Don Alonso de la Venganza
Entre Simancas y Tordesillas, a orillas del Pisuerga, en tierras de Valladolid, se levantó el castillo de Úbeda, que fue importante fortaleza en tiempos de la Reconquista. De tal castillo fue señor don Alonso de Ribera, feroz guerrero que con el mismo ímpetu atacaba a los árabes y destruía sus posesiones que se defendía de sus continuos ataques.
Don Alonso llevaba casado muchos años, pero no conseguía tener descendencia. Al fin su esposa quedó embarazada y el mismo día en que su esposo regresaba de una victoriosa correría, cargado de botín y de cautivos, murió al dar a luz a una niña, lo que llenó de dolor al bravo caballero.
Entre los cautivos había un niño huérfano que don Alonso había recogido junto a los escombros de una casa árabe incendiada por sus guerreros. El niño lloraba con desconsuelo y don Alonso había tenido lástima de él. El morito, a quien todos llamabanAbdalá a pesar de haber sido bautizado, creció en el castillo ocupándose de ayudar en las labores de la casa, de los huertos y de las cuadras. También fue creciendo la hija de donAlonso, que tenía el nombre de Constanza, y entre el siervo moro y la hija del castellano fue naciendo una amistad que la adolescencia cambió en una fuerte atracción amorosa, a la que, poco tiempo después, ambos jóvenes se entregaron sin considerar las sólidas barreras que deberían haberla hecho imposible.
Se cuenta que aquellos amores escandalosos llegaron a oídos del feroz castellano, y que éste no podía creerlo hasta que llegó a descubrir a los jóvenes amantes una noche, entregados a su pasión en la alcoba de la muchacha.
El joven moro, tras esquivar las estocadas que el enfurecido don Alonso le dirigía, logró huir del castillo, pero desde aquella noche nadie volvió a ver a Constanza, que permanecía encerrada en su cuarto, y el furor belicoso de don Alonso contra sus adversarios árabes se hizo tan sanguinario que hasta los cristianos lo conocían como don Alonso de la Venganza.
Sus correrías por tierras sarracenas estaban marcadas por una crueldad nunca antes vista, de la que ni los niños se libraban, pues los hombres de don Alonso ya no hacían cautivos. Además, también mataban en sus cuadras a los animales que no podían llevarse. El atacante más feroz era el propio don Alonso, que regresaba de sus campañas orgulloso de la sangre que había salpicado sus ropas, como si fuese la más benéfica de las aspersiones. Sin embargo, su ferocidad no amilanaba a los moros, y continuamente llegaban nuevos guerreros y caballeros árabes a medir sus fuerzas con él, esperando vencerlo.
Con los años, entre todos los guerreros árabes surgió uno que había jurado acabar con la vida del castellano de Úbeda o morir en el esfuerzo. Era Abdalá, el niño árabe cautivo, convertido con el tiempo en un luchador diestro y osado.
Las tropas de don Alonso y las de Abdalá se enfrentaron en un combate que duró muchas horas. Pero los años habían hecho mella en las fuerzas del cristiano, y al fin, derrotados también sus hombres, perdió su caballo y fue apresado. No quiso rendirse y, tras retar a su antiguo siervo y cautivo, cruzó con él su espada y mantuvo la lucha bastante tiempo, antes de caer mortalmente herido. Dicen los narradores que Abdalá le preguntó entonces por Constanza y que, antes de expirar, el castellano de Úbeda dijo a su vencedor, con una risotada que fue su último estertor, que le estaba esperando en su alcoba.
Dicen también que, cuando Abdalá llegó allí, tras echar abajo la puerta llena de cerrojos de la habitación, encontró sobre un lecho polvoriento el cadáver reseco de su amor adolescente. Constanza, muerta de sed y de hambre tantos años antes, había sido la primera víctima de la terrible venganza de don Alonso.