Miranda
Dormí durante casi todo el vuelo y cuando desperté Max no estaba en la habitación, mi ropa estaba doblada al pie de la cama.
Al caminar hacia los lugares esta él concentrado en su portátil y ni siquiera siente mi presencia, es así como regreso de un trancazo a la realidad.
Llegamos en la tarde a Francia, es maravilloso y quisiera poder recorrer cada espacio de este lugar pero no hay tiempo.
Max se la pasa haciendo llamadas, es ahora tan frío conmigo que hubiera deseado quedarme con el tierno y loco del avión.
Al llegar a mi habitación me dejo caer con la espalda pegada a la puerta, su cuarto está a unos pasos de los míos, quiero ir y recuperarlo pero es tonto pensar en ello, yo lo eché de mi vida y entonces él pensaría que la loca aquí soy yo.
Miro el reloj y sonrío al recordar sus órdenes.
«Te quiero aquí abajo a las nueve, no a las ocho, no a las diez, a las nueve ¿de acuerdo? …»
Me meto al baño, me quito la ropa y abro la llave del agua, recorre mi cuerpo y le entran ganas de llorar porque siento que el agua se está llevando sus caricias, sus besos y sus palabras.
—Basta… tengo que asimilarlo… él no es para mí.
Cuando término de enredarme más con dudas y suposiciones tontas enredo la toalla en mi cuerpo y una en la cabeza, me miro al espejo mientras me lavo los dientes.
Inspecciono bajo la toalla la mancha roja que hay en mi seno, paso los dedos por el chupón y no me importa sentir dolor, es la marca de lo que hicimos en el aire, cuando solo estábamos nosotros y eso era lo único que importaba.
Ahora me siento vacía, pruebo mis lágrimas y suspiro, de inmediato las limpio y salgo del baño.
Seco mi cuerpo hasta que no queda rastro de humedad y luego mi cabello.
Saco de la maleta el vestido negro que me ha casi rogado Ann que me lo ponga, el escote es muy prolongado y temo por un momento que el chupón vaya a notarse, la tela roza aquella parte de mi seno y duele pero lo soporto.
Mi cabello lo ondulo de la parte larga, y la otra parte la guardo tras de mi oreja. No quiero parecer payaso así que solo delineo mis ojos, pongo máscara en mis pestañas y brillo en mis labios.
Meto los pies en los tacones y cojo mi cartera, salgo de la habitación y tomo el ascensor, cuando llego al primer piso veo a Max de espaldas hacia mí hablando con un hombre moreno.
—Estoy lista —digo. Siguen hablando en francés , el hombre se va y Max se da la vuelta.
Su mirada me recorre de arriba hacia abajo, pestañea lentamente y suspira.
—¿Nos vamos?
—¿No tienes otro vestido menos… provocador?
Sus palabras me hieren y bajo la mirada, niego con la cabeza.
—No, señor. Si quiere puedo ir arriba y…
—No, no. Déjalo así, te ves hermosa.
Deja esas palabras en el aire y sede el paso, afuera la noche es fría y me pongo el abrigo que prácticamente me tapa todo, pareciera como si solo lo trajera sin nada por debajo.
Entro en la limusina emocionada y no me preocupa que se dé cuenta, nunca he viajado en una y es hermosa, y muy grande con asientos de cuero negros y el interior de un rojo que despierta pasión dentro de mí.
Max entra minutos después y se sienta lo más lejos posible de mí, me entran unas ganas espantosas de llorar pero no lo hago, trato de buscar un punto en el cual mirar que no sea él, los vidrios están completamente negros y no puedo ver hacia dónde vamos así que saco mi móvil y me pierdo tontamente buscando algún juego.
—¿Quieres algo de beber?
—No, gracias.
—La champaña está fría y deliciosa.
—Gracias, pero no señor.
Lo miro de soslayo, se sirve una copa y se la lleva a la boca, saborea y traga.
Cierro los ojos y deseo que el camino sea corto, detesto estar así con él, sobre todo después de lo vivido juntos horas antes.
Si no hubiera pasado aquello tal vez estaría llevando esta situación mucho mejor que ahora pero todo está hecho y no hay vuelta atrás.
Por suerte el camino si es corto, en cuanto la limusina se detiene me levanto del asiento y abro la puerta, salgo rápido porque siento que me ahogo.
Afuera hay muchas cámaras, fotógrafos, luces y muchísima gente, Max me sostiene del codo y trago.
—Solo sonríe e ignora cualquier pregunta estúpida ¿de acuerdo? —susurra en mi oído.
—Sí.
—Vamos.
Hago lo que me pide, sonríe y avanzamos casi corriendo, entramos al salón el cual es gigante y muy bonito y elegante, está adornado con globos color rosa pastel y elegantes listones del mismo color colgando del techo.
Un hombre calvo y con un elegante traje, un poco menos que el de Max me habla, por supuesto en francés, y por supuesto no entiendo lo que trata de decirme.
Miro a Max y sonríe.
—¿Me permites tu abrigo? Eso quiso decir.
—Oh, claro.
Desabrocho los botones de mi abrigo y me lo quita por los hombros rozando sus dedos en ellos, la piel se me eriza y trato de que no se dé cuenta de aquello.
Suspiro y sonrío, la mayoría del tiempo lo hago.
Él saluda a tantas personas que pierdo la cuenta de cuantas son, el salón se llena de inmediato, hay tantas mujeres preciosas con joyas y accesorios hermosos y los hombres ni de diga, igual de elegantes.
No sabía que esto era tan formal, el mismo hombre que me pidió el abrigo sube al pódium y dedica algunas palabras, todos aplauden y hago lo mismo, Max sonríe y baja la mirada.
Camina hacia donde antes estaba el calvo y comienza a hablar con tal sencillez y con tanta facilidad pareciendo realmente fácil, como no entiendo lo que dice me pierdo en su boca, en la forma de sus labios y como estos se mueven de una forma exquisita.
A lo que puedo entender el evento es en contra del maltrato hacia la mujer y , espero poder entender un poco más sobre el asunto.
Lo sigo observando y en ocasiones sonrío, me provoca tantas emociones que es inexplicable poder nombrarlas.
El lugar estalla en aplausos y luego baja, empieza la música lenta y preciosa.
Se incorpora a mi lado y me sostiene de la cintura, agarra una copa de champán y una para mí.
—Gracias —susurro.
Su toque me pone nerviosa, así que tomo todo el líquido que hay en mi copa, me la quita de la mano y niega con la cabeza.
—¿De nuevo a tomar como loca? —susurra en mi oído, su aliento me golpea y trago.
—No…
—Vamos a bailar.
Me toma de la mano y me lleva hacia el centro de la puesta, le da las copas a otro individuo y la gente vuelve a aplaudir, como si él fuera el centro del universo o por lo menos de esta fiesta.
—¿A qué va todo esto? ¿Por qué todo lo que haces les provoca emoción?
Me agarra de la cintura y me mira fijamente.
—Soy patrocinador de la fundación Ellas, en realidad soy quien más aporta a esta fundación y están agradecidos.
—¿Y por qué lo haces? —pregunto y tensa la mandíbula.
—La dueña de esto es mi tía, ella sufrió de maltrato por muchos años, por tonta, por miedo no lo sé y ya no importa. El punto es que se decidió a hablar y eso es lo que cuenta.
—Oh…
Me agarro de sus hombros pero poco a poco subo las manos hasta su cuello sin perder contacto visual.
A lo lejos hay hombres tocando el violín, reconozco perfectamente la canción que tocan y nos queda perfectamente o bueno, me identificó con ella en este momento.
Es I wont give up de Jason Mraz.
Max me abraza lo más fuerte que puede hasta casi hacerme daño, pero no importa, quisiera perderme en este momento por siempre.
Entierra la cara en mi cuello y siento sus labios en él.
—Max…
—No me rechaces Miranda, por favor.
—Todos nos ven.
Mentira, de pronto todos estaban en su mundo, algunos bailando otros charlando, bebiendo o riendo. Nadie estaba atento a nosotros y lo abracé mucho más aprovechándome del momento.
—Y decías que yo soy el bipolar —susurra y río.
—Max... no me gusta que estés así conmigo. Me mata tu lejanía.
—Bueno, al menos ahora sientes lo mismo que yo... aunque sea en esta situación.
—¿Y qué más sientes? —susurro.
Se separa de mi un poco, la canción sigue su curso y Max se detiene, toma mi mano y me lleva hacia otro lado, subimos las escaleras hasta llegar a una linda terraza.
Ahí el viento golpea mi cabello y lo alborota un poco, cuando se percata esconde el mechón rebelde tras mi oreja y acaricia mi mejilla.
—Ya te he dicho que es lo que siento. Locura, desenfreno, pasión, deseo, eso es lo que siento.
—¿Y qué es lo que quiere de mí?
—Que me quieras, Miranda, quiéreme y te prometo que te daré mi vida.
Quiero decirle que yo siento lo mismo que él y que en cuanto a su petición ya es tarde porque lo quiero, lo quiero desde el primer instante en que sus ojos chocaron con los míos. Pero no puedo, porque soy una maldita insegura y miedosa.
—Cobarde —susurro—, eso es lo que soy.
—Lo sé, ya me he dado cuenta.
Tensa la mandíbula y retrocede dos pasos, trago y me doy cuenta que me da miedo perderlo, tenía la felicidad que tanto había deseado frente a mí y lo estaba rechazando, una vez más.
—Max… yo…
—¡Max! —grita una voz ajena a la nuestra.
Se da media vuelta y recibe entre sus brazos a una chica morena de vestido rosa corto, se cuelga de su cuello y desde donde estoy parada puedo verle la tanga.
—Supe que estás en España, no has ido a verme infeliz.
Golpea su hombro y él ríe, en ese momento sobro y me doy media vuelta, siento una punzada en mi pecho porque de alguna manera pensaba que va a darse cuenta de mi ausencia, pero no es así.
Bajo al salón de nuevo y espero, pero los minutos pasan y ellos no bajan.
Suficiente, las lágrimas queman mis ojos y suspiro para tratar de ahogarlas un poco.
Mi miedo más interno está apareciendo de nuevo, me doy media vuelta y me dirijo a la salida.
El hombre de la limusina está esperando fuera de ella, sin decir nada abre la puerta y sin dudarlo entro.
***
Después de horas de llorar en mi habitación, me levanto y me siento en la esquina de la cama.
No puedo evitar seguir sintiendo dolor al ver como se llevaba con esa mujer, una mujer que no era yo y que por lógica es mucho más bella. A decir verdad ella es como la chica del elevador, del tipo de mujeres que le gustan a Max.
—Soy una estúpida.
No, él es el estúpido, me pide que lo quiera y minutos después se come con la mirada a otra, lo odio, pero lo quiero más de lo que lo odio.
Creo que necesitamos aclarar tantas cosas, busco mi móvil y recuerdo que lo he dejado en el abrigo que por atrabancada olvidé.
Suspiro y ruego que ya haya llegado, abro el pomo de la puerta y camino hacia su habitación, el sonido de mis tacones inunda mis oídos y me pone nerviosa, pero entre más avanzo más cuenta me doy que no quiero perderlo y que no lo haré. Camino por el pasillo hacia su habitación y lo veo llegar con ella, se detiene en la puerta y no deja de besar su cuello y tocar su pierna, ríe y voltea.
No soy capaz de ver más ya que las lágrimas me nublan la vista, su sonrisa se borra y se pone pálido.
—Miranda... —susurra y doy media vuelta.
Corro hacia mi habitación mientras siento sus pisadas tras de mí, cierro la puerta y él lucha por querer abrirla.
—Nena… ábreme por favor.
—Lárgate, no quiero verte, eres un maldito mentiroso.
—No es lo que piensas.
—No me vengas con esas gilipolleces ahora Max, largo de aquí.
—Cariño, cálmate por favor, tenemos que hablar.
Imbécil, eso es lo que es.
—Eso era lo que quería, pero la has cagado.
—Lo sé nena, pero por favor escúchame ahora.
—¡No quiero, quiero que te vayas!
—Pues no me iré, porque… porque yo… te quiero, te quiero Miri y si no me abres, si no me escuchas entonces moriré, juro que lo haré.
Me quedo mirando hacia la puerta mientras sus palabras resuenan en mi cabeza, ha dicho que me quiere, así sin más lo ha dicho y no sé qué decir.
—No voy a irme hasta que me dejes hablar contigo, y si no lo haces entonces me quedaré aquí, algún día tendrás que salir.
Claro que no puedo quedarme aquí siempre, pero no quiero escucharlo, no ahora que me ha declarado que me quiere, no ahora porque me lanzaré a sus brazos y de verdad no quiero.
No se lo merece.
—Nena te lo suplico, ella no significa nada, ninguna mujer significa nada ni es nada a comparación contigo, eres hermosa y fabulosa y ya no sé qué hacer para que te des cuenta que te quiero por siempre en mi vida.
—Llamaré a seguridad, juro que lo haré.
Tras segundos de silencio vuelve a hablar.
—Está bien —susurra y escucho sus pasos fuera alejarse.
Pruebo mis lágrimas y me dejo caer en el suelo, se ha ido, se ha dado por vencido así de fácil.
No valgo nada para él y eso prácticamente siempre lo supe, era una de las constantes dudas que me atormentaban y que ahora ya son realidad.
No me aguanto a sollozar y pienso en él, en que estará haciendo en este preciso momento.
Seguro ha regresado con esa mujer y le está haciendo el amor como tanto deseo que me lo haga mí, en este preciso momento.
Unos cuantos golpes en la puerta me hacen levantarme del suelo.
—¿Quién? —pregunto.
—Seguridad, alguien reportó gritos. ¿Está bien?
—Sí, estoy bien, gracias.
Silencio.
—¿Puede abrir la puerta para corroborarlo?
Pongo los ojos en blanco y abro lentamente la puerta, en efecto un guardia de seguridad está parado frente y… detrás de él Max.
Quiero cerrar la puerta pero ambos me lo impiden y claro, tienen mucha más fuerza que yo, retrocedo y Max entra.
Se nota angustiado y su respiración está descontrolada, un poco más que la mía.
—Muchas gracias Paul, puedes retirarte.
—Sí señor.
El señor sale y cierra la puerta.
—Este hotel también es mío, tengo control sobre todo en este lugar.
Claro, era de suponerse. Rodeo los ojos y golpeo su pecho.
—¡Vete!
—No quiero, y no voy a irme, y tú tampoco.
—¿Qué te pasa? —susurro—, ¿por qué me tratas así?
—¿Así? —replica— ¿Cómo así?
—Así de mal, me tratas como una basura. Dices quererme, dices que soy lo único que deseas, me haces el amor y en cuanto estamos en público me tratas mal, me evades y tal parece que me detestas ¿qué diablos te pasa?
Da una media sonrisa, baja la mirada y niega con la cabeza, cuando vuelve a mirarme lo hace con furia y me da miedo.
Me toma bruscamente de la mandíbula y me lleva hasta la pared, mis huesos crujen al momento del impacto y me quejo, esta versión de Max es totalmente diferente y no me gusta en absoluto.
—¿Te trato mal? ¿Estas segura? Lo único que he hecho es rogarte, suplicarte que estés conmigo, soy generoso, paciente y te quiero y tú no haces más que seguirme viendo como un puto amigo ¿estas segura que te trato mal?
Grita y aprieta la mandíbula, su aliento me abrupta y quiero alejarme, quiero huir de aquí pero me tiene sometida.
—Me… haces… daño —susurro.
Mira sus manos prácticamente en mi cuello y aprieta los ojos, se aleja y jala su cabello.
Doy grandes y profundas respiraciones para tratar de reponerme.
—Perdóname, perdí la cabeza… es solo que…
—¿Crees que solo yo hago daño? ¿Y qué me dices de ti? Eres el rey de la contradicción —grito y golpeo su pecho.
—Dime en que momento te lastimé o te hice sentir mal.
—¿En serio? Bien, veamos. En el momento en que apareciste en mi puta vida, en el preciso momento en que te plantaste en mi casa y me hiciste el amor, en el puto momento en que decidiste irte aquella mañana sin decir nada —hago una pausa porque se me atraviesa un jadeo, baja la mirada y cierra los ojos—, cuando besaste a esa mujer frente a mí en el ascensor sin importarte mi presencia ni lo que yo estaba sintiendo, hace un rato cuando me ignoraste por poner tu completa atención en otra mujer y en el puto momento en el que te vi con ella, incluso cuando dices que me quieres me haces daño, porque no es cierto, porque es una mentira tuya.
—Eso no es cierto, no tienes idea de lo mucho que te quiero, va más allá de mí, de mis estímulos, de mis acciones, de todo. Nunca ha sido mi intención lastimarte, toda mi vida se resumió al momento en que vi tus ojos, jamás me había enamorado de esta manera, haces que pierda la cabeza al grado de no saber lo que hago. Si besé a Candice fue porque estaba harto de no tenerte, porque sabía que en cuanto salieras del maldito hotel te irías con él, ese es el efecto que tienes en mí, me descontrolas. Soy un imbécil, soy un animal por favor perdóname.
Da un paso hacia mí pero lo detengo.
—No, mantente alejado por favor.
—¿Por qué? Sé que sientes lo mismo que yo, me lo dice tu cuerpo cada que te entregas a mí, no hay nada que nos separe ¿no lo ves? Podemos ser felices sin necesidad de estar sufriendo. Dime por favor, ¿por qué no...?
—¡Me ahogo en el maldito miedo! Tú, tu vida, tu mundo giran demasiado rápido y me marean y sé que terminaré mal, no estoy siendo egoísta simplemente estoy viendo por mí y por mí corazón.
—Entonces déjame a mí velar por los dos, déjame cuidar tu corazón y tú cuida del mío, te lo doy, es tuyo por completo.
Esta vez dejo que se acerque a mí y limpia mis lágrimas, cierro los ojos y besa mi mejilla.
—Mi corazón ya es tuyo nena, solo hace falta que le des un poco de vida, no voy hacerte más daño, te lo prometo y si es que llego a fallar… me alejo, me voy para siempre de tu vida y no te vuelvo a molestar pero te pido solo una oportunidad más —suspira tras mi silencio—, aquella mañana, antes de que amaneciera vi tu rostro, estabas dormida y te veías tan linda y sabía que si me quedaba en tu vida la iba a arruinar por completo, porque no soy lo que te mereces y no me equivoqué, no actúe mal porque me quise alejar no porque no me gustara estar contigo o porque solo quisiera sexo, sino porque sabía que eres demasiado para mí.
—¿Y esa mujer? —abro los ojos.
—Ella no significa nada ¿no me has escuchado? Tú eres la única mujer que quiero y necesito, no como, no duermo, no pienso en otra cosa que no sean tus ojos o tu boca. Ponme a prueba si con eso te sientes más segura.
Pienso de nuevo la posibilidad pero sé que no tengo tiempo, sé que si me vuelvo a negar será el final, y también sé que si es el final no podré continuar porque él ya es mi vida, y nada será igual después de él.
—Está bien —susurro.
Deja de fruncir el ceño y suelta la respiración que estaba conteniendo, sonríe y vuelve a besar mi mejilla. Busca mi mirada y me agarra de la nuca fuertemente.
—Voy a dejar todo por ti ¿me oyes? Tienes mi vida en tus manos.
—No, tú me tienes en tus manos.
Inspecciona mi rostro y no sé qué espera para besarme, tal vez mi aprobación. Traga y se acerca lentamente, como si fuera la primera vez.
Toca mis labios y recarga la frente en la mía, me agarra de la cintura y siento sus manos subir por mi espalda.
—Voy hacerte el amor, como nunca ¿de acuerdo?
Asiento y baja el cierre del vestido, lo va quitando poco a poco hasta que quedo únicamente en bragas frente a él. No pierde el tiempo y besa mi cuello, mi clavícula y sube a mis labios.
Toca mis pechos con ambas manos, después me pega más a su cuerpo haciéndome sentir mucho más firme su excitación.
Me deshago del nudo de su corbata ágilmente sin despegar nuestros labios, quiero todo de él y no estoy dispuesta a esperar. Con todas mis fuerzas abro la camisa haciendo que algunos botones caigan al piso, ríe en mis labios y me levanta del suelo.
—Mi niña traviesa —susurra.
Enredo las piernas en su cadera y empujo mi pelvis contra la suya, arqueo la espalda sobre la pared y me abraza. Me lleva hasta la cama y ambos caemos sobre ella.
Se pone de rodillas y se quita el pantalón, en segundos queda completamente desnudo frente a mí, apoyo los pies y abro las piernas.
—Eres tan ardiente, tócate.
—¿Qué? —pregunto casi sin voz.
—Tócate, quiero ver cómo te das placer, por favor.
Guardo silencio y me pongo nerviosa.
—Es que yo… no sé cómo…
—Solo hazlo nena, sin pena.
Suspiro y cumplo su petición, toco mis pechos, el continúa firme en su postura únicamente mirándome.
Mis dedos pasan por mis pezones rozando y disfruto de tan rica sensación,
Toco suave, y luego aprieto, suave y aprieto.
Sin respiración lo miro, dejo mis manos quietas sobre el abdomen, él posa su mano en una de las mías y la va bajando, me quita las bragas violentamente, como si estorbaran y lo hacen.
—Hazlo —ordena firmemente.
Sé a qué se refiere, trago y bajo mucho más mi mano, aunque parezca imposible nunca me he tocado y ahora me siento diferente, siento que por fin y a su lado estoy a punto de ser la mujer que siempre quise ser.
Siento mi vello púbico y toco con la yema del dedo corazón mi clítoris, doy un brinco y descubro lo bien que se siente, sonrío y vuelvo a tocar un poco más.
Max me guía con su mano donde me debo tocar, es tan experto que siento celos de las mujeres que han estado con él.
Con sus manos ágiles abre mis dedos y pone el corazón y el medio en cada pared vaginal.
—Listo, es tu cuerpo, tócate como quieras. Tú misma encuentra tu punto y explótalo, vamos nena.
Comienzo a mover de arriba hacia abajo los dedos que me ha dejado listos dentro de mí, muevo una y otra vez sin miedo, justo como él me ha dicho comienzo a explorarme hasta que siento calor en mis mejillas y la deliciosa sensación de excitación máxima, de pronto me encuentro en el punto de no querer dejar de mover mis dedos, me duele la muñeca pero es un dolor soportable, o al menos insensible en el momento en el que estoy a punto de tener un orgasmo, tiemblo, mi vientre se contrae y la sensación llega hasta mi pecho como piquetes una y otra y otra vez, clavo mis uñas porque quiero más pero el agotamiento me obliga a dejar de moverme.
Poco a poco mi vagina deja de palpitar y trato de buscar salivar porque mi garganta está seca.
Saco mis dedos, no sé qué hacer pero él sonríe y me pone nerviosa porque pienso que algo estoy haciendo mal.
Sin embargo agarra mi muñeca y chupa mis dedos.
—Sabes deliciosamente, no sabes lo excitante que fue eso.
—Yo no sé…
—No te avergüences amor, poco a poco irás aprendiendo, yo voy a enseñarte.
Se acuesta encima de mí y ahora él es quien me toca y besa mi cuello, las sensaciones ahora son un poco nulas hasta que me penetra, se hunde en lo más profundo de mí y no tiene problemas porque estoy húmeda, como siempre.