La fuente de la Julianita
En Aracena, Huelva, se ha perdido la localización exacta de la fuente de la Julianita, pero su historia sigue viva y hasta sirve de motivo para advertir a los más jóvenes sobre el peligro de ciertos ensimismamientos.
La Julianita era una moza guapa y alegre que colaboraba con su familia en las tareas campesinas de las que todos ellos vivían. Montada en el asno de la casa, iba a por agua, llevaba la comida a la gente que estaba trabajando en el campo o cumplía cualquier otro recado que se le encomendase.
En sus idas y venidas pasaba muchas veces frente a una fuente que manaba en la falda del monte San Ginés. Era un sitio rodeado de espesura, umbrío, silencioso. Desde el camino se podía vislumbrar el manantial, impregnado de la luz del día, que se depositaba allí como un cuerpo sólido. La gente decía que no convenía detenerse en aquel sitio, y menos acercarse al manantial, porque era la habitación de un duende engañador y peligroso. Por eso, cuando la Julianita pasaba ante el lugar le daba unas palmadas a su asno para que apretase el paso y sentía en el ánimo un estremecimiento de miedo que, como duraba tan poco, era casi gustoso.
Una tarde de verano, al regresar la muchacha a su casa atravesando otra vez aquel paraje, sintió una vocecita suave que decía claramente su nombre. La vocecita provenía del lugar de la fuente y Julianita, olvidando las advertencias, hizo que su burro se acercase hasta allí. Entonces, tras la espesura descubrió la fuente, en la que se reflejaba la luz del atardecer formando un espacio luminoso en el que volaban las libélulas y brillaban los juncos. Parecía que el tiempo estaba dormido.
La Julianita oyó otra vez la vocecita. «Cómo me gustas, Julianita», decía muy claramente. «Qué alegría me da verte pasar delante de mi casa. Qué bonita eres». Así pronunciaba este y otros halagos que encandilaban a la muchacha, quien se habría quedado allí embobada, escuchando la voz, si la oscuridad creciente no le hubiera hecho comprender que ya era tarde y debía encaminarse a su casa.
A ese primer encuentro de la Julianita con el duende siguieron muchos, porque aquella temporada debía cruzar todos los días delante del paraje de la fuente. El duende le decía palabras muy hermosas, confesaba estar enamorado de ella y enseguida empezó a pedirle con insistencia que se fuese con él a los lugares encantados de las entrañas de la tierra, los manaderos de la fuente, donde había grutas maravillosas y parajes que ni siquiera en sueños podían imaginarse.
La Julianita estaba cada vez más embelesada con las palabras del duende. Nunca le había visto claramente, pero sabía que era un ser pequeño, etéreo, que al hablar con su vocecita hacía que ella sintiese en toda su piel un tacto de brisa suave y fresca. La madre de la muchacha se dio cuenta del aire soñador de su hija, y pensó que andaba en amores con algún muchacho.
Por fin, un día la Julianita tomó la decisión de seguir al duende y ser su compañera, y reinar en aquellas grutas maravillosas a las que conducía la fuente, aguas adentro. Y dicen que, mientras el burro permanecía ramoneando la hierba de los alrededores, ella entró en la fuente abrazada al duende y se fue hundiendo en el agua poco a poco, hasta desaparecer.