Miranda
Termino de limpiar la barra y recargo los codos en ella, ya pasan de medio día y Max no viene.
Seguro lo olvidó.
—¿Esperas a alguien? —me pregunta Hanna, otra empleada del lugar.
—Sí, a un amigo pero creo que se olvidó de mí.
Sonrío sin ganas y entro para recoger mi bolsa, echo un vistazo al celular pero no tengo ninguna llamada perdida ni un sólo mensaje.
No voy a esperar más, me cuelgo mi bolsa en el hombro y salgo.
Sonrío aliviada cuando lo veo sentado en la barra, sus ojos le brillan al verme y me siento maravillosamente bien.
—¿Está lista, señorita?
—Sí.
Abro la puerta de la barra y llego hasta él, mi intención es besar su mejilla pero gira la cabeza y mis labios chocan con los suyos.
—Señorita Martínez, quedamos en ser sólo amigos —dice con una tonta sonrisa que me encanta.
Me sonrojo y se ríe, abraza mi cuerpo y besa mi cabeza, es tan adorable.
—Es una broma, sabes que quiero todo contigo menos ser tu amigo ¿nos vamos?
—S-sí —balbuceo.
Me despido de Hanna, ella no deja de ver a Max y río, ya estando en el auto me aseguro de yo misma ponerme el cinturón de seguridad.
No quiero tener otro acercamiento con él o terminaré accediendo, miro por el rabillo del ojo su perfecto perfil.
Es tan bello, y más cuando lo tengo a centímetros de mi boca.
—¿En qué piensas?
—En nada.
—¿Segura?
No respondo, enciende el auto y comenzamos nuestro camino.
Suspiro en varias ocasiones, trato de no hacerlo pero el sentimiento crece día con día.
Pone música y trato de distraerme pero tampoco puedo, pone su mano en mi pierna y me hace dar un leve brinco.
Pestañeo rápidamente y volteo hacia la ventana.
—Tranquila Miranda.
Capullo, pudiera estarlo si dejaras tus manos quietas.
Trago y asiento, quita su mano de mi pierna y recarga el brazo en la ventana.
Me concentro en esa sola acción, está tan perfectamente peinado y huele delicioso, el músculo de su brazo se marca tan bien y… maldita sea me encanta.
Cuando llegamos me bajo de inmediato, espero a que se una a mi lado y caminamos hombro con hombro.
—Buenas tardes —le digo al señor de la entrada—. Vengo a pedir informes.
—Siga el pasillo, fondo a la derecha.
—Gracias.
Me toma de la mano y caminamos por donde nos han dicho, todo es azul y muy lindo. Hay algunos alumnos que van y vienen y me emociono.
Entramos a las oficinas de informes en donde hay tres señoritas en sus escritorios.
—Hola, bienvenidos —nos dice una de ellas—, tomen asiento.
—Gracias.
Me siento y él a mi lado, vuelve a poner la mano en mi pierna.
—Vengo a solicitar informes.
—Bien, nuestra escuela de gastronomía es de las mejores y más prestigiosas del mundo —saca de una carpeta un folleto en donde vienen las materias que se impartirán, sonrío y me emociono mucho más.
Lo que he querido toda mi vida.
—Y estos los precios.
Me entrega otro igual y el ánimo cae por los suelos, definitivamente no puedo pagarlo.
La señorita me explica las fechas en las que hay que pagar y sobre becas que podría obtener de acuerdo a mis calificaciones.
Vuelvo a repasar el plan de estudios una y otra vez, me pide que me anime y me inscriba y es lo que más quiero pero no sé si podría pagarlo.
—Piénsalo un momento —me dice y se levanta de su lugar.
Paso las manos por mi cara, me siento triste y sin ilusiones.
—No podré pagarlo —susurro.
—Claro que podrás —me dice Max.
Toma mi rostro en sus manos y besa mi nariz, muerdo mi labio para reprimir las lágrimas pero ellas son tan necias que salen.
—No llores mi niña, yo voy ayudarte.
—No, de eso nada.
—Déjame pagar tus estudios, seré algo así como tu padrino.
—No Max, decidí que esto lo haría yo sola.
Me levanto y él me sigue, me agarra de los codos y me hace girar sobre mis pies, choco con su pecho y besa mis labios.
Vaya que este tío es un aprovechado.
—Acepta entonces el trabajo en el hotel —dice en mis labios.
Miro sus ojos y en ellos hay un destello de luz diferente, y para mí una oportunidad.
Pienso en ello, será un empleo más estable.
—¿Es en serio?
—Sí, déjame pagar ahora y en cuanto llegue tu primer pago me lo devuelves.
Doy de brincos y me cuelgo de su cuello.
—Eres tan bueno, eres mi salvación.
—Y tú la mía —susurra.
Me agarra de las caderas y acaricio su cabello.
—¿Ya decidieron algo? —me separo de él de golpe y le sonrío a la señorita.
—Sí, voy a inscribirme ahora.
Le entrego todos mis documentos y Max se ofrece a hacer el pago mientras me dan mis horarios.
—Danna, ¿puedes venir un momento?
—En seguida.
Se disculpa conmigo y sale de la oficina.
Muerdo mi labio emocionada, joder esto es magnífico.
Le mando un mensaje a cada uno de mis hermanos diciéndoles lo que estaba pensando, claro que sin mencionar que ahora estoy en deuda con Maximiliano Ferreira.
Se está portando tan bien conmigo y poco a poco me voy convenciendo que sus intenciones son sinceras para conmigo.
De cualquier forma todo ha quedado claro, solo amigos y no más.
—Disculpa Miranda, ya está todo en orden. En una semana te puedes presentar a clases.
Me da mi horario y le tiendo mi mano, afuera Max habla por teléfono y al verme cuelga.
—¿Nos vamos? —pregunta.
—Claro.
Caminamos de regreso al auto mientras yo hablo de lo emocionada que estoy de poder continuar con mis estudios.
Él me mira y en ocasiones sonríe, es tan magnífico poder hablar con alguien y que su atención sea toda para mí.
—¿Cuándo estarás lista para trabajar conmigo?
—En cuanto tú me lo órdenes.
—¿El lunes está bien?
—Claro, solo tengo que hablar con Becca para darle las gracias.
—Descuida, tomate el tiempo que necesites.
Le agradezco con una sonrisa, sin embargo él está serio y me consterna un poco.
—¿Todo bien? —pregunto.
—No quiero dejarte todavía, regálame un día a tu lado.
Tartamudeo, hostia.
El punto es que yo tampoco quiero irme, ¿qué diablos está haciendo conmigo que no quiero estar con nadie más que no sea él?
—Puedo llevarte a conocer la ciudad.
Ríe y asiente, vuelve a poner la mano en mi pierna pero esta vez la retiro.
—Con la condición de que no intentes nada de esto otra vez, Max entiende que solo podemos ser amigos.
—Yo lo entiendo, lo que tú no entiendes es que estoy luchando para hacerte cambiar de opinión. Pero está bien, por hoy no más abrazos, ni besos ni nada.
Creí que me llevaría la contraria, o tal vez es eso lo que yo quiero. No voy a negar que me encantan sus besos y sus caricias y me desilusiona que no lo intente más.
—De acuerdo.
Me cruzo de brazos, le sugiero que vayamos a visitar el faro de Moncloa y él acepta, solo asiente y mira hacia al frente con el ceño fruncido.
Quiero romper el hielo, pero no tengo idea de cómo o que decirle.
Cuando llegamos me bajo de inmediato y me cruzo de brazos, espero a que llegue a mi lado y caminamos hombro con hombro. En ocasiones nuestras manos se rozan y siento que el bello de mi piel se eriza.
Entramos y caminamos hacia el elevador, la vista se me pierde a través de sus enormes cristaleras para contemplar el palacio real, las cuatro torres, la catedral de la Almudena y de fondo siempre las cumbres de la sierra de Guadarrama.
Cuando era chica adoraba venir con mis hermanos, siento la adrenalina en mi pecho conforme vamos subiendo, hay más personas en el lugar y están emocionadas, yo quisiera estarlo pero no puedo porque tengo l hombre que me vuelve loca a mí lado y no sé cómo volver a llegar a él.
—¿En qué piensas? —pregunta.
—En nada.
Asiente y guarda silencio, el guía va explicándonos lo que vamos viendo y a cuantos pies de altura nos vamos elevando, Max lo observa con el ceño fruncido y con mucha atención.
Cuando llegamos arriba corro a ocupar un mirador.
—Es maravilloso, quien sea que se le haya ocurrido esta idea es un genio.
Siento sus manos en mi cintura y me sobresalto.
La retira de inmediato y doy dos pasos atrás.
Joder, que ha sido una mala idea esto.
***
Después de tanto recorrido decidimos dar un descanso, tomamos asiento en una banca vacía del parque.
Miro mi reloj y ya son las seis de la tarde, tengo un poco de hambre y la verdad es que no ha sido tan mal después de todo.
—Háblame más de ti —le pregunto al darme cuenta que en realidad no sé nada de él.
Voltea su mirada hacia mí y sonríe, lucho contra mi impulso de no lanzarme sobre él y besarlo.
—¿Qué quieres saber?
—No lo sé, tu edad tal vez, color favorito, cuantos hermanos tienes. Ya sabes.
—Bueno —regresa la vista al frente—, tengo veintinueve años, creo que no tengo un color en específico que me atraiga, soy hijo único, ya sabes.
Hago puchero y bajo la mirada.
—¿Qué te pasa? Creí que la estabas pasando bien.
—No dije lo contrario.
—No, pero tu actitud sí.
Rodeo los ojos ante su silencio y me pongo de pie dispuesta a irme a casa, doy dos pasos y me detiene agarrando mi muñeca.
—Perdón, no sé qué me pasa.
Lo miro, parece avergonzado.
—Yo también quisiera saberlo, o eres un jodido tío bipolar.
Sonríe un poco y acorta la distancia, guarda un mechón de cabello tras mi oreja y acaricia mi mejilla, cierro los ojos y disfruto de su roce.
—¿Qué mierda estás haciendo conmigo Miranda? Me tienes vuelto loco, no como, no duermo, no puedo estar tranquilo si no te veo, si no te toco, necesito sentirte para poder seguir viviendo.
—Max... esto no puede ser.
—Lo sé, ya lo entendí. Amas a tu novio y créeme que no te voy a volver a molestar, acepto tu amistad y nada más.
Se hace un nudo en mi garganta, quiero llorar pero no me atrevo porque de alguna manera yo provoqué esto.
Se separa de mí y propone ir a comer, le nombro solo algunos de mis lugares favoritos.
Mientras comemos me mira en algunas ocasiones pero no hablamos, me desespero
Quiero que me hable, que me acaricie, que me bese...
¡No!
Joder que maldita confusión.
Al llegar a casa espero unos segundos antes de bajarme, jugueteo con mis dedos hasta que se baja y me abre la puerta, agarra mi mano y pone la otra en mi cadera.
—Gracias, me la pasé increíble.
—¿En serio? A mí me pareció todo lo contrario.
—Claro que sí, estando contigo todo es mejor.
—Max... yo...
—Nada, ya no digas nada nena. Como te prometí no volveré a tocarte, ni a besarte hasta que tú me lo pidas y si no es así me tendré que resignar. Solo quiero pedirte una cosa.
—Dime —susurro.
—Déjame besarte por última vez.
¿Qué? Yo no quiero que sea la última vez.
—Sí —digo sin pensar.
Me agarra de las mejillas y besa mi boca, de inmediato siento esa exquisitez que me provoca.
¿Qué diablos estamos haciendo?
Nos gustamos, nos deseamos y no soy capaz de mandar todo a la mierda por él.
No quiero dejarlo, no me atrevo. El beso es tan lento que todo lo demás se me olvida, lo disfruto, acaricio su lengua y el aire me falta, pero no me importa, quiero disfrutarlo más tiempo si es que es el último beso.
Acaricia mi labio y cierra los ojos.
—¿Te espero el Lunes?
—Sí.
Sus pupilas se dilatan al abrir sus hermosos ojos, retrocede y me suelta.
—Bien, nos vemos entonces.
—¿Quieres pasar?
—No, estoy cansado.
Sonríe y entra a su auto, sin esperar acelera y me quedo varada en medio de la acera.
Suspiro y entro corriendo a casa, lo único que quiero es encerrarme en mi habitación.
Al abrir la puerta me encuentro a mis hermanos parados frente a mí con los brazos cruzados.
—¿Qué les pasa?
—¿Qué estabas haciendo con ese tipo? —pregunta Sebastian.
Joder, me han visto.
—Yo...
—Escúchame una cosa Miranda, no quiero volver a verte cerca de ese tipo —dice Ricardo.
—Lo siento pero van a tener que acostumbrarse a que lo vea.
Me armo de valor, Ricardo y Sebastian se sorprenden del tono de mí voz.
Les explico todo lo que pasó con el único fin de que acepten a Max pero se enojan mucho más, Antonio solo mueve la cabeza en desacuerdo mientras que Sebastian y Ricardo me gritan.
—No puedes aceptarlo, ese tipo solo quiere propasarse contigo ¿no lo ves?
—Eso es mentira
—¿Por qué crees que te dio el empleo? Seamos sinceros, no tienes experiencia, eres tonta para trabajar en una oficina, le tiras café encima y viene hasta aquí a decirte que obtuviste el trabajo.
—Gracias por confiar en mi Ricardo.
Me abro paso entre los tres y entro a mi habitación, sin ponerme la pijama me meto en la cama.
La puerta se abre y la esquina de la cama se hunde.
—¿Puedes decirme la verdad?
Es Antonio.
—No sé de qué hablas.
—Deja de mentir, afortunadamente solo yo vi cuando se estaban besando.
Aprieto los ojos, me siento avergonzada y por un momento siento que ya no aguanto más.
—No sé qué me está pasando, cuando estoy con él me siento como nunca me había sentido en toda mi vida.
—¿De qué hablas?
—No sé, creo que... me estoy enamorando de él.
Rompo en llanto y se siente... bien.
Al fin me abro con alguien y me quiebro por completo.
—¿Y Sergio? —ahí el dilema.
—Ya lo sé, lo sé. Él no merece nada de esto y me siento la mujer más tonta del mundo pero simplemente me dejé llevar.
Se acerca a mí y me envuelve en sus brazos mientras lloro desconsolada.
—Los chicos y yo creemos que solo quiere jugar contigo Miri.
—No, yo también lo creí y por esa tontería lo perdí para siempre, joder, nunca fue mío.
—¿De qué hablas?
—Hoy me ha dicho que no insistirá más en algo conmigo porque sabe que amo a Sergio.
—¿Y en serio lo amas? Cuando uno ama no engaña.
Lo abrazo mucho más fuerte como si así fuera a desaparecer la tristeza de mi corazón, me siento tan avergonzada porque ni yo sé si amo a aún amo a Sergio y me cala porque sé que tiene toda la razón.
—Ya no sé, pero me he decidido por él.
—¿Y cuáles fueron tus motivos para elegirlo a él? Muchas veces elegimos lo que creemos que merecemos y dejamos ir lo que de verdad necesitamos.
Antonio es el más sensato de todos, a su corta edad se casó con una hija de puta que lo engañó y a parte no lo deja ver a sus hijos pero supongo que ese es el precio que se tiene que pagar por enamorarse de la persona equivocada.
Ese es mi miedo más grande, yo ya tengo una vida resuelta a lado de Sergio y no quiero cometer errores, no quiero hacerlo.