Maximiliano

Veo a Irán y levanto la mano, rápido me localiza y llega hasta mí.

Me da un ligero abrazo y caminamos hacia el estacionamiento.

Él me platica su encuentro con una mujer pero casi no lo escucho, no dejo de pensar en aquella maravillosa noche a lado de Miranda, quisiera poder verla aunque sea una sola vez más.

—Tierra llamando a Max.

Volteo a verlo, enciendo el auto y sonríe.

—Perdón ¿qué me decías?

—Amigo ¿qué te pasa? Te noto cambiado.

—¿Recuerdas que te conté que había conocido a alguien? —asiente y me pone toda su atención—, me la cogí.

—Bueno, esa ya no es una novedad.

—Lo sé, la novedad es que no puedo dejar de pensar en ella desde aquella noche. Se entregó a mí de una forma tan diferente, confió en mí y yo le tiré la típica mentira de que el estúpido tatuaje que tengo en el pecho es el nombre de mi madre, jamás me había sentido tan mierda.

—Jamás te había escuchado hablar así. Tengo hambre, detente en ese lugar, se ve decente.

Estaciono el auto fuera de una cafetería, entramos al lugar. Es bastante cálido y lindo, nos sentamos mientras le sigo platicando de ella.

—De verdad, ella es mi Karma. Ahora estoy pagando todo lo que les he hecho a tantas mujeres.

—Pues deberías presentarme a la tal Miranda, seguro haríamos maravillas los dos con ella.

Esa idea me pone los nervios de punta, lo fulmino con la mirada y él levanta las manos.

—Con ella no Irán, ni se te ocurra.

—Wow, primera mujer que te coges y que no compartirás con tu mejor amigo, casi hermano. Estás muy mal Max.

—Bienvenidos a Becca&Coffe ¿qué van a ordenar?

Levanto la mirada al escuchar su voz, trae un vestido blanco y un mandil verde, no se ha dado cuenta de mi presencia pues está con el lápiz y cuaderno en mano, en ese momento lo único que quiero es hablar con ella.

—Miranda —le hablo.

Palidece al verme, definitivamente su mirada dulce ha cambiado para conmigo, me levanto y quiero tomar su mano pero retrocede.

—Bien, los dejo que piensen en su orden, con permiso.

—Por favor, quiero hablar contigo.

—Yo no tengo nada de qué hablar con usted.

—Te lo ruego.

Se suelta de mi agarre y se va casi corriendo.

Mierda, odio su indiferencia.

Me siento de nuevo y froto mi cara.

—Pues me has dejado con la boca abierta.

—Me odia.

—¿Que le hiciste?

—No le he llamado después de tener sexo, sabes que yo solo soy de una noche y ellas son las que me buscan a mí y Miranda... es tan malditamente diferente que me enferma.

—Ya veo que es diferente, déjamelo a mí y en una noche la tenemos contenta.

—Te dije que con ella no, Irán.

—Tranquilo, ya entendí. El clima de España te ha afectado, o mejor dicho sus mujeres.

Rodeo los ojos, otra chica viene a atendernos, es obvio que no quiere verme pero yo necesito hacerlo, necesito de sus labios y de su cuerpo.

—Me voy a volver loco.

—Amigo, ya lo estás. Vámonos de juerga esta noche y encontramos otra chica para ti.

Rodeo los ojos y le mando un mensaje de texto a Miranda.

* Ven por favor, te extraño.

Espero unos segundos pero no contesta, él come su panqué sin ninguna preocupación.

Juego con mi celular y decido mandarle otro mensaje.

* Si no vienes entraré yo por ti, tú decide.

Sale pero atiende otra mesa, espero a que reciba el mensaje y lo hace pero no le da ninguna importancia.

Entra de nuevo a la cocina y me decido.

—Espera aquí, no tardo.

Le digo a Irán y camino hacia la cocina, tratan de detenerme algunas chicas pero no lo logran. Ella está de espaldas hacia la entrada y rodeo su cintura. Se estremece y sabe que soy yo, lo sé porque no pone ninguna resistencia, porque ella también me quiere a su lado aunque lo niegue.

—Te extrañé demasiado —susurró en su oído.

—Por favor, déjeme. Estoy trabajando.

—Miranda necesito hablar contigo, lo que pasó la otra noche...

—Déjalo ya, no me interesa.

—Mientes.

—Fue sólo una noche más para ti como lo fue para mí.

—¿Qué es lo que te tiene tan molesta? ¿Que no te llamé?

—Prometiste que lo ibas a recordar, me entregué a ti Max y no te importó.

—No digas tonterías, fue la mejor noche de toda mi vida, claro que lo recuerdo.

La tomo de la cintura y doy vuelta a su cuerpo, una lágrima resbala por su mejilla y la limpio con mi pulgar.

—¿Y por qué te fuiste así?

—No quería que tus hermanos despertaran y me encontraran ahí, si eso hubiera pasado tú y yo no estaríamos aquí en este momento.

Por un momento sonríe y me siento aliviado, la abrazo y recarga la cabeza en mi pecho.

—No fuiste sólo una noche, confieso que quise olvidarte porque no soy lo que tú te mereces, por eso ya no te busqué. Pero desde esa vez no dejo de pensar en ti.

—Si tú no eres lo que yo me merezco entonces déjame ir.

—Tampoco puedo hacer eso, no puedo ni quiero dejarte, fuiste mía una noche, y ahora quiero que seas mía para siempre.

Levanta la mirada y niega con la cabeza.

—Miranda no me digas que no, no te quiero perder.

—Max nunca he sido tuya.

Sus palabras hieren y alteran mi ego, retrocedo dos pasos y baja la mirada.

—Tienes razón, te pido una disculpa.

—No... Max no quise decir eso, es sólo que... yo...

Doy media vuelta y regreso a la mesa con Irán, dejo unos cuantos billetes en la mesa y lo levanto del brazo.

—¿Qué te pasa?

—Quiero largarme de aquí.

Entro al auto, Irán todavía se tarda y presiono la bocina, se apresura y entra.

—¿Puedes decirme que diablos ocurre?

Golpeo el volante con todas mis fuerzas, no entiendo cuál es mi enojo.

A final de cuentas ella tiene razón, no es mía y no lo será.

Miranda.

—¡Miranda, atiende a la mesa dos!

Atiendo a los gritos de Hilda, limpio mis lágrimas y trato de fingir una sonrisa, lo busco con la mirada pero ya se ha ido.

Siento un nudo en mi garganta, no puedo tragarlo porque amenaza con convertirse en espantosas lágrimas.

No debí tratarlo así, no: claro que se merecía que lo tratara de esa forma.

Suspiro y continúo con mi trabajo, a la hora de la comida dejo mi Sándwich casi completo, se me ha ido completamente el apetito.

Siento que mi móvil vibra en mi bolsillo, lo saco con la esperanza de que sea él.

Mi autoestima vuelve a bajar, es un mensaje de Sergio.

* ¿Puedo verte? No me gusta que estemos enfadados, te amo.

No puedo sentirme más mal, todavía no tengo cara para verlo y cuando va a casa finjo estar muy cansada y corro a mi habitación. Soy una mala mujer y me iré al infierno por infiel.

Miro su mensaje y los anteriores que Max me mandó, no hay comparación y no entiendo cómo es que pasó pero Max es el dueño de los voleteos que hay en mi estómago.

Al terminar mi turno recojo el lugar, subo las sillas y friego los pisos.

Espero sentada hasta que Ricardo llega, me lanzo a los brazos de mi hermano y lloro en su hombro.

No puedo controlar mi llanto, les pido a mis ojos que dejen de hacer eso pero simplemente no pasa.

—¿Qué pasa? —me pregunta él.

No quiero hablar, simplemente me aparto y camino hacia nuestro cacharro.

—¿Sigues enfadada con Sergio?

—Por favor, no quiero hablar ahora.

Lo único que necesito es mi cama, una buena novela romántica y una taza de chocolate caliente, sin faltar los pañuelos.

Durante el camino a casa le subo a la música cuando Wont go home whitout you de Maroon 5 comienza a sonar.

Eso es Adam Levine, canta y hazme llorar de nuevo.

Subo los pies al asiento y abrazo mis piernas, en cuanto llegamos a casa entro a mi habitación y me tiro en la cama. Estos días han sido duros y tan largos, cuando lo conocí jamás creí que llegaríamos tan lejos.

No quiero renunciar a él pero tengo que hacerlo, por mí, por Sergio.

Estoy harta de llorar, ya no quiero hacerlo pero es inevitable, incluso no quiero lavar las sabanas porque siento que  sigue aquí, en mi cama, conmigo.

Suspiro y maldigo en silencio, en estas cuatro paredes me volveré loca, y por mi cabeza pasa si él estará pensando en mí.

Golpean tres veces mi puerta, mierda.

Limpio mis lágrimas, sé que se trata de Sergio.

Me levanto y abro la puerta, de inmediato doy la vuelta para evitar que no vea que he estado llorando.

Sin embargo, lo hace.

—¿Por qué lloras? Miranda... tú y yo nunca discutimos ¿qué pasó ahora?

—No lo sé, pero por favor Sergio perdóname.

Frunce el ceño y lo abrazo, me siento tan culpable. Sé que no merece que lo haya engañado, todo fue más allá de mis posibilidades.

Simplemente era Max en mi cabeza y nada más, soy una descarada pero es así.

—No tengo nada que perdonarte, soy yo quien debe pedir perdón. Me puse celoso cuando vi al tal Maximiliano, no es como yo imaginaba que sería. Pero confío en ti, sé que mis celos fueron injustificados y nunca me fallarías.

Sus palabras me hacen llorar aún más, él es tan importante para mí que no quiero que salga de mi vida, pero tampoco quiero mentirle.

Joder ¿qué hago?

—Vamos a cenar fuera, Ann también viene.

—No, no tengo ganas.

—No te irás a la cama sin cenar.

—No te preocupes, ceno algo aquí. Si tú quieres puedes ir sin mí.

—No podría.

Lo agarro de las mejillas y beso sus labios.

—Diviértete, anda ve. Yo me siento un poco mal y no tengo ganas de salir.

—¿Quieres que me quede contigo? Te traigo algo de la farmacia sólo dime que te duele.

—No, Sergio de verdad no te preocupes por mí.

Suspira y después de insistir unas cuantas veces asiente. Besa mis labios y se va.

Me quedo en la soledad de mi habitación, cierro los ojos y escucho el ruido afuera por unos minutos más, luego todo es silencio.

Saco el celular de mi almohada cuando éste suena, me quedo sin aliento al ver el número de Max en la pantalla.

Luego de unos segundos peleando con mi yo interno contesto, suspiro.

Escucho música y rodeo los ojos, yo sufriendo por él y él de fiesta.

—Hola —dice al fin pero no soy capaz de decir nada, ni sé que decir.

Escucho el sonido de una puerta.

¿Por qué no puede dejarme en paz?

—¿Puedes abrirme?

¿Qué? ¿Está aquí?

No puede ser, mi corazón se alegra y yo con él.

—No Max, vete por favor.

—Solo quiero que me escuches, un segundo.

Arrastra las palabras, de nuevo está ebrio.

Trago y me levanto a abrirle, cuando lo hago está recargado de un hombro en la pared, tiene los ojos entre abiertos y una leve sonrisa.

—Hola preciosa.

Se acerca a mí pero retrocedo.

—¿Siempre será así? ¿Vas a emborracharte y venir a buscarme?

—Me estás volviendo loco, ni yo sé que es lo que me pasa. Ayúdame Miranda, dime como continuar con mi vida después de haberte hecho el amor.

—Yo también quiero lo mismo, pero no puedo continuar si sigues buscándome.

Bajo la mirada cuando busca mi boca, su aliento huele a alcohol y a tabaco.

—Yo sé que no soy el hombre que tú mereces, pero por favor déjame estar a tú lado, déjame luchar por nosotros. Te prometo que valdrá la pena, yo haré que valga la pena.

Pienso por un momento en lo que pasará a la mañana siguiente.

¿Y si se va?

Esta vez viene mucho más ebrio.

¿Y si no lo recuerda?

—No, quiero demasiado a mi corazón como para dejarlo tan frágil en tus manos.

—Lo voy a cuidar.

—Max, tengo novio.

—Déjalo, vamos a intentarlo —agarra mi rostro entre sus manos y doy unos pasos atrás.

Él camina conmigo y me besa, me conduce hasta mi habitación.

¡No! No quiero que vuelva a ocurrir, pero no puedo detenerme.

Anhelaba su boca incluso desde antes de conocerlo, nunca unos labios habían tocado los míos y habían encendido fuegos artificiales en mi cuerpo de esta forma.

Nos acostamos en la cama y acaricia mi rostro.

—Te deseo —susurra.

—Estás borracho.

—Lo sé, y me gusta porque en este momento te estoy viendo doble, dos Mirandas en una y son para mí solo.

Ríe, hunde la cara en mi cuello y pasa la lengua por él, mete la mano bajo mi blusa y la deja en mi abdomen.

Su mano cae a un costado luego se varios minutos y lo muevo un poco para comprobar que en efecto: se ha quedado dormido.

Sonrío y le quito los zapatos junto con los calcetines, no quiero pensar que me he aprovechado de él así que sólo le saco la camisa.

Me incorporo de nuevo a su lado mientras lo veo dormir, paso mis dedos por su boca entre abierta y luego por las letras negras que yacen en su pecho.

Antes de dormir me encargo de cerrar la puerta con pasador.

Escucho un ligero ronquido que viene de su garganta y río, recargo la cabeza en su pecho y me abraza.

—Quédate conmigo Miranda —balbucea.

De verdad quiere estar conmigo, y creo que yo con él.

¿Qué mierda hago?

Quiéreme y te daré mi vida
titlepage.xhtml
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split1.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split2.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split3.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split4.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split6.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split7.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split8.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split9.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split10.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split11.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split12.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split13.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split14.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split15.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split16.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split17.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split18.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split19.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split20.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split21.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split22.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split23.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split24.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split25.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split26.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split27.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split28.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split29.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split30.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split31.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split32.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split33.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split34.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split35.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split36.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split37.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split38.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split39.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split40.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split41.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split42.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split43.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split44.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split45.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split46.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split47.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split48.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split49.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split50.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split51.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split5.html