Miranda
Luego de largas horas pongo un pie fuera del taxi con mis ilusiones rotas y ya cansada de darle tantas vueltas al asunto.
Afuera hay un oficial que me detiene, me habla en inglés y no entiendo nada. Me enseña una lista y le doy mi nombre. Otro golpe más para mí porque, en efecto, estoy en la lista de invitados. Me indica con la mano que entre y trato de sonreír.
La casa es gigante y me siento pérdida en ella, camino y siento un mareo que me hace detenerme.
—No, no puedo ponerme mal.
Suspiro y respiro profundamente porque sé que lo que voy a ver terminará por matarme. Escucho música a lo lejos y camino hacia ella, luego veo a un hombre de traje negro hablar por teléfono de espaldas hacia mí. Cuando se da la vuelta y me mira parece que ha visto a un fantasma. Lo reconozco; el amigo de Max con el que estaba aquella mañana en la cafetería.
—¿Miranda? ¿Qué haces aquí? —pregunta.
Niego con la cabeza y decido ignorarlo completamente y pasarme de largo pero él me lo impide.
—No.
Decidido me toma de cintura, tiene unos ojos grandes y grises que me abruman. Observa todo mi rostro y caigo en la cuenta de que sabe perfectamente todo, sabe lo que Max me ha hecho.
—Por favor —digo en un sollozo.
Parpadea rápido y asiente, me deja libre y continúo caminando hacia mi calvario.
Piso por un camino pequeño empedrado, a lado de él hay pasto verde y fresco y al final del camino… ellos tomados de la mano. Alenté mi paso porque siento que entre más camino más muero.
El sacerdote que los está casando también habla en inglés, pero no se necesita saber el maldito idiota para adivinar lo que está pasando.
La chica me da la espalda y cuando Maximiliano me ve se pone pálido y mucho peor que su amigo. Nos quedamos mirando así, unos segundos más. Trato de darle la peor de las miradas, quiero decirle con ella todo el odio que estoy sintiendo por él, toda la decepción que me ha provocado.
Tengo la cara mojada por tanto llorar y seguramente me veo fatal, su madre está sonriente en primera fila, hasta que se percata de que Max me ve. Me localiza y se levanta, camina hacia mí pero entonces pasa lo inevitable, aprieta los ojos, baja la mirada y dice: sí,