Jaun Zuría
Andaban revueltos los jefes de los euscaldunas, euskaldunak, porque el caudillo de todos, Lekobide, era ya anciano y había quien pensaba que convenía relevarlo del mando y elegir un sustituto más joven. Sin embargo, no acababa de haber acuerdo entre las tribus.
Fue por entonces cuando el señor de Busturia, una mañana, encontró en las playas de Mundaca una pequeña nave de forma poco habitual, casi deshecha por las olas, y a su tripulante, un joven fuerte y rubio, desfallecido sobre la arena, con aspecto de haber navegado mucho tiempo. El señor de Busturia se llevó a su casa al forastero y, cuando éste se recuperó de su debilidad, le pidió que le contase su procedencia.
El forastero, con pesadumbre, narró su historia. Dijo ser el hijo primogénito del rey de Erín y el legítimo sucesor de la corona. Un día, mientras cazaba con su padre y su hermano, en el rastro de un enorme jabalí, había disparado un dardo, pues el movimiento de unas ramas le había parecido anunciar la llegada de la fiera, y había causado fatalmente la muerte de su padre el rey. Los ancianos del consejo, al entender que el parricidio había sido involuntario, le perdonaron la vida, pero lo despojaron del derecho a heredar el reino y lo condenaron al destierro. Tras embarcarlo con pocos víveres en un pequeño navío, lo habían dejado a merced de las olas y de los vientos que, después de un azaroso viaje, habían terminado por arrojarlo a aquellas playas.
La noticia de que un forastero del linaje de los reyes de Erín estaba en tierra vasca llegó a oídos del anciano Lekobide, que quiso conocerlo. Cuando lo tuvo en su casa, Lekobide sintió tanta simpatía hacia el irlandés, que no dejó de agasajarlo, y lo mantuvo mucho tiempo como huésped de honor, admirando la destreza con que el joven manejaba el arco y la espada, su habilidad como jinete y su fuerza en la lucha cuerpo a cuerpo.
Entonces se extendió por todas las tierras de los euscaldunas la alarmante noticia de que un poderoso ejército se acercaba dispuesto a someterlos. Mandaba aquellas tropas Ordoño IV, a quien la historia conocería como el Malo, que se había hecho con la corona de León por conspiraciones de la nobleza, mientras el otro pretendiente, su primo Sancho, viajaba a Córdoba para que un famoso médico árabe lo curase de su monstruosa gordura.
Los guerreros invasores iban bien armados y estaban curtidos en las guerras contra los moros. Lekobide tenía clara conciencia de que su edad y condiciones físicas ya no le permitían encabezar el ejército que debía oponerse a los leoneses, y el consejo de las tribus vascas no acababa de decidir quién había de ser el caudillo de todos.
Entonces Lekobide comprendió que aquel forastero tan ducho en las artes de la guerra era un enviado providencial. Hizo que se presentase ante el consejo y, con toda la autoridad y el prestigio que le daban sus años de jefatura, propuso que fuese él quien en su nombre condujese a la batalla a los euscaldunas, ofreciéndole su cota, su espada y su lanza. Al conocer el consejo la sangre real que corría por las venas del irlandés, lo aceptaron como jefe militar y le dieron por nombre Jaun Zuría, el Señor Rubio.
El enfrentamiento entre los leoneses y los vascos fue brutal, y la batalla duró muchas horas, pero el empuje de los invasores no pudo vencer la feroz resistencia de los euscaldunas. Al cabo de la jornada, los invasores habían sido derrotados y Jaun Zuría había librado singular pelea con Ordoño, de la que éste resultó muerto.
Tal fue la mortandad entre los invasores, tanta la sangre vertida por ellos en sus desesperados esfuerzos por dominar a los vascos, que las rocas quedaron teñidas durante mucho tiempo, y el nombre originario del campo de batalla, Padura, se cambió por el de Arrigorriaga, que significa «piedras rojas».
Tras la aplastante victoria, Jaun Zuría fue confirmado como caudillo de todas las tribus vascas. Su matrimonio con la hija de Lekobide dio origen a la estirpe de los señores de Vizcaya.