Maximiliano
Pago la botella de agua y saco mi celular cuando éste suena, frunzo el ceño cuando veo el nombre de Ariana en la pantalla.
—Ari ¿que necesitas?
—Max, no sabes qué alegría me da escucharte. He estado tratando de encontrar las palabras correctas para decirte esto.
Se escucha agitada y puedo jurar que ha estado llorando.
—¿Qué te pasa?
—Estoy embarazada, Max. Vamos a tener un bebé.
Dejo de escuchar todo a mi alrededor.
Estoy embarazada
Vamos a tener un bebé.
¿Qué? Eso no puede ser, no ahora.
—¿Estas segura? —digo en un susurro tan raro que hasta desconozco mi voz.
—Bueno, todavía no pero he tenido los síntomas por semanas y la regla ha desaparecido. Me hice unos estudios.
—¿Cuándo sabes los resultados?
—En dos días.
—Voy para allá, necesito verlo con mis propios ojos.
Cuelgo, no quiero regresar a lado de Miranda. No podría ni verla a los ojos, yo quiero hijos pero no con Ariana.
Quiero llorar.
Me siento y le doy la botella de agua, ruego para que no se dé cuenta que mi humor ha cambiado y me concentro en el partido, o trato de hacerlo.
Entrelaza sus dedos con los míos y siento un golpe en el pecho.
Sebastian mete gol y todos celebran, me aturden con tanto grito y permanezco en mi lugar.
¿Cómo se lo voy a decir?
Yo me muero si la pierdo, me volteo hacia ella.
Está pálida.
—¿Qué tienes? —pregunto.
Sonríe y niega con la cabeza.
—Nada, me he mareado un poco.
—Te ves mal, voy a llevarte a casa ahora mismo.
Los padres de Miranda están en asientos diferentes y al parecer no se dan cuenta del estado de Miranda.
Abro la puerta y la recuesto en el asiento, la miro vulnerable.
Su rostro, el rostro que tanto amo y adoro.
«No quiero decepcionarte amor, no quiero hacerlo»
—¿Qué tienes? —pregunta adormilada.
—Me has preocupado ¿qué te pasó? Estabas bien.
—No lo sé, de pronto todo comenzó a girar y luego ya no me acuerdo. Estoy bien, no te preocupes.
—Pides algo meramente imposible.
Manejo hasta su casa sin dejar de pensar en aquella llamada.
Cuando llegamos a su casa la acuesto en la cama.
—¿Cómo te sientes?
—Bien. Ya te dije que no te preocupes.
—De acuerdo, y ¿qué te dijo la ginecóloga?
Se vuelve a poner pálida y nerviosa.
—Me dijo que… todo está bien.
—¿En serio?
—Sí, me recetó nuevas pastillas anticonceptivas.
—Bien.
—Ahora quiero que me digas que es lo que te pasa.
Sonrío para que no sospeche que lo que aparento es mucho más grande de lo que parece.
—Recibí una llamada, tengo que ir a Nueva York.
—¿Todo bien?
—Sí, es una junta para los accionistas del hotel.
—Entiendo ¿cuándo te vas?
—Esta misma noche.
Se sienta en la cama y me abraza mientras hace puchero.
—¿Por qué no podemos tener un momento para nosotros sin tener que correr?
Acuno su rostro en mis manos y beso sus labios.
—Prometo que cuando regrese todo va a ser distinto.
Asiente y sonríe, aunque sigo viéndola rara lo dejo a un lado y disfruto de ella el resto de la tarde esperando que no sea la última vez.