Maximiliano

—No señorita, lo que quiero es que me pague.

—¡Pero no fue mi culpa!

—Claro que lo fue, si no se hubiera detenido así de la nada yo no le hubiera chocado.

—Usted está aceptando que me chocó.

Estoy detrás de ella, sonrío y saco mi billetera. Me pongo a su lado y sigue gritando.

—¡Gilipollas!

—Seré lo que quieras, pero quiero el dinero del golpe.

La grúa y la policía llegan, ella no se ha dado cuenta que estoy a su lado, le doy al tipo un par de billetes.

—¿Con eso es suficiente? —pregunto.

Ella voltea como de golpe, miro su pecho subir y bajar. Sus ojos están rojos, ha estado llorando y supongo que está igual de descontrolada que yo.

—Sí, creo que con esto será suficiente. Y por favor, enséñele a manejar a su novia.

Mi novia, que bueno sería.

—No se preocupe, le aseguro que no volverá a pasar.

El tipo se sube a su auto y ella no deja de mirarme.

—Yo... voy a pagarle...

—No es necesario, no se lo estoy pidiendo.

Maldita sea, deja de mirarme así o te besaré aquí y ahora.

—Gracias —susurra.

Mira hacia atrás y maldice, le sigo la mirada y están a punto de llevarse el auto.

—Tranquila, yo me encargo.

Me acerco hacia la grúa, necesito tener tiempo con ella. Por lo menos unos cuantos minutos para poder cogérmela.

—Joven, no intervenga…

—No, llévese el auto, mañana mismo mando a que lo recojan.

—El proceso va a ser largo y va a tener que pagar una multa porque estaba obstruyendo el paso público.

—De acuerdo, yo me encargo y por favor de esto ni una sola palabra a nadie — le entrego una tarjeta con mis datos.

—No se preocupe.

Doy media vuelta y pongo cara de preocupación.

—Lo siento, no pude hacer nada, el hombre es un tipo insoportable.

—Ay, no puede ser.

Se lleva las manos a la cara y saca de su bolsa su móvil, no puedo permitir que le llame a alguien.

—¿Qué haces?

—Le llamaré a mi hermano para que venga por mí.

Le quito el celular de la mano y rozo sus dedos, trago y lo guardo en mi bolsillo.

—Yo te llevo a tu casa.

—No, ya hizo mucho por mí con pagarle a ese gilipollas.

—Por favor Miranda, déjame llevarte a tu casa.

Lo piensa y ruego que diga que sí mientras ve cómo se llevan su auto.

—Está bien, muchas gracias.

Sonrío ampliamente y le abro la puerta del auto, entra y me uno a ella.

Trae un pantalón ajustado y un suéter horrendo color blanco, me le quedo viendo y ella se sonroja. Necesito acercarme a ella aunque sea un poco.

Me inclino y agarro el cinturón de seguridad, lo jalo y lo aseguro. Me quedo unos segundos cerca de su cara, sintiendo su aliento y su respiración.

—No queremos otra multa —susurro.

Mierda, quiero besarla y mi entrepierna también me lo pide, sin embargo no lo hago y me alejo. Enciendo el auto y rápido comienza a andar, veo por el rabillo del ojo que está temblando así que enciendo la calefacción.

—Gracias.

Nunca me había pasado esto, estoy descontrolado y nervioso, como si fuera la primera chica que se sube a mi auto, quiero decirle tantas cosas pero no quiero asustarla, ella no es como las chicas con las que suelo coger. Si lo fuera ya me hubiera sonreído o coqueteado, tal vez yo no le gusto.

Esa última opción me revienta.

¿Qué mierda estoy pensando?

—¿Y cómo te va?

¿Qué? Pude haber preguntado cualquier otra cosa, seguro ya está pensando que soy un idiota.

—Bien.

Es cortante, es más que evidente que no le agrado. Tal vez fui muy duro con ella durante la entrevista de trabajo, o tal vez está enfadada por no haberle dado el trabajo.

Que complicado es saber en lo que está pensando una mujer.

Le pregunto cuál es su dirección y descubro que no es muy lejos de mi departamento.

Al menos algo positivo, miro sus piernas, y me agrada que a pesar de traer pantalón se le ven tan lindas, muero de ganas por desvestirla y poner esas preciosas piernas en mis hombros.

—¿En qué piensas? —le pregunto.

Ella quita la vista de la ventana y me observa, o no, no otra vez.

—En lo que pasó, yo... estoy muy apenada con usted por lo que tuvo que hacer.

—Miranda, déjalo ya.

—No puedo, no tenía por qué haberle pagado a ese...

—Gilipollas —la interrumpo y sonríe—. Solo quería ayudarte pero si te incomodó lo lamento mucho.

—No... no perdón,  no quería ser grosera es solo que...

—Tranquila, no pasa nada.

Guardamos silencio hasta que llegamos a su departamento, detengo el auto y maldigo por no haber podido acercarme más a ella.

—Muchas gracias por todo, señor Ferreira.

—Es un placer, y por favor dime Max.

Sonríe mostrando su perfecta y blanca dentadura, esta chica me encanta.

—De acuerdo, gracias Max —abre la puerta y se regresa—. ¿Quieres pasar?

Su proposición me toma por sorpresa pero me hace sonreír, claro que quiero nena.

—De acuerdo.

Bajo del auto, quiero ser yo quien le abra la puerta pero sale casi corriendo.

Camino tras ella, tiene un culo perfecto y quiero tenerlo, quiero hacerlo mío.

Me pongo tenso cuando me dice que tenemos que tomar el elevador, ella y yo en un lugar cerrado no es lo más conveniente para ella.

Para mí lo es.

Sonrío maliciosamente porque quiero hacer realidad las fantasías que pasan por mi mente, pero ella no me da ningún indicio de que  quiera lo mismo.

Entramos al estúpido elevador, la maldita canción de fondo me da dolor de cabeza y hace que me desespere más.

Ella cruza los brazos y silba la canción.

Maldita sea, cuando estoy a punto de acercarme y besarla las malditas puertas se abren.

Sale primero y me quedo con las ganas, otra vez.

Busca sus llaves, miro su bolso. La verdad es que no tiene muy buen gusto, si estuviera conmigo la tendría como una reina.

Dios, tengo que controlarme, no debo dejar que las ganas que le traigo me ganen.

De pronto se me ocurre la idea, puedo darle el empleo. Si claro, se lo daré y así puedo lograr mi objetivo.

—Miranda yo quería hablar contigo sobre el trabajo.

—No te preocupes, gracias al cielo conseguí un empleo, no ganaré mucho pero algo es algo.

¿Y ahora qué hago?

Abre la puerta y me invita a pasar, lo hago después de ella.

El departamento es muy pequeño, definitivamente si pienso hacerla mía muchas cosas van a cambiar.

—¡Llegué! —grita.

Recuerdo que dijo que vive con sus hermanos, bueno entonces no hay de qué preocuparse.

—¿Quieres un café?

—Sí, sólo si no me lo tiras encima.

Se sonroja y baja la mirada, doy dos pasos hacia ella y la tomo de la barbilla.

El solo tocar su suave piel hace que un escalofrío recorra mi espina dorsal.

—Era una broma, nunca más vuelvas a bajar la mirada.

—De acuerdo —susurra.

Ahora sí, lo haré y no me importa nada más.

Me inclino y ella me agarra de los hombros, la pego a mi cuerpo y mi pene se levanta.

Recargo mi frente en la suya, no sé qué diablos estoy esperando.

Se separa de mí y corre a la cocina cuando escuchamos el sonido de la puerta.

Volteo y un hombre moreno, con la cabeza rapada y alto me mira como si acabara de cometer un homicidio.

—Sebastian, que bueno que has llegado. No sabes lo que me pasó.

Él no le pone atención y me sigue mirando mal.

No puede ser que de nuevo me hayan interrumpido, tal vez y la señal que recibí no sea buena.

Ella sale de la cocina y lo abraza.

—Un loco me chocó cuando venía de regreso a casa, por suerte Max iba pasando y me ayudó.

Le ofrezco mi mano y él la aprieta mucho más de la cuenta.

—Maximiliano Ferreira, mucho gusto.

—Ah, con que usted es el hombre que no quiso contratar a mi hermana.

—Sebastian —lo reprende.

—Se equivoca, acabo de hablarlo con ella y es una pena que no haya esperado una respuesta, el trabajo era suyo.

Miento.

—Oh —es lo único que dice.

De pronto me siento incomodo, el chico se sienta en la sala y yo me quedo parado como idiota hasta que ella me pide que me siente, ya es demasiado tarde. Tendré que planear una mejor técnica que esto.

El café, claro.

—Lo lamento mucho Miranda, ya es tarde y creo que tengo que irme.

Sale de la cocina y se para frente a mí, si no la tengo ahora perderé la cabeza.

Creo que ya la estoy perdiendo.

—Pero espero tengamos tiempo de tomar el café más adelante.

—Sí, claro.

Me le quedo viendo

, necesito darle algún indicio de que me interesa.

Me acerco a su oído, huele delicioso y quiero sentir su aroma un poco más.

—Es una promesa —susurro y doy media vuelta.

—Un placer —le digo a su hermano.

—Igual.

Salgo del departamento y me quedo en la puerta.

—Gracias de nuevo por lo que hizo por mí.

—¿De nuevo a hablarme de usted?

Ríe y su risa alegra mis oídos.

—Perdón, gracias por todo Max. Lamento no haber esperado un poco más para el trabajo.

—No te preocupes, la propuesta ahí está.

—Gracias.

Nos miramos unos segundos, aquí voy.

Guardo un mechón de su corto cabello en su oreja y recorro con mi dedo su pómulo hasta su labio.

Ella cierra los ojos, sí, también me desea. Necesito decírselo pero no puedo.

—¿Qué está pasando aquí?

Abre los ojos y da dos pasos hacia atrás, imagino que es otro de sus hermanos pero la agarra de la cintura y la pega a su cuerpo.

Hijo de puta.

—Sergio... él es...

—Maximiliano Ferreira —la interrumpo.

—El tipo que no quiso darle el trabajo a Miranda, yo soy el novio.

Me lleva, miro su mano en el cuerpo de ella y tengo la necesidad de romperle la cara.

¡Aleja tus putas manos de ella!

—Creo que ese punto ya quedó claro entre ella y yo.

Me reta con la mirada y doy una ligera sonrisa, estúpido.

Que ni sueñe que se quedará con ella, cuando yo pongo los ojos en una chica no me interesa cuanto tiempo tarde, termina siendo mía y Miranda no será la excepción.

Saco del bolsillo de mi saco una tarjeta y se la doy a ella.

—Llámame por si tienes problemas con el gilipollas.

—Gracias —sonríe y la guarda en su bolsillo trasero del pantalón.

Doy media vuelta y me alejo lleno de celos y rabia al no poder siquiera darle un maldito beso.

Quiéreme y te daré mi vida
titlepage.xhtml
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split1.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split2.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split3.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split4.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split6.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split7.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split8.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split9.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split10.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split11.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split12.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split13.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split14.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split15.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split16.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split17.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split18.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split19.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split20.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split21.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split22.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split23.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split24.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split25.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split26.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split27.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split28.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split29.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split30.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split31.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split32.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split33.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split34.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split35.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split36.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split37.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split38.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split39.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split40.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split41.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split42.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split43.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split44.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split45.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split46.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split47.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split48.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split49.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split50.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split51.html
CR!4995HQ7BT96JQEVEYZJFH2W2988A_split_000_split5.html