos frente a frente.

Mis intenciones de hablar son pocas debido al episodio que acabo de vivir así que sólo asiento con la cabeza.

—Ten más cuidado, te pudiste haber lastimado.

Limpio mi pantalón de la parte de las rodillas y sonrío, así, como si nada hubiera pasado.

¿Quién se acaba de caer?

Nadie.

Caminamos hombro con hombro hasta llegar a una moto roja preciosa.

La miro y luego a él.

—Vamos.

—¿Nos iremos aquí?

—Sí.

—¿No prefieres caminar?

—¿Te da miedo?

—Digamos que si manejas esta cosa como haces con tu coche entonces mi respuesta es sí.

Ríe y se sube con una agilidad, me encanta y sé que está mal pero no lo puedo evitar.

—No sabía que manejaba muy mal el auto, vamos sube.

Paso un pie por el asiento y ya estando arriba me sujeto de atrás.

—No tiene cascos, así que tendrás que sujetarte muy bien, podríamos tener un accidente y morir. Puedes tocarme si gustas, yo no tengo ningún problema.

Parpadeo un montón de veces y muy rápido, lo único que sé es que no quiero morir todavía.

Me sostengo de sus hombros y enciende la moto.

Recuerdo la vez que Sergio se rompió la pierna al tener un accidente en una de estas cosas, me sujeto lo más fuerte que puedo a su chaqueta cuando comienza a andar, definitivamente no quiero que me ocurra lo mismo.

—¿No hablas? —grita por el ruido de la motocicleta apenas puedo oírlo.

—Sí —contesto de la misma forma.

Se detiene en un semáforo y saca un cigarrillo, lo deja en su boca y sorpresivamente toma mis manos y las lleva hasta su abdomen, voltea solo lo justo para que nuestras bocas casi se toquen.

—Hablaba en serio.

Enciende el cigarrillo y echa el humo en mis labios, trago y recibo su rico aliento.

Cuando llegamos me bajo de inmediato, no quiero esperar más ya que el tener contacto físico con él me pone rara y nerviosa.

Camino por delante de él y al entrar al café busco una mesa vacía, localizo la única desocupada y camino hasta allí.

Siento sus pasos tras de mí y mis manos sudan, muevo los dedos de mis pies nerviosa y tomó asiento.

Pido un capuchino y me cruzo de brazos.

—Háblame más de ti.

Me sorprende y levanto la mirada, no sé qué quiere saber de mí y tampoco sé que decirle sobre mi vida.

—¿Qué quieres saber? —se recarga en el asiento y frunce el ceño.

—Tu novio. ¿Cuánto tiempo llevan juntos?

Levanto las cejas, cada segundo me sorprende más.

Pudo haber preguntado cualquier cosa y me pregunta sobre Sergio lo cual me hacen tener remordimientos.

—Lo conocí a los 15 años en un partido de fútbol, mi hermano Sebastian y él son muy buenos amigos y me lo presentó. Salimos un par de ocasiones y luego, nos volvimos novios.

—¿Y lo quieres?

—¿Cómo? —recarga los codos en la mesa y entrelaza sus dedos, coloca sus manos bajo su barbilla y me mira fijamente como si tratara de adivinar qué está pasando por mi mente.

—¿Lo quieres mucho?

—No entiendo por qué quieres saber de Sergio cuando puedes preguntar cualquier cosa más.

Sonríe y asiente, se acumulan en sus mejillas unos hoyuelos y automáticamente sonrío también.

—Muy inteligente, cuéntame entonces más sobre tus padres y tus hermanos.

—Mmm, de acuerdo. Mi hermano mayor es Antonio, él es divorciado y trabaja en una empresa de vienés raíces. Luego sigue Ricardo y Sebastian, ellos trabajan en el taller de mí papá y al final estoy yo.

—¿Y qué te gusta hacer?

El mesero llega con nuestros cafés y guardamos silencio hasta que se retira.

—Me encanta cocinar, sueño con algún día poner mi propio restaurante —pongo dos cucharadas de azúcar en mi taza y revuelvo con la cuchara mientras siento su mirada.

—Eso suena maravilloso.

—Sí, por eso estoy trabajando fuertemente para pagar la universidad, es muy cara pero si le pongo todas las ganas del mundo puedo ganar una beca.

—Y lo lograrás, estoy seguro.

Alcanza mi mano y aprieta ligeramente, me sobre salto sin embargo no retiro la mano, la dejo ahí y acaricio su pulgar.

—Gracias —susurro.

Tengo los nervios a flor de piel, temo que note el sudor en mis manos así que la quito y tomo de mí café, sabe exquisito.

—¿Y cómo te llevas con tus padres?

—De maravilla, papá me protege mucho y en ocasiones piensa que sigo siendo una niña, mi mamá es tan loca, casi todo el tiempo nos está echando las cartas y previniendo de cosas sin sentido.

Vuelve a sonreír, joder, si sigue haciéndolo así desconozco que soy capaz de hacer.

—¿Y tu novio a que se dedica?

Y dale con lo mismo.

—Trabaja en una concesionaria cerca de aquí.

—Supongo que ya tienen planes.

—¿A qué te refieres?

Agarro un churro y le doy un mordisco.

—Planes a futuro.

—Oh, claro. Pero todo es pasajero es decir, hablamos sin sentido, nadie sabe qué puede pasar el día de mañana.

—Claro, tienes mucha razón.

Se gira hacia mí y acaricia mi mejilla con el pulgar, lo miro fijamente y trago. Se acerca demasiado y chupa en la comisura de mis labios.

—Tienes restos de azúcar —susurra.

Chupa con más intensidad hasta que toca mis labios, sé que está mal y no puedo hacer esto.

Hago la cabeza hacia atrás evitando que me bese.

—No… tengo novio.

Aprieta los labios y asiente, se va haciendo hacia atrás y suspiro.

Esto no puede estar pasando.

Quiéreme y te daré mi vida
titlepage.xhtml
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split1.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split2.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split3.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split4.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split6.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split7.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split8.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split9.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split10.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split11.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split12.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split13.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split14.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split15.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split16.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split17.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split18.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split19.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split20.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split21.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split22.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split23.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split24.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split25.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split26.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split27.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split28.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split29.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split30.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split31.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split32.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split33.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split34.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split35.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split36.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split37.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split38.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split39.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split40.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split41.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split42.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split43.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split44.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split45.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split46.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split47.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split48.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split49.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split50.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split51.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split5.html