De toros y cabras áureas
En la cima de la Muela de San Juan, en Albarracín, hubo desde tiempos muy antiguos poblamiento humano y, cuando los árabes invadieron la península, se levantaba allí una ciudad cristiana muy rica y bien fortificada.
Los habitantes de la próspera ciudad tuvieron noticia de que los árabes se acercaban a aquellas tierras y se prepararon para la protección y defensa del lugar. El principal tesoro de la ciudad era la figura de un toro de oro que había pertenecido a un antiguo templo pagano. Para asegurar el toro y las demás riquezas buscaron un escondite y lo guardaron todo allí, a la vez que almacenaban víveres, reforzaban las murallas y fabricaban muchas espadas, lanzas y flechas.
La resistencia de la ciudad frente a los guerreros invasores fue inútil, y al cabo fue incendiada, sus fortificaciones deshechas y los habitantes pasados a cuchillo. Una vez conquistada y destruida la ciudad, los invasores se dispusieron a continuar su irresistible avance.
Uno de los guerreros árabes había encontrado el toro de oro y, ocultándolo de sus compañeros, lo trasladó disimuladamente hasta el bosque cercano, donde lo enterró, con el propósito de regresar a buscarlo en el futuro. Sin embargo, el guerrero quedó muy malherido en otra batalla contra los cristianos que tuvo lugar días después, lejos de la Muela de San Juan. Antes de morir, el árabe le comunicó su secreto a otro guerrero, que con el tiempo regresó a Albarracín dispuesto a encontrar el toro de oro. Su búsqueda fue infructuosa, aunque se dedicó a ella toda su vida. Sus descendientes continuaron la pesquisa durante varios siglos, pero tampoco tuvieron éxito. Se dice que el toro de oro solo volverá a ser encontrado cuando sobre la Muela de San Juan se reedifique la ciudad destruida.
Algo semejante ocurrió en Ayerbe, sobre el río Gállego, pero esta vez fueron los moros quienes, sitiados por los cristianos, decidieron esconder sus riquezas. Fundieron el oro de sus joyas y objetos preciosos, fabricando con él la figura de un gran toro, que sepultaron en una de las galerías subterráneas del castillo. Los cristianos conquistaron Ayerbe, pero no consiguieron conocer el paredero del toro de oro, y tampoco lograron encontrarlo a pesar de que, durante muchos años, se excavó meticulosamente el subsuelo del castillo. Todavía en la actualidad hay por el lugar merodeadores que rastrean el lugar con aparatos electrónicos, pero nadie ha podido encontrar el famoso toro, cuyo paradero, según parece, es bien conocido por algunas familias de la ciudad, descendientes de los árabes, que esperan con paciencia el momento propicio para desenterrarlo.
La figura de una cabra de oro está enterrada en algún lugar de Tierga, a los pies del Moncayo, y también es el resultado de fundir todo el oro que sus habitantes árabes poseían cuando Alfonso el Batallador puso sitio a la fortaleza. Se sabe que la valiosa cabra fue escondida en un pasadizo que enlazaba la fortaleza con la ribera del río Isuela, pero hasta ahora, y a pesar del afán que en ello se ha puesto a través de las generaciones, nadie la ha podido encontrar.