Miranda
Al fin llegó el día en que me voy del hospital, no he visto a Max ya que le pedí a Antonio que no lo dejara pasar.
Pensé que con el paso de los días el sentimiento de vacío en mi interior desaparecería, por el contrario se hace mayor y me ahoga.
Termino de vestirme y me siento en la esquina de la cama a esperar a mis hermanos.
Miro mi celular y pretendo llamarle, siento que me precipité en terminar nuestra relación de esa manera pero, me dolió que me mintiera y que esa tontería suya me costara casi la vida, o peor aún; la de él.
—¡Feliz cumpleaños!
Sonrío al escuchar a Sergio, asoma la cabeza por la puerta y me manda un beso.
—Gracias —digo sin muchas ganas.
—Sonríe, uno no cumple veintiún años todos los días.
—No es como que quiero festejar mucho, ya sabes mis condiciones.
Mete la silla de ruedas y me ayuda a sentarme, no me gusta andar en ella porque me siento inútil pero es indispensable porque me cuesta mucho caminar sin que la herida me duela.
Ya en el auto pone aquella canción que tantas veces he escuchado y que me encanta, The scientist de Coldplay, solo que en esta ocasión tiene un significado especial.
Precisamente ahora cobra sentido la letra de tan bella y triste melodía «Nadie dijo que sería fácil»
—Supe que terminaste con el señor estirado.
—¿Quién te lo dijo?
—Sebastian.
—Oh, sí.
—¿Estas bien? Eso fue lo mejor Miri, sabes que él no es para ti.
—Sí, lo sé.
Y quisiera cambiar la perspectiva de la situación pero no puedo, él y mis hermanos tienen razón y no puedo hacerme a la idea, tuve en mis manos la completa felicidad y se me fue.
Sin darme cuenta me encuentro llorando, es difícil estar deprimida y no llorar al escuchar una canción tan triste.
Yo también quiero regresar al principio.
—No llores Miri, ya verás que todo pasará y estaré aquí para lo que necesites.
Podría ser tan fácil olvidarme de lo que fui con Max y continuar con Sergio, pero no puedo porque no soy la misma, ahora soy una mujer distinta, con perspectivas distintas y sé que no podré regresar con él y aparentar que nada pasó.
Él no es para mí y lo sé pero no quiero aceptarlo, me rehúso a creerlo.
Trato de calmarme, cuando llegamos a casa me sorprenden con todo el departamento adornado con confeti y globos de fiesta.
Papá se acerca a mí con lágrimas en los ojos, la he librado y estoy aquí a pesar de que yo tampoco creí que pasaría.
—Una mujer muy fuerte Miranda, gracias por luchar y regresar con nosotros.
—No cabe duda que es una Martínez —grita Ricardo y sonrío.
Todo me resulta muy emotivo, observo a mí alrededor, mamá también está muy emocionada al igual que mis hermanos.
También ha venido Ann y algunas compañeras del colegio con las que he congeniado un poco.
Todas las personas que me quieren están aquí… menos él.
Comemos y convivimos entre todos, mamá no se cansa de seguir contando anécdotas de mí cuando pequeña.
Santiago se aburre y pone música para bailar con Ann sin dejar de recordar que aparte de celebrar que salí del hospital también festejamos mi cumpleaños.
Sergio agarra mi mano y se aprovecha de la situación, tal vez debería decirle que por el momento no quiero regresar con él pero veo su rostro como antes: lleno de vida, contento y esperanzado en nosotros y no puedo terminar con todo eso.
Sería muy cruel de mí parte acabar con sus ilusiones, el timbre de la puerta suena y Ricardo corre a abrir.
—Buenas tardes.
Al escuchar su voz de inmediato volteo y no puedo negar que algo dentro de mí se alegra.
—¿Qué está haciendo este aquí? —grita Sergio.
—Yo lo invite —todos miramos a Antonio—. Quería que todas las personas que Miri quiere estuvieran aquí.
Le sonrío, mi hermano me conoce tan bien y le agradezco porque yo sola no me hubiera atrevido a llamarle.
Trae consigo un gigante ramo de rosas rojas y me lo entrega, mis mejillas se encienden.
—Feliz cumpleaños.
—Gracias.
—¿Podemos hablar?
La pregunta se queda en el aire, Antonio me anima con la mirada igual que mis padres.
—Está bien.
Me abro paso hacia mi habitación, entro primero y me quedo al pie de la cama.
Trato de levantarme para poder sentarme en la cama pero él me ayuda, me agarra de la cintura y me enciendo de inmediato.
—Yo te ayudo, puedes lastimarte.
Claramente lo hace, se sienta a mi lado pero guarda su distancia.
—Me alegra tanto que estés en casa.
—A mí también, las noches en el hospital son terribles y las camas más duras que una piedra, me duele la espalda.
—Perdón por hacerte pasar todo esto, no era mi intención.
—Lo sé.
Silencio.
—Antonio me invitó, parece que es el único que no le incómoda mi presencia porque al parecer a ti tampoco te gustó que viniera.
—No digas eso. Claro que estoy feliz de que estés aquí.
—¿De verdad?
—Sí —mucho.
—Me alegro.
—¿De qué quieres hablar? —mi curiosidad gana.
Suspira y pasa una mano por su cabello, si tan sólo supiera que esa simple acción me eriza la piel lo haría más seguido.
—No me hago a la idea de perderte.
Mira hacia el piso y luego busca mis ojos, me entran ganas de llorar pero no lo hago.
—Yo tampoco.
Al decir eso deja de fruncir el ceño y se relaja.
Suspiro y continúo.
—En estos días sin ti pensé mucho en nosotros, en lo que yo era antes de ti y lo que soy ahora —agarro su mano y la aprieto con mucha fuerza—, marcaste mi vida, te metiste en mi piel y ahora no puedo respirar sin ti, sin embargo me obligo a hacerlo.
—Termina con este sufrimiento que ambos vivimos, dame otra oportunidad prometo que no te volveré a mentir, viviré por ti y para ti.
—Con una condición.
—Lo que sea, dime que quieres que haga y lo haré por ti.
—Con la condición de que dejes que te pague lo que gastaste en el hospital.
—No, Miranda no lo hice con mala intención ni porque quiero que me paguen.
—Ya sé que no lo hiciste con mala intención pero quiero pagarte.
—No lo necesito, lo único que necesito eres tú.
Acorta la distancia y junta su frente con la mía, cierra los ojos y toca con su pulgar mi labio inferior.
Disfruto de su toque y suspiro.
—Te necesito mi amor, no sabes la falta que me hiciste en estas semanas. Fue un infierno no tenerte —susurra.
—Yo también te necesito.
Me besa, lentamente y muy profundo y en ese momento siento como si todas las estrellas se alinearán.
—No sé si existe la eternidad, pero si existe quiere amarte hasta ese punto.
—Te amo Max, perdón por hacernos este daño pero sé que fue necesario para aclarar nuestros sentimientos y sé que después de esto no nos volveremos a separar pero…
—¿Qué pasa, amor?
—¿Hay algo más que me tengas que decir?
Acaricia mi mejilla, piensa, aprieta los labios y los humedece.
—Max, te estoy dando la oportunidad de que me digas si me ocultaste algo, lo digas ahora, es tu oportunidad.
—No, no te oculté nada más.
—Bien, entonces podemos volver a comenzar.
Entonces después de decir esas palabras nos volvemos a besar, la tranquilidad, la lentitud y todo lo demás desaparece y le damos paso a que el deseo nos carcoma.
Mete su lengua en mi boca y la recorre, me agarra de la nuca y el beso es todavía más profundo.
—Te deseo —susurro, mi voz se pierde y se corta.
—No podemos. Nena, acabas de salir del hospital, es tu cumpleaños y toda tu familia está afuera esperando a que salgas.
—No quiero salir, quiero tenerte.
—Te voy a lastimar.
—No, tú nunca me lastimarías.
Esas palabras se quedan en el aire y, confieso que dudo un poco de ellas.
—Te compré un regalo.
Rodeo los ojos y saca del bolsillo del pantalón una caja negra y suspira.
—No era necesario.
—Claro que sí.
La abre y saca una pulsera preciosa de oro, me quedo perpleja y no sé qué decir.
Me la pone y gira mi mano para que observé las letras grabadas en ella.
M&M
—Es demasiado, Max.
—Tú te mereces todo, mi amor.
Miro la pulsera una vez más y luego a él, sonrío y acaricio su rostro.
—Todo lo que merezco está aquí conmigo, ahora.
—Tengo algo más para ti.
—¿Más? ¿No se te hace ya suficiente?
—Para mí nunca es suficiente si se trata de ti, ya vuelvo.
Besa mi frente y sale de la habitación, después escucho la puerta principal y con cuidado me recuesto en la cama y suspiro.
No sé qué pensar, me siento alagada pero muy abrumada, si mi vida a su lado será así temo que nunca me voy acostumbrar.
—¿Puedo pasar?
Sergio asoma la cabeza por la puerta, me siento de nuevo y asiento.
—Sí, pasa.
Imagino ya que me va a decir y me siento mal, no quiero hacerle daño. Se había hecho ilusiones de nuevo conmigo tras mi ruptura con Max.
—¿Cómo te sientes? —pregunta.
—Bien, un poco cansada —sonríe y caricia mi mejilla.
—¿Regresaste con él?
Bajo la mirada y aprieto los labios, levanta mi cara y lo miro a los ojos.
—No digas nada, ese brillo en tu mirada regresó.
—Lo quiero, Sergio. Lo quiero muchísimo, no sé cómo fue que ocurrió pero así es, por más que quiero no lo puedo cambiar.
—Entiendo y, te deseo lo mejor. Solo cuídate mucho, y si te llega a fallar yo voy a estar en el mismo lugar esperando por ti.
Trago y siento las lágrimas en mis ojos, me nublan la vista y lucho por que no salgan, jamás imaginé vivir un momento así con Sergio.
Sobre todo porque muchas veces me imaginé casada con él.
La puerta se abre y entra Max con una caja rosa decorada con un moño rojo. Nos mira a ambos y Sergio se pone de pie, no dudo ni un segundo en retarlo con la mirada antes de salir.
Respiro profundo y le sonrío a pesar del nudo que hay en mi garganta.
—¿Qué pasó?
—Entendió que mi felicidad está contigo.
—Me alegro —se une a mí lado.
Pone aquella gran caja en medio de nosotros, no puedo evitar notar su emoción y la curiosidad me comienza corroer.
—Max, de verdad…
—No es necesario, si, ya lo dijiste. Ábrelo por favor o se va a asfixiar.
Lo miro con el ceño fruncido y después detectó movimiento en la caja, sonrío y le quito el moño.
Pensé en algún momento que podría ser una broma y al momento de abrirla me encontraría con un ratón o una gran araña, pero me equivoqué.
Los pequeños ojos marrones del cachorro que estaba ahí me localizan, comienzo a reír y sin pensar lo cargo.
—Un cachorro, es hermoso.
Su pelaje blanco me cobija y se acomoda en mi regazo.
—Estuve buscando y preguntando que podría regalarle a mí novia de cumpleaños y todo coincidía en que un perro sería perfecto. Espero no tengas problemas en el edificio y puedas conservarlo.
—Sí, es perfecto. Nunca he tenido un perrito. Y por lo otro no te preocupes, la dueña del edificio es amiga de mamá así que no creo que haya problemas.
—Me alegro, todavía no tiene nombre así que tendrás que escoger uno.
Se acerca a mí y me da un lindo beso en los labios.
—¡Noatch! —frunce el ceño y ladea la cabeza.
—¿Qué significa?
—Mi saga favorita, los personajes son Nora y Patch entonces son los nombres fusionados; Noatch.
Ríe y niega con la cabeza, acaricia mi mejilla y beso su mano.
—Noatch, me encanta. Pero me encantas mucho más tú.
Acaricia a Noatch y él nos mira curioso, Max suspira y se queda pensativo unos segundos.
—¿En qué piensas? —le digo.
—Esa es mi pregunta.
—Bueno, a veces las cosas cambian.
—¿Qué te dijo?
Claro, sabía que tenía ganas de preguntarme aquello y, pensaba que lo haría de inmediato.
—Me dijo que lo único que quiere es mi felicidad, y que esperará el momento en que me hagas daño para regresar a mí lado.
—Pues entonces que espere, eso no va a pasar ¿me oyes? Nunca te haré daño, quiero estar siempre contigo.
—Y yo contigo, Max. Te amo, jamás imaginé que este sentimiento fuera tan fuerte y tan real.
—Yo tampoco, contigo estoy aprendiendo a amar y si cometo algún error, o alguna imprudencia te pido por favor que me entiendas y me perdones.
—Ya lo hice, solo te pido que no vuelvas a mentir ni a ocultar nada. Mi alma, somos un equipo y quiero que me tengas confianza, por más turbio que sea el asunto quiero que me lo digas ¿vale?
—De acuerdo, lo haré.